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Alpha (Osorno)

On-line version ISSN 0718-2201

Alpha  no.39 Osorno Dec. 2014

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012014000200012 

ARTÍCULO

 

HANNAH ARENDT Y LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN. UNA IMAGEN DEL INFIERNO1

Hannah Arendt and concentration camps. An image of hell

 

Mariela Cecilia Avila*

Universidad de Santiago de Chile, Instituto de Estudios Avanzados, Santiago, Chile.

Dirección para correspondencia


Resumen

El presente artículo da cuenta de la reflexión de Hannah Arendt sobre los campos de concentración y exterminio de la Segunda Guerra Mundial, a los que considera la principal institución del poder organizado. Su análisis gira en torno a los campos como espacios en los que se experimenta con la vida de los hombres y donde se demuestra, a su vez, que todo es posible. Este artículo pone el acento en la mirada filosófica de la autora, que vislumbra estos espacios de excepción como la aniquilación del ejercicio político a partir del quiebre de la esfera pública.

Palabras clave: Campo de concentración, H. Arendt, Filosofía política, Totalitarismo.


Abstract

This article deals with Hannah Arendt´s work on Second World War concentration and extermination camps, which she considers the main institution of organized power. Her analysis focuses on concentration camps as life-size experiments on human beings’ lives, whereby it is made clear that anything can happen. This article highlights the author’s philosophical perspective on this subject, which presents these spaces of exception as involving a hiatus in the public sphere and therefore annihilating the possibility of political practice.

Key words: Concentration camp, H. Arendt, Political philosophy, Totalitarianism.


 

INTRODUCCIÓN

El interés de Hannah Arendt en relación con los campos de concentración y exterminio nazis2, forma parte de su indagación en torno al totalitarismo como una nueva forma de gobierno. En efecto, la reflexión arendtiana sobre los campos de concentración3 es parte de un análisis mayor, que intenta —según sus propias palabras— comprender el fenómeno político que instala el totalitarismo.

La autora señala que esta forma de organización política ha irrumpido en la vida de los hombres, dando cuenta de una novedad absoluta, que ha arrasado con las herramientas epistemológicas y morales tradicionales que antaño posibilitaban el análisis y la comprensión de los sucesos. Ante este acontecimiento de singulares características, Arendt se concentra en tratar de analizarlo, sin embargo, se hace necesario el abandono de las categorías tradicionales, pues reconoce que ya no son suficientes para abarcarlo. Esta reflexión le permite asumir los desafíos de una comprensión que ha quedado diezmada a partir de esta inesperada configuración política, fruto de una cristalización histórica y política particular. No obstante, la autora remarca que la novedad totalitaria no sólo se sitúa a un nivel político, sino que provoca una reconfiguración del resto de los ámbitos de la vida de los hombres, es decir, que se inmiscuye también en su vida privada.

EL TOTALITARISMO Y SU INSTITUCIÓN: LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

Para comenzar, podríamos decir que el totalitarismo hace su irrupción en un mundo cuyas formas de organización política parecían ser absolutamente reconocidas, e incluso parecían sucederse unas a otras con naturalidad4. Entonces, la aparición de esta nueva forma de gobierno produce un quiebre en el modo en que se entiende la política, tanto desde sus aspectos teóricos como prácticos. En efecto, este movimiento se inmiscuye en la esfera que Arendt caracteriza como pública —el espacio en el que los hombres se comunican entre sí y pueden desarrollar un ejercicio político en conjunto—, pero se introduce también en el ámbito de las relaciones privadas de los sujetos, afectando sus espacios personales. Creemos entonces, que un punto de particular importancia en la reflexión de Arendt sobre el totalitarismo reside en develar que no sólo es el espacio político el que se ve trastocado con el surgimiento de este movimiento, sino que también la esfera privada de los sujetos sufre sus consecuencias al quedar aislada ante un terror y una violencia sin precedentes.

En una conferencia que dicta en el año 1954 denominada La nature du totalitarisme5 en la New School of Social Research, Arendt analiza la esencia y el principio del totalitarismo, reforzando su hipótesis sobre la total novedad de esta forma de gobierno. En efecto, comparar esta organización con el resto de las formas de organización políticas conocidas hasta el momento, le permite demostrar su absoluta novedad. Arendt indica que la esencia del totalitarismo reside en el terror, que sobrepasa con creces el simple temor, pues se dirige a víctimas completamente inocentes y señala, a su vez, que su motor de acción lo constituye la ideología apoyada en las leyes inmutables de la naturaleza. Así, la combinación de terror e ideología toma forma en un movimiento cuya principal institución son los campos de concentración. Para la autora, el campo de concentración ocupa un lugar primordial al interior de las prácticas totalitarias, ya que, en tanto espacio de excepción6, permite la continuidad del gobierno totalitario en el poder. En un artículo del año 1950 dedicado al análisis de los campos de concentración, Arendt los caracteriza de la siguiente manera:

 

Este artículo sostiene que la institución de los campos de concentración y de exterminio —es decir, tanto las condiciones sociales vigentes al interior del campo como su función en el aparato más vasto de terror propio de los regímenes totalitarios— podría muy bien ser ese fenómeno inesperado, ese escollo en la vía de una comprensión adecuada de la política y de la sociedad contemporánea (Les techniques, 203 trad. mía)





 


De este modo, para Arendt, los campos de concentración se constituyen en el escollo que impide una correcta comprensión, no solo de este periodo histórico particular, sino de la política actual. Por este motivo pretende dedicar a estos espacios de excepción una investigación completa, el Proyecto de investigación sobre los campos de concentración del año 1948, que lamentablemente no es financiada. Si bien el proyecto es rechazado por las dos revistas a las que fue enviado por falta de fondos, su formulación muestra el hilo metodológico que la autora pensaba seguir, y que luego puede apreciarse en la última parte de Los orígenes del totalitarismo. La última parte de su más célebre escrito sobre el totalitarismo está dedicada completamente a esta nueva forma de gobierno, y es donde cobra nitidez la figura de los campos de concentración, a los que la autora llama laboratorios de la dominación total. Este nombre no es casual, pues da cuenta de verdadero fin de estos espacios: experimentar con la humanidad de los hombres. Así, el análisis de Arendt busca mostrar cómo en los campos se puede experimentar con la vida de los hombres al punto de, en situaciones extremas, expulsar de ella todo rasgo de humanidad.

Desde esta perspectiva podemos decir que el trabajo arendtiano es uno de los primeros que propone un análisis filosófico y crítico sobre el totalitarismo de manera general, y sobre los campos de concentración de modo particular. Si bien en los años que la autora escribe Los orígenes del totalitarismo (1944-1949) comienzan a aparecer numerosos escritos sobre este tema, la mayoría de ellos tiene un carácter testimonial. La reflexión arendtiana da cuenta de un profundo análisis crítico que muestra el modo en que se relacionan los hombres con esta nueva forma de gobierno, que no solo aniquila su figura jurídica, su moralidad y su personalidad, sino que busca también alterar su humanidad.

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN: DIFERENCIAS Y SIMILITUDES

En el proyecto de investigación sobre los campos de concentración que Arendt no alcanza a desarrollar, se presenta una suerte de análisis genealógico de esta institución, donde muestra que los campos no son un invento del nazismo, sino que es posible encontrarlos ya en el siglo XIX. Efectivamente, según Arendt7, la implementación de estos dispositivos se registra por vez primera durante la guerra de los Bóeres en África, en el último cuarto del siglo XIX8. Si bien ambas instituciones son espacios concentracionarios, para la autora es posible encontrar ciertas diferencias entre ellos. De este modo los campos nazis presentan una serie de características que es imposible encontrar en los campos africanos, como por ejemplo, el papel del trabajo. En los campos sudafricanos se hace uso de la fuerza de trabajo de los deportados, mientras que en los Lager, según Arendt, no es frecuente el uso de prisioneros para obtener rédito económico, incluso sus tareas son en la mayoría de los casos inútiles, ya que su fin es la completa desmoralización9.

 

La inverosimilitud de los horrores está estrechamente ligada a su inutilidad económica. Los nazis condujeron esta inutilidad hasta el grado de una franca antiutilidad cuando, en plena guerra, a pesar de la escasez de materiales de construcción y de material rodante, establecieron enormes y costosas fábricas de exterminio y transportaron a millones de personas de un lado a otro (661).






Si bien los Lager llevan a extremo su antiutilidad, Arendt reconoce que estos espacios tienen una productividad particular, cuyo fin es mantener en movimiento la gran maquinaria que son los campos de concentración y exterminio. Entonces, el carácter productivo de estos espacios se centra, principalmente, en la experimentación con la vida de los sujetos. Es decir, la mayor productividad dentro de los campos radica primero en asesinar a los deportados de diferentes maneras, y luego en borrar las huellas de lo acontecido: en eliminar los restos y rastros de la barbarie. De este modo, es posible ver que la productividad del campo es una suerte de autoproductividad, ya que su fin es la alimentación de su propia estructura.

El trabajo y la productividad son elementos fundamentales para mostrar las diferencias entre los campos de concentración, sin embargo, para Arendt la diferencia principal dice relación con el trato que reciben los prisioneros. Para evidenciar esto indica que los campos africanos se constituyen como un espacio para refugiados, sin embargo, y debido a un cambio de leyes del gobierno británico, estos espacios pasan a convertirse en campos de concentración. A partir de este momento los prisioneros son abandonados a su suerte y no tienen ya ningún tipo de respaldo, por lo que la mayoría de ellos muere por inanición. Ahora bien, en los Lager nazis se observa otra situación, puesto que estos espacios desde su gestación (antes de la Segunda Guerra Mundial) tenían como fin el aislamiento de prisioneros. No obstante, en su etapa de mayor violencia —desde el año 1939 y hasta el término de la Solución final— se lleva a cabo una serialización de la muerte, que da cuenta de la existencia de un plan previamente establecido. De esta manera, el hecho de que estos espacios actúen como una maquinaria cuyo producto es la muerte, da al Lager nazi una particularidad que se encuentra ausente en las demás formas concentracionarias. En este sentido, dice Manuel Reyes Mate: “Lo que llama la atención en la organización de los campos de exterminio no es la técnica empleada (…), ni la organización del campo (…), sino la frialdad con la que la fábrica es destinada a producir muerte en vez de tornillos”. (124-125)

En Los orígenes del totalitarismo, Arendt parece confirmar estas particularidades del Lager al dividir los campos de concentración según sus fines en Hades, Purgatorio e Infierno. Teniendo en cuenta esta distinción, sería posible situar los campos de concentración africanos en sus inicios dentro de la categoría de Hades, pues estas instituciones se caracterizan por ser un espacio que tiene por finalidad el concentrar y aislar a personas consideradas superfluas e indeseables por el gobierno. Estos campos son pretotalitarios, y sus técnicas pueden ser consideradas relativamente suaves en comparación a los campos de la etapa totalitaria.

En un segundo momento, Arendt llama Purgatorio a estos espacios ¯en este grupo podríamos situar a los campos de concentración africanos en su etapa más álgida, y también los gulags rusos¯ y los caracteriza por su combinación entre la detención y el trabajo forzado. Dentro del Purgatorio se hace uso de la fuerza de los detenidos, a fin de obtener algún tipo de rédito económico de su trabajo.

La última categoría es llamada Infierno por Arendt, y en ella se encuentran los Lager nazis. Según la autora, estos dispositivos son organizados con la finalidad de experimentar con la vida de los prisioneros y de otorgarles el mayor tormento posible, sin obtener ningún tipo de beneficio económico. Es aquí donde se produce la muerte de los hombres: “En el marco del terror totalitario los campos de exterminio aparecieron como la forma paroxística de los campos de concentración” (Les techniques, 207, trad. mía).

Así, Arendt muestra que la maquinaria de la muerte que son los campos de concentración se encuentra ausente en las formas de gobierno conocidas con anterioridad en la historia, y es la que brinda al totalitarismo su carácter de total novedad.10 Esta gran maquinaria experimenta con la humanidad de los hombres hasta tornarlos superfluos para truncar toda posibilidad de rebelión y novedad, pues solo en un ámbito de libertad y de pluralidad los hombres pueden concertar políticamente entre sí y crear algo nuevo.

EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN NAZI “TODO ES POSIBLE”: EL LUGAR DONDE LOS HOMBRES SE VUELVEN SUPERFLUOS

El clima de irrealidad que reina tanto dentro como fuera de los campos de concentración provoca un efecto de opacidad sobre el hecho de que en estos espacios se experimenta con la vida y la muerte. Allí todo se vuelve posible, incluso lo que sobrepasa el entendimiento común. Esta atmósfera de irrealidad, ligada a la inutilidad imperante en los campos de concentración, parece poner de manifiesto una falta de organización que, en realidad, es solo aparente. En estos espacios de excepción la tortura y la muerte se entrecruzan y se convierten en moneda corriente. En este sentido dice Arendt:

 

El resultado es que se ha establecido un lugar donde los hombres pueden ser torturados y asesinados y, sin embargo, ni los atormentadores ni los atormentados, y menos aún los que se hallan fuera pueden ser conscientes de que lo que está sucediendo es algo más que un cruel juego o un sueño absurdo (Los orígenes, 663).





De este modo, los experimentos con la vida y la muerte de los hombres que ocurren en los campos de concentración ponen de manifiesto que el poder del hombre es mayor de lo que se hubiera podido llegar a pensar. Es así como las vejaciones y torturas no son casuales ni azarosas, sino que siguen el plan de erradicar los rasgos humanos de algunos hombres, hasta tornarlos superfluos. En este contexto, el espacio público, como el ámbito en el que los hombres pueden dialogar y manifestar sus diferencias busca ser abolido. Miguel Abensour, siguiendo a Arendt, caracteriza esta esfera como el espacio que hay entre los hombres, que los une y separa a la vez, y que posibilita el diálogo y la discusión en un ámbito de libertad: “(…) política y libertad están indisociablemente unidas” (141, trad. mía).

Entonces, para que la nación totalitaria alcance su meta de conquista global es necesario que el conjunto de la población esté integrada por sujetos unificados que no presenten resistencia, ni sean capaces de crear algo nuevo. Para lograr esto se debe erradicar la libertad y la pluralidad que existe entre los hombres, que es lo que los hace diversos, pero a la vez iguales. Así, el movimiento totalitario —mediante la ideología y el terror— se encarga de extirpar toda posibilidad de diálogo y de interrelación entre los individuos, incluso entre los hombres que habitan fuera del campo. Esto lo logra mediante el aprisionamiento de todos los hombres con un anillo de hierro, que los asfixia y les quita el espacio vital que hay entre ellos. El fin de eliminar este espacio es aniquilar la posibilidad de diálogo y acción que pueden desarrollar los individuos en la libertad de la esfera pública.

En este proceso de deshumanización, que conlleva a una completa despolitización de los hombres, una de las principales finalidades del movimiento totalitario es la eliminación de la espontaneidad. Para ello, millones de deportados son sometidos a condiciones de vida extremas, en las que no solo su cuerpo es degradado, sino también su intimidad y su personalidad. Este es el contexto propicio para aniquilar todo atisbo de espontaneidad y de novedad que, en última instancia, podría conducir a un cambio político que pondría en peligro la continuidad del movimiento totalitario. En palabras de Arendt:

 

Los campos son concebidos no solo para exterminar a las personas y degradar a los seres humanos, sino también para servir a los fantásticos experimentos de eliminar bajo condiciones científicamente controladas a la misma espontaneidad como expresión del comportamiento humano y de transformar a la personalidad humana en una simple cosa, algo que ni siquiera son los animales… (Los orígenes, 653).






En el artículo del año 1946: La imagen del infierno, Arendt afirma que los individuos dentro del campo de exterminio no mueren en calidad de hombres, sino que lo hacen como bestias, ya que allí la vida es reducida al punto más extremo: su existencia orgánica. “Ellos no morían en calidad de individuos, es decir, de hombres y de mujeres (…)  sino que fueron reducidos al más pequeño denominador común de la vida orgánica” (152, mi trad.). Según Arendt, el extremar la existencia de los hombres hasta la vida orgánica lleva a los prisioneros a un plano de igualdad primera, que se constituye en el denominador común y que no establece ninguna clase de diferencia entre ellos. Esta igualdad monstruosa es la que coloca a los individuos en un nivel en el que ya no hay gestos de fraternidad, y es precisamente en esta pérdida de humanidad donde Arendt vislumbra la imagen del infierno.

EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN COMO EL LUGAR DEL NO LUGAR DE LA POLÍTICA

A esta igualdad primera —la vida orgánica— llegan los individuos cuando su espontaneidad y su personalidad han sido destruidas. Para Arendt, la espontaneidad y la personalidad son características tan propias del hombre que en condiciones normales no pueden ser arrebatadas, sin embargo, una de las tareas dentro de los laboratorios de la dominación total, consiste en experimentar con ellas hasta lograr su eliminación. Cuando los hombres se relacionan entre sí, afloran las diferencias y la pluralidad, ya que la personalidad —propia y única de cada individuo— es lo que lo hace diverso de los demás. La personalidad y la espontaneidad humanas están arraigadas en la vida misma, y permiten a los individuos diferenciarse y constituirse a partir de esas diferencias en un ámbito de libertad y diferencia, que es la esfera pública. Sin embargo, y como hemos indicado, el totalitarismo no solo actúa sobre el ámbito de lo público, sino que también se inmiscuye en la esfera privada, interfiriendo en las relaciones que los hombres mantienen entre sí. En este sentido dice María José López:

 

Hacer superficiales a los hombres consiste en relegar su propia existencia a una mera funcionalidad corporal, orientada a la sobrevivencia y el más absoluto aislamiento del mundo exterior y de los otros. En este sentido, la superficialización  de la que hablamos no solo supone la destrucción de lo público y de la comunidad, sino también, la disolución de lo privado, de la intimidad, del propio ser en el mundo (24).






El acto de quebrar toda pluralidad y de convertir a los hombres en un conjunto de reacciones vitales —en pura zoé— que ya no tiene sentimientos de humanidad, es una de las maneras de probar que efectivamente todo es posible, es decir, que no existen límites para el obrar humano. De este modo, uno de los pilares ideológicos del totalitarismo es la creencia de que nada puede detener la fuerza del movimiento de la naturaleza. En este contexto no solo se experimenta con la vida de los prisioneros, sino que también se cree ¯y se comprueba¯ que aquello que hace humano al hombre puede ser profanado y destruido.

Así, el campo de concentración actúa como la institución que respalda y brinda el espacio para experimentar con la vida humana. Sin embargo, estos experimentos no solo tienen que ver con las pruebas médicas11 que allí se realizan, sino que también guardan relación con la modificación de los límites entre la vida y la muerte, entre la humanidad y la no humanidad. En estos laboratorios se experimenta con la humanidad de los hombres, al punto de convertirlos en seres superfluos, en meras vidas naturales, en pura zoé en tanto animalidad, por contraposición al bios como una vida cualificada12. El fin de los gobiernos totalitarios es crear hombres superfluos que ya no puedan concertar libremente entre sí y, que por lo tanto, no puedan llevar a cabo un ejercicio verdaderamente político. Y aunque los campos de concentración son los espacios privilegiados para estos experimentos, el proyecto totalitario abarca a la humanidad entera, pues una humanidad deshumanizada no es capaz de oponer resistencia ante este plan de conquista global.

En este contexto de deshumanización ponemos en duda la posibilidad de una práctica verdaderamente política, ya que para Arendt, la esfera política se sitúa en el ámbito de lo público donde habitan hombres que son iguales, pero a la vez diferentes, y que mediante la acción y el discurso hacen de la política un asunto común. En un espacio de pluralidad y libertad, los hombres mediante su palabra pueden concertar políticamente, y actuar de acuerdo con ello. Al respecto dice Arendt:

 

Según esta autointerpretación, la esfera política surge de actuar juntos, de “compartir palabras y actos”. Así, la acción no solo tiene la más íntima relación con la parte pública del mundo común de todos nosotros, sino que es la única actividad que la constituye (La condición humana, 211).





Ahora bien, la pérdida de relaciones entre los hombres en la administración totalitaria evidencia el quiebre de la esfera pública. Esta situación deja tras de sí masas de hombres aislados, sin capacidad de concertar con otros hombres, lo que los va tornando cada vez más superfluos. Entonces, a partir de esto sería posible pensar que en los campos de concentración no solo se aniquila la humanidad de los hombres, sino que, a su vez, el verdadero ejercicio de la política es una víctima más de estos espacios de excepción.

A MODO DE CONCLUSIÓN

De esta manera creemos haber mostrado, a partir del trabajo de Arendt, las especificidades del totalitarismo y el rendimiento que presentan para el movimiento los campos de concentración. Lo que Arendt considera un verdadero ejercicio político queda fuera de esta novedosa forma de gobierno, ya que en estos espacios donde reina la excepción, es imposible una práctica política basada en la libertad y el diálogo. Por el contrario, toda posibilidad de palabra y de acción queda diezmada por un movimiento cuyo fin es la aniquilación de la humanidad. En este contexto, los hombres se vuelven superfluos y se convierten en sujetos incapaces de mantener relaciones humanas normales.

El comprender y mostrar el modo en que esta nueva forma de gobierno afecta las esferas pública y privada de los hombres se convirtió en una de las principales preocupaciones de Arendt en su reflexión sobre el totalitarismo. No obstante, y al contrario de algunos autores13 creemos que esta preocupación se encuentra aún presente en trabajos posteriores, aunque ello no esté directamente explicitado. Así, sostenemos que ella continuó reflexionando en torno a las consecuencias de los campos de concentración en La condición humana, pues allí muestra el quiebre que se produce al interior de la esfera pública, y la clara preponderancia del animal laborans, que implica la supremacía de la zoé sobre el bios. Este análisis muestra el triunfo de la saciedad de las necesidades de la vida natural por sobre la vida política, lo que evidencia una superfluidad y falta de juicio crecientes en detrimento del espacio público.

Ante este diagnóstico, cobran particular importancia las palabras de Arendt que advierten sobre la supervivencia de herramientas y prácticas totalitarias en gobiernos postotalitarios, ya que nos llevan a preguntarnos por el ejercicio político actual. Si pensamos junto a Agamben que los campos de concentración se han convertido en espacios metamorfoseados, esto debe llevarnos al menos a sospechar de las prácticas políticas actuales, y desde los parámetros de Arendt, a dudar de su autenticidad.

La reflexión crítica que Arendt presenta sobre los campos de concentración los trasciende, y se vuelve una útil herramienta para analizar las prácticas políticas de los gobiernos democráticos, en los cuales es posible observar, en muchos casos, una clara ausencia de palabra, acción y juicio. Esta situación evidencia que la creación de hombres superfluos no ha cesado con la desaparición de los Lager nazis, sino que por el contrario, sigue siendo una práctica corriente en nuestros gobiernos democráticos, que es necesario analizar críticamente para comprender y lograr un verdadero ejercicio político.

NOTAS

1 Trabajo realizado en el marco del Posdoctorado FONDECYT Proyecto N° 3140089: "Análisis filosófico de los campos de prisioneros del Cono Sur a partir de los aportes de Hannah Arendt y Giorgio Agamben".

2 En el presente artículo circunscribiremos el análisis al totalitarismo alemán y a los campos de concentración nazis.  Esta decisión metodológica es tomada a partir de los trabajos de Arendt donde queda en evidencia que su análisis se basa en el caso totalitario alemán, lo que, por otra parte, no es desconocido por ella. Al respecto dice Elizabeth Young-Bruehl: “Arendt era consciente de que su libro carecía de equilibrio. Planeaba pasar 1952 y 1953 escribiendo un estudio separado, bajo el título Los elementos marxistas del totalitarismo con el fin de enfocar el problema y proporcionar un nuevo análisis del mismo, el análisis de que su obra carecía”. (285)

3 Si bien los historiadores han llevado a cabo una distinción entre campos de detención, campos de concentración y campos de exterminio. En el presente artículo haremos uso de los conceptos que utiliza Arendt, quien habla de campos de concentración, y de campos de concentración y exterminio, sin establecer mayores diferencias históricas en su constitución. Para una mayor diferenciación de estas categorías en el análisis histórico (Agamben, 1996).

4 A esto parece referirse Fina Birulés cuando comenta sobre la obra de Arendt: “El totalitarismo constituye una nueva forma de poder típica del siglo XX, desconocida hasta entonces, y que como decía antes, excede las categorías de la filosofía política clásica de Platón a Montesquieu: los regímenes totalitarios surgidos en Europa durante los años treinta no representan una variante del despotismo, pues su fundamento no es el temor, sino el terror” (46).

5 Esta obra —que no estaba destinada a ser publicada— es el lugar donde Arendt continúa desarrollando el análisis que comienza en Los orígenes del totalitarismo. Es importante remarcar que, si bien en una compilación de artículos y ensayos inéditos de la autora, llamada Essays in Underestanding, hay un trabajo denominado On the nature of totalitarianism: An Essay in Underestanding, este no corresponde al texto de la conferencia de 1954 que utilizamos en esta investigación. En efecto, si bien estos trabajos tienen el mismo nombre, no se trata de la misma indagación, lo que debe ser aclarado, pues puede convertirse en fuente de confusión. Al no contar con la edición en español, trabajaremos entonces, con la conferencia La nature du totalitarisme. Essai sur la compréhension, publicada en francés por la editorial Payot.

6 Al hablar de espacio de excepción hacemos alusión a la idea de que dentro del campo de concentración se produce un Estado de excepción, un vacío legal que aísla este espacio del resto del territorio, anulando la existencia de todo respaldo jurídico. Agamben toma estas ideas del jurista alemán Carl Schmitt, y las desarrolla en la saga Homo Sacer, especialmente en el volumen I y III. Si bien Hannah Arendt no habla directamente de un Estado de excepción, sí muestra la pérdida de respaldo legal que sufren los prisioneros, aún antes de entrar al campo de concentración. De hecho, considera este abandono jurídico como el primer punto en el camino hacia la deshumanización de los deportados.

7 En relación con el origen de los campos de concentración, Giorgio Agamben hace patente la discusión entre los historiadores respecto de su primera aparición. Hay quienes sitúan estos espacios de excepción en Cuba, alrededor del año 1896, e indican que fueron creados por los españoles para albergar a la población nativa cubana. Mientras que otros historiadores los sitúan en África, a fines del siglo XIX y principios del XX, es decir, durante la guerra de los Bóeres. Estos campos de concentración fueron instaurados por los ingleses para contener a la población nativa y a la población neerlandesa en conflicto. A esta última corriente se adscribe Hannah Arendt.

8 En las guerras de los Bóeres se enfrentaron el Imperio Británico con los bóeres —colonos de origen neerlandés— en Sudáfrica. Estas guerras son una seguidilla de enfrentamientos que comienzan en 1880 y culminan en 1902. Así, los campos de concentración fueron construidos por el Imperio Británico para albergar a miles de internados bóeres y africanos negros. Se estima que debido a las condiciones insalubres de los campos murieron alrededor de 50.000 prisioneros bóeres y africanos (Arendt, Los orígenes).

9 Elie Wiesel narra que, en algunos casos, cuando una tarea encomendada a los prisioneros estaba terminada, la siguiente orden era la de su destrucción total con el único fin de desmoralizar y mostrar la inutilidad del trabajo de los prisioneros (2005).

10 Elisabeth Young-Bruehl parece coincidir con esta idea cuando dice sobre Arendt: “(…) llegó a la conclusión de que los campos de concentración eran el hecho que distinguía fundamentalmente la forma totalitaria de gobierno de cualquier otra. Los campos eran esenciales y característicos de esta forma de gobierno” (277).

11 Los múltiples experimentos médicos desarrollados en Auschwitz, comandados en su totalidad por el doctor Mengele, evidencian el desprecio y el abuso que se comete en estos espacios. Los internos con características especiales, tales como, defectos de nacimiento, ojos de diferente color, condición de enanismo, gemelos y otros, son utilizados como conejillos de Indias, sobre los que se llevan a cabo las más crueles experimentaciones. La vida de estos individuos no es considerada una vida digna de ser vivida, por lo que su utilización como materia de experimento está ampliamente justificada por el avance de la ciencia del pueblo alemán. Incluso, los resultados de los experimentos llevados a cabo en Auschwitz son debidamente detallados y enviados a los laboratorios de las más importantes universidades alemanas. (Nyiszli, 2011).

12 Para una mayor profundización de las categorías de zoé y bios ver Agamben (2006).

13 Nos referimos a Giorgio Agamben (2006)

OBRAS CITADAS

Abensour, Miguel. Hannah Arendt contra la philosophie politique? Paris: Sens & Tonka, 2006.

Agamben, Giorgio. Homo sacer I. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-textos, 2006.

Arendt, Hannah. La condición humana, Buenos Aires: Paidós, 2008.

-------- “Projet de Recherche sur les Camps de Concentration”. En: La nature du totalitarisme. Paris: Payot, 1996.

-------- “Les techniques de la science sociale et l’étude des camps de concentration”. En: Auschwitz et Jérusalem. Paris: Deuxtempes, 1993.

-------- “L’image de l’enfer”. En: Auschwitz et Jérusalem. Paris:  Deuxtempes, 1993.

-------- La nature du totalitarisme. Paris: Payot, Paris, 1990.

-------- Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Alianza Editorial, 1987.

Birulés, Fina. Una herencia sin testamento: Hannah Arendt. Barcelona: Herder, 2007.

López, María José. “Campos de concentración: el horror de los cuerpos superfluos según Hannah Arendt”. En: Perspectivas Éticas N° 18. Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Centro de Estudios de Ética Aplicada (CEDEA),  2007.

Nyiszli, Miklós. Yo fui asistente del Doctor Mengele. Krakow: Frap-Books, 2011.

Reyes Mate, Manuel. Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política. Madrid: Editorial Trotta, 2003.

Wiesel, Elie. La Nuit, Paris: Les éditions de minuit, 2005.

Young-Bruehl, Elisabeth. Hannah Arendt. Una biografía. Barcelona: Paidós Ibérica, 2006.

Correspondencia a:

Investigadora Postdoctoral FONDECYT*
Román Díaz 89, Providencia (Chile)
marielnauta@yahoo.com.ar

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