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Alpha (Osorno)

On-line version ISSN 0718-2201

Alpha  no.41 Osorno Dec. 2015

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012015000200008 

ARTÍCULO

EXCLUSIONES SEXUALES: LA FARMACOPORNOGRAFÍA COMO DISPOSITIVO FUERA DE GÉNERO

Sexual exclusions: pharmacopornography as an out-of-gender device

 

Rodrigo Browne Sartori*

Amalia Ortiz de Zárate**

Marcela Hurtado***

Universidad Austral de Chile*Instituto de Comunicación Social, Valdivia, Chile.

Universidad Austral de Chile**Instituto de Lingüística y Literatura, Valdivia, Chile.

Universidad Austral de Chile***Instituto de Artes Visuales, Valdivia, Chile.

Dirección para correspondencia


Resumen

El artículo revisa las nociones sexo-género desde los límites y limitaciones impuestos por el biopoder hasta el posgénero, basándose en la Teoría farmacopornográfica de la filósofa española Beatriz Preciado. Se expone cómo, en la concepción de esta autora, el género es un dispositivo discursivo que escapa a las concepciones de alteridad sexual existentes y se conjuga tal idea con algunas corrientes críticas provenientes de los estudios culturales y el post estucturalismo.

Palabras clave: Género, Biopoder, Alteridad, Antropofagia, Farmacopornografía.


Abstract

This paper reviews the sex-gender notions from the limits and limitations imposed by the bio-power up to the post-gender, based on the pharmacopornographic theory proposed by the Spanish philosopher Beatriz Preciado.  According to Preciado’s approach, gender is a discursive device that challenges the standard conceptions of sexual otherness, and this idea is blended with some critical trends from contemporary cultural studies and post-structuralism.

Key words: Gender, Bio-power, Otherness, Anthropophagy, Pharmacopornography.


EXCLUSIONES SEXUALES: LA FARMACOPORNOGRAFÍA COMO DISPOSITIVO FUERA DE GÉNERO

Antes de esperar en alguna concurrida avenida, ya travestidos nuevamente, ocultábamos los maletines en los agujeros que había en la base de la estatua de uno de los héroes de la patria
M. Bellatin

Para algunos, este texto podrá hacer oficio de un manual de bioterrorismo de género a escala molecular. Para otros será simplemente un punto en una cartografía de la extinción
B. Preciado

 

 

 

 

 

1. Arqueología del biopoder y la sexualidad

Los estudios de género también tienen sus límites. Los límites se perciben cuando se puede asumir que la otredad sexual ha sido manoseada, vulnerada, travestida y violada por los discursos de autoridad que imponen las formas de mirar. Poderes de la mirada que han canonizado hasta las diferencias más diferentes. Consecuencias de un voyerismo sintomático del capitalismo tardío. Como se puede deducir, este diagnóstico no tiene nada de nuevo. Lo mismo ha sucedido con otros estudios de diferencias como el orientalismo, el poscolonialismo y la propia deconstrucción. Sin ir más lejos, es cuando los negros se tornan racistas. Es cuando se plantea un ministerio para la diferencia indígena. Es cuando Obama gana el Premio Nobel de la Paz. El mismo que ganó el año 1973 el lapidario Henry Kissinger.

El comienzo de estos límites se ve claramente en los estudios arqueológicos que propone Michel Foucault (2005) al ponerlos en juego con el dispositivo de la sexualidad y que también queda evidenciado, en una relectura actualizada, en el capítulo seis de Testo Yonqui (2008) “Tecnogénero” de la filósofa española Beatriz Preciado: “Sería por ello más correcto, en términos ontopolíticos, hablar de ‘tecnogénero’ si queremos dar cuenta del conjunto de técnicas fotográficas, biotecnológicas, quirúrgicas, farmacológicas, cinematográficas o cibernéticas que constituyen performativamente la materialidad de los sexos” (Testo Yonqui, 86).

Preciado se centra en los estudios en torno al postfeminismo y a la farmacopornografía como una necesidad de indagar en los márgenes excluidos por los discursos de poder, constructores de estereotipos e imaginarios que entorpecen la mirada por medio de lógicas simbólico-punitivas que se incrustan en los cuerpos de los colectivos sociales. Invisibilizan las cartografías para definir los estudios de género, sin relecturas aún, desde sus intereses de control (pop control y videopenetración) y disciplinamiento (panóptico comestible/the pill).

El espíritu de este trabajo busca detenerse en las afueras del género y entender la sexualidad como un mecanismo de apertura trans, donde los simulacros de las hibridaciones y mestizajes del poder de turno no logren dominar los campos de visión pública, a partir de los estereotipados estudios sobre la producción de subjetividad (Foucault, 1990).

Michel Foucault fue uno de los pensadores que se tuvieron en el análisis de estas cuestiones. En un segundo periodo de su investigación, reconocida como etapa sobre el poder, estudió los ejercicios de criminalización sobre el cuerpo y la política, entre otras cosas, dentro de lo que él catalogó como una tecnología, como una anatomía del poder político. Para Foucault (Estética, 417) la sexualidad, en un contexto político, “es algo que nosotros mismos creamos (…) Debemos comprender que con nuestros deseos, y a través de ellos, se instauran nuevas formas de creación. El sexo no es una fatalidad, es una posibilidad de acceder a una vida creadora”. En la entrevista hecha por Lucette Finas (1977), publicada en castellano en Microfísica del poder (1979), y denominada “Las relaciones de poder penetran en los cuerpos”, Foucault detalla la distinción entre sexo y sexualidad:

Ahora bien, pienso que esta oposición sexo y sexualidad reenviaba a una concepción del poder como ley y prohibición: el poder habría instaurado un dispositivo de sexualidad para decir no al sexo. Mi análisis estaba todavía prisionero de la concepción jurídica del poder. Fue necesario realizar una inversión: supuse que la idea de sexo era interior al dispositivo de la sexualidad y que en consecuencia lo que debe encontrarse en su raíz no es el sexo rechazado, es una economía positiva del cuerpo y del placer (Microfísica del poder, 159-160)


Para profundizar lo anterior, vale la pena proyectarse microarqueológicamente. A partir del siglo XVIII, el poder sobre la vida es la meta: anatomopolítica del cuerpo humano. Posteriormente, se formó la segunda opción (mediados del XVIII) que optó por el cuerpo-especie, el cuerpo consumido por el aparato de los sistemas vivientes que sustentan a la biología. Se examina la reproducción, la salud, la duración de la vida y la senectud con todas, además, las variantes que puedan conducir. La disciplina corporal y las intervenciones a y en la población establecen los polos entre los que se organizó el poder sobre la vida. El surgimiento, en la edad clásica, de una producida tecnología de duplicación: anatómica y biológica, retorna en dirección a las composiciones corporales y violenta los procesos vitales, caracterizando un poder que tiene como propósito no matar sino ocupar la vida absolutamente.

Este singular poder, en síntesis, recubre a la muerte por medio de la administración de los cuerpos y el mandato supervisor de la vida. Por lo tanto, se reconoce lo que Foucault llamará como la era del biopoder: por una parte las disciplinas —escuelas, colegios, cuarteles, talleres— que estudiaban sobre las tácticas, el aprendizaje, la educación, el orden de las sociedades y, por otra, las regulaciones de población: problemas de demografía, longevidad, salubridad pública, migración, es decir, el valor de las relaciones entre recursos y habitantes, como una explosión de diversas técnicas cuyo propósito es obtener la sujeción de los cuerpos y el ordenamiento de las poblaciones. Preciado actualiza, por medio de un ejemplo, esta idea en una de sus últimas investigaciones: Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en 'Playboy' durante la guerra fría (2010). Ensayo en el cual propone que Hugh Hefner (creador de Playboy) derrumba los parámetros arquitectónicos de la familia tradicional occidental para crear un nuevo paradigma a partir de los espacios elaborados por arquitectos modernos como el propio Le Corbusier. Este espacio ya no es para el hombre-familia, sino que es un lugar para el hombre-soltero con alto poder adquisitivo.

Los polos disciplina y regulación de población, hasta el siglo XVIII, se desarrollaron por separado, pero, posteriormente, con la filosofía de los “ideólogos” se crea un discurso abstracto en el que se coordinan las dos vertientes con el objetivo de levantar una teoría general del poder. Su proceso de acoplamiento no se llevó a cabo en un campo hipotético sino en la forma, planteándose ajustes y adaptaciones definitivas que constituirían, a partir del siglo XIX, la gran tecnología del poder. El dispositivo de la sexualidad es uno de los ejes esenciales bajo dichas enclaustrantes condiciones.

Biología del poder o biopoder que fue argumento fundamental e imprescindible para el crecimiento del capitalismo que ya, a estas alturas, es tardío. Pero este modelo necesitó esclavizar aún más a sus discípulos. Aparte de fortalecer su docilidad y difusión procuró, indirecta e inconscientemente para quienes lo padecían, fórmulas de poder que incrementarían los dominios, las condiciones y la vida en general. Al igual que el desarrollo y crecimiento de las instituciones protegió la estabilidad de las relaciones de producción, las estrategias biopolíticas puestas en marcha en el siglo XVIII como técnicas de poder aplicadas a todos los estadios del cuerpo social a través de instituciones disciplinarias se incrementaron en el ámbito de las propuestas económicas. Es así como estas se tornan en agentes de separación y jerarquización social, definiendo a unos de otros y avalando relaciones de dominación y decisiones hegemónicas. El control entre hombre-capital, el engranaje entre aumento de los grupos humanos y la extensión de fuerzas productivas, la distribución diferenciada de la riqueza fueron resultado, en gran medida, de la implantación, en sus múltiples formas y signos, del biopoder.

En algunos países occidentales acontece, en el siglo XVIII, un nuevo comienzo —distinto a la moral que buscaba desautorizar al cuerpo— que impulsa el ingreso de la vida en la historia. Con esto el hombre, poco a poco, se percata en qué consiste su propia especie. Especie viviente posible de moldear y manipular y fácil de acomodar en un territorio determinado. Uno de los primeros indicios en el que lo biológico se refleja en lo político. Como en épocas pasadas, este fenómeno es una transformación del animal viviente capaz de existencia política a un animal en el cual su vida se pone en cuestión por razones políticas. Desde este punto de partida surge una explosión de tecnologías políticas que comienzan a violentar al cuerpo, la salud, las condiciones de vida y los espacios de existencia. Una secuela que proviene de la sistematización del biopoder, en el campo de lo político, es la trascendencia que ha tomado la ley y el funcionamiento jurídico. La ley juzga siempre con la espada aunque la ley nunca está armada, ya que su arma tradicional es la muerte. El castigar con la muerte es tomarse la vida a cargo propio y reglamentar bajo qué condiciones se aplica la amenaza absoluta de la extinción final. Nos encontramos, entonces, con una sociedad normalizadora como producto de una tecnología de poder enfocada en la vida y uno de los componentes fundamentales de esta vida es la regulación de los cuerpos en tanto su sexualidad.

En el siglo XIX, enfrentándose a este mismo poder, las alternativas resistentes optan por centrarse en puntos similares a los que pretendía dicha normativa: la vida del hombre como ser viviente. A partir del siglo antes pasado, las batallas que cuestionan el poder de turno no se remontan a los viejos derechos, no buscan el sueño de un ciclo de los tiempos y una edad de oro, sino que les interesa la vida, comprendida como la esencia definida del hombre.

Desde estos postulados que, en su actualización, Foucault expuso en uno de sus cursos del Collège de France (1977-1978) denominado “Seguridad, territorio y población” —y que luego sintetizó en La gouvernementalité— nace lo que llamó el neoliberalismo americano, ese que se refleja bajo la figura de la reconocida (sobre todo en Chile) escuela de Chicago. Neoliberalismo que, ligado al capital multinacional, extiende su volumen y se multiplica geográficamente, a velocidades inconmensurables, sustrayéndose a modelos de control de los estados-nación individuales que se ejercen sobre aquellos que dependen de los países desarrollados.

En síntesis y en este empalme poder-cuerpo-política, Foucault pretende evidenciar cómo los dispositivos de poder, sexo y sexualidad se articulan en el mismo cuerpo humano y, por medio de esta articulación, facultan un estudio en el que lo biológico y lo histórico se mezclan y difuminan, de acuerdo con el ilimitado desarrollo de las tecnologías modernas de poder que buscan disciplinar la vida como fin último. Por lo mismo, se puede entender que la función de la arqueología propuesta por este investigador es hacer florecer aquello que ha quedado hasta el día de hoy apartado en la “historia oficial” de la cultura: las relaciones de poder desde una mirada que supere todo lo ya dicho con el fin de intervenirlo, pervertirlo y, por supuesto, travestirlo.

2. Del biopoder a la crisis del género

Esta intervención rompe con las estructuras dualistas sexo-género y abre un espacio intermedio donde se ubican, por ejemplo, pensadores postestructuralistas como Foucault y Deleuze, que se decantan por las relaciones en la superficie y no en las profundidades. Lo anterior hace que el sujeto se transforme en un campo intensivo o dinámico de fuerzas que se cruzan y pliegan y que lo impulsan en direcciones opuestas, habilitando un espacio referencial donde “contener a este mismo sujeto” (Braidotti, Subjetividad nómade, 155). Aunque se reconoce como una estudiosa no esencialista de la diferencia sexual1, escuchamos en este ámbito a Rosi Braidotti (2004) cuando sentencia la crisis del “género” como teoría y práctica. Hay que asumir esta “crisis” en el mejor de los sentidos —casi como una muerte— para desgenerarlo (Browne, 2009) y dejarlo fuera de género (Echavarren, 2007) como si se tratara de indisciplinar esa anormalidad ya normalizada que define las reglas del juego, incluso en materias que aparentan ser parte del lado oscuro que marca esa diferencia.

La crisis nace en la medida en que se entienda la noción de género solo desde los ejercicios feministas. Cuando Money en 1947 propone este concepto lo hace desde un sentido menos extremo al de las feministas de los setenta. La idea del psicólogo infantil era intervenir hormonal y quirúrgicamente el sexo de los niños nacidos fuera de la definición tradicional y fundamental para la época de femenino/masculino. Por otro lado, para Braidotti las críticas concretas a este género, enraizado en el pensamiento binario, vinieron desde los estudios poscoloniales y desde la doble diferencia de las feministas negras: mujeres y del “otro” color. “El movimiento ‘posfeminista’ se ha fusionado con el neoconservadurismo en las relaciones de género y así ha producido un efecto suave de ‘problemas de género’ en la división social del trabajo entre los sexos”. (Braidotti, Transposiciones, 71).

Sobre esto la historia no deja de ser cíclica, ya que las teorías poscoloniales se pueden recriminar de la misma forma en que ellas han criticado a los estudios de género: agudizar la diferencia a tal punto que se torna en una identidad. Los orientalistas fundamentalizaron tanto su postura que terminaron haciendo occidentalismo al canonizar su propio concepto y al entrar a las grandes ligas del mundo académico de uno o del otro lado. Esta proposición es solo un ejemplo dentro de una larga lista. Es el Ariel de Rodó y no el Calibán de Fernández Retamar en la tradición tempestuosa de Shakespeare. De tanto defender la otredad terminamos haciendo una mismidad. La dualidad cartesiana se traslada del cuerpo-mente al cuerpo-mundo. Como lo observa Nancy (85), donde el cuerpo de Occidente es uno solo, una creación que sostiene de algún modo las tramas de la sociedad: “cuerpos made in time”.

A nuestro juicio y siguiendo a Beatriz Preciado es posible radicalizar la crítica a la noción de género, pues a lo sumo se refiere a caracterizaciones o socializaciones posibles en una determinada cultura, proyectadas, sobrerrelacionadas en los rasgos corporales de los seres humanos. Desde esta perspectiva, como se explicitó anteriormente, la crisis se produce al diferenciar el género del sexo, por introducir la dualidad entre lo social y lo biológico en la primera presencia humana: el cuerpo. Sin embargo, los sexos pueden ser muchos, pues implican una serie de variaciones en las construcciones cromosómicas, hormonales, cerebrales y otras que estén en proceso de aceptación o ratificación experimental (Fausto-Sterling, 2000). El género, por tanto, no debería distinguirse en un sentido social del sexo, a menos de que se acepte la instalación de la ciencia médica dentro de un paradigma dualista típico, siguiendo a Nancy, de nuestras sociedades capitalistas. En consecuencia, la definición implícita del matrimonio como institución jurídica sobre las necesidades reproductivas de una pareja de distinto sexo no tiene otra justificación que la promoción de un tipo particular de unión dentro de nuestro sistema económico y social. Lo mismo sucede, desde fines del siglo XX y en países desarrollados, con la regulación jurídica sobre las personas fuera de la heteronorma que vienen experimentando con otros tipos de uniones en el ámbito privado.

La justificación médica de la dualidad de sexo-género puede interpretarse así como una tentativa de validación científica de las prácticas económicas y sociales de la heteronormatividad. Como en el caso de lo que propone Preciado en Pornotopía, la ciencia médica iría aquí de la mano de las estrategias urbanísticas (suburbios para familias nucleares) y pedagógicas (guarderías, escuelas, colegios), por poner solo ejemplos, para establecer un canon de buena crianza para un infante. El concepto de género servirá para polarizar irreductiblemente la diferencia, la otredad, lo masculino y lo femenino.

Continuando con las reflexiones en torno a la lógica binaria y a la luz de las ideas de Claire Parnet (1997), la única distinción es que la balanza se inclina hacia el lado de los perdedores y se hacen ganadores. ¿Y los exganadores quedan del lado de las minorías? No sería raro que la gran causa del siglo XXI sea resistir a un centro de poder que impone miradas desde lo que supuestamente antes se llamaba la alteridad. En otros que ahora gozan del cetro que les permite manejar la balanza para cortar y pegar las nuevas determinaciones. Los renovados discursos de autoridad. Para contrapensar, como sugiere Gilles Deleuze. El feminismo y su lucha por una condición hembrista es uno de los ejemplos más sencillos para volcar la mirada hacia la otra orilla, despreocupándose de los medios y sus mediaciones y dando perpetuidad al uno-dos prototípico de las últimas modernidades.

La cuestión es cuántas categorías se pueden obtener de un mismo producto “científico-social”: el género. La dominación se traslada de una esfera política de postguerra y guerra fría a las oposiciones genéricas o sexuales, aunque los actuales estudios sobre la cantidad de estructuras biológicas sexuales posibles pongan en cuestión tales dicotomías (Fausto-Sterling, 1993). Deleuze y Preciado ahondan, en cambio, en cómo se maneja la producción deseante. El gaudere suplanta a la fuerza de trabajo, los mecanismos de la topera foucaltiana se trasladan a la huella de serpiente deleuziana, los ciclos de excitación y frustración de los individuos generados por las industrias de la farmacia y la pornografía.

Preciado propone una lectura donde al asumir tales oposiciones, producciones y flujos deseantes se convierte en una posibilidad desde el propio cuerpo:

Nuestra presencia ante nosotros mismos como especie puede calificarse hoy de prostético-comatosa. Hemos cerrado los ojos, pero seguimos viendo a través de un conjunto de tecnologías, de implantes políticos a los que llamamos vida, cultura, civilización. Sin embargo, sólo desde y a través de este dispositivo biotecnológico, es posible osar la revolución (Testo Yonqui, 241).

Frente a la crisis feminista, Nelly Richard (2008) argumenta desde distintos planos de referencia. Desde la práctica histórica de los movimientos de mujeres. Desde las luchas sociales que buscan rechazar la discriminación sexual. Desde la necesidad de desmontar las voces del patriarcado de cara a nuevos mecanismos de resignificación de lo uno y lo otro. Ahora bien, este análisis deja fuera la unicidad del ejercicio sexual. No existe una sola manera, existen tantas prácticas como sujetos las realizan. Es la acción sexual desde donde se puede realizar la observación e investigación que permita cuestionar y romper dualismos. Como sostiene Beatriz Preciado, en La sexualidad es como las lenguas: se pueden aprender muchas o tan solo una en tanto cada lengua responde a una construcción social, cultural y territorial distinta.

En general, los esfuerzos no son muy gloriosos y, a pesar de las cartografías nómadas que van y vienen, la tradición manda sobre los mecanismos de emancipación. El imperialismo deja de serlo para dar paso al Imperio. Un Imperio que no es tal sin los rastros del imperialismo y donde gran parte del circuito no acusa recibo del cambio, y prefiere enfatizar las huellas más que las novedades frente a estos procesos de crisis y crítica. Silencio para las multitudes de Hardt y Negri (2002).

No obstante, hay alternativas emancipadoras. Richard relee e interviene —desde la escritura— la noción de feminismo y la engalana de fuerzas renovadoras, tornándola en uno de los dispositivos más potentes para la crítica contemporánea y desestabilizando las pertenencias de identidad fija y lineal. Es en este carril donde se puede presentir —en una primera lectura— la sublevación que pretende provocar el proceso de autointoxicación físico y simbólico surgido del contrapensamiento de Beatriz Preciado, expuesto en Testo yonqui.

La subversión realizada por la autora, queda inscrita en el Manifiesto Contra-sexual (2000) donde cuestiona las categorías, las nominaciones y los procesos normativos de género, agrieta los movimientos y activismos que se lugarizaban en una otredad (diferencia sexual) que debían ser aceptados e integrados en la norma:

Mi cuerpo podría ser un centro de reclusión a vida, un tentáculo consciente del sistema de control instalado en mi estructura biológica, un tentáculo del farmacopoder que ahora lleva mi propio nombre. Mi cuerpo, mis células son el aparato político por excelencia, un espacio público-privado de vigilancia y activación que tiene la ventaja, respecto a otras instituciones clásicas como el colegio o el ejército, de contribuir a mantener la ficción de que mi subjetividad y su soporte bioquímico, estas células, este metro ochenta aparentemente impenetrable, son mis únicas y últimas pertenencias individuales (Preciado, Testo Yonqui, 105).

En este momento es donde la activista y la filósofa hacen un cuerpo biopolítico radicalizando y resistiendo el discurso que las categorías heteronormativas y feministas se habían tomado. Este paso no es un trabajo en solitario, es la puesta en texto de la disconformidad de grupos sociales con el enfoque de la discusión sobre la sexualidad y diversidad.

En un minuto el género, al conjugarse con lo cultural y alejándose de la práctica política, logró plasmar una categoría de análisis que reubicara lo feminista y le diera un nuevo respiro dentro de las discusiones en ciernes. Pero, en palabras de Braidotti (2004), la irrupción del pensamiento feminista italiano dejó en claro que la noción de “género-gender” es una cuestión de base inglesa que tiene poco que ver con las lenguas romances. Sin embargo, dicha crítica fue escasamente escuchada y en la actualidad hablamos de género, genre, entre otras versiones locales2. Braidotti (Subjetividad nómade, 132) es clara al respecto: “Aunque se haya gastado mucha tinta para alabar o para denostar las teorías de la diferencia sexual, poco se ha hecho para tratar y situar los respectivos debates en sus contextos culturales”. Ahora el acento se pone en otra parte. La idea es salir de ese género —y como se reescribe el feminismo— cambiar de folio y escapar de esta tensión para romper con los estereotipos y representaciones clásicas; y así abrazar la causa de un fuera de género que, a modo de caso-ejemplo, se puede obtener de un sector de la perdición farmacopornográfica.

Braidotti expone un panorama genealógico en torno a la noción de género. Basada en los análisis de Scott, recoge el género desde el afuera y allí mismo activa una fase “posgénero” que politiza la lucha sobre el significado y la representación. Aunque los esfuerzos por romper las dualidades son, hasta la fecha, incontables surge una nueva y tímida opción.

En este proceso de reivindicación conceptual, la autora sintetiza con precisión lo que estamos tratando de esbozar:

Al proponer esta interpretación de la noción de “género”, parto de la hipótesis de que las teóricas del género constituyen hoy una nueva generación transdisciplinaria y transnacional de pensadoras sólidamente ancladas en las humanidades (...) personas como de Lauretis (1987), Haraway, Butler (1990) son pensadoras multiestratificadas que trascienden las fronteras disciplinarias (Braidotti, Subjetividad nómade, 139).


 

Para concluir, no es original y exclusiva la mirada que pretende confrontarse al poder de turno desde las exclusiones sexuales. Este trabajo, por tanto, apuesta por una cuestión que rompa con los cánones de la tradición y abra puertas en virtud a un devenir novedoso, emancipador y de ruptura total. En este sentido, lo único que se puede rescatar como mecanismo de subversión —sobre lo ya dicho por los autores anteriormente citados— es que, sin ir muy lejos, las enfatizaciones en relación con las radicalidades de cada proyecto se observan desde trincheras de resistencia distintas: poscolonialismo, posfeminismo, orientalismo, canibalismo, antropofagia. Así, los generosos aportes del “posgenero” —familiares cercanos del fuera de género— buscan ir contra los entuertos del falologocentrismo. Finalmente, las proyecciones también rupturistas y radicales de los ejercicios desgenerados —como, por ejemplo, el devenir trans que se desprende de la crisis de lo farmacopornográfico— pretenden ir más allá e incluso superar el “posgenero” para borrar todos los rastros que queden marcados de los mecanismos occidentales de instauración de poder.

Esta radicalidad sale de todos los armarios habidos y por haber y pierde la memoria de cara a una tensión que no arrastra ni monstruos ni fantasmas de la alteridad y desconoce —porque NO conoce— los estereotipos construidos por los vicios de la tradición que todo imaginario social sostiene. Por ello Beatriz Preciado no pierde tiempo y profana la mala memoria para proponer una insurrección sexual por medio de la escritura: “No hay conclusión definitiva acerca de la verdad de mi sexo, ni profecía sobre el mundo a venir” (Preciado, Testo Yonqui, 16).

3. La farmacopornografía como dispositivo fuera de género

La farmacopornografía (Preciado, Testo Yonqui) es parte de un análisis sexopolítico travestido de perfección y ruina del que se pueden desprender alternativas para vulnerar las fronteras del género, e inclusive del posgénero, y abrirse a un cruce transexual que clausure las representaciones de la colonización falologocéntrica, entendidas como actos de criminalización de y en las sociedades disciplinarias y sus consecuencias, concordancias, críticas y contradicciones en las llamadas sociedades de control con, por supuesto, las pertinentes consideraciones biopolíticas de por medio. Esta también supera las identidades (mismo-hombre) y las diferencias (otro/s-mujer) y se torna en un mecanismo de subversión para develar los estereotipos que obnubilan las prácticas fuera de género. La empresa busca (de)generar la biopolítica y occidentalizada noción de género para no solo posgenerarla, sino también para desgenerarla.

Este libro no es una autoficción. Se trata de un protocolo de intoxicación voluntaria a base de testosterona sintética que concierne el cuerpo y los afectos de B. P. Es un ensayo corporal. Una ficción, es cierto. En todo caso y si fuera necesario llevar las cosas al extremo, una ficción autopolítica o una autoteoría (Preciado, Testo Yonqui, 15).

Curiosamente, la escritura de Testo Yonqui coincide con la muerte de Gilles Deleuze. Un Deleuze que junto con Guattari catapultó parte de este recorrido para dar paso, inspirados en Antonin Artaud, al cuerpo sin órganos. ¿Qué sucede cuando los cuerpos no son codificables? Cuando no pueden limitarse a sujetadores que le quieten y estrangulen biopolíticamente. Para Deleuze (2005) el objetivo fundamental de la sociedad es codificar los flujos que se escapen a y de los códigos. A los flujos no codificables que se deben rápidamente axiomatizar para ser encasillados en los paradigmas del bien y del mal. El problema es que el cuerpo fuera de sí, fuera de la codificación “género”es sumamente peligroso para el capitalismo. Por ello hay que codificar todos los cuerpos. Y es por esta misma razón que resulta interesante recuperar el ejercicio cuerpo sin órganos de Preciado.

El travestismo escritural registra, por una parte, las micromutaciones fisiológicas y políticas producidas por el consumo de testosterona en el cuerpo de la protagonista y, por otra, las mutaciones teóricas estimuladas por las sensaciones que estos movimientos llevan a cabo. A Preciado no le importa la experiencia individual que la intervención provoca, sino que cómo ellas brotan del día a día, de la evolución de las especies vivas, de los flujos económicos, de los residuos de las innovaciones tecnológicas, de la preparación de las guerras, del tráfico de esclavos y de mercancías, de las instituciones penitenciarias y de represión, de las redes de comunicación y vigilancia, de la producción de jerarquías, del encadenamiento aleatorio de técnicas y de grupos de opinión, de la transformación bioquímica de la sensibilidad, de la producción y la distribución de imágenes pornográficas… (Preciado, Testo Yonqui).

La sentencia está declarada, como precisa Paco Vidarte (2007), nuevos interruptores que enciendan alternativas de sensibilidad y actitudes para habilitar otras maneras de hacer políticas: contrahomofóbicas. Desde la semiología estas estrategias de subversión son síntomas de la propia muerte de la semiología. El significante no solo se emancipa, sino que se asignifica para vulnerar radicalmente la estructura uno-dos del significado-significante saussureano. El significante se abre a infinitas interpretaciones desarticulando las claves instauradas en las artificiales tradiciones de “toda la vida”. Aquí, entonces, entra en escena la ruptura total de Ética marica (2007) de Vidarte, de la locura diseminada por el recientemente desaparecido María Panero o del desastre antropófago de la obra encapuchada de Jesús Algovi3. Estas manifestaciones van de la mano con la definición que presenta Braidotti, citando a Scott, al referirse al posgénero:

Lo que surge aquí es una redefinición radical del texto y de lo textual que los aparta del modo dualista; el texto se aborda ahora como estructura semiótica y a la vez como estructura material; por tanto, no se trata de un ítem aislado, bloqueado en una oposición dualista entre un contexto social y una actividad de interpretación. Antes bien, el texto debe entenderse como un término de un proceso, esto es, una reacción en cadena que abarca una red de relaciones de poder (Braidotti, Subjetividad nómade, 138-139).

En palabras de Panero (Teoría del miedo, 9-10): “El claquear de mandíbulas del llamado esquizofrénico y su risa inexplicable es un acto canibálico como el poema quisiera ser: un acto canibálico, un intervalo en la desesperación, como un porro que suspende la vida”. La idea es recuperar lo que está en el afuera, pero no para ponerlo dentro, sino para reubicarlo en otros emplazamientos, desemplazando las cuestiones de la comunidad para rehabitar desde el contrasentido (Ortiz de Zárate y Browne, 2012). Un contrasentido que no entienda nada de lo establecido y que se transforme en una maquinaria asignificante que, desde el desconocimiento y la ignorancia por exceso, estimule nuevas miradas.

Al igual que Preciado no se inyecta por una necesidad médica, el antropófago no come por hambre. Come porque desea dentro de sí eso que no tiene y que quiere aunque lo tenga otro. Cuando la otredad ya no es parte de lo binario, ni de lo terciario es “otra otredad” desemplazada, desencajada, descuartizada como el texto de Panero. Escrito que anuncia la tregua de la antropología y provoca el giro que implica otra etnografía: etnógrafo-otro. Más poeta viajero y menos territorializado. Para hacer, antes del fin, un nuevo viaje que anule la autoridad del autor y la haga experienciable, peligrosamente experienciable. El etnógrafo-otro resquebraja los imaginarios para dar paso a lo múltiple, a un viaje sin principio y, peor aún, sin fin: “En el advenimiento del vacío, el irse acaba, es el encuentro. Nunca las cenizas recordarán el fuego que les trajo al mundo, silencio” (Olivares, 2009).

El problema pareciera ser que se le teme a romper lo de antes. El pasado instaurado y validado por los discursos de autoridad. Por eso vale el esfuerzo de sacar a pasear al etnógrafo de la tradición y todo lo que él implica y travestirlo en un voyeur. Solo con este pequeño acto se mueve, circula, se nomadiza en busca de su propio des-encaje: etnógrafo/pornógrafo. El encuentro con lo que no pensó ni coordinó encontrarse, con la diferencia de la diferencia. Con la radicalidad trans, si se quiere volver a la transgresión dentro del proyecto sexopolítico de Preciado. Paco Vidarte se atrevió a hacer esto y lo dijo así:

¿Qué es ser marica? Sigo sin responder. Ni falta que hace. Algo que ha cuajado irremisiblemente es que no hay más identidad que la identidad política, que la identidad estratégica, y que nadie anda buscando esenciales homosexuales en la medicina, la embriología, la genética, la biología, la paleontología, la etología, la psicología ni hostias (Vidarte, 54).


Asimismo, en “La farmacia de Platón” Derrida (1975) abusa de las ambigüedades que interesan en el proyecto trans. La dualidad del fármacon implica “remedio” y, a su vez, “veneno”: remedio o veneno para la memoria. En el “Fedro” el fármacon se relaciona con pharmakeus que es mago-brujo. El fármacon es la negación de la identidad y de la sustancia. El fármacon es una sustancia de profundidad encriptada, es la antisustancia misma: “lo que resiste a todo filosofema, lo que excede indefinidamente como noidentidad, no esencia, no sustancia, y proporcionándole de esa manera la inagotable adversidad de su fondo y de su ausencia de fondo” (Derrida, La diseminación, 103).

El poder farmacopornográfico, de fuerte marca derridiana, conlleva la ambigüedad del fármacon. Nace a fines del siglo XX y principios del XXI y tiene sus orígenes en las transformaciones de la economía medieval que serán seguidas por las economías industriales, por la modernidad capitalista y por las construcciones de los estados-nación y las ciencias técnico-occidentales neoliberales.

Para Beatriz Preciado, la invención del concepto de “género” es el centro de urgencia del nuevo régimen farmacopornográfico de la sexualidad. La feminidad, la masculinidad y el género son artificialidades que se diagnostican a partir de la Segunda Guerra Mundial y se tienden a generalizar como parte de un proyecto de domesticación social: “El objetivo de estas tecnologías farmacopornográficas es la producción de una prótesis política viva: un cuerpo suficientemente dócil como para poner su potentia gaudendi, su capacidad total y abstracta de crear placer, al servicio de la producción de capital” (Preciado, Testo Yonqui, 90).

A su vez, el cuerpo farmacopornográfico NO es dócil. No se deja domesticar fácilmente. Para Preciado es, primero que todo, potencia de vida que aspira a diseminarse y cuya búsqueda está en la transformación total y planetaria mediante, por ejemplo, de la autoexperimentación hormonal, como lo hace Preciado a lo largo de la escritura experimental de Testo Yonqui. Es un mecanismo de subversión que confronta desde sus propias lógicas de biopoder y biopolítica a las tardías sociedades disciplinarias y a las actuales sociedades de control.

Con esto el género se deshace y pierde protagonismo limitándose a las redes de materialización biopolítica y consolidándose socialmente en una metamorfosis pirotécnica que lo lleva al espectáculo. En este ejercicio etnográfico-pornográfico, el género se reduce al dígito y al cibercódigo: “No hay género masculino y femenino más que frente a un público, es decir, como construcción somato-discursiva de carácter colectivo, frente a la comunidad científica o la red” (Preciado, Testo yonqui, 91). A causa de lo anterior, los dispositivos farmacopornográficos toleran acciones políticas para contrarrestar el actual control que sale desde sí mismos. Políticas de gestión del software libre, gender-copyleft o una micropolítica de células que está atenta a las líneas de fuga que se enfrentan a los aparatos estatales de flujos como hormonas, píldoras (incluso la del día después), esperma, sangre, etcétera. El propósito es resistir contra la privatización del cuerpo y los riesgos que corren las potencias de vida sometidas a la fuerza de trabajo, los copyright y los biocódigos cerrados, como el made in time del corpus de Nancy (2003). Preciado propone, como parte del potentia gaudendi, dispositivos de aplicación radical como la piratería de hormonas, textos, saberes, prácticas, códigos, placeres y flujos con el sencillo y claro fin de transformar al cuerpo de la multitud en archivo político abierto y plural.

4. Genio farmacopornográfico

Como consecuencia de la ambigüedad y contradicción latente y patente, el genio farmacopornográfico, por lo visto, fue víctima de un exceso biopolítico: cóctel letal de triterapias y de antidepresivos. Abusó de los mecanismos de control para abandonar las normas de navegación y no seguir jugando, ya que, como lo escribe uno de los tantos narradores de Enrique Vila-Matas en Suicidios ejemplares: “Lo que hace soportable la vida es la idea de que podemos elegir cuándo escapar” (97).

Preciado y Despentes aparecen como el ejemplo de resistencia al modelo farmacopornográfico. En Testo yonqui se registra parte del fenómeno en el capítulo once “Jimi y YO” (221-232), aquí se da cuenta de la relación física, sexual y emocional desde la perspectiva de Preciado, quien mientras está bajo su autointoxicación, debe y desea someterse a los deseos de Virginie Despentes, donde los juegos de lenguaje pasan por todas las potencialidades de lo femenino, masculino, trans, generando una manera de relacionarse única y autónoma de los poderes descritos por la filósofa: “Triple penetración. Más despacio. Lo que sucede no es fotográfico. El ojo se deja tocar en su superficie por la imagen: el sexo es videográfico. La impresión se vuelve después más olfativa que visual, más táctil que auditiva. Somos el universo follando” (Testo yonqui, 231-232). Es en esa conexión sintética, en la práctica del sexo donde se remueve el sistema.

En conclusión, desde el reconocimiento de la instauración de un dispositivo biopolítico para controlar los cuerpos y sus sexualidades se puede reconocer también en lo farmapornográfico una suerte de presencia de control que intenta desarticular los parámetros tradicionales, por medio de un poder que resulta libertario por su subversión a los esenciales del género y anarquista por su subversión a los esenciales políticos que solidarizan con las lógicas de exclusión sexual propios de un estado fuera de género.

El dispositivo farmapornográfico, por tanto, genera monstruos que, en la era de los post ya no se reconocen como tales pues todos somos monstruos. “Estamos en el lado de los monstruos. ¿Y qué? Si ya no podemos insultar a los monstruos es porque nos damos cuenta de que somos uno de ellos (...) Nos hemos convertido oficialmente en activistas...” (Bornstein en Preciado, Testo yonqui, 233).

NOTAS

1 “La transformación de los ejes de la diferencia sexualizada, racializada y naturalizada forma modelos del devenir que se intersectan y componen una nueva economía política de la alteridad y que, por lo tanto, tienen gran importancia ética y política”. (Braidotti, Transposiciones, 69)

2 “Eso también significa que la famosa distinción entre sexo y género, uno de los pilares sobre los cuales se construyó la teoría feminista en lengua inglesa, no tiene sentido —ni en el plano epistemológico ni en el plano político— en muchos contextos europeos donde resultan más significativas y habituales las nociones de ‘sexualidad’ y ‘diferencia sexual’” (Braidotti, Subjetividad nómade, 132).

3 “Antropofagias”. Museo de Arte Contemporáneo de Valdivia (MAC). 3 - 29 diciembre 2009.

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