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Signos filosóficos

versión impresa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.14 no.27 Ciudad de México ene./jun. 2012

 

Reseñas

 

Vanessa Lemm (2010), La filosofía animal de Nietzsche. Cultura, política y animalidad del ser humano

 

Rafael Castillo*

 

Santiago, Chile, Ediciones UDP, 377 pp.

 

* Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa, atkinstoryteller@hotmail.com

 

La filosofía del siglo XX estuvo permeada por el pensamiento de Friedrich Nietzsche. Es difícil encontrar obras de artistas y filósofos en el siglo pasado que no tengan un punto de encuentro con su pensamiento, ya sea alineándose a él, reinterpretándolo, criticándolo, o, en el mejor de los casos, sirviéndose de él como elemento de inspiración. El debate existente que emerge de las obras del filósofo de Röcken ha tomado matices, además de variaciones sorprendentes, llevando a Nietzsche hacia los extremos más radicales que a cualquier otro filósofo antes: desde ser, en su propia época, un filósofo incomprendido, pasando posteriormente a ser el justificador y paradigma del régimen nazi, hasta ser concebido como revolucionario y destructor de los rígidos conceptos y tradiciones filosóficas paralizantes. Nietzsche siempre encontró un lugar en el pensamiento de las mentes más destacadas del mundo artístico y filosófico, de tal manera que, las interpretaciones de su obra filosófica son tan vastas como los mismos intérpretes.

El acontecimiento crucial que marcó el destino de la obra de Nietzsche fue, por supuesto, su introducción como doctrina del régimen nazi, claro está, no por haber alcanzado con la deformación de sus escritos tal posición, sino por el movimiento de redescubrimiento de sus obras, que surgirá tras la Segunda Guerra Mundial, movimiento que tuvo tres grandes méritos. El primero, lograr erradicar los mitos y mentiras surgidos desde la lectura emergida de una recopilación malograda y vulgar de sus obras, una vez que se destruyó el mito de la voluntad de poder como su obra cumbre, con la introducción del volumen crítico de sus obras desarrollado por Giorgio Colli y Mazzino Montinari. A esto le sigue el alejamiento del gran manual escrito por Martin Heidegger que marcó la lectura de la obra nietzscheana tras la guerra, cuando Wolfgang Müller–Lauter rompe con el paradigma dominante de interpretar la voluntad de poder como el principio unitario que conducía el desarrollo de la obra de Nietzsche. Aunado a ambos acontecimientos, una nueva vitalidad concedida en suelo francés se inyectaría a las obras de Nietzsche. Guilles Deleuze marcaría el punto de partida para una interpretación más abierta, libre y significativa de su obra. Junto a Deleuze y George Bataille, Almert Camus, y Michael Foucault, entre otros, impulsaron con su propia obra un planteamiento que, para nuestros días, significa el mayor aporte para la lectura de Nietzsche, una interpretación elástica y sorpresiva de su obra.

Ante las múltiples interpretaciones de las obras de Nietzsche y el cada vez mayor cúmulo de direcciones que se ha concedido a su reflexión filosófica, hoy el debate gira sobre la utilidad que se puede conceder a la obra de este autor. Sin embargo, a pesar de no existir una posición dominante, el debate parece haberse estancado y sólo queda, entonces, una pregunta por hacerse, una que Nietzsche se hizo recurrentemente a lo largo de su obra: ¿qué más queda? Tras la publicación de la obra de Pavel Kouba, El mundo según Nietzsche, en 2001, la búsqueda por encontrar una finalidad para esta filosofía en nuestra época todavía está abierta. Muestra de ello es la obra, La filosofía animal de Nietzsche. Cultura, política y animalidad del ser humano, escrita por Vanessa Lemm, que ofrece un enfoque novedoso que destaca uno de los elementos, no pocas veces mencionado en la obra de Nietzsche, pero quizás, uno de los más incomprendidos a pesar de su crucial significado para el pensamiento entero del filósofo alemán, me refiero a la animalidad.

Suele decirse que la lectura que se haga de la obra de Nietzsche dependerá en gran medida de la concepción alcanzada del concepto de voluntad de poder. El libro de Lemm rompe con ese viejo prejuicio, al tomar como punto de partida en su reflexión un aspecto de la filosofía nietzscheana, del cual se podría decir, ocupa un orden genético tan primitivo e importante como el mismo concepto de voluntad de poder. Así, la obra de Lemm concede un nuevo camino que asigna una novedosa concatenación para las distintas tesis de Nietzsche, proceso que deja de lado el camino clásico (y muchas de sus vertientes) de la voluntad de poder como hilo rector y conductor de la obra nietzscheana, que terminan por derivar siempre en visiones políticas muy accidentadas e interpretaciones demasiado flexibles que acaban por acercarse más a la fantasía que a la filosofía, haciendo de Nietzsche un auténtico vocero del sinsentido y de la anarquía lingüística; finalmente, también se dejan de lado las clásicas y peligrosas minimizaciones naturalistas y evolucionistas.

El libro de Lemm tiene como principal misión develar el crucial papel que la animalidad del ser humano guarda respecto de las múltiples tesis que se encuentran a lo largo de la obra de Nietzsche. Logra mostrar un importante apunte que termina por tambalear las concepciones superficiales de los lectores poco frecuentes y fútiles, o las de aquellos para quienes Nietzsche aún es un filósofo poeta, pues la animalidad se muestra como un elemento que sobrepasa el uso metafórico o circunstancial con el que suele relacionarse su participación en este pensador.

La presencia necesaria de la animalidad en la cultura, la política, la civilización, entre otras expresiones intelectuales del hombre, reside en el mismo significado y misión de la existencia de aquellas, cuya narrativa puede encontrar mejor descripción en los procesos concernientes al olvido animal y la memoria de la voluntad, dos herramientas que describen el devenir y la esencia de todo elemento civilizatorio y cultural del hombre. La memoria de la voluntad tiene por misión allanar el suelo primigenio de la esencia humana para crear una segunda naturaleza, que posibilite toda expresión de la civilización, la cual requiere del sometimiento y nivelación de los hombres, concedidos sólo a través de la destrucción de su naturaleza animal. Por otro lado, el olvido animal coloca al hombre en la posibilidad de conceder significado a su existencia, sin negar por ello su profunda naturaleza animal, misión propia de la cultura. La animalidad debe estar presente necesariamente para la civilización, como el elemento a negar, ya que la expresión y sentido de sus elementos y herramientas, como la política, la religión y la moral, sólo pueden tener por efecto provocar el olvido de la animalidad en los hombres, ya que éstas conllevan, por obligación, la comunión y afiliación a prioridades ajenas al hombre libre e individual que reconoce esa misma esencia en sus semejantes. Con la cultura, la animalidad se afirma, es donde ésta se ha puesto en contacto con la existencia fáctica, pues sus elementos y expresiones sólo pueden fomentar el ansia de la humanidad por expresar su naturaleza primigenia que concede momentos significativos de genialidad y grandeza. La misión de la civilización y la cultura —ya sea negando o afirmándola— muestra que la animalidad humana no es un elemento contingente en la filosofía de Nietzsche, sino la auténtica piedra de toque entre la teoría y el mundo fáctico del hombre, siendo la raíz, sentido y misión última de la expresión de los distintos tipos de vida expuestos en su obra.

El libro de Lemm es el primer análisis sistemático de la animalidad en la filosofía de Nietzsche y revela la crucial relación entre esta menospreciada —y muchas veces sobreestimada— característica genética del hombre con sus expresiones vitales más complejas: cultura, civilización, moral y política, entre otras. Con ello, la autora intenta demostrar la relación existente en las múltiples facetas de la existencia del animal–humano, entre su origen y su desarrollo, y en consecuencia, en su futura mejoría, todo ello desde la lectura y desenvolvimiento crítico de la postura de Nietzsche hacia los complejos temas que construyen toda su obra filosófica. Así, se revela el significado referente a la capacidad del animal–humano para generar formas de expresión vitales complejas y las consecuencias de que esas formas estén impregnadas de animalidad, una compleja tesis que yace por doquier en la obra de Nietzsche.

Para los lectores que poseen un interés más profundo en la obra nietzscheana, este libro ofrece una visión crítica de sus distintas posturas referentes a la vida, la historia, la cultura, la moral, la verdad y la política, todo ello a través de la línea, hasta ahora bastante subestimada, de la animalidad. Así, se logra conceder una visión refrescante que torna la mirada del crítico o investigador al camino primitivo y tan alabado por el mismo Nietzsche: el hombre como parte de un continuo de la vida animal. Para los lectores que apenas comienzan a adentrarse en las múltiples reflexiones de Nietzsche, este libro concede una gentil advertencia y una crucial lección: la verdad es múltiple y elástica, el verdadero acercamiento a ésta se halla en la profundidad de su origen, aunque éste suele pasar inadvertido para una visión demasiado jovial.

Este libro se encuentra dividido en seis capítulos y finaliza con una conclusión que invita a reflexionar el problema allí planteado. Tras una su–gerente introducción en la que se describe brevemente la compleja presencia de la animalidad en la filosofía de Nietzsche, llega el primer capítulo, "Cultura y civilización", que, como su nombre indica aborda la problemática existente entre cultura y civilización en la filosofía de Nietzsche, pero sin recurrir al clásico enfoque de lo real–heredado y resignado (civilización) versus lo ideal–no realizado y anhelado (cultura), sino al antagonismo, fuerza motora que genera y perpetua la vida y todas sus expresiones. En el capítulo dos, titulado "Política y promesa", aparece la interpretación de la tesis nietzscheana de la promesa como elemento para la superación del tipo humano, pero enfocada en la diferencia entre promesa como elemento político del dominio que ejerce la civilización en los hombres, y la alcanzada desde la cultura, la del individuo soberano. En el capítulo tres, "Cultura y economía", la autora muestra la relevancia y la mayor importancia que la relación civilización–cultura guarda con el tema de la animalidad en la filosofía de Nietzsche, por encima de la relación civilización–política que representa el clásico enfoque con el que se puede abordar el mismo tema. La política aparece como una herramienta civilizatoria y contenedora sólo útil bajo los elementos civilizatorios, mientras que culturalmente es insuficiente. Civilización y cultura aparecen como dos maneras distintas de politizar la vida y ambas exigen economías de vida distintas, éstas son analizadas en este capítulo. "Don y perdón" es el nombre del cuarto capítulo, donde Lemm va más allá de la trillada concepción de Nietzsche como un inmoralista o nihilista y sostiene la tesis de que su abandono y crítica a la moral occidental tradicional y cristiana está basada en su deseo por alcanzar una forma de moralidad superior. En el capítulo cinco, "Animalidad, creatividad e historicidad", la autora rescata y se replantea la polémica tesis nietzscheana del olvido animal, como elemento de mejora y filtro para la historia humana. El capítulo sexto, "Animalidad, lenguaje y verdad", ofrece la visión de un Nietzsche que considera el problema de la verdad como múltiple, abordado a través de distintos géneros discusivos que suelen converger en un mismo discurso, una vez más, dejando de lado el enfoque, ya devaluado, de Nietzsche como un relativista en cuanto a lo que al tópico de la verdad se refiere. Por último, la conclusión de Lemm, titulada "La biopolítica y la cuestión de la vida animal", concede la visión de un puente entre el analisis de la animalidad en la filosofía de Nietzsche y el gran problema abierto entre la vida humana y uno de sus elementos cruciales, la política, es decir, política como biopolítica —tópico profundizado por Michel Foucault.

Finalmente, resta hacer dos breves comentarios. Primero, en lo referente a la bibliografía, se puede apreciar, no sólo su vastedad, sino también su relevancia, pues se encuentra actualizada respecto al debate que inspira el libro aquí reseñado. La bibliografía también comprende estudios importantes acerca de Nietzsche y la parte complementaria, la que no se ocupa específicamente de él y su obra, encajan a la perfección, concediendo la visión de un profundo dominio de la autora en muchas áreas del pensamiento nietzscheano. Segundo, siguiendo una de las premisas principales que se entrañan en la génesis de este libro, la animalidad como algo mucho más relevante que un mero uso metafórico en la obra de Nietzsche, me parece que hay un tema que no se analiza en toda su relevancia y que también envuelve una profunda relación con la animalidad humana y su afirmación. Me refiero al tema del reconocimiento del tiempo como la división crucial entre animal y hombre —y posteriormente con el sobrehumano—.1 El reconocimiento del tiempo en la condición humana es el punto decisivo de separación entre la animalidad y la humanidad, no es una oposición que forma una brecha irreconciliable entre ambos, sino que podría tenerse como el límite absoluto de toda experiencia animal. Desde el reconocimiento del tiempo y del hombre en él, es como se concede la brecha final para abrir el camino hacia la superación del tipo hombre, situación que, como se sugiere en Así habló Zaratustra (en el apartado titulado "El convaleciente") no puede experimentarse desde la animalidad. La falta del desarrollo de este tema no afecta en nada el desarrollo de la obra, pero considerando la línea argumentativa que la autora manejó en el libro, hubiera sido grato encontrar un apartado dedicado a esta cuestión.

 

NOTA

1 Vanesa Lemm argumenta que la palabra Übermensch, encuentra una mejor traducción en el término sobrehumano que en la traducción tradicional castellana superhombre, ya que la palabra sobre se acerca más al uso del prefijo inglés over y al alemán über, que sugieren superioridad, exceso e intensidad y, también, el dominio de esto sobre algo o alguien. sobre humano también es preferible ya que humano es una palabra sin género que refleja la amplia descripción del término inglés human y del alemán Mensch.

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