INTERDISCIPLINARIEDAD
EN ARTE Y DISEÑO
PRÁCTICAS
Y APROXIMACIONES
TEÓRICAS
Carles Méndez Llopis
(Coord.)
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CIUDAD JUÁREZ
Ricardo Duarte Jáquez
Rector
David Ramírez Perea
Secretario General
Manuel Loera de la Rosa
Secretario Académico
Érick Sánchez Flores
Director del Instituto de Arquitectura, Diseño y Arte
Ramón Chavira Chavira
Director General de Difusión Cultural y Divulgación Científica
Comité Editorial externo
Dr. José Galindo Gálvez
Dr. José Luis Cueto Lominchar
Dr. Benito Cañada Rangel
Dr. Chi-Chang Hsieh
Dr. Julio César Schara
Mtro. Fausto Gómez-Tuena
ÍNDICE
Introducción
Hacia un entendimiento de la
interdisciplinariedad en el ámbito creativo.
Carles Méndez Llopis
1. La investigación interdisciplinar
en arte: cartografías de una maleta
Carles Méndez Llopis
2. Para una interpretación
compleja del valor del arte.
José Ramón Fabelo Corzo
3. Cuando las imágenes suscitan la piel.
María Margarita de Haene Rosique
4. Constructos para el análisis
y la creación de libros juego. El caso de los prelibros
como medios de creación interdisciplinar.
Hortensia Mínguez García
5. Interdisciplinariedad entre el tipógrafo,
poeta y loco. El caso de Alejandro Lo Celso.
Sandra Ileana Cadena Flores
5
13
35
55
75
109
6. Creación y desarrollo de un sitio web. Condicionantes,
retos y limitantes de la interdisciplinariedad.
Estudio de caso en cuatro empresas de Ciudad Juárez.
Jorge Omar Chavarría Fernández
y Judith Angélica Campos González
7. La magia caos como proceso creativo:
una investigación sobre la interdisciplinariedad
entre la magia y el arte.
José Antonio Badía Pazos
133
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La edición, diseño y producción editorial de este documento estuvo a cargo de
la Dirección General de Difusión Cultural y Divulgación Científica, a través de la
Subdirección de Publicaciones.
Diseño de la cubierta e interiores: Sarahí Vidaña
Cuidado de la edición: Subdirección de Publicaciones
Coordinación editorial: Mayola Renova González
Apoyado con recursos PIFI 2013
Interdisciplinariedad en arte y diseño: prácticas y aproximaciones teóricas / Coord.
Carles Méndez Llopis.– Primera edición --Ciudad Juárez, Chihuahua, México: Universidad
Autónoma de Ciudad Juárez, 2014.
186 páginas; 22 centímetros. ISBN 978-607-520-103-0
Contenido: Introducción hacia un entendimiento de la interdisciplinariedad en el ámbito
creativo /Carles Méndez Llopis.--La investigación interdisciplinar en arte: cartografías de
una maleta / Carles Méndez Llopis.-- Para una interpretación compleja del valor del arte
/ José Ramón Fabelo Corzo.-- Cuando las imágenes suscitan la piel / María Margarita
de Haene Rosique.-- Constructos para el análisis y la creación de libros juego. El caso
de los prelibros como medios de creación interdisciplinar / Hortensia Mínguez García.-Interdisciplinariedad entre el tipógrafo, poeta y loco. El caso de Alejandro Lo Celso / Sandra
Ileana Cadena Flores.-- Creación y desarrollo de un sitio web. Condicionantes, retos y
limitantes de la interdisciplinariedad. Estudio de caso en cuatro empresas de Ciudad Juárez
/ Jorge Omar Chavarría Fernández y Judith Angélica Campos González.-- La magia caos
como proceso creativo: una investigación sobre la interdisciplinariedad entre la magia y el
arte / José Antonio Badía Pazos.
Arte y diseño – Interdisciplinariedad
Arte y diseño – Aproximaciones teóricas
LC – NX170 I57 2014
D.R. 2014 Carles Méndez Llopis, José Ramón Fabelo Corzo, María Margarita
de Haene Rosique, Hortensia Mínguez García, Sandra Ileana
Cadena Flores, Jorge Omar Chavarría Fernández, Judith Angélica
Campos González, José Antonio Badía Pazos.
D.R. 2014 Universidad Autónoma de Ciudad Juárez,
Avenida Plutarco Elías Calles #1210, Fovissste Chamizal,
Ciudad Juárez, Chihuahua, C.P. 32310
Tel. +52 (656) 688 2260
Primera edición, 2014
Impreso en México / Printed in Mexico
Para una interpretación
compleja del valor
del arte
José Ramón
Fabelo
Corzo*
* Investigador titular del Instituto de Filosofía de La Habana. Profesor-investigador titular de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla; correo electrónico: jrfabelo@yahoo.com.mx
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C
omo ámbito de reflexión, el arte
se somete a las mismas condicionantes que caracterizan a
cualquier objeto del saber humano. Sabido es que el camino del conocimiento —al menos el de aquel que aspira
a la verdad— debe conducir a un resultado que, en la medida de lo históricamente
posible, se aproxime lo más que pueda a
una reproducción del objeto, con toda la
complejidad y concreción existencial que
lo caracteriza.
La realidad —lo sabemos— es concreta en tanto es siempre síntesis de múltiples determinaciones. Por la misma razón
es compleja, debido a la diversidad de dimensiones en que existe y a la pluralidad
de factores que la condicionan. Lo real se
mueve de lo concreto a lo concreto y, en la
medida en que se somete a un proceso de
evolución natural o histórica, aun dentro de
su complejidad inherente, va de lo menos
complejo a lo más complejo. Si se trata, en
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particular, de un producto humano, cual es el caso del arte,
esa concreción es tanto más dinámica y mutante históricamente. En otras palabras, “lo que el arte es” es siempre algo
distinto en dependencia de la época de que se trate y algo
más complejo en la medida en que esas épocas se sucedan
unas a otras. Pero, además, ese dinamismo, esa variabilidad
y esa complejidad, inherentes a cualquier fruto del accionar sociohistórico, es significativamente mayor en el caso
del arte, uno de cuyos atributos que más lo identifican es
la relación siempre creativa y transgresora en relación con
su propio pasado. Por ello, tal vez no exista otra esfera de la
actividad humana en la que los productos sean entre sí tan
diversos como en el arte.
Pero si a lo que nos referimos es a la interpretación
del arte, y en particular a la de su valor —y éste es el caso
del presente ensayo—, hemos de tener en cuenta que el
camino por el que la realidad se mueve, no coincide con
el curso que el conocimiento sigue sobre ella. Si lo real va
de lo concreto complejo a lo concreto aún más complejo,
el conocimiento, partiendo también de lo concreto, en su
caso de lo concreto sensible, tiene a fuerza que recurrir a
la abstracción y simplificación como medio necesario para
llegar, finalmente, a un resultado que represente una reproducción de la realidad lo más fiel posible a su concreción
compleja.
De lo concreto sensible a lo abstracto y de ahí a lo concreto pensado, tal es el recorrido que el conocimiento debe
realizar cuando aspira a una verdad lo más plena posible
sobre el objeto. Lo concreto es así su momento inicial y su
punto de llegada, con la diferencia de que en el primer caso
el conocimiento se enfrenta a una realidad compleja a la
que se es sensible, pero que en buena medida no es todavía inteligible y se presenta como caótica, mientras que, al
final, lo concreto regresa como resultado de una síntesis in-
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PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
tegradora de los resultados alcanzados por diferentes procesos de abstracción que han profundizado, cada uno de
ellos por separado, en diferentes aspectos o dimensiones
del objeto estudiado. Este recorrido dialéctico de lo concreto a lo concreto, a través de lo abstracto, por el que el pensamiento humano transita, fue descrito originalmente por
Karl Marx (1987), al referirse al método que había seguido
en sus investigaciones económicas y a la marcada diferencia que necesariamente ha de caracterizar al movimiento
del pensamiento en relación con el de la realidad.
Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples
determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso. Es por
lo que lo concreto aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, y no como punto de partida,
aunque sea el verdadero punto de partida y por consiguiente también el punto de partida de la intuición y de la representación. (p. 51)
Debido a que lo concreto es siempre complejo y se
presenta inicialmente al pensamiento como algo caótico, el
paso a lo abstracto constituye simultáneamente su penetración y ordenamiento, por un lado, y su simplificación, por
otro. El proceso lógico determinante aquí es el análisis. Éste
permite separar, abstraer, aislar determinados procesos del
todo complejo, crear o desarrollar las categorías y conceptos que han de explicarlo, estudiar las leyes o regularidades
de su funcionamiento. Todo ello en determinados marcos
de simplificación necesaria, pues se ha tenido que abandonar el todo complejo original, a fin de penetrar y profundizar por separado en cada una de las diferentes determinaciones que se sintetizan en lo concreto.
La complicada trayectoria descrita aquí apenas en unos
párrafos puede no sólo caracterizar un proceso particular de
investigación, sino también abarcar épocas históricas completas si nos referimos, en un plano más genérico, al curso
PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
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que el conocimiento humano sigue a lo largo de la historia.
Es así como el movimiento hacia lo abstracto presupuso en
su momento la disciplinarización, es decir, el surgimiento y
desarrollo de disciplinas particulares especializadas en algún ámbito específico de lo concreto, que habrían de dar
cuenta, mediante procesos analíticos, de aspectos cada vez
más profundos del objeto estudiado. Las disciplinas buscan
profundidad y, al mismo tiempo, especialización en algunas
de esas múltiples determinaciones de lo concreto, al tiempo
que dejan de tenerse en cuenta otras.
Esto último no sería de gran problema si se reconociera a la abstracción y a las propias disciplinas como un paso
intermedio en el camino al conocimiento concreto de los
objetos. Pero ello no ha sido siempre así. Debido al largo
periodo de tiempo que el surgimiento y desarrollo de las
disciplinas clásicas del saber requirió, la modernidad nos
habituó a una mentalidad excesivamente disciplinar y a
identificar los resultados del pensamiento abstracto y disciplinar con la realidad misma, obviando el hecho de que
esta última es siempre concreta y desbordante de los ámbitos que cualquier disciplina particular puede abarcar.
A pesar de las advertencias que al respecto Marx hiciera desde mediados del siglo xix, la estructura disciplinar
del conocimiento, necesaria pero al mismo tiempo abstracta, fue identificada las más de las veces con la estructura de
la realidad misma. De esta manera, los conocimientos parcialmente verdaderos eran asumidos como toda la verdad y
terminaban siendo preponderantemente falsos por la parte
de la verdad que les faltaba. La unilateralidad disciplinaria
no era comprendida como tal y no se complementaba con
la síntesis multidisciplinar, interdisciplinar o transdisciplinar. Si bien estos tres últimos conceptos —multidisciplina,
interdisciplina y transdisciplina— son diferenciables entre
sí (Sotolongo y Delgado, 2006), su estrecha conexión y cer-
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PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
canía semántica nos permite obviar aquí sus diferencias y
concentrarnos en uno de ellos —la interdisciplinariedad—
como expresión sintética de los tres.
Es obvio que el retorno a lo concreto en el camino del
conocimiento de objetos complejos, cual es el caso del arte,
presupone el esfuerzo mancomunado de diversas disciplinas. En este sentido, sólo un enfoque interdisciplinario
podría dar cuenta de la multiplicidad de determinaciones
que lo condicionan. Sin embargo, también en el estudio del
arte ha existido cierto predominio de lo disciplinar abstracto. Esto ha tenido como fundamento real la propia diversificación continua de sus variadas expresiones, lo que hizo
nacer en su momento las diferentes disciplinas artísticas
que hoy conocemos. Cada una de ellas ha desarrollado su
propia praxis y su teoría correspondiente, muchas veces excesivamente desvinculadas entre sí.
El estudio genérico e integrador del arte ha pretendido
mantenerse en un ámbito relativamente distinto al arte mismo, en la filosofía, a veces en los marcos de una disciplina filosófica particular, como es la estética, a veces, como objeto
de la llamada filosofía del arte. Tanto en uno como en otro
caso, se busca una reflexión general sobre lo que el arte es,
su lugar en la sociedad y su valor para el ser humano.
Por su propia naturaleza, la filosofía tiene una vocación
integradora, sintetizadora, concreta y compleja. Lo filosófico
es un ámbito de síntesis, aun cuando el análisis forme parte de su construcción teórica. Desde su misma constitución
como “amor a la sabiduría”, la filosofía es ajena a excesivos
particularismos que pierdan de vista la totalidad concreta.
Luego del desarrollo moderno de las diferentes disciplinas
del conocimiento, el sentido de lo filosófico sigue estando
en buena medida en la integración de saberes. La interdisciplina es su mejor fuente nutricia. Podría decirse más, so-
PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
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brepasando el ámbito interdisciplinario, que lo filosófico se
asocia a lo transdisciplinar, lo cosmovisivo, lo holista.
Pero esto responde más bien a lo que podríamos calificar como el “deber ser” de lo filosófico. No siempre, ni
mucho menos, así se ha comportado la filosofía, tampoco
aquella que ha tenido como objeto de estudio el arte. Por
el contrario, en la mayoría de las ocasiones, la noción filosófica del arte y de su valor ha seguido arrastrando unilateralidades, que, entre otras cosas, ha perdido de vista la
multidimensionalidad y complejidad del fenómeno objeto
de reflexión.
En la tradición occidental y bajo el episteme dominante de la modernidad, se ha tendido históricamente a identificar el arte con propiedades o atributos ontológicamente
registrables. Si algún objeto material era portador de esas
propiedades o atributos, tal hecho era suficiente para considerarlo una obra de arte. Tal afirmación es válida lo mismo para la línea de pensamiento estético-formalista de ascendencia kantiana que para la variante contenidista desarrollada por Hegel y sus seguidores. Ya sea que permitiera
desde un punto de vista formal calificar al resultado como
bello, ya sea que se asociara a la búsqueda de la verdad y
la reproducción de determinados contenidos espirituales
o materiales, la tenencia de ciertas cualidades visibles por
parte de la obra era considerada condición necesaria y suficiente para ser arte.
Se trataba de una interpretación que hoy podríamos
calificar como sustancialista y, a la vez, abstracta y simple
(en el sentido opuesto a compleja). El arte era comprendido
como una especie de sustancia o cosa, cuya artisticidad era
deducible de las características a él atribuibles, formales o de
contenido, y apelando a una simple lógica formal univalente.
Bajo esta mirada nunca hubiesen podido ser entendidos como arte los readymades, de Marcel Duchamp, o la caja
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PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
Brillo, de Andy Warhol, por lo indiscernibles que resultan
desde este punto de vista en comparación con otros objetos
prácticamente idénticos a ellos, que continúan siendo ordinarios y no obras de arte.
El predominio del viejo episteme condicionó el rechazo al urinario, que, bajo el título de “La Fuente” y con
el seudónimo de R. Mutt, Duchamp presentó en 1917 en
una exposición de artistas independientes en Nueva York,
que paradójicamente ha quedado refrendada para la historia precisamente por la obra que rechazó y no por las
que aceptó. Aquel urinario, de apariencia absolutamente
ordinaria, que no llegó a exponerse y que se perdió para
siempre en su versión original, ha sido considerado por
muchos, sin embargo, como la más impactante obra de arte
del siglo xx. ¿Cómo pudo serlo si no había en ella nada visible que la distinguiera —al menos sustancialmente— de
los muchos urinarios idénticos que pululan en múltiples
baños públicos? ¿Cómo pudo serlo si no sólo no había en
ella rasgos distintivos visibles, sino que ni siquiera fue vista
por público alguno, con excepción de los pocos integrantes
de la Comisión de Selección, la mayoría de los cuales no le
adjudicó ningún valor artístico?
Una especie de revolución epistemológica en la apreciación del arte, se estaba promoviendo por la propia praxis artística. Pero el viejo episteme no se retiraría sin resistencia. Antes intentaría forzar la realidad para adecuarla
a sí mismo. Por eso no pocos intentaron explicar el valor
artístico de “La Fuente”, apelando a su presunta belleza.7
Seguían así utilizando el mismo criterio de evaluación de
lo artístico que había predominado hasta entonces y que
7 Es el caso de Walter Arensberg, mecenas que se ofreció a comprar “La Fuente” para apoyar al artista y argumentando que el sentido de la obra radicaba en
la revelación de su belleza. Más tarde, Arensberg terminaría por perder la obra.
Antes, Alfred Stieglitz le haría una foto que serviría de modelo para las diferentes
réplicas que posteriormente se harían de ella.
PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
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resultaba ya, a todas luces, inadecuado para el nuevo arte.
Evidentemente no podía ser la belleza la responsable de la
artisticidad del urinario de Duchamp. Este último no quiso
que quedaran dudas al respecto. Hablando en retrospectiva
en 1961 señaló: “Algo que quiero dejar muy claro es que la
elección de esos ‘readymades’ nunca fue dictada por el goce
estético (…) La elección se basó en una reacción de indiferencia visual combinada con una total ausencia de buen o
mal gusto (…) en realidad, una anestesia absoluta” (Danto,
El abuso de la belleza, 2005, p. 45).
Algo parecido pasaría casi medio siglo después de
aquel frustrado intento de Duchamp de exponer como arte
su urinario. En 1964, Andy Warhol presentó su hoy famosa
caja Brillo en una exposición realizada en la misma ciudad
de Nueva York. También en ese momento muchos dudaron
que se tratara en realidad de una obra de arte y el tema sobre las razones por las que podría o no serlo inspiró no pocas polémicas. La obra de Warhol reproducía al detalle, en
madera chapada, las habituales cajas de Brillo en las que se
trasladaba a los supermercados y se almacenaba un cotidiano producto de aseo doméstico. Comparadas con aquellas que les habían servido de modelo, las cajas de Warhol
no tenían muchas diferencias apreciables y, en todo caso,
éstas eran obviamente insustanciales a los efectos de su definición como obra de arte.
Este tipo de obras —como las de Duchamp y Warhol— pone en crisis la interpretación cosificada del arte,
es decir, su comprensión como simple cosa portadora de
ciertos atributos universales de lo artístico. Calificadas por
algunos como verdadero reto filosófico, estas producciones anuncian la necesidad de una concepción mucho más
compleja del arte. Evidentemente, ya no puede afirmarse
que el arte sea una cosa o alguna propiedad sustancial suya
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PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
o, por lo menos, no puede decirse que siempre lo sea o que
en todos los casos sea identificable con ello.
Más allá de algunas posiciones extremas como aquellas que cancelan todo intento de definir el arte y piden
renunciar a pensarlo, la búsqueda de una respuesta a este
reto ha dado pie a diversas filosofías del arte, entre las que
destacan la de Arthur C. Danto y la Teoría institucional de
George Dickie, promotoras, en ambos casos, de interesantes
perfiles para el análisis de la cuestión.8 Tal vez el elemento común a estas y otras reacciones surgidas ante el desafío
que presuponían aquellas obras, fue el de flexibilizar, relativizar, contextualizar, condicionar, la noción de lo artístico.
Más que promover una respuesta diferente, estas posiciones
han tendido a cambiar la pregunta misma: en lugar de “¿qué
es arte?”, la interrogante ahora sería: “¿cuándo es arte?”.
Atribuida originalmente a Nelson Goodman9 y reproducida más tarde por otros autores, el cambio de perspectiva que la sustitución de una pregunta por otra presupone,
indudablemente beneficia una interpretación más abierta
y dinámica del arte, y abre posibilidades que el simple “ser
o no ser” hamletiano obvia. Ya el arte no sería identificable sólo con determinadas propiedades fijas e inalterables,
sino, además, con cierta circunstancialidad, con determinado contexto, que sería el que permitiría que aquellos
atributos “cuajaran” en una obra de arte, de tal manera que
aquello que en condiciones normales no es arte bajo determinadas circunstancias especiales puede llegar a serlo.
8 La filosofía del arte de Arthur C. Danto se encuentra desplegada fundamentalmente en tres libros: La transfiguración del lugar común (1981), Después del fin del arte
(1997) y El abuso de la belleza (2003) (de los tres libros existen versiones en castellano, publicadas por Paidós). La Teoría institucional del arte, de George Dickie,
aparece en sus textos: Art and the Aesthetic: an Institutional Analysis (1974), El círculo
del arte (1984 —existe una versión en castellano publicada por Paidós en 2005) y
Art and Value (2001).
9 La propuesta de Nelson Goodman puede encontrarse en su pequeño ensayo:
“When Is Art?”, de 1977. Una versión en español aparece en la revista digital A Parte Rei, núm. 26 (Goodman, “¿Cuándo es el arte?”, 2008) (consultada el 13/01/2008).
PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
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Pero esa posición enfrenta también dificultades. En primer lugar, con igual derecho podríamos hacer otras preguntas: ¿dónde es arte?, ¿para quién es arte? En segundo lugar,
cualquiera de estas preguntas sigue haciendo énfasis en la
búsqueda de una respuesta ontologizante; la categoría “ser”
continúa siendo la esencial, por eso todas las variantes la incluyen: ¿cuándo ES arte?, ¿dónde ES arte?, ¿para quién ES
arte? La noción permanece en lo fundamental siendo sustancialista, aunque se admita la circunstancialidad de lo artístico.
Y claro que podría siempre el arte asociarse con atributos ontológicos, sean éstos fijos o contingentes. En tanto
creación humana, el arte presupone la existencia de algo,
sea material o ideal, sea cosa o concepto. No parece sensata
la idea de que algo absolutamente inexistente, tanto en sentido material como ideal, pueda ser arte. Es que ni siquiera puede ser “algo” aquello que todavía en ningún sentido
existe. Por lo tanto, no es descabellada la idea de asociar el
arte a la existencia de algo. Pero este “algo”, que es premisa
necesaria de todo arte, no es condición suficiente para su
presencia. En otras palabras, no todo lo que es algo, por el
mero hecho de serlo, es arte. Dicho todavía con más precisión: no existe algo, alguna propiedad que por sí misma
garantice la artisticidad del objeto, alguna cualidad que,
agregada al objeto, lo haga arte. Y aquí estamos haciendo
referencia —recordemos a Locke— tanto a las cualidades
primarias como a las secundarias, tanto a aquellas que
existen en sí mismas en los objetos como a aquellas que se
develan sólo en su relación con el sujeto.
Y es que para que algo sea arte más que ser tiene que
valer como tal. Para el arte, ser equivale a valer, funcionar
como tal, disponer de esa significación social.
¿Y qué quiere decir eso? ¿Qué significa valer como
arte? Aquí también caben diferentes propuestas alternativas. Para una posición, como la que la Teoría institucional
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PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
sustenta, el valor del arte depende de la existencia de un
“mundo del arte” que así lo disponga, signado por las instituciones del arte. Apelando a un naturalismo antropológico o a un objetivismo trascendental, otros podrían apuntar
al valor del arte como una propiedad objetiva suya. Mientras que para los terceros el factor determinante del valor
artístico de una obra radicaría en la subjetividad, ya sea la
del propio artista o la del público.
A todas estas posturas pueden detectársele lados débiles, limitaciones. En todos los casos podemos encontrar
contraejemplos.10 Y sin embargo, todas tienen una dosis de
razón. El valor de una obra no puede ser en todos los casos
totalmente ajeno al mundo del arte, ni a ciertas necesidades objetivas, sean éstas de corte antropológico o no, ni a
la opinión subjetiva del artista o del público. Pero ninguna
de estas variantes explicativas del arte da por sí misma respuesta plena a lo que su valor representa.
Volvemos al modo extremo de plantear el asunto: entonces, ¿es el arte indefinible? Por supuesto que no. Sólo
que para aproximar una respuesta a este complicado asunto, no podemos aspirar a una solución simple y univalente.
Se requiere de un enfoque multidimensional complejo del
valor del arte.
Cada una de las posturas analizadas hace hincapié en
una determinada dimensión de lo artísticamente valioso y
obvia las otras dimensiones. La clave para una solución dinámica, abierta, flexible, adecuable al movimiento práctico
mismo del arte, está en la superación de tales respuestas
univalentes.
10 Una muestra de ello es la Teoría institucional el arte, de George Dickie, quien
se ha visto obligado a continuas ampliaciones de lo que por “círculo del arte” entiende, a fin de dar espacio en ella a respuestas a los contraargumentos y contraejemplos a los que su inicial propuesta teórica dio lugar (Dickie, El círculo del arte,
2005).
PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
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De la misma manera que es necesario concebir la
multidimensionalidad de cualquier valor, propuesta teórica general que hemos desarrollado en otros lugares,11 debemos reconocer también, al menos, tres dimensiones del
valor artístico: las que condicionalmente hemos calificado
como objetiva, subjetiva e instituida.
¿A qué nos referimos con cada una de ellas?
Comencemos por aclarar que la que aquí hemos llamado “dimensión objetiva” no hace referencia a una objetividad sustancialista, ajena a toda subjetividad, a la manera
en que ha tendido a comprenderla casi toda la tradición
filosófica occidental y en la que sujeto y objeto quedan
entendidos como dos sustancias ontológicamente diferenciables e independientes. No; partimos de otra acepción
de estas categorías, de aquella que tiene su sedimento en
Marx, con cuya herencia —pensamos— las ultramodernas
nociones de objeto y sujeto no han realizado un adecuado
ajuste de cuentas. Para Marx —recordemos—, sujeto y objeto son dos lados de lo humano mismo, intercambiables,
transmutables mediante el conocimiento y la praxis. Lo objetivo no puede ser otra cosa que la subjetividad objetivada.
A través de la praxis, el sujeto se hace objeto, se objetiva,
único modo que tiene de acceder a otro sujeto (Marx, 1992,
pp. 133, 134 y sgtes.).
El arte es creación humana y, por lo tanto, objetivación de subjetividades, no importa que su resultado sea un
concepto, algo que no tenga plasmación cosificada. En la
acepción de Marx, es un objeto, cuyo distingo social viene
dado no por las propiedades ontológicas que lo caractericen —aunque éstas pueden, por supuesto, en determinadas condiciones ser importantes—, sino por el lugar que
11 Ver, en particular, el capítulo i, “Sobre la naturaleza de los valores humanos”,
de nuestro libro Los valores y sus desafíos actuales (Fabelo Corzo, Los valores y sus
desafíos actuales, 2007, pp. 23-59).
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PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
pasa a ocupar en el sistema de relaciones sociales, y la función y significación humanas que en él adquiere. A esto
nos referimos cuando hablamos de la dimensión objetiva
del valor del arte. Pensemos nuevamente en el urinario de
Duchamp en comparación con los otros muchos iguales a
él que quedaron en el almacén o que están siendo usados
en innumerables baños públicos. Se trata de objetos indiscernibles en cuanto cosas, pero diferenciables precisamente como objetos por ocupar diversos lugares en la sociedad
y desempeñar diferentes funciones, de lo que emana, en
cada caso, su significación humana, su valor.
Ser arte no significa entonces un cúmulo fijo e invariable de cualidades ontológicamente registrables, como el
episteme moderno lo entendió, pero tampoco algo absolutamente indescifrable, como algunos que creen haber superado aquel episteme piensan y caen en el mismo error de
base al interpretar cosificadamente al arte, sin atender sus
vínculos funcionales con el resto de la realidad social. Lo
artístico no representa una propiedad sustancial, sino funcional. Su ser es social, su existencia depende del lugar que
ocupa el objeto de que se trate en el sistema de relaciones
sociales, de la función que en este sistema cumpla.
Mas esta función no se efectúa en abstracto, por sí sola,
al margen de los sujetos que le dan sentido. Requiere para
su realización de la “complicidad” de esos sujetos. Por eso,
lo artístico presupone no sólo función, sino también relación. Se trata, podríamos decir, de una relación funcional o
de una función relacional. Lo artístico se lleva a cabo en la
subjetividad. La dimensión objetiva del valor artístico sólo
puede tener su culminación en la dimensión subjetiva. De
nada valdría un arte no apreciado como tal. Su significación
humana, el crecimiento espiritual que potencia, carecería
de sentido sin un espíritu humano enriquecido, sin aquel
sujeto que, gracias en parte al arte, ha crecido, se ha hecho
PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
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distinto.12 La valoración del receptor, ámbito fundamental
donde cabría ubicar la dimensión subjetiva del valor del
arte, es un ingrediente imprescindible para que su valor objetivo se transforme de posibilidad en realidad. Como también es necesaria la “colaboración” de la intencionalidad,
es decir, de la subjetividad, del propio artista hacedor de la
obra o, en su defecto —recordemos el caso, por ejemplo, de
las pinturas rupestres—, del intérprete o crítico que cualifica un determinado producto humano como arte.
Y es en este último ámbito donde nos damos de tope
con la dimensión instituida del valor del arte, aspecto sobre
el que tozudamente nos llama la atención George Dickie y
al que apunta, también, tal vez de manera no tan convencida, Arthur C. Danto. Fue este último el primero que señaló
que la existencia del arte requería de un “mundo del arte”.
“Ver algo como arte —decía— requiere algo que el ojo no
puede captar, una atmósfera de teoría artística, un conocimiento del mundo del arte: un mundo del arte” (Danto,
“The Artworld”, 1964, p. 580).
Inspirado en esta idea, Dickie (2005) más tarde desarrolló su tesis de que ese “mundo del arte” estaba conformado en lo fundamental por las instituciones del arte, que
son las que permiten que esa creación humana que él llama
“artefacto” sea exhibida ante un público. Así, y sólo así, se
convierte en obra de arte. Por lo tanto, concluye, “(u)na obra
de arte es un artefacto de un tipo creado para ser presentado
a un público del mundo del arte” (El círculo del arte, p. 115).
No hay dudas de que aquí se está prestando atención a
un aspecto también insoslayable del proceso de realización
del valor del arte, no tenido en cuenta —al menos de manera suficiente— con anterioridad. Sin las instituciones que
12 Una fundamentación de la idea del papel del crecimiento espiritual como criterio del valor del arte puede encontrarse en otro ensayo nuestro sobre el tema
(Fabelo Corzo, “Aproximación teórica a la especificidad de los valores estéticos
[i]”, 2001).
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PARA UNA INTERPRETACIÓN COMPLEJA DEL VALOR DEL ARTE • JOSÉ R. FABELO
promueven el arte y que generan esa “atmósfera” de la que
Danto nos habla, tampoco sería posible el cierre del ciclo
creador-obra-público inherente a todo proceso artístico. Si
el mundo del arte no hubiese en definitiva llegado a aceptar “La Fuente”, de Duchamp, o la caja Brillo, de Warhol,
jamás se habrían realizado como valores artísticos, mucho
menos estaríamos hoy discutiendo sobre sus implicaciones
filosóficas. El valor del arte reconocido institucionalmente,
se convierte así en mediador necesario de su despliegue social, de la concreción de su significación humana.
Lo que de hecho resulta improcedente a fin de comprender el arte en toda su complejidad, es tomar una de
estas dimensiones y elevarla a la categoría de absoluto, obviando las otras y convirtiendo la dimensión escogida en razón explicativa de la naturaleza del arte en su totalidad. Así
ha ocurrido históricamente y así, lamentablemente, sigue
en lo fundamental sucediendo hoy. Los contraargumentos
que rápidamente pueden encontrarse para cualquiera de
estas posturas unilaterales sirven de basamento epistemológico para aquellas otras posturas extremas que terminan
por negar toda posibilidad de pensar el arte. Lo complejo
termina así identificándose con lo irracional e inexplicable.
El valor del arte se manifiesta y realiza simultáneamente en las tres dimensiones, que guardan entre sí una relación
de complementariedad. Sin embargo, la necesidad de su
distinción salta a la vista cuando constatamos los posibles (y
reales) desajustes que pueden existir entre ellas, cuando nos
encontramos con estímulos institucionales a productos carentes de capacidad enriquecedora o, viceversa, con frenos
institucionales a obras potencialmente valiosas, o con valoraciones subjetivas que tienen en más alta estima a elaboraciones seudoartísticas en detrimento del reconocimiento y
aceptación de otras de mucha mayor calidad.
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Es cierto que las mencionadas dimensiones, objetiva,
subjetiva e instituida, por sí mismas, no son más que abstracciones, pero necesarias en el proceso de conocimiento,
en el camino de ascenso hacia lo concreto como síntesis
de múltiples determinaciones, en el curso de la revelación
de la naturaleza compleja del arte y de su valor. No puede
efectuarse objetivamente el valor del arte, asociado al crecimiento espiritual de sus receptores, sin la participación
comprometida de la propia subjetividad de éstos, sin la intención creadora del artista, sin el apoyo de instituciones y
críticos que permiten y estimulan que llegue a aquéllos en
toda su potencialidad enriquecedora.
Al mismo tiempo, estas dimensiones fundamentales
en la determinación del valor del arte son, a su vez, cada
una de ellas, complejas y multidimensionales también,
tanto más mientras más nos acercamos a verlas en su real
concreción histórica, como producto sintético de múltiples
determinaciones. Así, en la determinación de la dimensión
objetiva del valor artístico, asociada como hemos señalado
al crecimiento espiritual que la obra es capaz de potenciar
en sus receptores, entran a jugar un determinado papel las
circunstancias sociales en las que la relación entre obra y
público se establece, la época en que ésta se produce, los
factores económicos, los niveles de desarrollo cultural, el
estado de las necesidades sociales, las jerarquías de prioridades que la sociedad tiene ante sí y el modo en que la obra
se vincula con todos estos elementos.
Para la dimensión subjetiva son importantes factores
como: la educación estética, el nivel de cultivo del gusto estético, la identidad cultural propia, las tradiciones y costumbres, los componentes psicológicos de la apreciación artística, las modas que prevalecen, los criterios estético-hegemónicos dentro de la sociedad. Esos criterios que hegemonizan
y moldean el gusto estético son, a su vez, producto de los
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múltiples factores que intervienen en la dimensión instituida: las relaciones de poder; la política en general y, en particular, las políticas culturales que prevalecen; el papel que
los medios de comunicación desempeñan; los intereses a los
que éstos se subordinan; la medida en que el mercado y su
predominante valor de cambio, se impongan o no sobre el
valor estético-artístico o valor de uso de los productos culturales; el lugar en que la cultura nacional se encuentra en ese
difícil camino hacia la emancipación poscolonial (cuando se
trata de una ex colonia), o en la senda hacia el reconocimiento pleno del derecho del otro a tener su propia cultura y valores estéticos (cuando se trata de una ex metrópoli).
Obviamente, este acercamiento complejo a lo que el
arte es requiere el esfuerzo interdisciplinario de diversas ramas del saber, capaces de develar aspectos importantes de
cada una de esas dimensiones en las que el arte existe y se
expresa: economía política del arte, sociología del arte, política artística, derecho artístico, psicología del arte, educación artística, arte y antropología, arte y etnología, arte y colonialidad, más todas las disciplinas artísticas particulares.
Todo ello significa que el desbroce de la complejidad
del valor artístico apenas ha sido indicado como ruta a seguir en el presente ensayo. Por eso, desde el título mismo de
este trabajo, nos hemos propuesto dejar claro que se trata
en él sólo de eso, de apuntar hacia un camino que no por
ser en sí mismo complejo, deja de ser posible y necesario.
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