LA TÉCNICA Y LA POLÍTICA
PERSPECTIVAS DESDE AMÉRICA
LATINA
2022
La técnica y la política.
Perspectivas desde América Latina
Facundo Bey
Iván Cadena
Mariana Chendo
Ruth Gordillo
Jorge Martin
Pablo Mériguet
Federico Mitidieri
Martín Prestía
Ana Zagari
Primera edición en español
© 2022 Pontificia Universidad Católica del Ecuador
© 2022 Facundo Bey, Iván Cadena, Mariana Chendo, Ruth Gordillo,
Jorge Martin, Pablo Mériguet, Federico Mitidieri, Martín Prestía,
Ana Zagari
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Quito, Av. 12 de Octubre y Robles
Apartado n.º 17-01-2184
Telf.: (593) (02) 2991 700, ext.: 1711
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Dr. Fernando Ponce, S. J.
Rector
Mtr. Santiago Vizcaíno Armijos
Director del Centro de Publicaciones
Dr. Carlos Ignacio Man Ging, S.J.
Decano de la Facultad Eclesiástica de Ciencias Filosófico-Teológicas
Diseño de portada: Santiago Ocaña
Diagramación: Santiago Ocaña
Corrección: Silvia Gordillo R.
ISBN: 978-9978-77-627-8
Impreso en Quito, Ecuador. Prohibida la reproducción de este libro,
por cualquier medio, sin la previa autorización por escrito de los
propietarios del Copyright
LA TÉCNICA Y LA POLÍTICA
PERSPECTIVAS DESDE AMÉRICA
LATINA
FACUNDO BEY
IVÁN CADENA
MARIANA CHENDO
RUTH GORDILLO
JORGE MARTIN
PABLO MÉRIGUET
FEDERICO MITIDIERI
MARTÍN PRESTÍA
ANA ZAGARI
2022
Coraje político y mito dialéctico.
Pensar la aretḗ y la utopía a partir y más
allá de Hans-Georg Gadamer
Facundo Bey
Introducción
El presente capítulo se propone, en primer lugar,
elucidar algunos aspectos de la dimensión política de
Plato und die Dichter [1934], Plato Staat der Erziehung
[1942] y el más tardío Idee des Guten zwischen Plato und
Aristoteles [1978]. Para ello se realizará una revisión crítica
de una de las lecturas contemporáneas de estos aspectos,
aquella realizada por Dennis Schmidt (1990). En las
conclusiones, tras analizar la relación entre phrónēsis, aretḗ
y andreía en los diálogos platónicos, intentaré demostrar
cómo estas nociones alumbran la cuestión de la seducción
del poder (descuidada por Schmidt en su lectura del Platón
gadameriano), así como la inseparabilidad de este problema
con respecto a la concepción dialéctica de la utopía. A partir
de esto último se sugerirá que es posible, desde y más allá
de la lectura gadameriana de Platón, repensar la idea de
desobediencia civil y el valor político del mito desde el punto
de vista de la utopía.
Robert R. Sullivan, en su libro Political Hermeneutics.
The Early Thinking of Hans-Georg Gadamer (1989), fue
el primer autor que propuso, por un lado, leer a HansGeorg Gadamer como pensador político y, por otro,
recuperar su producción más temprana, estudiándola en
forma autónoma con respecto a su obra más reconocida:
Wahrheit und Methode [1960]. El libro de Sullivan prodigó,
en general, un excelente marco para acercarse a los
argumentos expuestos por Gadamer en sus poco conocidos
trabajos de fines de la década de 1920 e inicios del siguiente
decenio, así como, en particular, al contexto académico y
político de producción de Plato und die Dichter, sobre todo
en relación con las polémicas que el marburgués entabló
en esa conferencia con la Altertumswissenschaft, el Dritte
Humanismus y el Platón del Georgekreis.
167
Facundo Bey
Sin embargo, y a pesar de sus méritos, es imposible
estar de acuerdo con una de las ideas básicas de la
investigación de Sullivan, aquella que afirma que: “[…]
el desarrollo del pensamiento político de Gadamer nació
muerto. Es por este motivo que corresponde a nosotros
completarlo” (1989, 164)1. Ni la dimensión política del
pensamiento de Gadamer se desvaneció después de
Platos Staat der Erziehung, ni puede afirmarse con tal
liviandad que, aunque tenga un gran interés específico,
esta dimensión pueda ser reducida únicamente a sus
importantes estudios sobre Platón y Aristóteles entre
1928 y 1942.
Por un lado, como es sabido, el marburgués siguió
trabajando en su madurez sobre cuestiones abiertas en sus
años de juventud en torno al pensamiento filosófico-político
y ético de Aristóteles y Platón. De ello son testimonio no
sólo el ya mencionado Die Idee des Guten zwischen Plato
und Aristoteles, sino también Platos Denken in Utopien. Ein
Vortrag vor Philologen [1983].
Por otro lado, tampoco es posible mantener sin
forzamientos que Gadamer haya sido un filósofo
político, a pesar de su tratamiento teórico de textos
eminentes para esa tradición como República, Leyes y
Ética Nicomaquea y de su preocupación intelectual por
los problemas globales del mundo contemporáneo, sobre
todo en sus últimos veinte años de vida2.
Pero, lo cuestionable, es que realmente exista y sea
legítimo el mandato de «completar el pensamiento
político de Gadamer», precepto hermenéutico imposible
per definiotem. En todo caso, y este texto se inscribe en
un proyecto tal, podría aspirarse a continuar haciendo
nuestro mejor esfuerzo por comprender ese potencial
político desde el inicio.
1 Todas las traducciones de las citas referidas en el presente capítulo
cuya edición corresponde a una lengua distinta del castellano me
pertenecen. Para las traducciones de los textos griegos se ha indicado
la primera vez que son citados la edición escogida con el apellido del
traductor correspondiente. Cuando se trate de una traducción propia
o de otro autor que no sea el consignado con anterioridad se señala en
el mismo paréntesis.
2 Un buen ejemplo es Lob der Theorie: Reden und Aufsätze (1983).
168
Coraje político y mito dialéctico
¿Es posible pensar una hermenéutica política a partir
del Platón gadameriano? ¿Qué significaría esto? Para
Sullivan la filosofía gadameriana no sólo constituye un
“aparato reflexivo”, sino que está “orientada a la acción”
(2001, 64). La formulación es, lamentablemente, vaga
y funcional a la confusión. De esa confusión se ha
aprovechado hace varias décadas Teresa Orozco para
presentar su caricaturesca “politische Hermeneutik” (1995;
2004), una hermenéutica que «hace política» en su
sentido más prosaico3.
En la segunda sección de este capítulo se recurrirá
a la lectura de Schmidt, pero para señalar el problema
del carácter metafórico del lenguaje y de la política, así
como su descripción de la figura del filósofo-gobernante de
Platón. Por un lado, se intentará demostrar que Schmidt
hace permanecer a la lectura de Gadamer de Platón
dentro un marco gnoseológico que no se deduce de su
propuesta original. Por otro lado, Schmidt ofrece una
personificación del filósofo-rey asociado al experto, en
consonancia con su caracterización de la temporalidad
propia del discurso filosófico y poético que, se sostiene en
este capítulo, contradice absolutamente la interpretación
gadameriana y oculta una cuestión central en la filosofía
política platónica que recuperó el marburgués en distintos
pasajes de su obra: la atracción del poder.
La recepción que tuvo el Platón gadameriano
en los trabajos de Schmidt resulta de interés como
punto de partida para acercarse a los fundamentos y
tensiones de la parte menos estudiada del pensamiento
de Gadamer. Sin embargo, con sus virtudes y defectos,
esta interpretación contemporánea ha prestado poca
o ninguna atención al problema de la seducción del
poder en la temprana interpretación gadameriana de
Platón. En el tercer apartado se plantea que la posición
de este problema es determinante para una adecuada
comprensión de muchas de las nociones centrales que
Gadamer interrogará de modo peculiar a lo largo de
sus trabajos sobre ética y política socrático-platónica.
3
Cfr. Bey (2019, 141-149).
169
Facundo Bey
Intentaré demostrar un nuevo potencial del análisis
gadameriano de la filosofía política platónica. Para ello,
considero que entre las nociones que alumbran la cuestión
de la seducción del poder deben estudiarse principalmente
tres: phrónēsis, aretḗ y andreía. Desde luego, no es posible
realizar en este apartado un análisis pormenorizado de cada
uno de estos conceptos. Me limitaré a indicar los trazos más
amplios que justifican mi propuesta de lectura recurriendo a
diversos pasajes de los diálogos platónicos ―especialmente a
Político, Leyes y República― y a distintos textos de Gadamer
sobre filosofía platónica.
Por último, en las conclusiones se tratará de exponer
cómo el problema del poder es, a su vez, inseparable
de la concepción dialéctica de la utopía, buscando
ir más allá del Platón de Gadamer y de su recepción
contemporánea, en función de explorar un remanente
potencial filosófico-político del pensamiento del
marburgués para pensar hoy la desobediencia civil ―a
partir de lo que se propone indicativamente como dos
modelos de desobediencia― y el valor político del mito.
Este bosque benéf ico que unge mi cuerpo de salud, ha
proporcionado a mi espíritu una grande enseñanza. Es un
bosque magistral; viejo, como deben ser los maestros, sereno
y múltiple. Además, practica la pedagogía de la alusión,
única pedagogía delicada y profunda. Quien quiera
enseñarnos una verdad que no nos la diga: simplemente que
aluda a ella con un breve gesto, gesto que inicie en el aire
una ideal trayectoria, deslizándonos por la cual lleguemos
nosotros mismos hasta los pies de la nueva verdad (Ortega
y Gasset, 2017, 335-336)
[…] uno debe precisamente preguntarse si para acceder
al “mundo” por medio de la palabra y, sobre todo, por
medio de la escritura, una vía indirecta no es justamente
la correcta, además de ser la más corta
(Blanchot, 2019, 192).
170
Coraje político y mito dialéctico
Tiempo y poder4
En este apartado me gustaría presentar y discutir
dos líneas argumentales de Schmidt: una que apunta
erróneamente en dirección al origen metafórico de
la pólis y otra que delinea incorrectamente al filósofogobernante de Platón en la lectura del marburgués.
Gadamer encontró que en la mención por parte de
Platón de la antigua discordia entre filosofía y poesía
en República se encuentra un gesto de ruptura violenta
del ateniense con la tradición en la que él mismo parece
incluirse: su polémica efectiva no sería allí con la poesía
sino con la autoridad de la mitología homérica y de
los trágicos áticos en la cultura griega, las pretensiones
pedagógicas de los poetas y su secreta fuerza plástica
que, mediante la palabra, produce y transforma los
modos dominantes de la eticidad. Schmidt retoma la
cuestión de esta referencia al libro X para marcar cómo
allí Platón “cambia el locus de esta antigua querella, ya
que la contribución platónica decisiva estriba en el foco
puesto sobre la contienda entre las posibilidades del
lenguaje y la acción política” (1990, 215).
Según Schmidt, el problema de Platón con los
poetas era que, desde el punto de vista específico de la
alḗtheia y la díkē, los segundos serían unos hipócritas
políticamente irresponsables. Lo que resultaría
imperdonable de los poetas es que ellos juegan con la
parte del lenguaje correspondiente a lo irracional del
alma, a lo álogon, lo inefable. Esta dimensión mimética
del lenguaje —continúa el autor— revestiría una enorme
amenaza por dos motivos.
En primer lugar, porque, a un mismo tiempo,
su empleo encubre y duplica aquello que debería ser
armonizado (aunque en ningún momento Schmidt dirá
4
Algunas de las siguientes reflexiones fueron esbozadas
preliminarmente en el artículo de mi autoría titulado “Lenguaje, coraje
y utopía: comentario y discusión de las lecturas contemporáneas de
Plato und die Dichter de Gadamer”, que aparecerá en Tópicos, Revista
de Filosofía (2021).
171
Facundo Bey
que aquello que debería ser armonizado es la naturaleza
disonante del hombre ni tampoco que esta es la misión
de la paideía, argumento central de Plato und die Dichter,
como se verá más adelante).
En segundo lugar, la peligrosidad del poder mimético
del lenguaje estaría en su ubicuidad, su presencia en cada
lugar donde la comunidad se entrelaza. Sin embargo, no
queda del todo clara la insistencia de Schmidt sobre que
la dimensión mimética sea ella misma un instrumento,
sobre todo cuando él mismo asumirá más adelante en
el texto que no se trata tanto de que “la poesía pueda
quedar a disposición de un uso peligroso, sino más bien
que su mismísima posibilidad es hostil para los ideales
de seguridad de cualquier Estado” (217). Si se asume que
esta dimensión del lenguaje puede ser utilizada por los
poetas (o por cualquier otro) entonces no podría sino
admitirse que su carácter esencial es más bien metafórico
antes que instrumental, pues la utilidad no podría ser una
cualidad intrínseca del lenguaje sino un modo específico
de vincularse con él, así como la más absoluta literalidad
no podría tener jamás potencial semántico alguno,
siendo que éste último se deriva sólo de las posibilidades
que habilita la ambigüedad misma del lenguaje.
Quizás esta confusa caracterización provenga de
un presupuesto que expresa Schmidt páginas antes
cuando recupera la frase atribuida a Jorge Luis Borges:
“la censura es la madre de la metáfora” (214), asociada
por el estadounidense exclusivamente al acontecimiento
de las detenciones de poetas y escritores en tiempos de
represión. Sin dudas, la censura, ella misma aquí origen
metaforizado, es un fenómeno que se ve exasperado
por las políticas represivas de los gobiernos. Pero ello
no evita que lo metafórico preceda a todo autoritarismo
institucionalmente organizado; incluso los gobiernos
más autoritarios provocan las expresiones artísticas más
literales y directas, tanto en términos de sus proyectos
de dominación como cuando son atacados por los
defensores de la libertad.
La asunción básica de la interpretación de Schmidt
sobre la relación ente poesía y política en la filosofía
172
Coraje político y mito dialéctico
platónica sigue de cerca un presupuesto difícilmente
refutable: que el orden y estabilidad de la pólis se
encuentran en peligro frente a ciertas formas de poesía
y, por lo tanto, la pólis debe, para mantenerse estable,
tomar precauciones sobre las condiciones que dan
lugar a tal actividad mimética (1990, 217). El mismo
Sócrates platónico señala hiperbólicamente en dirección
a la audacia que comporta todo trato con el lenguaje,
sobre todo aquel que pareciera establecer una relación
instrumental con lo que se pretende expresar y que no
es consciente de los potenciales peligros que de ello se
deriva (Rep. 414d1-2). Pero Schmidt hace permanecer
a la lectura de Gadamer de Platón dentro un marco
gnoseológico. Esto lo llevará a afirmar que “el lenguaje
de la verdad, la filosofía, no sólo no es mimético, sino que
es antimimético” (1990, 216; énfasis original).
Por el contrario, para Gadamer era evidente que
República es la prueba misma de que Platón tenía muy
claro que no existe un lenguaje filosófico por fuera del
lógos, ni una filosofía por fuera de la pólis. Como dirá
el propio autor “[…] Platón […] ha elegido la forma
literaria de la mímesis. Lo que se exige aquí es: uno
se debe involucrar en el pensar” (GW 7, 289), una
exigencia que tenía presente el ateniense y que plantea
un doble problema: por un lado, la impotencia dialéctica
de la escritura pura y, por otro lado, el poder del lógos.
La función protréptica de la mímesis nos obliga a
preguntarnos si esta última no es uno de los nombres
para la educación platónica.
Los diálogos de Platón son conversaciones escritas
por un gran maestro con arte filosófico y poético
y, sin embargo, sabemos por el mismo Platón que
no nos legó una presentación escrita de su doctrina
y que no quiso hacerlo. Esto significa que nos ha
confrontado inequívocamente con la necesidad de
pasar por una duplicación mimética, es decir, a través
de la conversación escrita, [la necesidad] de volver
a la conversación originalmente hablada en la que el
pensamiento encuentra sus palabras —una tarea que
nunca se puede realizar plenamente (GW 10, 351-352).
173
Facundo Bey
En 1930, en su ensayo Praktisches Wissen, Gadamer
no había dudado en caracterizar como un texto políticopráctico a la Carta VII, donde se encuentra lo que llama
un “hermoso hallazgo” (GW 5, 239) de Platón: “κεῖται
δέ που ἐν χώρᾳ τῇ καλλίστῃ τῶν τούτου” (Ep. VII,
344c), las últimas líneas de la siguiente frase de la misiva
platónica:
Cuando se ve una composición escrita de alguien, ya
se trate de un legislador sobre leyes, ya sea de cualquier
otro tema, el autor no ha considerado estas cuestiones
como muy serias, ni él mismo es efectivamente serio,
sino que permanecen encerradas en la parte más
preciosa de su ser (Ep. VII, 344c).
Si bien es verdad, como sostiene Schmidt, que en el
análisis de Gadamer interviene la distinción socráticoplatónica entre diḗgēsis y mímēsis, lo hace partiendo de
un elemento que el estadounidense desatiende, esto es,
la temprana noción gadameriana de «juego» [Spiel] en
Plato und die Dichter.
Sólo el poeta que fuera un verdadero educador y
formador [Gestalter] de la realidad humana podría
jugar el juego de la poesía a partir de un conocimiento
real. Sólo pueden ser tomados en serio aquellos poetas
que no consideran definitivo su poetizar (GW 5, 202).
Esta afirmación de Gadamer, que recuerda sin duda
lo que Sócrates sostiene con respecto (al juego de) la
escritura en Fedro (276d-278a), esto es, que filósofo es
quien
[…] sabe que en el discurso escrito sobre cualquier
tema hay, necesariamente, un mucho de juego, y que
nunca discurso alguno, medido o sin medir, merecería
demasiado el empeño de haberse escrito, ni de ser
pronunciado tal como hacen los rapsodas, sin criterio
ni explicación alguna, y únicamente para persuadir
(Phdr. 277e-278a),
174
Coraje político y mito dialéctico
está sin dudas vinculada con dos pasajes de Leyes
citados sobre el final de Plato und die Dichter. En el
primero se explicita cuán poco el personaje del ateniense
requiere de modelos tradicionales para la educación de
los jóvenes (GW 5, 210). Afirma que los argumentos
expuestos entre él y Clinias en la discusión sobre la
educación de los jóvenes se presentaron “de una manera
muy semejante a una cierta poesía” (Leg. 811c7). Allí, el
diálogo del que ha sido protagonista, espectador y juez
el ateniense, resulta ser la poesía más sensata (811d3) y
placentera (811d1) que jamás haya escuchado, un placer
que no está reñido con la sensatez, logro que, mediante
el juego entre mýthos y lógos, remite inequívocamente a
Sócrates (Phd. 110b; Prot. 320b-c). Esta poesía merecería
ser dada al guardián de la ley y educador para que por
su intermedio sean instruidos los jóvenes (Leg. 811d-e).
A continuación, el ateniense da un paso aún más
osado. Luego de tratar cómo debe establecerse la
comedia en la pólis, se plantea la posibilidad de que los
autores “serios” (817a), es decir, los poetas trágicos, se
acerquen a la ciudad y propongan llevar y representar allí
sus poesías. Entonces dice a Clinias que, en tal caso, él
les respondería lo siguiente:
[…] también nosotros somos poetas de la tragedia más
bella y mejor que sea posible. Todo nuestro sistema
político consiste en una imitación de la vida más
bella y mejor, lo que, por cierto, nosotros sostenemos
que es realmente la tragedia más verdadera. Poetas,
ciertamente, sois vosotros, pero también nosotros
somos poetas de las mismas cosas, autores y actores
que rivalizan con vosotros en el drama más bello, del
que por naturaleza sólo la ley verdadera puede ofrecer
una representación, tal como es nuestra esperanza […]
(Leg. 817b).
Gadamer insiste en que Platón, en su crítica a los
poetas, buscaba exponer una y otra vez que estos últimos
se tomaban en serio aquello que no lo amerita. La única
tarea seria del poeta y filósofo sería, en cambio, la de
175
Facundo Bey
guiar a los hombres hacía sí mismos en su constitución
singular y plural, hacia la esfera común en la que se
ponen en relación, por encima de la inmediatez, consigo
mismos y entre sí.
El problema de la dimensión mimética del lenguaje,
por lo tanto, comprende tanto al poeta como al filósofo.
Ambos están en riesgo, en cuanto hombres, de no poder
distinguir, al actuar como escritores, lectores u oyentes,
lo literal de lo metafórico o, como diría Di Cesare, de no
lograr transformar la «atopía» en «u-topía» (2003, 300),
perdiéndose así la posibilidad de desplazar un lugar
extraño hacia otro más familiar y de dislocar lo obvio
hasta hacerlo extraño para sí, ya que
La trasposición de un ámbito a otro no sólo posee
una función lógica, sino que se corresponde con el
metaforismo fundamental del lenguaje mismo. La
conocida figura estilística de la metáfora no es más
que la aplicación retórica de este principio general de
formación, que es al mismo tiempo lingüístico y lógico
(Gadamer, 2017, 516).
En el Plato und die Dichter de Gadamer es posible
encontrar un ciudadano y magistrado capaz de llevar
adelante un modo de vida filosófico, un phrónimos
consciente de la inestabilidad de los asuntos humanos
y de la necesidad de dar, mediante la dialéctica, una
respuesta razonable en y para cada ocasión. Esta
caracterización, que corre el riesgo de ser tachada de
«aristotelizante», choca con la de Schmidt que, por
su parte, sigue un camino distinto, aunque no menos
discutible: nuevamente hace caer a la interpretación
gadameriana en un locus communis, ahora por medio de
la figura del filósofo-rey. Por su capacidad de estabilizar
(y, por lo tanto, de planificar) la pólis mediante las
habilidades regias que detentaría, el filósofo se
presentaría como la antítesis del poeta, cuya fuerza sería,
por el contrario, subversiva.
Estas características propias de la filosofía como de
la poesía no se encontrarían en su relación con el poder,
176
Coraje político y mito dialéctico
sino con el tiempo. Tanto la filosofía como la poesía
estarían desplazadas en su posición temporal: mientras
la primera tendría siempre un carácter retrospectivo, reflexivo [afterthought; nachdenken], la segunda, en cambio,
“tiende a proyectarse” (Schmidt, 1990, 218) y a tener un
impacto en un tiempo otro. La filosofía, para Platón,
tendría así la misión de “controlar y estabilizar” aquel
impacto del discurso poético en un momento histórico
tal en el que su efecto podría ser irreversiblemente
revolucionario. A diferencia de Aristóteles —continúa
el estadounidense—, Platón creía que la dimensión
mimética del lógos era capaz de “crear y transformar lo
que nombraba”, “desplegándose ante la presencia de la
nada”, dirigiéndose hacia lo alogon, es decir, sobrepasando
“los márgenes del lógos que definen las fronteras de lo
que puede ser pensado y los límites gobernables de la
pólis” (218-219).
La caracterización de Schmidt de la temporalidad
propia del discurso poético tiene cierto interés para
comprender mejor el texto de Gadamer, en primer lugar,
porque implica destacar la consciencia de Platón sobre el
hecho de que una obra de arte o un texto filosófico que
se sirven de la dimensión mimética del lenguaje pueden
movilizar a sus audiencias en contra del status quo,
interrumpiendo e instalando nuevos sentidos comunes,
aunque quizás lo haga pasando inadvertida durante
extensos períodos históricos.
Basta pensar en una de las escenas más cómicas de
República, la resolución sobre la necesidad de expulsar
a los mayores de 10 años como modo más eficiente y
seguro de establecer y organizar la pólis (Rep. 540e-541a).
“Los márgenes del lógos”, por recuperar el sintagma de
Schmidt, aparecen ahora ya sobrepasados en la ironía
platónica que diseña, en el discurso, una ciudad infantil:
esta imagen parece decirnos en realidad que la filosofía
puede no tener un auditorio propio en el presente, pero
en el futuro sus poderes persuasivos podrían desplegarse
sobre las nuevas generaciones (Rep. 415d).
En segundo lugar, porque el reconocer lo anterior
habría generado en el ateniense un interés tal como para
177
Facundo Bey
intentar encontrar una explicación de ese fenómeno y
dar una respuesta adecuada.
Pero, desafortunadamente, el argumento de la
temporalidad propia de cada tipo de discurso no puede
explicar por qué el arte puede también sumir a las
mayorías en la apatía o en el conformismo más doloso,
negándole, a su vez, a la filosofía y al filósofo, por un
lado, el carácter cuestionador que han tenido justamente
a partir de Sócrates y, por otro lado, su fuerza u-tópica.
Schmidt va un paso más adelante y, en consonancia
con su caracterización de la temporalidad propia del
discurso filosófico y poético, ofrece una polémica y poco
defendible personificación del filósofo: “[…] mientras
que el filósofo-rey es el experto, aquel que tiene el knowhow (la téchnē) para asegurar los puntos de amarre reales
del saber y el actuar, el poeta, por el contrario, tiene
la capacidad de quitar estos puntos de amarre de su
estabilidad” (1990, 217).
Si, como afirmó Gadamer, el arte regio es algo más
que una réplica de Platón a la obtusidad y corrupción
de los políticos que habían hundido a Atenas ¿ese algo
más puede ser el ideal de una téchnē? (1966, 578). Parece
difícil asentir y validar la postura de Schmidt. Cuando
Gadamer en su Die Idee des Guten zwischen Plato und
Aristoteles sostuvo que en la demanda platónica de
la paradójica figura del filósofo-gobernante ve “la
institución de la burocracia profesional moderna y el
ideal de honestidad en los funcionarios públicos” (GW
7, 167) no se refería a que éste sea el equivalente a un
tecnócrata, a un experto, como dice Schmidt. Para
empezar, el político o gobernante filósofo, ya desde su
figuración, cumple una segunda función en el diálogo:
desvela un problema ante el cual están especialmente
expuestos quienes viven en una pólis totalmente
corrompida y que para Schmidt parece secundario, esto
es, el de la atracción del poder. Por ese motivo es que
“[…] la educación de los guardianes tiene el propósito
de hacerlos inmunes a esta seducción” (GW 7, 167). Un
gobernante-filósofo no es sino una mezcla equilibrada
de una disposición, por un lado, al interés por los asuntos
178
Coraje político y mito dialéctico
públicos y, por otro, de una cierta indiferencia ante el
poder por sí mismo. Para quienes se vinculan con el
poder de tal forma, las magistraturas son instancias
para llevar adelante una responsabilidad compartida
sobre asuntos comunes. “El hombre —dice Gadamer
en Plato und die Dichter— deviene político solo en la
medida en que rehúsa la seducción del poder mediante
halagos” (GW 5, 200). El experto es, justamente, el
revés del filósofo, es decir, no quien va tras el saber,
sometiéndose a sí mismo a examen, sino un timador
lenguaraz que necesita de la ignorancia, la molicie y la
apatía de los ciudadanos y los políticos sobre los asuntos
públicos para sostenerse él mismo en el poder, apelando,
hipócrita e irresponsablemente, a la aparente posesión
de un conocimiento especializado (1995, 71-72; GW 2,
155-173).
Por otro lado, recuperando el problema de la
temporalidad y acercándolo nuevamente al del experto,
la imagen del filósofo platónico planificador, que ordena
la pólis mediante un saber estabilizador, carece de
sustento. Gadamer vio esto con lucidez en las sardónicas
palabras de las musas que vienen a confirmar en
República la férrea ley platónica de la corrupción de todo
lo generado (Rep. 546a). Luego de un hilarante cálculo
en el que las musas revelan el “número geométrico total”
—cuya “resolución” no ha alcanzado entre los estudiosos
de Platón un consenso unívoco—, éstas sentencian que
los guardianes no “lograrán controlar la fecundidad
y la esterilidad por medio del cálculo acompañado de
percepción sensible, sino que les pasarán inadvertidas, y
procrearán en momentos no propicios” (546d). El relato
platónico advierte sobre el error que cometieron aún
sabios gobernantes al calcular en forma equivocada el
número perfecto de años que debían pasar para que se
produzcan matrimonios cuya descendencia fuera bien
constituida y afortunada. Esto último dio lugar a la
ubicua presencia en la tierra de la llamada “genealogía
de la discordia” (547a), la irreversible disposición entre
los hombres a la guerra y al faccionalismo, al nacimiento
de la política y los distintos regímenes posibles que
179
Facundo Bey
adoptarán los gobiernos sin que nunca éstos puedan,
desde entonces, evadir su destino fallido:
Es una obra maestra del humor literario. Son las
Musas (de Homero y Hesíodo) las que hablan aquí y
explican la diferencia ontológica entre la racionalidad
de las matemáticas y el reino del κίνηοις, es decir,
la realidad. La naturaleza misteriosa y divertida de
esta idea me parece simbólicamente representada en
este gracioso desacierto de una cómica institución,
por la cual ningún sistema de orden social humano,
pensado o planificado, puede durar permanentemente.
Aquello que sólo puede lograrse a través de artefactos
ingeniosamente concebidos será finalmente destruido
por su propia naturaleza artificial. Esa es la idea que
Platón transmite aquí. El cálculo exitoso de las parejas,
que asegura la existencia continuada de la pólis ideal,
no falla por causa de la malevolencia o por fuerzas
externas, sino por su propia complejidad. […] Debido
a que somos seres humanos, y no a que hayamos
planeado mal algo, al final, una recta organización
ideal para la conservación terminará hundiéndose en
la continuidad de la fluctuante vida histórica. Con ello
no resulta revocada, en cuanto tal, la tarea de la razón,
esto es, la de darle su impronta al actuar (GW 7, 168).
Nada aquí parece alimentar la idea de Schmidt de
que, para Platón, “su sentido de la pólis era el de un lugar
estable y racional” (1990, 222), si por racional se entiende
un orden alcanzado según cálculos organizadores que
permitan una vida política planificada, lista para ser
definitivamente administrada.
¿Qué es el coraje político?: aclaraciones sobre la aretḗ
Como se ha mencionado en la introducción, la
recepción que tuvo Plato und die Dichter desde el
comienzo de la última década del siglo pasado, aunque
valiosísima, ha descuidado el lugar que Gadamer le ha
conferido al problema de la seducción del poder en la
filosofía política platónica. En Platos Staat der Erziehung,
180
Coraje político y mito dialéctico
el abuso tiránico sería el resultado de una asimilación
del poder a la violencia, de una comprensión superficial,
exterior, patrimonial y mercantil del poder, por la cual los
gobernantes pierden el criterio que les daría la medida
de sus limitaciones, el discernimiento para determinar
qué saben y qué no, impulsando un apego cada vez
mayor hacia la perpetuación conformista de la situación
particular de ventaja que tendrían sobre los gobernados.
Esta relación entre poder y utopía se hace patente
en la búsqueda de un Estado en el que los filósofos
conduzcan el gobierno y los líderes se eduquen sobre
el gobernar por medio de los filósofos, es decir, por
medio de las personas menos manipulables e interesadas
en el poder por el poder mismo. En este movimiento
se resumiría lo que la utopía platónica unifica: crítica
y promesa (GW 5, 251). En la figura del filósofo, y en
su bíos correspondiente, el lector se encuentra ante la
promesa de un modo existencial no sólo del metaforismo,
sino de la responsabilidad, del rendimiento de cuentas
lato sensu.
La discusión que se ha planteado en las secciones
anteriores a los argumentos de Schmidt será
complementada en estas dos últimas secciones con el
objetivo de mostrar que el problema del poder sería
inseparable de la concepción dialéctica de la utopía.
El carácter dialéctico de la utopía debe ser alumbrado
en su aspecto mítico. Mi hipótesis sobre el vínculo entre
el problema del poder y la función mito-dialéctica de la
utopía apunta a habilitar un nuevo potencial de la lectura
gadameriana de la filosofía política platónica y, en cierta
medida, de la proyección política de esta última sobre
su pensamiento in toto, incluso como una posibilidad no
desarrollada a fondo por el filósofo de Marburgo dentro
de su obra pero que, paradójicamente, pretende iluminar
en otra dirección, y más allá de Gadamer, su estudio de
los diálogos platónicos. Mi propuesta, en este sentido,
como punto de partida preliminar para profundizar en
futuras investigaciones, es actualizar la interpretación de
Gadamer, pero poniendo énfasis en el papel que podría
tener para pensar la desobediencia civil y el valor político
del mito.
181
Facundo Bey
Antes de retomar el problema del poder, comenzaré
por recuperar los fundamentales vínculos entre phrónēsis,
aretḗ y andreía. De Laques y Protágoras a Leyes, la andreía
platónica se encuentra ligada a la phrónēsis (Lach. 197bc):
tal como nota Nicias en el primero de estos diálogos,
sólo los sensatos (phrónimos) merecen ser llamados
valientes. No obstante, como se verá, aunque muy
significativa, esta no es la única afirmación que habría
puesto en jaque la concepción tradicional del coraje
entendido como temeridad y pura fuerza física superior,
noción actualizada por la sofística, como en el caso de la
posición asumida por Trasímaco en República (338c)5.
A costa de la estupefacción de Laques, se describe
en ese diálogo temprano al coraje no sólo como parte
de la aretḗ sino como un cierto tipo de sophía. ¿Pero de
qué tipo de saber se podría tratar y cuál sería su objeto?
¿en qué modo participaría la valentía de la virtud? ¿y en
qué sentido la aretḗ sería sophía? Para responder estas
preguntas habrá que atravesar aun la caracterización
que aparece en el final de Protágoras, donde la andreía
es también llamada sophía (360d) ―como sucede luego
en República (441cd)― e incluso epistēmē (Prot. 361b).
Allí se establece que el coraje es “saber de lo temible
y de lo no temible” (360d4; trad. de García Gual).
Para Gadamer, en su obra Die Idee des Guten zwischen
Plato und Aristoteles, esta última definición, aún dentro
del ámbito de la polémica apropiación socrática de las
aretai tradicionales, a las que les impone la exigencia
del rendimiento de cuentas, del conocimiento de lo uno
y lo múltiple, plantea a Platón el problema ulterior de
establecer qué debe comprenderse dentro del tō̂ deinō̂n.
Antes de analizar su respuesta, como primer paso,
es necesario aclarar, aunque sea sucintamente, cómo
recupera Gadamer la noción de aretḗ y qué relación
podría tener esta con la phrónēsis.
¿Qué es en concreto para Gadamer la aretḗ
socrático-platónica? El gesto teórico del marburgués,
Aunque Trasímaco se refiere a la justicia, como se puede
apreciar en Rep. 441c-d, esta es indisociable de la sabiduría y de
la valentía y de todo aquello que hace a la aretḗ.
5
182
Coraje político y mito dialéctico
aunque de modo implícito, arrebata la aretḗ de su
tradicional apropiación latina como virtus y su posterior
determinación cristiano-escolástica y humanista. En
su libro de 1931, Platos dialektische Ethik, Gadamer
la caracterizó como el modo público y originario
de autocomprensión y existencia del Dasein (GW
5, 39): “forma parte del ser del hombre el que éste se
comprenda a sí mismo en su propia arete” (GW 5, 39).
Cuando Gadamer afirmó que “con la pretensión de ser
un ciudadano viene dada necesariamente la pretensión
aún más amplia de poseer esta arete, que hace de
uno un ciudadano, es decir, un hombre” (GW 5, 40),
entendía que la posibilidad de «apropiarse» de ella no
es la de dirigirla o manipularla, como lo haría el sofista
antiguo o el «experto» moderno, sino, en todo caso, la de
acceder a la misma por medio del lógos en el que lo que
es comparece en su aparente obviedad: “la pretensión”
de poseer la aretḗ refiere inequívocamente a esta
participación. En su libro de 1978, Gadamer agregaría
que la aretḗ “es algo que, en cierto sentido, se conoce y
se debe siempre ya conocer. Dicho con una palabra hoy
de moda, ésta exige una autocomprensión, cuya ausencia
en sus propios interlocutores era demostrada por
Sócrates” (GW 7, 151). Esta autocomprensión habilita la
clarificación dialéctica de las posibilidades existenciales,
“de aquello que el hombre pretende ser” (GW 5, 73) y da
un sentido ulterior a dicha participación.
Gadamer esencialmente se aleja aquí tanto de
lecturas que podríamos llamar «moralistas», de teorías
del valer de los valores como las de Lotze (1843), de
la aretḗ platónica, así como de sostener una estricta
separación, a partir de la diferenciación aristotélica, entre
virtudes éticas y dianoéticas. En su lugar, se aproxima,
inadvertidamente, más como fenomenólogo que como
filólogo, y esta es la segunda indicación que propongo, a
la densa raíz etimológica de la aretḗ, es decir, tanto a su
valencia tradicional, marcial y masculina (que migró a
la raíz vir en la palabra latina virtus) como a su carácter
de rendimiento de cuentas, tan caro al pensamiento
socrático.
183
Facundo Bey
Lo primero quizás sea bastante trivial: como es
sabido, el término aretḗ está vinculado etimológicamente
al dios de la guerra, Ares, y, en consecuencia, a la destreza
en el campo de batalla, a la superación del enemigo y
de los obstáculos que plantee el enfrentamiento, a la
supervivencia. Si se sigue este sentido tradicional de
aretḗ no es difícil deducir que lo que haría excelente a un
hombre es su potencial guerrero y la valentía no sería sino
la expresión máxima de este potencial. En este sentido,
aretḗ y andreía parecen confluir semánticamente. Esto
que resulta evidente para el lector contemporáneo, sin
lugar a duda, era también así tanto para los protagonistas
de los diálogos platónicos como para Gadamer.
Sin embargo, dice el autor alemán, “la pregunta
socrática sobre qué es la aretḗ es una exigencia de un
rendimiento de cuentas [Rechenschaftsgabe]” (GW 5, 40).
El Sócrates platónico, como hemos visto, encontraba
insuficiente a la temeridad del heroísmo homérico como
ejemplo del coraje excelente6, tanto como podría ser
escasa por sí misma la técnica estratégica de la guerra. El
modo pleno de participación de los hombres en la aretḗ,
para el ateniense, estaría ligado a un saber (Meno. 89a),
que no es ni técnico ni teórico: es una razonabilidad
práctica, que tampoco es un instrumento ni una facultad
sino una disposición existencial, que supone ya al coraje,
orientada al tó agathón (GW 5, 246). Esta interpretación
fue sostenida por Gadamer al menos desde 1928-1931,
es decir, entre su Habilitationsschrift y la publicación de
la reelaboración que dará lugar a su primer libro.
La etimología podría reforzar también en buena
parte la interpretación gadameriana. Aunque nuestro
autor en ningún momento lo mencione, la palabra
griega aretḗ deriva de la raíz protoindoeuropea *h₂reh
Tal como afirma Angela Hobbs, “el simple hecho de que
la psuche en Homero no se presenta como tripartita muestra
que el thumos de República no puede ser precisamente la misma
concepción [que la de Homero] […]. [El thýmos en Homero]
Tal vez se visualiza mejor como la fuerza vital, y de ella surge la
fiereza y la energía (menos), la audacia y el coraje (tharsos) y la
ira (cholos)” (2006, 7-8).
6
184
Coraje político y mito dialéctico
(*h₂rh₁-téh₂). Sin embargo, el vocablo alemán Tugend,
virtud, no tiene ningún vínculo con esta raíz sino con
el germánico *dugunþi-, vinculado a la utilidad, la
idoneidad y la fuerza, y que quizás, en cuanto destreza
para alcanzar un fin, más allá de su bondad o maldad,
no sería absurdo compararlo con lo que Aristóteles
llama deinótēs (EN 1144a23). A la raíz *h₂reh pertenece,
en cambio, el protogermánico raþjǭ, del que, a su vez,
se deriva en alemán moderno no sólo el verbo Reden,
es decir, hablar, conversar, discurrir, cognado con el
latín ratiō, sino también Rechenschaft, rendir cuentas,
dar una explicación, estimar. Aretḗ era posiblemente ya
para los antiguos, y no sólo a partir de la interpretación
gadameriana, la acción de la autocomprensión por medio
del razonamiento dialógico que debe llevarse a cabo con
coraje y razonabilidad. El coraje sería, a su vez, como
se ha visto, un saber determinar tō̂ deinō̂n. No parece
aventurado entonces suponer que el peligro que debe
ser comprendido en cuanto tal es aquel que amenaza la
posibilidad de toda rendición de cuentas por medio del
auténtico diálogo.
En este contexto, vale la pena aclarar que la noción
de aretḗ que presenta Gadamer, presupone, a su vez,
tener presente la distinción y la mutua relación entre
éthos (hábitos y costumbres) y ē̂ t hos (carácter). En
la investigación socrática del bien, la dialéctica se
perfila como la fuerza capaz de destruir los dogmas
tradicionales, aquellos que pueden ser aprendidos y
enseñados, y habilitar, en cambio, el conocimiento del
carácter de la propia situación, de la propia ignorancia,
de la injusticia, en el alma ―en lo particular de cada
uno― y en la pólis ―en lo común de cada uno con
los otros―. Las formas de la frustración, la eminente
experiencia de la decepción de las expectativas que se
encuentra en el momento inicial de la acción “virtuosa”,
y la fuerza destructiva de la dialéctica parecen recoger
algo de ese antiguo trasfondo bélico y agonal de la aretḗ
pero a través de su reconfiguración «symphronética».
Sugiero entonces repasar algunos pasajes de
relevancia de Político, República y Leyes, nodales para
185
Facundo Bey
la argumentación general de Plato und die Dichter, que
harán más comprensible la interpretación preliminar que
se propone aquí. Para ello será necesario recuperar sólo
por un momento el papel de la educación. En Plato und
die Dichter, en el contexto de una discusión teórica con
Werner Jaeger, Gadamer había afirmado que la paideía
platónica consiste en “la formación del hombre para
una armonía «interior» de su alma, una armonía de lo
«rudo» y de lo «manso» en él, de la fuerza de voluntad
y de lo filosófico” (GW 5, 197-198; énfasis original).
La paideía platónica apuntaría a mostrar el cisma
originario [gleichursprüngliche] en el alma (GW 5, 200)
entre los principios de mansedumbre (prâos) y fogosidad
(thymós) (Rep. 375ac). Tal como afirmó Gadamer, Platón
concebiría así a la armonía como una cierta «disonancia»
[Dissonanz] (GW 5, 198).
En consecuencia, la efectiva unión de los hombres
en el Estado (sýndesmon tē̂s póleōs), el devenir político
de su ser en la pólis, es fundamentalmente re-unión.
La preposición sýn en sýndesmon nos recuerda —como
Sócrates se lo recuerda a Glaucón en Rep. 520a— que
la unión es “entre” los hombres, unos “con” otros y en
esa unión consiste la ciudad justa y feliz (419b-c). La
posibilidad efectiva de esa reunión está representada
por una paideía orientada a unificar, primero que
nada, las tendencias opuestas en el hombre, a mezclar
mutuamente (sýmmeixis) la “sólida” o “rígida” (stereós)
valentía (andreía) y la “suave” o “blanda” (malakós)
mesura (kósmios), pues la educación es, precisamente,
el arte inspirado por la musa regia (basilikē̂s moúsēi) de
“combinarlas (syndéomai) y entrelazarlas (symplékō)”,
accesible a los verdaderos políticos y buenos legisladores
(Plt. 309b-d).
¿Pero por qué es necesario no prescindir ni de la
valentía y la fogosidad ni de la mesura y la mansedumbre
en la “poesía dialógica” [Dialogdichtung] (GW 5, 188)
sobre el Estado educativo? En primer lugar, porque,
ciertamente, significaría prescindir del hombre mismo.
En segundo lugar, porque, como se dice en República,
la valentía no es sólo saber qué es lo temible sino poder
186
Coraje político y mito dialéctico
preservar (sōtēría) la opinión alcanzada sobre lo temible
aún en circunstancias donde el placer, el dolor, el miedo
y el deseo indiquen algo distinto al guardián (429a-430c;
442b11-c3). Y esa opinión o creencia infundida por la
paideía filosófica, desde el momento que esta última
no debe ser entendida como un dogmático programa
educativo, sino como una orientación anímica para la
unificación de la valentía y la mesura, gana su fuerza
propia y se aleja tanto de los valores tradicionales como
del esfuerzo sofístico por reemplazarlos con argucias
técnicas propias de la erística, apelando a sus auditorios
cual “mercenarios de la opinión pública” y cediendo
en sus argumentos conforme a las exigencias que se le
presenten (GW 7, 154). Este tipo de valentía es llamada
por Platón andreían politikḗn (Rep. 430c2-3), “coraje
político”. Por eso mismo leemos en Leyes que quien
actúe virtuosamente requiere de la reflexión (phrónēsis)
no menos que de la valentía (andreía) en el instante en
que juzgue (krínō) (659a3-4) cada caso particular, para
no ceder ante la amenaza de la pretensión pedagógica de
la multitud (659b).
La paideía sería entonces el medio paradigmático
para conjugar en un ē̂thos ultrauránico aquello originario
y doble que se encuentra escindido en el hombre,
un medio que, en cualquier caso, no es más que una
alusión mimética que nos regresa a la imposibilidad de
desembarazarnos de la naturaleza humana, del peso de
la tradición, de sus normas y hábitos, y de la demanda
urgente de un criterio para el caso práctico. En este
sentido, la “poesía dialógica” del Estado educacional
platónico pone al hombre en relación con su ser y le hace
perceptible su naturaleza como disonancia y potencia y,
por lo tanto, lo que hay en él de excelente y de peligroso.
Ella misma se funda y realiza por medio de la orientación
que le permite discernir lo injusto de lo justo y lo
superfluo de lo necesario, pues no hay ni buenas ni malas
naturalezas que resistan los embates determinantes de
la paideía (Rep. 491e). Así como los prooímia disponen
el alma a la música, los diálogos platónicos son también
una suerte de “mitos antepuestos a la ley” (prò toû nómou
187
Facundo Bey
mýthōi) (Leg. 927c). Por ese motivo afirmó Gadamer en
Plato und die Dichter que “[…] el diálogo platónico es el
canto de esa alabanza, que reconoce la seriedad común
y no permite olvidar, en el juego [Spiel] de un Estado
educacional, la seriedad de la verdadera formación del
hombre político y de su justicia” (GW 5, 207).
Conclusiones. Coraje y desobediencia: del mito
dialéctico a la utopía
El enigma de tō̂ deinō̂n comienza ahora a clarificarse.
El coraje ya no puede ser, a ciencia cierta, mímesis,
imitación del heroísmo tradicional. El juez o el guerrero,
citados como figuras del criterio y de la valentía, y no
por sí mismas, están llamados por igual, a partir de la
exigencia de rendimiento de cuentas, a determinar lo
temible. Algo distinto sucede con la figura del poeta, que
devela el poder formador y conformador del lenguaje y
no, como podría pensarse, «su» propio poder soberano y
conformador. El filósofo, en este caso, es quien reconoce
lo que el poeta deja de lado, ignora, abandona: lo temible
del lógos.
Antes que animal político por naturaleza, el hombre
político y filosófico es, en cierto modo, poema de las
palabras que habla la paideía. Pues debe decirse que, para
ser aún más precisos, más que del filósofo o del sofista
en cuanto figuras, se trata de un modo de ser que le da
su impronta a la unificación educativa de alma y pólis en
un mismo ē̂thos:
Pues la exigencia de la poesía es suprema. La poesía
no es un arte figurativo, es decir, ella no crea su imagen
a partir de formas y colores de cosas sobre una tela
extraña. El poeta mismo se convierte en la herramienta
de su creación: [da] forma al hablar. Pero lo que forma
de esta manera es, antes que todas las formas de las
cosas, el hombre mismo, que se expresa en su existencia:
tal como se conoce a sí mismo actuando y padeciendo
(GW 5, 202).
188
Coraje político y mito dialéctico
Lo temible no se muestra siempre y por ello exige
un saber que lo exponga, que transfigure el juicio y el
coraje por medio de la phrónēsis. Porque en la pólis no
son siempre las leyes visibles aquellas que es necesario
revisar y combatir, sino las ágrapha nómina, las leyes
políticas no escritas, las costumbres arcaicas y opiniones
ancestrales que mantienen unido al orden político en su
totalidad y que, en realidad, urden las leyes dadas por
escrito:
El efecto educativo más importante no se produce
nunca mediante la instrucción expresa sino a través de
las “leyes del Estado”, sobre todo por medio de aquellas
no escritas, por el ethos dominante en la comunidad
política, dentro del cual, en secreto, tiene lugar la oculta
formación humana (GW 5, 194-195; énfasis original).
Estas leyes no escritas tienen la capacidad de
proteger y conservar los cimientos de la legislación
promulgada, pero, cuando en ellas habita la injusticia, es
decir, la confusión en torno al «hacer lo propio», pueden
también derrumbar todo el edificio del orden político
hacia el centro de su inconsistencia (Leg. 793a).
De lo anterior podría deducirse otro movimiento
fundamental del pensamiento platónico que lo acerca y
aleja del poeta Sófocles, al revelar una cierta dimensión
de los versos de Antígona. En esta célebre tragedia,
Antígona desobedece los decretos de Creonte alegando
que son injustos porque contradicen “las leyes no
escritas” (v. 454). Ahora bien, estas leyes no escritas no
son las costumbres, mutables, aunque persistentes, que
configuran y forman las leyes escritas, como en el diálogo
platónico, sino las eternas leyes “inquebrantables de los
dioses” (v. 455). La rebelión en la tragedia de Sófocles
pretende ser un acto de piedad. Antígona, como puede
advertirse, es el exacto opuesto del Sócrates platónico:
desobedece a la ley de la pólis para someterse a la ley no
escrita de los dioses. El filósofo, en cambio, acusado de
impiedad, desobedece a la ley no escrita del éthos para
189
Facundo Bey
someterse a la ley de la pólis, aceptando su proceso, su
condena y rechazando fugarse7.
Como es sabido, Sócrates se negó a arrestar a León
de Salamina, desobedeciendo la orden de los Treinta
Tiranos, así como antes, cuando ejercía la pritanía, se
había opuesto a la decisión mayoritaria de la asamblea
en el proceso a los generales de las Islas Arginusas (Ap.
32b-d), a sabiendas de que enfrentaba posiblemente la
cárcel o la muerte y a pesar de ese temor (Ap. 32c). En su
defensa, argumentó que su preocupación en ambos actos
de desobediencia era no cometer actos injustos e impíos
(Ap. 32d), pues las órdenes que entonces había recibido
o las decisiones en las que trataban de comprometerlo
colectivamente eran a su criterio contrarias a la ley
existente (nunca afirmó, en cambio, que fueran contrarias
a otra ley, de naturaleza divina) 8. Parece exagerado
afirmar que Sócrates desobedecía órdenes meramente en
defensa de las leyes escritas. Pero ¿por qué sucedía esto?
¿qué es lo que realmente estaba en juego en cada uno
de estos casos? ¿Es Sócrates el paradójico asebés que no
quiere ser anósios, un piadoso irreverente, un justo impío,
que se opone a toda orden o consenso que amenace la
posibilidad de un bíos philosophikos, lo que equivaldría a
la clausura de la vida política?
Una visión diametralmente opuesta de la comparación aquí
presentada entre Sócrates y Antígona fue sugerida por James A.
Colaiaco (2001). Según la lectura de este autor “La diferencia
fundamental entre Sócrates y Antígona es que mientras ella
basa su posición contra el Estado en lo que hace a los deberes
superiores para con la familia y la inmutable ley divina, deberes
tradicionales reconocidos por todos los atenienses, Sócrates
basa su posición en una relación personal única con lo divino
que la mayoría de los atenienses no podían comprender” (2001,
193).
8
Como afirmó recientemente Lévystone: “no es a las
leyes que Sócrates desobedeció sino a decisiones ilegales de
las autoridades judiciales o a decretos tiránicos del ejecutivo”
(2019, 407). Existe una extensa bibliografía sobre la cuestión
de la desobediencia socrática, de la cual se destacan los textos
de Brickhouse y Smith (1984), Colson (1985; 1989), Johnson
(1990), Smith (1984) y Vlastos (1974).
7
190
Coraje político y mito dialéctico
Estos dos modelos de desobediencia definen en
última instancia, desde mi punto de vista, la diferencia
entre audacia y coraje y tienen una amplia proyección
sobre la efectualidad histórica de la relación entre
filosofía y política.
En verdad, hay un punto en común entre Sófocles
y Platón: como notó con enorme claridad Castoriadis,
el tema de Antígona era “la hybris, el acto cometido
tólmas chárin” (1999, 27), es decir, por culpa de la audacia
(v. 370), y no de la valentía. Antígona y Creonte se
convierten en hybristés y ápolis (v. 371) por ser incapaces
de entretejer (pareírō) (v. 365) las leyes escritas y las
leyes no escritas (leyes divinas en este caso). Ambos
personajes, como destaca Castoriadis, quedan afuera de
la comunidad, del íson phroneîn (v. 374), porque creen
ser los únicos “que puede[n] juzgar (autòs phroneîn
mónos dokeî), o […] tener un espíritu o razones que
nadie tiene” (vv. 707-709; trad. de Castoriadis). En este
sentido, el hombre «monophronético» y monológico,
una caracterización tan absurda como irónica, es la
manifestación de la arrogancia exaltada, porque ignora
la propia ignorancia y no teme a su propia peligrosidad.
Dejando de lado ahora la lectura de Castoriadis de
Antígona y volviendo a Platón resulta mucho más claro
lo planteado al inicio de este apartado, recuperado del
Laques: una andreía que no es a su vez phrónēsis y, que,
por lo tanto, no interroga dialécticamente el lenguaje,
es decir, que no participa plenamente de un modo de
existencia común, se repliega sobre una vida aislada
propia “de la brutalidad, de la audacia y de la temeridad”
(thrasýtētos dè kaì tólmēs kaì toû aphóbou) (Lach. 197b;
trad. de García Gual). Esta audacia, para Platón, es la
que hace al hombre un esclavo de la placentera seducción
del poder, de los caminos del abuso y de la corrupción
adulatoria. En el Fedro, por tomar un ejemplo, la
hýbris es, por un lado, sinónimo del predominio de un
deseo que, conformando una opinión con capacidad
orientadora, arrastra al hombre irracionalmente hacia
el placer, dominándolo y, por otro lado, antónimo de la
sophrosýne (Phdr. 237e-238a).
191
Facundo Bey
No debe olvidarse que no es en absoluto casual que,
por el contrario, en Gorgias el filósofo sea caracterizado
adversativamente por el sofista Calicles como ánandros
(Gorg. 485d) y los moderados (sṓphronas) cual estúpidos
(ēlíthios) (491e). Este movimiento inversor de los
sofistas del que participa Calicles tiene un trasfondo
socio-pedagógico más amplio, que opera desde luego
a nivel anímico, y para el que la hýbris, en cambio, es
considerada nada menos que “buena educación” o
eupaideusía (Rep. 560e) y la cínica anaídeia, la impúdica
soberbia, andreía (561a).
Por todo ello, en República “el alma más vigorosa
y más sabia” (andreiotátēn kaì phronimōtátēn) ―
nuevamente encontramos a la andreía junto a la
phrónēsis― resulta “la que menos puede ser perturbada
o modificada por cualquier factor externo” (381a).
“Coraje ―afirmará Gadamer en 1978― es resistirse a
la seducción de preferir lo agradable” (GW 7, 163; 285).
Así, la valentía deviene, con palabras del marburgués,
en “coraje cívico” [Zivilcourage] (GW 7, 163), antes que
marcial dureza física espartana o ascetismo: lucha contra
el peligro del conformismo, abatimiento de lo familiar,
desobediencia civil.
El anticonformismo del filósofo, este referido coraje
cívico, de rango ético, reclama un lugar inexistente, aún
no advenido, con la mirada puesta sobre las dominantes
leyes no escritas que forman, en secreto, al hombre
mismo y a las leyes positivas de la pólis, las cuales no
pueden tener jamás la última palabra sobre cada
conflicto. No le bastan los modelos ni su imitación.
La interpretación que propone que República pudiera
ser comprendida como un programa de reformas, y no
como una crítica del presente, rechazada en diversas
ocasiones por Gadamer, se vuelve simplemente absurda:
son los programas de reformas los que hacen a la pólis
histórica. El pasaje a lo nuevo que reclama la resistencia
anticonformista de la filosofía necesita abrirse paso
para que ésta no permanezca encerrada en la sofocante
trampa de la separación irreconciliable entre filosofía y
política. La fuerza utópica de República, dirá Gadamer,
192
Coraje político y mito dialéctico
es justamente esta: República es un “gran mito dialéctico”
[großen (…) dialektischen Mythos] (GW 7, 167) que
permite confrontar provocativamente la frustración
de los abusos, criticar el presente e contrario. En esta
oposición subyace un procedimiento dicotómico, pero no
dualista, que fractura la aporía y se configura como desvío,
como Umweg, un apartarse de los modos en los que la
pólis se pone en marcha, pero sin abandonar el camino de
la praxis, aunque sea al modo de una referencia indirecta
que demanda encontrar aquello sobre lo que es preciso
reflexionar (1981, 50). Por eso Gadamer considera que
las instituciones y estructuras de la pólis ideal no son
sino “metáforas dialécticas” (GW 7, 167). Este desvío es
un cambio en el rumbo, una variación de dirección y de
sentido. Una subversión permanente de la obviedad.
La utopía platónica para Gadamer no es un puente
hacia un futuro, sino “una forma de la mordacidad
desde la lejanía” (1981, 51), orientada a la realización
del deseo irrealizable de la solidaridad y la comunidad,
a la superación de los programas factibles que ofrecen
soluciones como si la política se tratase de recetas.
Porque lo que es irrealizable para Gadamer es que dichas
solidaridades sean el efecto de una voluntad filosófica
y política soberana9. La utopía, ese lugar ausente, en
lugar de ser un programa es una proyección de uno sobre
sí mismo y con los demás. En el proyectarse sobre sí
mismo y los otros, el hombre se torna capaz de romper
su aislamiento, desvelar las solidaridades opacadas ya
existentes, y descubrir conscientemente, por un lado,
un saber, que no es un arte teorético superior para tener
razón y usar a voluntad y, por otro lado, un poderhacer que es un ser-con-otros, una héxis individual y
9 Aunque no adhiero in toto a la perspectiva de Beiner por
la cual este autor caracteriza a la filosofía de Gadamer como
“platonismo minimalista” (Beiner, 2014, 134), sí considero
relevante recuperar el carácter no resolutivo e instrumental de
la filosofía socrática tal como lo expuso Gadamer a Beiner en
una conversación que siguió a su lección Practical Philosophy
Today, en la Queen’s University (Kingston, Ontario) del 21 de
noviembre de 1984 (2014, 128-129).
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Facundo Bey
colectiva. Ante el riesgo del conformismo, del «mero»
solidarismo burgués, la filosofía sortea la trampa trillada
del anticonformismo entendido como mera resistencia
violenta ante la limitación, como simple negatividad
incapaz de obtener una visión propia y general:
El libro VIII de Politeia se propone mostrar que la
sabiduría y la razón no sólo están a sus anchas en
el juego de la utopía. Para la vida histórica “real” la
previsión y la visión también son alcanzables dentro de
ciertos límites. La doctrina del ciclo de constituciones
estatales, que se presenta en el libro IX, este ingenioso
ejemplo de una mutua imbricación espiritual de los
procesos históricos, da testimonio de que la razón
humana no está confinada al dominio de la utopía y
del estricto orden ideal, sino que puede extenderse
hasta bien dentro del mundo histórico de regularidades
inciertas. El desorden de las cosas humanas nunca
es el caos total. Al final, forma los bordes de un
universo ordenado, lleno de sentido, que bajo cualquier
circunstancia tendría sus “márgenes” (GW 7, 168-169).
Tal como afirmaba Isnardi Parente, “En Platón
parece más correcto ver el filósofo [...] que ha [...]
ofrecido el esquema normativo para toda posible futura
utopía sin recaer en la esquemática ―y tan pobre con
respecto a él, e incapaz de contenerlo― definición de
utopista” (1987, 153-154). República y Leyes son, para
Gadamer, “textos que nos impulsan realmente a volver a
pensar, a reflexionar sobre nuestras circunstancias; basta
con que comprendamos cómo leer. No actúan cómo
invocaciones para hacer aquí y ahora esto o aquello”
(1995, 74). Hoy quizás parezca aventurado pensar del
mismo modo a la hermenéutica filosófica. Pero su fuerza
utópica, en un mundo cerrado sobre sí mismo, requiere
que tal vez sea considerada también ella misma un mito
dialéctico de la comprensión de sí y de los otros, si no se
la quiere reducir a un lejano y consumado episodio de la
historia de la filosofía, a un banal programa metodológico
(como han intentado con descarada violencia las ciencias
sociales) o a un proyecto político que haría del diálogo
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Coraje político y mito dialéctico
y la comprensión mutua una débil, vetusta, ingenua e
inútil excusa para legitimar el status quo. Tal como afirmó
el propio Gadamer, esta teoría y práxis urgente
[…] de hacer hablar a lo extraño y a lo que se ha
vuelto extraño […] puede ayudar a obtener libertad
frente a todo aquello que se apodera de nosotros sin
consultarnos y frente a nuestra propia capacidad. En
última instancia, Platón tenía razón. […] Únicamente
el autoconocimiento puede salvar la libertad que está
no sólo amenazada por los respectivos gobernantes sino
también por la dominación y la dependencia que surge
de todo aquello que creemos dominar (1981, 92-93).
El mandato imposible de completar el pensamiento
de Gadamer no nos exime, ciertamente, de reconocernos
herederos de la tradición dialéctico-dialógica de la
hermenéutica filosófica y de la filosofía platónica,
así como de problematizar su dimensión política.
Recuperando las claras palabras del marburgués, “[…]
la tradición no es algo que se agota en lo que uno sabe
en cuanto origen [Herkunft] propio y acepta o rechaza
en cuanto tal” (1995, 21). Los textos aquí analizados
son testigos y protagonistas de nuestro encuentro con la
obra gadameriana y platónica, índices de la intensidad
que “juega entre la extrañeza [Fremdheit] y familiaridad
[Vertrautheit] que la tradición tiene para nosotros,
entre la objetualidad [Gegenständlichkeit] distante,
históricamente mentada, y la pertenencia a una tradición”
(GW 1, 300). Este es el terreno en movimiento en el que
la hermenéutica filosófica puede ser recibida, este es su
espacio. “En este en medio [zwischen] se encuentra el lugar
real de la hermenéutica” (GW 1, 300). La importancia
histórica y política de los trabajos gadamerianos sobre
Platón está y estará en cómo logre implicarnos a sus
lectores y en ese algo que pueda todavía decirnos. Está
en su irrupción en el tiempo, en su juego utópico.
El juego de la utopía, su seria potencia con-versora
y sub-versiva de la realidad, acerca la actualidad a
otra temporalidad, celebra la distancia, interrumpe y
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Facundo Bey
transita sus límites, amplía el horizonte histórico de su
razonabilidad y pertenencia, devela la pluralidad de la
experiencia humana: nos dona la demora compartida y
nos sumerge de modo constituyente, a un mismo tiempo,
tanto en la absoluta presencia como en el oscuro abismo
en el que tienen «lugar» la filosofía y la política, ese
zwischen, ese pasaje permanente entre lo atópico y lo
utópico que puede devenir, a su modo, «lo propio» para
nuestro hacer.
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Coraje político y mito dialéctico
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