SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue21UN SIGLO DE EVOLUCION ARTISTICAEspaña en los diarios de mi vejez author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

Share


Alpha (Osorno)

On-line version ISSN 0718-2201

Alpha  no.21 Osorno Dec. 2005

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012005000100017 

 

ALPHA Nº 21 - 2005 (251-265) Diciembre 2005

ENTREVISTA

HISTORIA, NARRACIÓN Y SUJETO: CONVERSACIÓN CON FINA BIRULÉS


Pablo Aravena
Departamento de Estudios Humanísticos, Universidad Técnica Federico Santa María,
Valparaíso, Chile.

Dirección para Correspondencia


En el mes de octubre del pasado año, la filósofa española Fina Birulés visitó Chile con motivo de su participación en la IV Jornada de Encuentro y Debate organizada por la Universidad de Viña del Mar, con una ponencia titulada "Algunas consideraciones sobre la política y el artificio humanos (Hannah Arendt)" luego de lo cual me concedió la entrevista que transcribo a continuación1. Fina Birulés es profesora titular de Filosofía en la Universidad de Barcelona, abocándose al estudio e investigación de temas relacionados con la Filosofía de la Historia y los Estudios de Género. Es en el encuentro de estas dos vertientes donde ha fijado como objeto privilegiado de estudio la obra de Hannah Arendt, situándose como una de las principales especialistas en su pensamiento y realizando una destacada labor como traductora e introductora de sus textos al español. (Ver bibliografía). Se trata, pues, del desarrollo de un sostenido trabajo erudito a la par que interpretativo, que se ha plasmado en la publicación de trabajos auténticamente relevantes en términos de la introducción del pensamiento de Arendt al mundo de habla hispana, como también, de una reflexión crítica acerca del acontecer que nos constituye.

Pablo Aravena: Se podría decir, si no te molesta, que eres “especialista” en Hannah Arendt (éste es el motivo de tu presencia acá, en Viña del Mar). Pues bien, resulta que en la obra de Hannah Arendt hay alusiones a la historia –me refiero a la historia a nivel “ontológico”– sobre todo en lo que refiere a la acción y su despliegue en un mundo histórico, pero no me quedan demasiado claras sus apuestas a un nivel “gnoseológico” (ocupo estas designaciones sólo para diferenciar niveles). Por tanto, me gustaría que nos dijeras ¿cuáles serían esas aportaciones de Arendt para efectos de la historiografía o, de otra forma, para el trabajo del historiador de oficio?

Fina Birulés: Yo creo que lo que podría aportar para un historiador de oficio la lectura de Arendt es, en primer lugar, que su mirada hacia la historia es siempre interpretativa y que, al mismo tiempo, toma a la historia en consideración desde una perspectiva que no es la del historiador profesional, esto es, la entiende constituida por –hecha de– acontecimientos; acontecimientos en el sentido de “momentos de novedad”. En este sentido, aportaría a un historiador profesional la conciencia de que la historia siempre se narra a partir de acontecimientos, lo que no quiere decir que se reduzca a ellos. En este sentido, creo que Arendt aporta dos cuestiones importantes: la primera, es que el acontecimiento nunca se deduce de los antecedentes, más bien, al contrario: el acontecimiento es el que ilumina aquellos elementos que han cristalizado para generarlo, lo cual quiere decir que, a menudo, sólo retrospectivamente –cuando ha ocurrido algo irreversible– se iluminan zonas que no se veían antes de este acontecimiento. Por poner un ejemplo –que no sería de Arendt– el conflicto de los Balcanes al final del siglo XX enfocó una franja de acontecimientos relativa a cómo se había dado por finalizada la Segunda Guerra Mundial y, al hacerlo, obligó a repensar lo narrado e historiado hasta el momento. Por otra parte, al poner este énfasis en el acontecimiento, Arendt se distancia de los historiadores profesionales, dado que ella entiende toda “explicación objetiva” de lo ocurrido como una “justificación de lo ocurrido”. Por ejemplo, cuando escribe su “historia” del totalitarismo –que no es exactamente una historia y que mereció tantas críticas por parte de los historiadores profesionales como de muchos científicos sociales– ella dice estar tratando de dar cuenta de lo ocurrido, sin –al mismo tiempo– justificarlo. Desde su perspectiva, no basta con una explicación objetiva a la que posteriormente añadamos una condena de los hechos. Explicar históricamente es, siempre, justificar lo ocurrido y, por tanto, su mirada no es la de una historiadora profesional; es una mirada que trata de dar cuenta de lo ocurrido sin justificarlo, especialmente en casos como el totalitarismo. Su “historia” de la revolución (francesa y norteamericana) tiene características semejantes: la apuesta es por acontecimientos que iluminan zonas que no pueden verse con un mero relato o explicación historiográfica. Creo que, en este sentido, es bueno tomar conciencia acerca de cuál es la perspectiva del historiador profesional. No quiero decir que una perspectiva como la arendtiana deba suplantar la historia científica, sino que es la que da cuenta de algunas cuestiones que el historiador, cuando hace historia de determinados acontecimientos, debe plantearse alguna vez.

P. A.: Tocaste un punto importante, que es esta alusión a una “historia objetiva”. Creo que, a estas alturas, es un poco ingenuo defender a rajatabla una noción de historia objetiva tal como la pensaron los positivistas. Sin embargo, nuestros viejos historiadores demandan una historia objetiva, la cual va acompañada de una apuesta por el dato. Y creo que se sienten muy incómodos y un poco defraudados por una nueva generación de historiadores –que, incluso, les es difícil nombrar como tales– en la medida que introducen una apuesta por la subjetividad o por el texto en su pura interioridad.

Hay una referencia a esta cuestión de la objetividad en la introducción que haces a ¿Qué es la política? de Hannah Arendt. Por ello, quisiera que te extendieras sobre esta cita, que es tuya y que ahora te recuerdo: “Escribir sin la cólera sería eliminar del fenómeno una parte de su naturaleza, una de sus cualidades inherentes. Frente al totalitarismo, la indignación o la emoción no oscurece nada, antes bien, es una parte integrante del objeto”2. Tenemos aquí por lo menos una provocación, aunque estoy convencido que es mucho más que eso...

F. B.: Esto es una paráfrasis de la respuesta que le da Arendt a Eric Voegeling cuando, en un comentario a su libro sobre el totalitarismo, le recomienda que escriba sine ira et studio. Arendt contesta que seguir el consejo de Voegelin significa condonar lo ocurrido. En todo caso, no está apostando por una especie de historia subjetiva sino que, frente a la categoría de objetividad, ella aboga por lo que denomina la imparcialidad; esto es, reconocer que hay puntos de vista, que hay partes implicadas en la descripción. Ejemplos de esta imparcialidad los encuentra en el poeta homérico cuando canta la Guerra de Troya; cuando relata tanto la versión de los derrotados como la de los triunfadores y, por tanto, no se puede saber si el poeta es griego o troyano. También la halla en lo que plantea Kant en la Crítica del Juicio donde habla de pensar con “mentalidad extensa”, es decir, de juzgar el propio juicio a partir de los puntos de vista de otros juicios existentes. Buscar cierta imparcialidad o universalidad no vinculada a la objetividad sino a la conciencia de que hay puntos de vista distintos, interpretaciones distintas, y que la forma de poner a prueba la propia es juzgarla a partir de los otros puntos de vista. De todas maneras, Arendt es muy conciente de una cuestión que los “historiadores objetivos” parecen no tener en cuenta, como es la vulnerabilidad de las verdades. De hecho, en el mundo contemporáneo, la descripción de los hechos, de lo que se considera un hecho, o lo ocurrido, es redescrito rápidamente en otros términos.

P. A.: Creo que lo que acabas de exponer está conectado con un principio del sentido común del historiador, que es el siguiente: hay que dejar que las brasas de los hechos cesen de arder para poder entrar a estudiar el fenómeno. Justamente, la cita que te recordaba hace tan extensa la duración del fenómeno histórico que desde esta postura, la del historiador, habría que esperar no veinte ni cuarenta años sino que mueran un par de generaciones. Esto quiere decir “para que se elimine la ira, para que se elimine la emoción”. Desde luego, el efecto que tiene esto es que el historiador no se hace cargo de lo que debe hacerse cargo como sujeto o ciudadano. Me gustaría que te extendieras en esta reflexión, en primer término, saber si estás de acuerdo o no.

F. B.: Yo diría que, efectivamente, si la historia por definición es estudio del pasado, lo pasado tiene que haber pasado. Pero, en qué momento comienza a ser algo pasado es un problema que nos llevaría muy lejos pero, en cualquier caso, se puede poner punto final a un acontecimiento, a una acción, a un suceso en el momento que el historiador decida. Esto no quiere decir que el historiador o la historiadora al cabo de unos años consideren que aquel acontecimiento tuvo repercusiones posteriores y que hay que revisitarlo o reconsiderarlo. Pero hay que decir que Arendt escribe sobre el totalitarismo al final de la guerra y, ciertamente, el totalitarismo nazi se puede decir que está vencido y, por tanto, que ha habido un punto final en algún sitio; pero también se atreve a escribir acerca del totalitarismo estalinista, todavía no derrotado, cuando todavía es presente, no pasado.

Ciertamente, el historiador de acontecimientos cercanos es quien se atreve a decidir que determinado acontecimiento, o serie de hechos, han llegado a un cierto final y que cabe un relato. Se podría decir, por ejemplo –a partir de los escritos de François Furet– que es él quien toma la decisión de que hay algo que se ha acabado y que se tiene que revisitar, como lo hace en su libro El pasado de una ilusión. Por supuesto, alguien podría pensar que es necesario esperar más tiempo... pero vaya, todo final es un final que tiene que ver con una decisión por parte de quien hace la historia, aunque nuevos historiadores decidan, también, que aquél no era el final.

P. A.: Esa decisión del historiador es también una acción, y estoy hablando arendtianamente. Y ¿en qué medida?– dirás. Justamente, porque esa decisión del historiador de decir “acá terminó el fenómeno” también puede tener consecuencias insospechadas. Por ejemplo, y a propósito de François Furet, conozco un breve ensayo de Enzo Traverso en el que se refiere a “la memoria del liberalismo”3. Para él la cuestión es cómo Furet, y también Nolte, en la medida que evalúan y periodifican hacia atrás, igualan nacionalsocialismo con estalinismo, por lo que pareciera que no dejaran otra alternativa sino el liberalismo triunfante. Yo no sé si Furet o Nolte tenían en mente esto pero, al menos, cabe esta lectura que hace Traverso.

F.B.: Por supuesto. Yo creo que el historiador, al poner un punto final, toma una decisión con consecuencias no necesariamente previstas para quien escribe (aunque me parece un poco abusivo comparar a François Furet con Ernst Nolte, pero bueno). Y me parece que Traverso lleva razón fundamentalmente por un motivo, ya que en la historia contemporánea tomar ciertas decisiones es tomar, al mismo tiempo, decisiones políticas en el presente. Pues, no es lo mismo decidir dónde termina el Renacimiento –aunque sí conlleve consecuencias interpretativas, de interpretación de los textos, de recolocación de la trascendencia– que decidir, por ejemplo, situar a Galileo en un determinado contexto. Pero, en tanto la historia es reciente sigue teniendo consecuencias la interpretación para el propio presente político. Por supuesto, tomar decisiones parecen opciones a favor de unos u otros agentes de esta historia.

P. A.: A la luz de esto último, ¿estarías de acuerdo en añadir a aquella máxima acuñada por Benedetto Croce –acerca de que toda historia está condenada a ser historia contemporánea– esta otra, de que toda historia está condenada a ser política?

F.B: Que toda historia es historia contemporánea, me parece una tesis aceptable siempre que se interprete con cautela, pues no sé hasta qué punto se puede ser tan idealista como Croce (idealista en el sentido filosófico del término). Porque, al mismo tiempo, es una concepción de la historia muy limitada: se reduce a la historia que nos resulta inteligible y cercana, es decir, una historia occidental, una historia de la cultura europea. De modo que estoy de acuerdo con la superficie de la tesis. Por supuesto, siempre se interpreta desde el presente y, ¡cómo no!, si en todo relato, en toda narración está la huella del narrador. Pero si vamos más allá, la tentación de un cierto idealismo, como el de Croce, me parece dudoso...

Ahora, yo creo que toda historia es política en la medida que se esté historiando acontecimientos que tienen todavía relación con el presente. No me parece que sea política, por ejemplo, una decisión acerca de la historia medieval. Puede serlo si es demasiado manipuladora pero, me parece que mientras más alejado en el tiempo está un periodo, la decisión es una decisión interpretativa, pero no sé si la llamaría política. Es política en tanto memoria, como la podría utilizar un político, sean a los que están en el poder, sean a los que pretenden cuestionarlo. La historia como memoria a veces justifica el presente o lo puede subvertir. Alguien puede de golpe dar a la identidad española un cuerpo muy vivo a partir de la reconquista frente a los musulmanes, pero esto no sé si sería “historia”, sino una tentativa de modificar... de utilizar la historia-memoria como justificación de identidades presentes.

P. A.: Una pregunta infranqueable a propósito de esto ¿En qué radicaría para ti la diferencia entre historia y memoria?

F. B.: Yo creo que es un tema complicado porque, aparentemente, la memoria colectiva es algo que se supone construido y construido a partir de restos, tradiciones... y la historia tendría un carácter más científico. Si se trata de distinguir, yo diría que la memoria o tiene que ver con memoria viva, es decir, con una historia narrada cuando todavía hay agentes de esa historia vivos, o bien tiene que ver con esta amalgama que muchas veces tiene que ver con creaciones de políticos, presentes o pasados, lo que se ha llamado “lugares de la memoria” (lo que estudió Halbwachs) que la mayor parte de las veces llevan más voluntad de identidad que voluntad de verdad. Es lo que creo yo, aunque la frontera entre una y otra es difícil de mensurar.

P. A.: Nombraste la existencia del testigo vivo. (Debes saber que, en el caso de nuestro país, el que te interrogue sobre “el testigo” es bastante comprensible. Lo digo por nuestra historia reciente. Hay todo un sector de historiadores y cientistas sociales que se aboca al estudio de la historia del tiempo presente, en la medida que este presente aún nos resulta muy problemático. Me refiero, más bien, al pasado reciente).

Creo que hay una incomodidad mayor en el historiador tradicional que radica en las exigencias que lleva el trabajo de escribir la historia de este período que nos incluye. Porque uno, si se esfuerza por hacer una lectura “mal intencionada” y ver hasta dónde puede rendir este dictum del sentido común –acerca del deber de esperar que las brasas del pasado dejen de arde– podría concluir que al historiador tradicional (convencido de la cientificidad de su saber) le es conveniente adherir a este dictum, en la medida de que si se pone a hacer la historia de los últimos treinta años, necesariamente, va a tener que poner en competencia el discurso del historiador con el discurso de los testigos vivos. Esto quiere decir que corre mucho más peligro que esa cientificidad quede puesta en jaque. ¿Qué opinas de esta lectura?

F. B.: Podría hablarte de un caso, que no es el de Chile, sino el de los acontecimientos del nazismo. Y ¿por qué cito este caso? porque en estos momentos está muy cerca el peligro de que desaparezcan todos los testigos, toda la memoria viva, los que vivieron aquello en un bando o en otro, que, por edad, están a punto de morir. Resulta que, hasta este momento, se ha podido combinar la historia “objetiva”, digamos científica, junto con un relato que cuestiona lo narrado, que proviene de testigos y víctimas. Entonces, la tremenda preocupación que está habiendo por el Holocausto en estos últimos tiempos –que tiene que ver con otras cosas y no sólo con la que ahora voy a mencionar– está relacionada con la pregunta siguiente: ¿cómo quedará escrito esto cuando sea memoria muerta en los libros de historia? como si se tratara de una pequeña batalla. Estamos en el límite de que ya no queden testigos vivos. Entonces, esta preocupación me parece un fenómeno interesante.

Cuando mencionas la situación de Chile, por supuesto, es problemático para un historiador entrar en los acontecimientos recientes. Y más, entrar a trabajar con ciertos materiales que son preferentemente orales, de testigos. Pero, es ahí donde el historiador debe atreverse con el ansia de la verdad a levantar acta de lo ocurrido. No digo a levantar acta y cerrar la narración como la única posible. Si no se levanta acta es una muestra de indiferencia frente a estos acontecimientos recientes que tocan al historiador y, también, a mucha más gente; pero que al historiador, en su competencia, le tocan. Le toca una cierta responsabilidad por su oficio, un oficio indesligable de la voluntad de verdad para con estos acontecimientos, tan dolorosos y conflictivos. Conviene que haya gente capaz de cierta imparcialidad y que se haga cargo de estos hechos. Las heridas no se borran, no se olvidan pero, a veces, el ejercicio de relatar permite un cierto drenaje de las mismas. Digamos que todas las penas se pueden soportar con una historia bien narrada. No es tanto que desaparezcan, pero los ejercicios de contar lo ocurrido, si son veraces, como mínimo aminoran el dolor.

P. A.: Habría entonces una función no solo gnoseológica como voluntad de verdad en la historia, sino también una función terapéutica a nivel social.

F.B: No sé si terapéutica, pero hay cierta responsabilidad de los historiadores que es importante asumir porque, por otra parte, si no lo hacen ellos lo hacen otros.

Esto, por ejemplo, en España ha sido muy conflictivo. ¿Cómo se ha tratado el final del franquismo? ¿Cómo se cerró esto y cómo se ha relatado lo acontecido desde el año ´36 hasta ahora? Y ahí hay historiadores que han tenido mucha responsabilidad. Lo digo por la falta de veracidad de algunos de los relatos y porque el Estado español –o el pueblo español– no estaba en condiciones de asumir otro relato. Pero el historiador debe tener conciencia de que los relatos que se producen dentro de la disciplina tienen algún impacto importante.

Esta función no sé si es terapéutica –porque es responsabilidad de ellos– pero lo que se narra permite drenar heridas. Y eso es lo importante.

P.A: Una pregunta, quizá, necesariamente ingenua ¿Qué es lo que hace veraz el relato del historiador? Porque, si apostáramos nada más por esta función de la que tú me hablas, quizá no serían necesarios historiadores como sí excelentes narradores. Lo digo porque se los puede encontrar mejores desde el lado de la literatura.

F.B: Un historiador no tiene que ser un buen narrador literariamente hablando. Pero hay una parte importante, cual es que el historiador es quien está obligado a trabajar con documentos relativos a esos hechos acontecidos, sean relatos orales o papeles de archivo. El historiador, a diferencia de otros –por ejemplo, de quien hace una novela histórica– es alguien que pretende dar con una descripción atinada de lo ocurrido a la luz de diversas fuentes. Si el historiador no muestra esta luz prefiero a los literatos.

Yo creo que la veracidad tiene que ver con el lugar en el que se pone el historiador pero, también, con lo que respecta a la seriedad de su profesión que es tomar en cuenta todo lo relativo a lo que son las verdades de hecho, todos los documentos, sean análisis críticos de fuentes, testimonios...El historiador es un profesional de esto; tiene un entrenamiento y este papel no lo aporta cualquiera. Esto me parece importante. Incluso, a un historiador que se colocara en las antípodas de aquello que está narrando, lo que se le pide es que contraste sus materiales, que exhiba las conexiones posibles entre unos acontecimientos y otros. Creo que aquí radica su profesionalidad...

P.A: Me parece… y estoy de acuerdo. Te lo preguntaba porque me llamó mucho la atención que Paul Ricoeur, en uno de sus últimos libros publicados en español incluye un texto que se titula “Filosofía y lenguaje”4, en el cual reclama por un problema que eludió la lingüística durante todo el siglo XX, como es el lugar que ocupa el referente en sus análisis. Me parece que Ricoeur debiese ser escuchado no sólo por los filósofos y los lingüistas sino, también, por los historiadores tanto tradicionales como los de una nueva generación que han apostado por una “moda” narrativista sin saber, necesariamente, todo lo que eso conlleva.

No deja de ser interesante que sea Ricoeur quien señale esto en un momento cuando ciertos historiadores –llamémoslos vanguardistas– están predicando una historia que se ha “retirado al signo”, como sostiene el filósofo e historiador argentino José Sazbón, una “devaluación formalista de la historia”5 ¿Qué opinas de estas modas que entran por la ventana y que, desde luego, no sólo pasa en historia? Te lo pregunto porque, personalmente, tengo la impresión de que la historiografía de determinado período es un epifenómeno de la filosofía en boga. El estructuralismo puede ser un caso claro por lo cercano. En historia tienes toda una escuela... aunque yo no tengo demasiado claro si Fernand Braudel fue un estructuralista tan disciplinado, pero valdría como un caso paradigmático para la historiografía del siglo XX. Tengo esta impresión y te repito que es solo eso...

F. B.: Yo diría que desde que la propia historiografía ha tomado conciencia de la imposibilidad de una historia objetiva, desde que ha tomado conciencia de que cualquier explicación o narración está hecha no directamente sobre los hechos –porque los hechos solos no dicen nada– se ha acercado a muchos modelos teóricos y el gran modelo teórico para la historia ha sido el marxismo. Y, efectivamente, hay modas o modelos teóricos que han impregnado decenios de historiografía. Diría que es importante tomar conciencia de ello y que no necesariamente es una cosa negativa. Más bien, la veo como una cosa inevitable, aunque prefiero ciertas modas a otras. Me han parecido muy sugerentes los giros de quienes atienden mucho más al estilo en que se hace historiografía que al contenido, o los énfasis en “el contenido de la forma”, por poner un ejemplo. No sé hasta qué punto es rentable en el trabajo histórico cotidiano, rentable en el buen sentido, hacer un trabajo historiográfico serio. Igual de interesante es una historiografía que atiende más a los sujetos que a los grandes movimientos. Me parece sí que lo realmente peligroso de estas modas es la oscilación pendular: ahora movimientos colectivos, ahora subjetividades individuales como objetos de la historiografía. Casi siempre lo importante, yo creo, no se juega en la elección entre A o B. Nada es tan simple; lo importante se juega en el terreno que hay entre A y B.

A pesar de que la historia es una disciplina con pretensiones científicas, a diferencia de la física, siempre tiene un autor. Por esto me parece que trabajando en distintos modelos hay historiadores e historiadoras brillantísimas y otros malos. Es decir, no me parece que sea tan importante el modelo teórico sino el esfuerzo de determinados trabajos hechos por un individuo o por varios individuos.

P.A: Aludiste recién al título de una obra de Hayden White (El contenido de la forma). Debes estar enterada de que los historiadores rehuyen mucho la figura de White y la condena suena al unísono: “este tipo viene a mezclar historia y literatura. Quiere hacer de la historia una mera ficción” ¿Qué opinas tú de esta acusación? ¿Crees que White vaya tan lejos, que convierta, en verdad, la historia en mera narración de ficción?

F.B: No creo que vaya tan lejos, o que en efecto vaya a convertir la historia en ficción. Aunque sí, creo que es cierto que de sus textos es posible inferir que esto es una posible salida. Es decir, no me parece que sus textos sean lo suficientemente claros como para descartar esta interpretación.

P.A: Estoy de acuerdo. No obstante, Hayden White está dentro de una tradición de pensamiento que es la norteamericana, por lo cual tendríamos que buscar algunos referentes para lograr saber desde dónde está pensando White. Me parece que si uno lee algo de la obra de Geertz, el asunto podría quedar un poco más claro; uno podría salvar la acusación dejándola textualmente intacta. Yo podría afirmar que efectivamente White convierte la historia en ficción, pero –con Geertz– podría decir: nótese que me estoy refiriendo a ficción en el sentido de fictio, es decir, algo compuesto o construido y no necesariamente imaginario. En este sentido, creo que sería válida la operación que te propongo.

F. B.: Lo que pasa es que en el caso de White, una de las cosas que puede generar más dudas o sospechas es que, hasta donde yo sé, no se refiere mucho a la historiografía. Habla mucho de la historia de las ideas. De la historia de los acontecimientos –o de los hechos– habla poco. En su Metahistoria las formas de hacer historia están más ligadas a la historia de las ideas que a la “historia”.

P. A.: Dices a la historia factual...a la historia de los historiadores.

F. B.: Exacto. Y creo que eso puede generar más sospechas que en el caso de Clifford Geertz, que es un antropólogo, pues, a esto se dedica... Y White no es un historiador. Esto, a veces, entre los gremios genera más sospecha, que lo diga alguien que está fuera del oficio.

P. A.: Te planteo algo que te pregunté anteriormente, pero ahora a la inversa. (Era esto acerca de que la historia era epifenómeno de determinada matriz teórica o filosófica). Al revés sería lo siguiente: ¿Qué rol crees que hoy juega la historia de los historiadores en la reflexión filosófica? Te lo pregunto pensando en aquel horizonte del siglo XVIII, cuando se hacía filosofía pensando en el acontecimiento o en el fenómeno. Voltaire puede ser un caso, pero también Herder, Kant y Hegel. Son filósofos y, sin embargo, están siempre muy pendientes de los hechos...

F. B.: Yo creo que en la actualidad hay una parte importante de la filosofía, que –en la medida que está hecha hace ya dos siglos por profesores de filosofía, por académicos– se interesa poco por los hechos del presente, por los acontecimientos; que mira a la historia nada más que como el contexto de los filósofos anteriores. También, creo, que hay una filosofía que se entiende como comprensión del presente, que mira a la historia, pero no sé hasta que punto, pues la filosofía “llega tarde” a los acontecimientos, en la medida que uno puede comprenderlos una vez que han pasado. Yo diría que no hay mucho diálogo entre filósofos e historiadores; esto en los dos sentidos.

P. A.: Bien. Creo que, entonces, adhieres preferentemente a una perspectiva que valora la historia como narración. Ahora, recuerdo que cuando introducías el texto de Arthur Danto6 (hace ya mucho tiempo, tú misma lo decías antes de esta conversación) sostienes lo siguiente: “La narración histórica organiza y, al mismo tiempo, interpreta”. Esto, quizá, a una nueva generación de historiadores –en la cual debiera incluirme, aunque con algo de pudor– le puede parecer casi evidente. Sin embargo, si uno retrocede tan sólo treinta o cuarenta años –para una matriz teórica tan potente como el estructuralismo– esto debía valer exactamente hasta la mitad, por ejemplo el Lévi-Strauss de El Pensamiento Salvaje hubiese aceptado sólo lo que sigue: “La narración histórica organiza...”. Planteaba que la historia tenía un estatus pre-científico y que, luego, llegaba el antropólogo, el sociólogo, en fin, el científico social a trabajar sobre esa cronología ordenada que elaboraba el historiador. La segunda parte de tu afirmación: “... y al mismo tiempo interpreta”, nos pertenece más a “nosotros”, es decir los que estamos entre los 25 y los 40 años de edad.

Lo que se trata es hacer conciente que toda narración supone una selección, incluso la cronología nunca es ingenua, transparente o dócil, en la medida que es uno quien selecciona el dato que pondrá en una columna seguido de una fecha. Quisiera que te refieras a esta “huida” del historiador a asumir esta selección. Recuerdo que, en un texto que es fundamental en la formación de los historiadores, como lo es la Introducción a la Historia de Marc Bloch (creo que en francés su título original es El Oficio del Historiador, un texto que escribe en la cárcel según cuenta Lucien Febvre), dice algo así como –si mal no recuerdo– “bueno, allí están los incendios que se llevan miles de documentos”. Esto lo interpreto como una naturalización casi telúrica de la selección que tiene por fin desligar o, al menos, reducir la responsabilidad que le cabe al historiador en esta selección ¿Te podrías extender sobre esto?

F. B.: Sí... es que hay diversas cosas de las que señalas que me parecen interesantes. Yo creo que eso de que la narración no solo organiza sino que interpreta tiene que ver con la selección pero, a la vez, también con una cuestión de filosofía de la acción. Es decir, toda acción soporta muy diversos tipos de descripciones y todas pueden ser verdaderas. Por ejemplo, al describir al autor de El Quijote en el siglo XVI y describirlo en el XX pueden darse dos relatos igual de verdaderos, pero, quien narra su historia en el siglo XX describe las acciones a la luz de lo que ha ocurrido con posterioridad. Por tanto, las acciones pueden ser descritas en pasado, en presente... Por lo cual la narración tiene la virtud de interpretar no sólo subjetivamente –en un sentido de “quien narra”– sino que, con posterioridad, podemos aplicar todo un conjunto de descripciones que un testimonio de los hechos no podría haber dado. El ejemplo que pone Danto, ya que lo citabas, es que “Aristarco anticipó en el año 270 la teoría que publicó Copérnico en el 1543”. Esto sólo se puede decir para describir las acciones de Aristarco con posterioridad a Aristarco y a Copérnico. Claro está que Aristarco no podía describir su acción así.. Y a pesar que el testimonio directo no lo podía describir así, es tan verdadero como la narración que hace el historiador con posterioridad. Creo que lo expuesto es importante para darse cuenta de que dependiendo de qué descripciones de las acciones elijamos, estamos dando un hilo de sentido u otro.

El tema de la selección es interesante no sólo por los incendios, sino porque, también, hay que acordarse de aquel texto que es, me parece, de La Arqueología del Saber, aunque también de aquel otro más reciente de Peter Burke que se titula Visto y no Visto, en que aborda la iconografía como documento. Y es que cabe cuestionar, en buena medida, ¿qué es un documento? No es algo que se pueda tomar a partir de la base de que es algo que está catalogado como documento. Necesita algo así como una revisión crítica no solo de autenticidad sino que, muchas veces, los documentos son manifestaciones de actitudes políticas de la época en que uno estudia –igual que los monumentos– han sido dejados para la posterioridad y por parte de los vencedores. Pues, hay una selección sobre cuáles son los acontecimientos que se narran pero, también, cuáles son los instrumentos y los documentos que se toman como fuente de verdad para estos mismos hechos. Pues yo creo que en la selección están los hechos como los recursos que tienen que ver con estos hechos.

Y luego esta cuestión de la cronología, para la cual me parece fantástico el ejemplo de Hobsbawn, cuando habla del “siglo corto”. Y es lo mismo que ya decía Herder, acerca de que los siglos eran una mala medida, que la cronología cuantitativa no permitía decir lo cualitativo. Entonces, a Hobsbawn cuando hace su Historia del Siglo XX ya no le valen los cien años, sino que tiene que empezar al final de la primera guerra mundial y clausurar el siglo en 1989. Es decir, en esto también hay algo que tiene que ver con decisiones que toma el historiador, que ya no es seguir la cronología en el sentido clásico de que el tiempo histórico se adecue a las medidas del tiempo que hemos tomado. Y creo que era el mismo Kant quien se quejaba de la cronología...

P.A: Pienso que la alusión a Hobsbawn es muy oportuna, porque –no sé si vas a estar de acuerdo conmigo– en la selección que hace el historiador, entre otras cosas, se está jugando su identidad...

F.B: Claro está... y sobre todo en ese libro.

P.A: Fina, para ir terminando y quizá sólo por los intereses de quien te entrevista. Finalmente ¿qué papel crees que le cabe a la categoría de sujeto en la producción historiográfica? Sé que no eres historiadora de profesión, pero te dedicas a la filosofía de la historia. Te pido que conserves esa distancia para saber qué vigencia o qué rectificación debe tener esta categoría para estar presente en la historiografía.

F.B: Yo creo que a pesar de todas las críticas a la noción de sujeto, la mayoría de ellas atendibles, considero que es deseable mantener una cierta idea de subjetividad. Creo que sin una cierta noción de subjetividad no hay forma de hacer historia, aunque a veces merece la pena hacer la ficción de creer que uno puede interrogarse acerca de “¿quién es el sujeto de la historia?” Pero, a mí, las tesis de la historia sin sujeto me parecen tesis que acaban con la propia disciplina. La historia es una disciplina que hace frontera con la ciencia en tanto tiene una voluntad de verdad pero, al mismo tiempo, está cruzada por preguntas en torno al autoconocimiento de los individuos del presente. Hacemos historia porque, por alguna razón, nos importa nuestro propio pasado, sea el de la humanidad, sea el de nuestro país... si no, no habría manera de entender porqué cada nueva generación necesita rescribir una parte importante de la historia o buscar de quien se siente heredera. Por ello, me parece que el elemento de subjetividad es importante y que merece la pena plantearlo (subjetividad y no subjetivismo). Hay una dimensión importante en el rescate del pasado que tiene que ver con los intereses presentes –se entienda esto como se entienda– sea por buscar antecedentes que sintonizan con nuestros problemas, sea por un mero interés por lo que fue el pasado de la humanidad; pero es el pasado de la humanidad, no el pasado de la tierra. Este último también nos interesa, pero nos interesa por otras razones. Y seguramente, por lo que llevamos hablando, a pesar de que la historia sea una disciplina que se pretende “imparcial” –u objetiva– está cruzada por cuestiones concernientes a la identidad colectiva y al presente político, por tanto, no hay que obviar el elemento de subjetividad.

Yo diría que una historia narrativa da la pista de cuál es el concepto de subjetividad que es más propio, qué es este sujeto que emerge de este gesto de hacer historia, del gesto de narrar hacia atrás...

P.A: Sería difícil precisar si el sujeto preexiste a la narración o si se constituye en la narración...

F.B: No sé si se constituye, pero al menos emerge, se muestra. Y el sujeto que empieza a investigar, seguramente, no es el mismo que, finalmente, se muestra en la narración.

P.A: Es un bonito final de conversación y a la vez, deja algo pendiente para retomarlo luego. Muchas gracias.

 

NOTAS

1 En el marco de la actividad académica aludida, compartió la mesa de ponentes con los profesores chilenos Fernando Longás, Jorge Acevedo y Mauricio Schiavetti. Personalmente guardo una enorme gratitud con la profesora Birulés, quien compartió conmigo, pese a su apretada agenda, muchas otras instancias de conversación que incluyeron clarificadoras indicaciones acerca de temas relacionados con la Filosofía de la Historia.

2 Birulés, Fina. “¿Por qué debe haber alguien y no nadie?”. En Hannah Arendt. 1997. Qué es la política. Barcelona: Paidós. 9-40.

3 Traverso, Enzo. 2002. “La memoria de Auschwitz y del comunismo. El uso público de la historia”. En Revista Memoria, N° 166. http://www.memoria.mx

4 Ricoeur, Paul. 1999. “Filosofía y lenguaje”. En Historia y narratividad. Barcelona: Paidós. 41-67.

5 Sazbón, José. 2001.“La devaluación formalista de la Historia”. En Historia y Sentido. Exploraciones en teoría historiográfica. Buenos Aires: Ediciones El Cielo por Asalto.79-86.

6 Birulés, Fina.1989. “Introducción”. En Arthur Danto. Historia y narración. Ensayos de filosofía analítica de la historia. Barcelona: Paidós. 9-27.

 

BIBLIOGRAFIA

1.- Obras de Hannah Arendt publicadas en español:

1967. Sobre la revolución. Madrid: Revista de Occidente.

1990. Hombres en tiempos de oscuridad. Barcelona: Gedisa.

1993. La Condición humana. Barcelona: Paidós.

1995. De la historia a la acción. Barcelona: Paidós.

1997. ¿Qué es la política? Barcelona: Paidós.

1997. Filosofía y Política. Besatari:

1998. Crisis de la República. Madrid: Taurus.

1998. Los orígenes del totalitarismo. Buenos Aires: Taurus.

2000. Correspondencia 1925-1975 y otros documentos de lo legado. Madrid: Herder.

2000. Rahel Varnhagen: la vida de una mujer judía. Madrid: Lumen.

2002. Tiempos presentes. Barcelona: Gedisa.

2002. La vida del espíritu. Buenos Aires: Paidós.

2003. Conferencias sobre la filosofía política de Kant. Barcelona: Paidós,

2003. Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Madrid: Península.

2003. Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal. Madrid: Lumen.

2004. La tradición oculta.. Barcelona: Paidós.

2005. Una revisión de la historia judía y otros ensayos. Barcelona: Paidós.

2.- Textos de Fina Birulés sobre Hannah Arendt, o relacionados con su obra:

2.1.- Como editora

1992. Filosofía y Género. Identidades femeninas. Pamplona: Pamiela.

1995. En torno a Hannah Arendt. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.

1997. “Hannah Arendt: pensar la experiencia política del siglo”. Archipiélago, N° 30 (número especial). Otoño.

2000. Hannah Arendt. El orgullo de pensar. Barcelona: Gedisa.

2.2.- Artículos y participación en libros:

1992. “Ritrovarsi nel mondo”, en Società degli individui, Nº 2, Parma.

1993. “Micrologías: ¿auge del individuo o muerte del sujeto?”, en Cruz, Manuel (comp.), Individuo, modernidad, historia. Barcelona: Tecnos.

1994. “Poética y política: Hannah Arendt” en Vol. Col. Hannah Arendt. La política tra natatalità e mortalità. Milán: Franco Angeli Libri.

1995. “La especificidad de lo político: Hannah Arendt”, en Eutopías 2da Época, Vol. 89. Valencia: Episteme.

1996. “Del sujeto a la subjetividad” en Cruz, Manuel (comp). Tiempo de Subjetividad. Barcelona: Paidós.

1997. “¿Por qué debe haber alguien y no nadie?”, Introducción a Hannah Arendt, ¿Qué es la política? Barcelona: Paidós.

1999. “Responsabilidad política. Reflexiones en torno a la acción y a la memoria” en Cruz, Manuel y Aramayo, Roberto (coords.). El reparto de la acción. Ensayos en torno a la responsabilidad. Madrid: Trotta.

 

Correspondencia a:
Avenida España Nº 1680. Edificio E, 5º piso.
pablo.aravena@usm.cl

 

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License