Teología y Vida nació en 1960 en el seno de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Se visualizó como una plataforma de divulgación teológica para abordar disciplinariamente temas de interés pastoral con los métodos propios de una disciplina científica. Su mentor y primer director, el profesor Marcos McGrath (1924-2000), perfiló juiciosamente su finalidad como un espacio académico-pastoral para “poner la teología tradicional y moderna de la Iglesia a disposición de los líderes católicos, seglares, clero y religiosos”. La revista se inscribió en un programa de renovación más amplio, que McGrath, respirando el evento conciliar, visualizaba con claridad meridiana.
Después de cinco años de enseñar en la facultad, Marcos McGrath fue elegido decano. Conocía muy bien las tareas de mejora en su estructuración interna, en su tarea eclesial, social y académica. El anuncio del papa Juan XXIII de la convocación a un Concilio Ecuménico (25 de enero de 1959) marcaba pauta en la dirección de acoger preguntas e impulsar cambios. En menos de dos años de decanato, McGrath gestionó el fortalecimiento de la planta académica, mejoras sustantivas en curricula, biblioteca, extensión y en las publicaciones. En este campo de las publicaciones la institución contaba con Anales de la Facultad de Teología, Serie monográfica creada por el jesuita Gustavo Weigel en 1940, como una plataforma de socialización del trabajo teológico local1. Con veinte años de trayectoria, Anales había demostrado además servir para el desempeño docente, aunque por su orientación estaba circunscrita casi exclusivamente dentro de los márgenes institucionales y nacionales.
Es en ese vacío donde incursiona McGrath, advirtiendo una oportunidad. La amplia itinerancia académica lo hacía buen conocedor, no solo del ambiente anglosajón americano sino además de diversas escuelas europeas donde la difusión del pensamiento teológico en las décadas precedentes se había instalado con recurso a revistas asociadas a Centros de Investigación y de Educación Teológica. Su propia disertación doctoral da cuenta de ello2. Acá se asienta una de las intuiciones más notables de McGrath, con frutos inmediatos y prospectivos, cuando lanzó la idea de crear una revista institucional de carácter teológico-pastoral.
Revisando los hechos, advertimos que esa idea fue propuesta ya en 1958 y, por la excelente recepción, le fue inmediatamente encargado elaborar una propuesta concreta de contenido para ser deliberada3. En una intervención contemporánea, en Consejo Académico, señala McGrath que se trataría de una “revista de la Facultad dirigida a la información y formación teológica y pastoral del clero, religiosos y seglares más unidos a la vida de la Iglesia”4. Se recogía en la propuesta la inquietud sobre la tarea ineludible de la Facultad de Teología en la formación permanente del clero y de la membresía eclesial más activa. Esta hebra se tirará en los años siguientes sirviéndose de las relaciones conciliares. En excelente ejemplo son los ciclos de conferencias, tanto para el clero como para el laicado, que contaron con algunos de los mejores teólogos de la época: René Laurentin, Maurice Villain e Yves Congar. Con su presencia e intervenciones se abordaron las materias de renovación de la mariología (y los problemas conciliares); el movimiento ecuménico en sus fundamentos históricos y teológicos; y la evolución de la eclesiología, respectivamente5.
En la vinculación con el medio, la Facultad resentía la ausencia de estrategias colectivas y de un ideal común. Ramón Echániz S.J., decano predecesor de McGrath, deslindaba un severo juicio: “Hoy día la Facultad de Teología carece de prestigio en el alumnado, en el clero y en todos los círculos de valor intelectual y religioso”6, moviendo estrategias de irradiación pública. McGrath compartía su diagnóstico. Es bien notorio el espíritu de renovación institucional desde el inicio de su decanatura. La sesión de Consejo del 12 de junio de 1959 es ya presidida por McGrath7, donde inicia un camino de reforma de la Facultad para que ésta “se eleve a un nivel auténticamente universitario”8, lo que incluía también su proyecto de revista. Armó una jornada extraordinaria de académicos que se llevaría a cabo tres semanas más tarde9; la urgencia parecía predecir el tiempo breve de su decanatura. Aquella jornada del 6 de julio de 1959 fue programática. McGrath apuntaba a un rediseño de la facultad en sus bases. Ello lo condujo a proponer el discernimiento de los “artículos más importantes de los Estatutos de la Facultad, con la intención de recordar sus fines y hacer un examen de su realidad actual”10, los números relativos a curricula y a biblioteca, porque la cualificación científica y pastoral pasaba por la estandarización de sus recursos bibliográficos, donde la contribución local era indispensable. Esta era una de las materias más deficitarias, lo que se palpa notoriamente en la inquietud manifestada por McGrath a Manuel Larraín, a quien pide ayuda para la gestión de recursos en la adquisición de material, “ya que el compromiso con la alta calidad científica se ve afectado por la falta de circulación de literatura teológica”, nutrida por la casi nula colaboración internacional y la ausencia de programas actualizados de vinculación con el medio11. Dentro de este movimiento hacia una presencia pública más significativa de la facultad, en la decanatura de McGrath, además de la revista, se creó el Instituto Superior de Teología para Religiosas (ISTRE)12, con el objetivo de abrir la teología al más amplio sector eclesial.
La implementación de este programa urgió aún más la creación de la revista. Se precisaba de un espacio de divulgación teológica que –en palabras de McGrath– se hiciera cargo de “los problemas de interés particular de este país”, porque el desarrollo de una teología más contextual tenía que responsabilizarse de la histórica negligencia “de los aspectos teológicos del apostolado diario […]”. Para McGrath, “nuestros mejores apologetas suelen ser laicos; hecho que señala cierta deficiencia de formación o de orientación del clero”13, deficiencia que sería subsanada con la producción teológica bien nutrida de las preguntas contextuales. La relación Iglesia-teología-arena pública movió su política académica, le dolía la “poca productividad e influencia exterior que ha tenido hasta la fecha la Facultad de Teología”, a pesar del perfil fundacional y del lugar en el que se ha situado dentro de ésta, una Universidad católica. McGrath acumulaba una amplia experiencia acerca de la relación teología y universidad. Su diagnóstico es lapidario. A su modo de ver, la facultad, “en vez de ser un centro de irradiación y orientación teológica en la Universidad y a través de ella del país, se ha limitado a su trabajo interino de preparar a sus propios alumnos” y en esa limitación, se había reducido la misión eclesial y social de la facultad. El impacto era intra-y extra-universitario, McGrath estaba convencido de que, cumpliendo los propósitos, se “podría y debería contribuir mucho al mejoramiento de la predicación y de la instrucción religiosa a través del país, como también directa e indirectamente en todos los aspectos de la vida y apostolado de la Iglesia en Chile”.
La creación de una revista era parte de una agenda de compromisos concatenados, tener ese espacio divulgativo requería recursos humanos a la altura (contratación de buenos profesores), que en el cruce de la docencia y la investigación nutrieran sus resultados en propuestas de divulgación científica, dentro de estas coordenadas:
1. Un planteamiento más teológico y escriturístico a la base de todo. Para esto existe la facultad de teología. 2. Una visión más amplia de los problemas pastorales y sociales 3. Mayor facilidad de trabajo de redacción […] así la revista sería el medio anhelado para la vitalización de la facultad de teología en cuanto a su debida irradiación en la Iglesia de Chile14.
La orientación teológica-pastoral admitía interpretaciones variadas. De hecho, en pleno proceso de diseño, en octubre de 1958, se reunió McGrath en el Seminario Pontificio Mayor de Santiago con el Rector del Seminario y los profesores Hourton y Ariztía, quienes editaban en ese momento la revista Pastoral Popular. Esto muestra la intención de explorar alternativas dentro de los registros existentes. La idea de una revista propia en colaboración lucía muy bien, pero al evaluar las implicancias de una tal sinergia, se definen mejor los perfiles de cada uno de los dos proyectos y Pastoral Popular renueva su horizonte práctico-social. McGrath buscaba, en cambio, que la revista de la facultad de teología tuviese un claro enfoque teológico-científico, él visualiza a una “revista de divulgación teológica para evitar el peligro de superficialidad junto con el de la limitación de su interés a una parte del clero solamente”: cientificidad y pastoralidad15 serán las dos improntas.
El rector de la universidad comprometió recursos económicos para financiar los primeros números del año de lanzamiento, condición de posibilidad para materializar el proyecto16. Se decidió una frecuencia de cuatro veces al año17 incluyendo una sección de recensiones, liturgiapastoral, crónica eclesiástica y su corazón se situaría en la sección de trabajos originales con variados temas; los que resulten de “interés pastoral estudiando seriamente sus fundamentos teológicos”18. La pastoralidad era un criterio fundamental que había que proteger en la propuesta temática, variada y amplia, con atención constante a las preguntas del entorno eclesial y social amplio. Por esta razón la revista fue llamada Teología y Vida.
Para identificar las preguntas del entorno eclesial, el salesiano Egidio Viganó propuso realizar un sondeo dentro de una representación significativa de diversos actores y actrices de la membresía eclesial: presbíteros, religiosos y religiosas y líderes de movimientos laicales, para trazar con precisión el “hambre teológica de los lectores”19. El público amplio era el horizonte, McGrath preparó una Circular de consulta en junio de 1959, de amplia difusión en círculos eclesiales. Allí sinceraba el deseo de poner a disposición la teología tradicional y moderna a las preguntas locales contemporáneas. Las respuestas institucionales e individuales no se dejaron esperar, fueron en su conjunto muy positivas20: los estudios bíblicos, el ecumenismo, la Iglesia en la sociedad actual, naturaleza y rol del laicado, el comunismo, el sentido de la auténtica moral cristiana, el ateísmo, la Iglesia y educación/Estado, la tolerancia, sociología religiosa, la liturgia, la psicología pastoral, se cuentan entre los temas de interés21.
Son de hecho, materias de la agenda que establecerá el Concilio Vaticano II poco más tarde, desde la consulta universal de Juan XXIII. Se respiraba ese espíritu de renovación más global, lo que en paralelo condujo a McGrath a propiciar la celebración de las primeras Jornadas Teológicas de la Facultad de Teología22, entre el 21 y el 23 de septiembre de 1959, en torno a un tema que había sido bastante marginal en el continente latinoamericano hasta la época: “El protestantismo”. Con los resultados de esas Jornadas, se retoma la serie Anales, interrumpida en 195023. Una referencia compendiada en la prestigiosa revista Irénikon –baluarte del movimiento ecuménico– registra el nivel y alcance de las once contribuciones publicadas en ese volumen, muy en sintonía con el talante del movimiento desde una óptica local24.
En el mismo horizonte, entre el 21 y el 23 de noviembre de 1959 se convocó la facultad de teología para enfocar la mirada al evento eclesial global: “Las consideraciones para el próximo Concilio Ecuménico desde el punto de vista chileno” frasearon el tema general, donde nuevamente la cuestión ecuménica jugó un rol central, abordando la unidad cristiana desde el protestantismo y las Iglesias de Oriente en Chile y Latinoamérica. El resultado dio origen al volumen 11 de Anales, en cuya ocasión McGrath visualiza las repercusiones del evento conciliar para la Iglesia en su conjunto y para América Latina en particular25. Su investigación doctoral dibuja el trazado entre el concilio de 1870 y el actual. A su parecer, entre el Vaticano I y el II se han “acumulado ante la Iglesia muchísimos problemas tanto doctrinales como disciplinares” que el concilio será capaz de abordar en la perspectiva ecuménica y pastoral anunciada por Juan XXIII: naturaleza y misión social de la Iglesia, reunión de las Iglesias separadas, reforma del derecho canónico, en particular desde una renovada teología del laicado y de los métodos actuales de apostolado, las Iglesias del silencio, y una aproximación pertinente del materialismo cientista y del comunismo. Para estar a la altura de esa hora, McGrath urge a “conseguir las condiciones mínimas para crear una corriente activa y vital de teología”26, lo que vitalmente implica a esta facultad de teología en todas sus dimensiones, educación formal y vinculación con el medio. McGrath, sin embargo, aún piensa que la iniciativa de Juan XXIII culminará en “completar” lo inacabado del Vaticano I, lo que obedece a una determinada hermenéutica del proceso que fraguó doctrina. Su actividad académica y pastoral posterior dará cuenta de una re-comprensión de esa premisa interpretativa primigenia.
McGrath estaba sin duda empeñado en nivelar el quehacer teológico local –chileno y latinoamericano– a los estándares internacionales, especialmente europeos. Por ello, para impulsar las iniciativas tomadas, se dispone a incursionar en las formas de gestionar una academia teológica en diversas escuelas de teología27, para conocer el desarrollo de curricula, gestionar canjes con la recién fundada Teología y Vida, además de conseguir material indispensable para la biblioteca. Necesitaba impulsar la incorporación de académicos y obtener la aprobación de la Congregación de Seminarios y Universidades para la jerarquización de académicos de planta28. Su viaje permitió la socialización de la revista y posibilitó el arribo de dos belgas provenientes de la Facultad de Teología de Lovaina29. Como correlato de las Jornadas y de estas gestiones, se elabora en la facultad un proyecto de Centro de Estudios sobre Protestantismo y de Difusión del Ecumenismo Católico30, vinculando a la facultad con la Conferencia Episcopal de Chile y con el Consejo Episcopal Latinoamericano31.
Es en este renovado ambiente que llega a puerto la iniciativa de publicaciones, con la promulgación del decreto que oficializa Teología y Vida el 23 de diciembre de 195932. El diseño de la carátula corresponde al destacado artista chileno Claudio Di Girolamo33.
McGrath abre la publicación interrogando a la audiencia con la quaestio inicial de la Summa del Aquinate: ¿Qué es la teología?34. Utilizando las mediaciones de una fecunda teología francófona de la época: Congar, Journet, Garrigou-Lagrange y Daniélou, y las ganancias pre-conciliares en patrística y Escritura, McGrath establece que el oficio de la teología requiere mediar con pertinencia la fe y sus referentes con la historia, premisa que interpela su análisis donde –a su juicio– la teología católica “en muchos círculos, no solo no eleva e informa el pensamiento y la vida, sino que es extraña, desconocida y, a menudo, despreciada”. La valoración cultural de la teología se juega en cuanto reflexiona críticamente “los problemas diarios con mente y criterios cristianos”. Así McGrath le imprime a la revista su peculiar carácter: “hay que poner la teología en grado sapiencial. En este sentido, todo cristiano necesita ser teólogo. De ser viva su fe será una fe teologal”. La teología de escuela despliega la sabiduría creyente35, en el marco de una tradición interpretada en el devenir histórico, con el recurso y en diálogo con otras ciencias36.
McGrath es nombrado obispo auxiliar de Ciudad de Panamá, dejando Chile de manera abrupta en enero de 1962. Como padre conciliar, participó activamente en todas las sesiones del Concilio, teniendo una particular influencia en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes37. Su ministerio episcopal en Panamá, primero como auxiliar y luego como obispo de Santiago de Veraguas y Arzobispo de Ciudad de Panamá, tuvo un altísimo impacto social y eclesial en el continente. Recibió, entre los 60 y 90, siete doctorados honoris causa, en Europa, Estados Unidos y América Latina38.
En la interrupción de su decanato por el nombramiento episcopal, en 1961, McGrath presentó un informe al Honorable Consejo Superior de la Universidad donde refuerza sus ideas sobre aquello que constituye el núcleo del quehacer teológico y, por tanto, de la misión de la facultad y de sus recursos:
Es necesario mostrar la importancia de la teología no solo para el sacerdote, sino también la vida intelectual y pastoral de los católicos, dentro y fuera de la Universidad. Se trata de hacer teología y formar teólogos. Recibir y solo repetir la teología hecha de textos y revistas europeas sería paralizar el último dínamo de nuestra fe y nos llevaría a medidas pastorales extraviadas. La Facultad debe ser el órgano pensante de la fe para la Iglesia en Chile39.
Las cuestiones pastorales locales y las preguntas reales obligan a no caer en la repetición estéril de discursos teológicos pronunciados frente a otras realidades, riesgo permanente de la teología. “Ser un órgano pensante de la fe para la Iglesia en Chile” compromete a la Facultad y a su revista en dos irrenunciables niveles: colaborar disciplinariamente, de manera activa en el proceso actual de reformas sociales nacionales y latinoamericanas y desplegar un quehacer teológico significativo en contexto de crisis eclesial global. McGrath insistió en que la Facultad, sus programas y sus recursos de divulgación deben responder al presente siempre cambiante. Propuesta en la que profundizará con ahinco desde el ministerio episcopal40. El aniversario número sesenta de Teología y Vida se enmarca en contexto de transformaciones eclesiales y sociales de relieve, una ocasión privilegiada para impulsar su más genuina vocación.