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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.54 no.131 Bogotá Aug. 2006

 

BEUCHOT, Mauricio. (2005). Interculturalidad y derechos humanos. México: Siglo XXI Editores/UNAM. 119pp.

 

INTERCULTURALISM AND HUMAN RIGHTS (Jacob Buganza)

 

Jacob Buganza

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, E-mail: jbuganza@itesm.mx


En este nuevo libro Beuchot hace una aplicación muy concreta de la hermenéutica analógica propuesta por él en los últimos a&ñtilde;os. Se trata de aplicarla al problema de la relación entre los derechos humanos y el multiculturalismo, que surge precisamente porque puede haber modelos multiculturalistas que permitan todo tipo de prácticas culturales, esto es, que buscan preservar todas las costumbres de un pueblo, sin observar que esas mismas prácticas culturales pueden llegar a violentar a la persona humana. También puede haber modelos unívocos culturales, globalizantes, que buscarían la homogeneización de todas las culturas. Para ello, Beuchot recurre a la noción de analogía para proponer un modelo multiculturalista al que llama "pluralismo cultural analógico" (14); el cual busca inscribirse entre el multiculturalismo liberal (que privilegia los derechos individuales) y el multiculturalismo comunitarista (que privilegia los derechos grupales), tratando de salvaguardar ambos derechos (cf. 16). Al utilizar la analogía, la tensión entre la semejanza y la diferencia no tiene por qué romperse, porque ello destruiría la misma analogía. En esta forma se logran salvaguardar unos mínimos de semejanza (y de respeto) entre todas las culturas. De ahí la pregunta que ha de guiar su investigación: ¿cómo mantener "la proporción en la que debe respetarse la diferencia y procurarse la semejanza entre las culturas"? (14). Para responderla, Beuchot recurre al concepto de derechos humanos, caracterizándolos como aquellos que tienen una vocación de universalidad irrenunciable. No fundamenta en este libro dicha noción, pero sí remite a trabajos anteriores donde lo ha hecho (ver: Derechos humanos. Historia y Filosofía. (2001). México: Fontamara). Pero ¿en dónde quedó la hermenéutica como teoría de la interpretación? Precisamente será ésta la que permita evaluar las culturas, interpretándolas, criticándolas, viendo los aspectos favorables y los que han de ser modificados (cf. 21). La tarea de dicha hermenéutica se resume en dos funciones: aprender de las culturas y criticar sus elementos. Con dichos elementos, Beuchot comienza a desarrollar paso a paso sus tesis a lo largo de los diez capítulos que componen el libro, y que culminan con una conclusión. Algo muy importante que puede resaltarse para comprender la tesis de Beuchot es que la analogía implica el concepto de límite, es decir, que si éste se rompe, la analogía deja de existir. Es como si la analogía estuviera compuesta de hilos: mayor será el número de hilos, cuanta mayor semejanza haya entre ambos elementos (cosas, entes, realidades, etc.). Ahora bien, si se rompe el último de los hilos, deja de haber analogía. Lo mismo sucede en el caso del multiculturalismo: puede haber permisividad y promoción de otros valores distintos a los propios, que se viven de hecho en un ambiente plural; pero habrá algo que marque el límite último, algo que no ha de ser roto o violado, porque si se viola, el pluralismo cultural se viene abajo. Y ese algo son precisamente los derechos humanos: "Los derechos humanos sirven de límite al pluralismo cultural, pero el pluralismo cultural es el ámbito donde ellos se realizan" (32). Se trata sí de un pluralismo limitado, analógico, porque excluye la violación de los derechos fundamentales.

El problema es que muchas culturas violan sistemáticamente los derechos humanos (los derechos de la mujer, de los ni&ñtilde;os, el derecho a la vida, etc.). Y es precisamente una hermenéutica analógica, como la que propone Beuchot, la que permite el diálogo intercultural para lograr comprender a las culturas y aprender de ellas, pero también criticarlas, para ver qué aspectos han de modificarse para alcanzar un mundo más abierto, pero a la vez más respetuoso. Surge entonces la pregunta sobre cómo alcanzar ese mundo más abierto y respetuoso. Beuchot responde que debe haber, como en la analogía de atribución, un modelo o primer analogado (analogado principal), y este viene a ser aquella cultura que respete a cabalidad los derechos humanos como elementos fundamentales del modelo. Esto lo formula Beuchot como respuesta a un se&ñtilde;alamiento que le hiciera Vattimo en el marco del First Internacional Congress on Hermeneutics. Hay que promover y propiciar lo constructivo de las culturas, y rechazar lo destructivo de éstas, y lo mejor que puede promover una cultura son precisamente los derechos humanos, tanto los individuales como los grupales, siempre y cuando no lesionen a la persona en sus derechos fundamentales, que vienen a ser, como se ha dicho, el límite analógico de las prácticas culturales. Otro punto interesante de la aplicación de la analogía es la convergencia conceptual que puede darse entre los mínimos de justicia que ha venido subrayando Adela Cortina. Beuchot propone que el derecho a la diferencia debe darse, pero que este derecho no puede ser absoluto e irrestricto. "Se da dentro de cierta búsqueda de identidad o igualdad, que permite la justicia" (43). Esa ética mínima, en otros términos, viene a estar constituida por los derechos humanos, que se muestran como obligatorios. Beuchot rescata y reelabora así la distinción que establece Walzer entre la ética de justicia y la ética del bien o de los bienes: la justicia iguala a todos, mientras que los bienes o la vida buena implican una diferenciación. De ahí la insistencia en los derechos comunitarios, en los derechos grupales que se refieren a las formas de vida. Estos últimos, aunque no todos los autores lo consideren así, son también derechos humanos que han de estar en armonía con los derechos humanos fundamentales (los individuales). Cabe sin embargo preguntarse cómo compaginar los derechos grupales con los individuales, ya que los individuos ajenos a un grupo cultural podrían verse perjudicados. Pregunta que en el libro no encuentra una clara respuesta. Finalmente, Beuchot se pregunta qué hacer con aquellos grupos o comunidades que de manera sistemática (entiéndase culturalmente) violan los derechos humanos. En primer lugar, y es lo más deseable, Beuchot propone un cambio mediante la educación, ya que toda persona está en capacidad de ver lo deseable que puede ser vivir en una sociedad que respete esos derechos. La razón del hombre (entiéndase en un sentido facultativo o antropológico) está en capacidad de ver la práctica de los derechos humanos como algo digno de seguirse y, en consecuencia, la voluntad seguirá el sendero que la razón le indique. Pero ¿qué sucede con quienes, a pesar de ser instruidos en este respeto a los derechos humanos, no los sigan, promuevan y practiquen? En esos casos el Estado tiene el derecho a intervenir. Sin embargo, en el nivel internacional hace falta una mayor elaboración del problema, ya que tiene que ver con la defensa de la soberanía.

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