|
FRANCISCO DE QUEVEDO: GENIO VERBAL Y PENSADOR DE LA VIDA
1.—«Ningún hombre, por eminente que sea, es estimado en vida. Ni Io fue el Ticiano en Ia pintura, ni el Bonarota en Ia escultura, ni G6ngora en Ia poesía, ni Quevedo en prosa. Ninguno parece hasta que desaparece. No son aplaudidos hasta que idos» l. B. Gracián, además de ser un teórico de Ia Agudeza, es un agudo critico de sus contemporáneos. A los diez años de Ia muerte de Quevedo, Gracián nos sorprende con un juicio valorativo que, a los cuatro siglos del nacimiento del genial prosista y mejor aún poeta, comenzamos a valorar como merece. Gracián y Quevedo son dos cimas en el panorama de Ia cultura española, pero ambos han sido también durante siglos dos secuestrados de nuestra cultura. Los españoles no supieron comprender Ia novedad filosófica y literaria del primero, ni pudieron soportar las verdades del segundo. Difícilmente se puede hablar de uno sin referirse al otro; ambos son el mejor reflejo de su época y Ia más aguda conciencia de su problemática, convirtiendo a ésta en materia de reflexión filosófica y de expresión literaria. Quevedo y Gracián son dos figuras inseparables, aunque distintas y, en ciertos momentos, distantes: un clérigo que habla de acomodación al mundo y un seglar que habla de Dios. Son dos conciencias lingüísticas, dos proyectos teóricos distintos, dos pensadores de Ia vida, dos personas atormentadas y socialmente fracasadas, y dos historias deformadas. La rehabilitación de Quevedo ha sido lenta y como consecuencia de Ia crisis de nuestro edificio historiográfico. A principios de siglo Unamuno trataba con dureza el conceptismo: «¡Conceptismo! He de confesar, ¡por Quevedo!, que en esta novelita he procurado contar las cosas a Ia pata llana, pero no he podido esquivar ciertos conceptos y hasta juegos de palabras» 2. Machado, por su parte, se declara contra el barroco, ¡porque «es un empobrecimiento del alma española» 3. Pero al dejar de mirar ya nuestra historia filosófica y literaria con ojos franceses, palabras como «barroco, culterano, conceptista», sinónimos de «mal gusto» para el gusto neoclásico francés, desvelan ahora una gran riqueza formal y conceptual. El barroco español sigue siendo un grato desafío para el historiador y el critico de Ia Historia de nuestro pensamiento. Si todavía pervive Ia obra de Gracián, Quevedo y otros, es debido a su
1 B. Graclán, Ei Criticón, III, XII. 2 M. Unamuno, San Miguel Bueno, mártir y tres historias más (Madrid 1933) p. 32. 3 M. y A. Machado, Obras Completas (Madrid 1057) p. 962.
|