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Teología y vida

Print version ISSN 0049-3449On-line version ISSN 0717-6295

Teol. vida vol.57 no.1 Santiago  2016

http://dx.doi.org/10.4067/S0049-34492016000100007 

Recensiones

 

ÓSCAR VELÁSQUEZ, autor. Breve tratado sobre la naturaleza trascendental del cosmos. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2015. pp. 178.

 

La obra se plantea indagar en un asunto fundamental, la naturaleza de la trascendencia, aquello que Kant y Heidegger situaron en el centro la problemática filosófica. Se trata de comprender la posibilidad que tiene la mente humana de concebir ciertos conceptos que no derivan directamente de la percepción natural o sensible. Estas son las nociones de infinitud y eternidad, que surgirán en la experiencia de la comprensión, producidos por un desdoblamiento o proyección intencional del pensamiento, a partir de los conceptos de espacio y de tiempo que sostienen el devenir del ámbito natural.

Estas nociones —de eternidad e infinito— que se manifiestan en el lenguaje histórico del género humano, tienen entonces carácter trascendental. Importa subrayar, desde su introducción, que la obra no aborda la trascendencia como nomina trascen-dentalia, al modo del ser del ente. En tanto, la categoría de trascendente no se inscribe en el texto al estilo kantiano, sino desde su posición viva en el genio de la lengua castellana. De tal suerte trascendental es interpretado como: "lo que se comunica o extiende hacia otras cosas".

El impulso inicial de este opúsculo parece tener una raíz gnoseológica, pero como veremos también alcanza hacia otras dimensiones metafísicas, ya que está en juego tanto la experiencia de la verdad como sus relaciones fronterizas con el mundo de las creencias. Todo esto va surgiendo desde el ámbito de un lenguaje articulándose en las posibilidades de representación lingüística de los mentados objetos teóricos, llamados trascendentales, como son las nociones clave de eternidad e infinito. "Se supone aquí que el mundo es capaz de manifestar algo que va más allá de lo que naturalmente manifiesta, por el propio hecho de ser lo que es" (p. 11).

El autor procede a introducir metódicamente el vocabulario relevante de su indagación, configurando así una suerte de situación lingüística, cuyo entramado considera los límites de la experiencia comprensiva del mundo pero que también se abre a la comprensión de una "especial tipo de certeza trascendental". En el primer capítulo del texto, que versa sobre La dimensión Espacio-Temporal del hombre en el cosmos, ya podemos colegir una especie de ecuación epistemológica, cuyo resultado instala al lector en las proyecciones de la trascendencia que lo rodea. Así las cosas el procedimiento de representación se sostiene con un ritmo gradual y verosímil, ya que los términos principales del estudio, i. e., 'naturaleza', 'materia', 'mundo', 'cosmos', 'ser', 'realidad', 'tiempo', 'espacio', 'temporalidad', 'espacialidad', 'eidos', 'número', 'razón', 'élan', 'determinaciones inteligibles', 'intención', 'pliegue', 'despliegue'', 'repliegue', 'proceso de transformación' como bloques compuestos de modo arquitectónico y sistemático (Cfr. Indice de Palabras, pp. 171-8).

El caso de la noción de naturaleza es un eje central, ya que si bien designa la realidad física del universo, también adquiere un tono trascendental, surgido de las combinaciones posibles de las nociones del espacio y tiempo, con las de infinitud y eternidad. La noción de mundo en tanto, se sitúa en la dimensión de la visión propiamente humana —que en buena medida deriva de la idea estoica de cosmos—, y es el término de mayor radiación conceptual en el título mismo del libro, ya que se "habrá de dilucidar cuáles podrían ser las condiciones y modos de existencia del cosmos y de aquello que lo trasciende" (p. 13). Esto es porque la naturaleza parece señalar un ordenamiento que, traducido a un lenguaje pitagórico, se comprende "como un poder que se despliega conforme al número" (Ibid); de tal suerte la naturaleza se puede entender como universo, o como "un verdadero libro en que aprendemos a ver la realidad, y a mantener abierto nuestro espíritu al espectáculo del Ser" (Ibid.). El mundo natural entonces es el soporte necesario del acceso a lo sobrenatural, que puede ser entendido como una experiencia de la mente o un acontecimiento espiritual, pero que en términos empiristas radicales, se revela como un fenómeno intencional de la consciencia, que en su capacidad eidética abarca dimensiones metafísicas que se manifiestan en el drama interno de la inteligencia.

Conviene en tanto, tener presente la construcción cuidadosa de los conceptos operativos de este breve tratado sobre la trascendencia, pues la facultad de la razón —como herramienta de la mente— es capaz de distinguir, entre el movimiento progresivo del número natural y su proyección infinita y eterna, como ámbitos fronterizos y sucesivos. Entretanto la mente, en la actividad de razonar, realiza un movimiento que imita al universo en su desplazamiento progresivo y que, teniendo a la vista el paradigma límite de la Galaxia, sería semejante a un espiral en expansión que se desplaza mas allá de sus límites luminiscentes. Este despliegue del horizonte sideral se concibe como "un tiempo cósmico en relación con la luz" y que en el hombre se experimenta como tiempo de la duración, en dirección externa e interna, o sea como introspección y posterior despliegue de vitalidad, en una dialéctica de reflexión y proyección, en un proceso que es natural y existencial a la vez. El tiempo humano entonces se revela como un acontecimiento que se proyecta en la naturaleza, que se describe como un organismo de "acción, orden, disposición y configuración", tanto del universo como del hombre (p. 15).

De tal manera la casa del Ser es un cosmos que evoluciona, y el hombre un acontecimiento de esta realidad que se mimetiza con el desplazamiento espacio-temporal del mundo. Se supone que el cosmos realiza la vida de una manera evolutiva en el hombre, que interactúa con el universo, y que parece imitarlo siguiendo la ley del menor esfuerzo, es decir, siguiendo su propia naturaleza. Surgirá de este modo, en el marco de las creencias teleológicas, un escenario existencial con problemática propia. En tanto, conviene notar que el supuesto fundamental de estas proposiciones cosmológicas descansan en la constitución matemática del mundo, que permite la objetivación razonable de las representaciones en la consciencia. Recién en este punto, cuando se establece que la razón evoluciona objetivando todas las cosas, emerge la figura de un sujeto: el ser humano, que el autor denomina "vástago del número" porque tiene el poder mental de conectarse con sus fuentes originarias mediante la potencia espiritual de la razón, descrita como una "suma de acuerdos innumerables, en tiempos y espacios, interactuando de diversas maneras en el breve trecho de esta realidad orgánica" (p. 16).

Estructura del Breve Tratado

El libro consta de 170 páginas de texto, una bibliografía esencial de referencias y un índice de palabras final. En tanto, la complejidad de su temática se podría sintetizar en palabras del autor, que señala al final que: "he procedido de la cosmología a la lingüística, consciente de los estrechos vínculos establecidos en una evolución que es tanto física como biológica", y que concierne tanto al cosmos, como también al género humano en su despliegue cultural. De tal suerte los once capítulos del breve tratado transitan desde una consideración cosmológica inicial, que incluye como señalamos, el asunto central del conocimiento filosófico de lo trascendente como raíz temática, dialogando en este proceso con autores como Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger, Hartmann, Bergson, Whitehead, Levinas, Russell, Peano, Gómez Lasa, Tugendhat, Torretti, entre otros, que se han acercado antes a estos complejos objetos especulativos. Para Velásquez, en la medida de lo razonable, la trascendencia es producida por una razón en actividad de modo que "trascendencia es fundamentalmente asunto humano" en que se experimenta la "existencia de objetos que son como la prolongación del espacio y el tiempo" (p. 25). Por momentos este planteamiento pareciera que se acerca a Heidegger, sin embargo, toma un curso sui generis explícito, cuando argumenta que "El poder trascendental de la realidad física del mundo se manifiesta en la capacidad que demuestra de suscitar en la razón un impulso [élan] de superación del aquí" (p. 90).

Desde el principio el lector se encuentra con un texto de alta abstracción teorética y nos parece apropiado destacar la disciplina del autor, que sitúa su corriente de pensamiento en el más originario nivel de la investigación filosófica: la pregunta por la Physis, abriéndose paso gradualmente en el espacio lógico de las relaciones que establece. Un ejemplo de notable intensidad teórica se encuentra en su tratamiento inicial del Espacio, su relación con la naturaleza y su proyección como infinito elaborada por la razón trascendental. En este punto, la figura de nuestra Galaxia —la vía láctea— es el elemento que se propone como el límite natural dentro del marco teórico, ya que es lo que otorga un ámbito inteligible al mundo físico de la luz, cuya trayectoria va curvándose entre las distintas fuerzas gravitacionales. Otro ejemplo de síntesis hermenéutica, se halla en su construcción ontológica del eidos, en conexión con el dinamismo de Whitehead —en su vocabulario concrescence— y que Velásquez propone como un despliegue y repliegue de la dimensión espacio-temporal, y por lo mismo como una "criatura de la razón" (p. 51).

De tal manera, el espacio de la naturaleza se traspone en la experiencia humana como espacialidad, así como el tiempo natural tiene su domicilio humano en la temporalidad, que resultan ser las estructuras fundamentales de la consciencia cognoscente del mundo. Lo cierto es que tanto los movimientos astrales como planetarios fungen como condiciones de posibilidad del pensamiento humano, toda vez que este imita a su manera el poder concatenado de los astros en sus senderos de luz. Así, el acto del conocimiento, fruto de la razón discriminadora, es como un rayo de luz que permite revelar el contorno de las cosas, es decir su eidos o figura, como cosa distinta y unitaria, contra el trasfondo indiferente de lo tenebroso. Razonar es entonces separar y distinguir en virtud de la luz.

En el capítulo V surge el asunto central de la idea de Dios, o al menos de la experiencia de representación. El objeto divino aparece al razonamiento primero como "predicado antes que sujeto", como adjetivo antes que substantivo, y si bien el argumento del diseño del cosmos y la referencia a la orientación finalista del mundo, son asuntos afines a esta instancia, el autor busca seguir con "una lógica propia y personal" (p. 85), sin descuidar el acervo de la tradición. De tal suerte, esta idea límite de lo divino se trabaja de un modo racional y sin abusar de los reconocidos indicios cósmicos. Así es como se establece un ensayo de teología racional en la parte central del texto (cap. VI) que es un estudio de la noción de Dios según la razón trascendental. En este drama teórico por cierto que se reconoce la posibilidad libre de la cancelación de esta representación, pero el autor avanza de todas formas hacia lo inteligible en virtud de un impulso, o elán transgresor de la razón ontológica, que se proyecta mas allá de sus límites en la razón trascendental.

En el capítulo VII recién vemos surgir el asunto del alma del mundo, que surge a propósito de la búsqueda de un elemento integrador entre el hombre, consigo mismo y el cosmos reinante. En esta discusión de alta teoría y en un giro dialéctico desde lo cósmico a lo humano, el autor nos introduce en un plano de aplicaciones existenciales de las razones establecidas, mediante un dispositivo poético por excelencia: la tragedia griega, que cumple la función arquetípica de representar el drama cósmico de una filosofía de la naturaleza que, a nuestro entender está muy bien cifrado en el fragmento de Anaximandro: De donde vienen todas las cosas, hacía allá deberán retornar, pagándose mutuamente la pena por su injusticia, según el orden del tiempo.

A estas alturas del entramado textual es posible ensayar aplicaciones teóricas que relacionen el plano cosmológico con un nivel antropológico, o como continuidad de lo ontológico en lo trascendente de la razón, es decir, como despliegue de capacidad creadora de representaciones eternas. Así es posible entender que el universo astral, figura límite de la naturaleza, deviene humanamente en cosmos, configurado idealmente por la razón y que lo representa para sí como mundo físico. Este cuerpo externo del mundo será a su vez la base originaria de la constelación orgánica del devenir circundante, que incluye al sistema solar y a nuestra madre tierra. El alma del mundo se hace inteligible en su repliegue al alma individual, en virtud de cierta semejanza originaria, y del poder único de la mente humana que, junto con racionar es órgano de relación y adaptación. La mente actúa organizando, a través de la razón, su principal instrumento, y se instala en el ser espacio-temporal. De tal manera la existencia individual, urbanizada por el espíritu humano, devendrá en un mundo de representaciones, sostenidas esencialmente por la espacialidad y temporalidad humanas, cuyo desarrollo evolutivo es posible de captar en las capacidades proteicas de la razón. En efecto, en una orden serial, se puede iniciar su marcha como razón ontológica o natural, luego devenir en una razón trascendente o existencial, y finalmente en razón metafísica o razón religiosa, que son algunas de las posibilidades del poder creador de la mente, cuyos ámbitos de inteligibilidad extienden la consciencia para traducir la experiencia del mundo.

En el capítulo VIII, y revisando la estructura numerológica del mundo físico, se atiende a la relación que se establece entre la configuración de las imágenes mentales y la manifestación simbólica de los arquetipos eternos. Así vamos descendiendo desde las consideraciones cosmológicas, al plano humano de las imágenes representativas, cuya entidad fundamental es la palabra. Aquí se establece que: "el lenguaje es sin duda consecuencia de una evolución cósmica pues... La palabra humana es un trozo de armonía devuelta al universo en la forma de una voz articulada" (p. 116). Las palabras entonces son símbolos por antonomasia, pues señalan y contienen las cifras latentes de las múltiples formas del mundo en su capacidad de representación interior, o espiritual. De tal modo las unidades lingüísticas son caracterizadas por el autor como criaturas de luz, como fotones con su propia carga electromagnética, y que se desprenden de la órbita del pensamiento para reconstruir hacia fuera la experiencia de comprensión del mundo interno.

Las palabras serían como objetos físicos reales, partículas hechas de sílabas o de elementos subatómicos misteriosos. En este punto del análisis, la facultad de la inteligencia se conecta definitivamente con la experiencia del lenguaje, donde el asunto axial es justamente "la luminosidad que adviene con el pensar". En la intimidad del recogimiento espiritual es posible descifrar el libro del mundo, y por eso también el saber se puede transformar en una experiencia religiosa —en el sentido ciceroniano de religión como relegere, es decir como relectura del logos del mundo— que mantiene configurado al cosmos.

Los capítulos finales, IX y X, son los textos de mayor vuelo poético del tratado, toda vez que la poesía irrumpe como sujeto y objeto de reflexión en la puesta en escena final del libro, con dos soberbios ensayos estéticos: uno sobre la tragedia Agamenón de Esquilo y otro sobre la épica Eneida de Virgilio. Ya en las postrimerías del breve tratado contemplamos una certera elaboración en el tratamiento del tiempo pretérito y mítico, en el espacio simbólico de una tragedia clásica, y luego una inspirada reflexión sobre el futuro gramatical y su poder profético, en la epopeya del piadoso Eneas. A nuestro entender estas dos piezas de cuidadosa filigrana textual, son los capítulos más logrados del libro ya que junto a su elaborada propuesta estética, se aportan claves hermenéuticas decisivas para comprender la compleja unidad de la obra, que desemboca en una original poética del tiempo. A fin de cuentas es música, que se expresa en el soporte del tiempo y que armonizará con sus acordes finales, la pesadez de la existencia en las figuras de los héroes.

No obstante, y desde una perspectiva final, podemos describir este breve tratado como una experiencia de filosofía especulativa acerca de la trascendencia del cosmos, que culmina naturalmente con una Poética, o teoría estética del logos creador, como resultado coherente de una antropología sostenida y definida fundamentalmente por el acontecimiento evolutivo de la palabra, entidad de origen cósmico que parece surgir y regresar a la órbita espacial de la Galaxia, en un movimiento dialéctico de descenso y ascenso a sus orígenes.

El epílogo del libro, sobre el tiempo verbal y la trascendencia, es semejante a un necesario cable a tierra después de las consideraciones expuestas, pues se trata de una reflexión profunda sobre la gramática y la estructura verbal de las lenguas indoeuropeas, de las cuales somos herederos en tanto hispanohablantes y sobre todo porque "la palabra es la criatura predilecta de la espacialidad y la temporalidad humanas".

Por último este libro es un excelente ensayo de autor, puesto que plasma en sus páginas el esfuerzo imaginativo de construir un esquema conceptual, que llega a ser aplicable a todos los hechos de la experiencia espacio temporal y, en estas circunstancias: "intentar comprender la lógica interna que mueve a una mente a pensar en forma trascendente". De tal modo, sus proposiciones parecen promover el élan natural de una razón que parece superarse a sí misma, sostenida por el principio optimista de que el cosmos se hace inteligible por la experiencia del logos.

Por otro lado, sobre los méritos literarios del texto, pensamos que constituye per se un aporte interesante a la lengua hispanoamericana y en particular a la filosofía pensada en la lengua de Cervantes. Finalmente, hay que decir que la sintaxis de sus párrafos nos exigen a ratos tomar un largo aliento pero que se compensa el esfuerzo de lectura, ya que de tanto reflexionar sobre la luz, pareciera que algo queda del brillo de la verdad en la lectura del libro y del mundo.

Giannina Burlando

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