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Alpha (Osorno)

On-line version ISSN 0718-2201

Alpha  no.38 Osorno July 2014

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012014000100019 

 

RESEÑA

 

Alejandro ZAMBRA. Mis Documentos. Santiago de Chile: Anagrama, 20131.


Con el libro de cuentos Mis Documentos (2013), Alejandro Zambra (1975) cumple un ciclo en el cual en los últimos quince años ha publicado en prácticamente todas las formas literarias más apreciadas de nuestro siglo: poesía (Bahía inútil, Mudanza), novela (Bonsái, La vida privada de los árboles, Formas de volver a casa), ensayo y crítica (No leer) y ahora su último libro que recoge once relatos divididos en tres partes.

Mucho se ha comentado sobre la extensión de las novelas de Zambra, en distintas ocasiones hemos escuchado denominarlas (con buen o mal criterio) cuentos largos o nouvelles, con Mis documentos y sus once cuentos al fin la extensión ha dejado de ser un tema y solo se puede comentar la calidad de la escritura del chileno sin el ruido de las definiciones del formato según la extensión. Nos acercamos a la lectura desde la delicadeza, la entrega y el doblez sorpresivo de cada narración. La peligrosa unión entre lo ficcional y lo real-autobiográfico, que ya conocemos sobre todo en las novelas del autor y que tantas discusiones causa entre sus lectores y en la academia, es un complemento valioso que en ningún caso es ya un riesgo, sino una marca que los lectores de algún modo esperamos. Podemos rendirnos a la ficción o entrar en el juego de la duda sobre si “habrá sucedido” o “será un invento” acercándonos a su narrativa, a sus agudos relatos, a sus historias íntimas, familiares, escolares, amistosas, amorosas, por momentos políticas, inocentes, dolorosas, impregnadas de un humor que fluctúa entre una aparente ingenuidad y la ironía. Nos hacemos cómplices de historias en que pareciera que los personajes fueran en realidad uno solo, un amigo cercano que se sienta a contarnos en una tarde cualquiera lo que le sucedió hace muchos años, hace unos meses o ayer, mientras lo observamos a veces con ternura, a veces apoyándolo firmemente porque pensamos lo mismo, a veces al borde del garabato por su torpeza, a veces sonrientes o con ataques de risa, a veces maravillados porque aunque sabemos que conocemos la misma historia nadie la puede contar como él y finalmente siempre terminamos comprendiéndolo y agradeciendo los relatos. Creo firmemente que los relatos de Zambra siempre parecen historias narradas como cuentos de niños con historias para adultos, de algún modo siempre hay un Julián contándole a Daniela una vida privada silenciosa (como en La vida privada de los árboles) y eso es lo que se nos relata ahora: varias vidas privadas.

De alguna manera, en Mis documentos, el lector va creciendo con el/los protagonistas ––como en Formas de volver a casa–– desde el primero al último cuento se revela la infancia, la adolescencia, la adultez, entradas y salidas de la vida familiar, la vida escolar, la vida en pareja, los lazos amistosos, los recuerdos, los deseos, los quiebres. En el primer relato, cuyo nombre da lugar al título del libro “Mis documentos”, volvemos a la infancia de los ochenta, a ese territorio de entrañable inocencia y al mismo tiempo de colectiva sospecha y dolor. La vida religiosa, el temor al castigo de Dios, se nos dibuja como una fe que decae en la niñez para ser reemplazada por la esperanza y la protección de los libros. Por otra parte, hay música que marca este primer cuento, porque si en la novela Formas de volver a casa Raphel y el niño protagonista actualizaban en nuestra memoria “Qué sabe nadie”; ahora sabemos que la madre del protagonista infantil de “Mis documentos”, se inclina por los gustos de moda de los ochenta, otra vez Raphael, también Adamo y José Luis Rodríguez, y aunque el mundo musical de la madre se abre, al mismo tiempo se cierra de modo obsesivo cuando descubre a Simon and Garfunkel con melodías y letras que compartirá con su hijo ya adulto cuando sea él quien se apodere de las canciones para complementar de algún modo los estados de su vida. La verdad, el mundo musical del niño se amplía en la infancia con los amigos, los que le cantan a la revolución con Milanés, Silvio Rodríguez, Inti-Illimani, Violeta Parra y Quilapayún. De modo que empezar a vivir, comprender la vida fuera del hogar y reflexionar sobre lo que ocurre dentro y fuera de la casa paterna ocurre gracias a los amigos, pero principalmente gracias a la música. Producto de esta nueva conjunción en su vida el niño, al que le gustan las palabras, conoce la palabra “revolución” porque leemos: “¿De verdad no sabes lo que significa revolución?”. Le dije que no. “Entonces eres un huevón” (20) y la revolución empieza para él con los amigos cantando con la boca llena, con los mínimos descubrimientos sexuales preadolescentes con su amigo acólito y con la ruptura de la infancia plácida de la burbuja silenciosa familiar, símbolo de la protección paterna. El nuevo conocimiento a los ocho o nueve años, sin la aprobación de los padres, que por supuesto, viven su propia historia en la que la seguridad es el sinónimo de una buena familia, se revela en las conclusiones a las que llega el niño en su silencio infantil: “Entendí o empecé a entender que las noticias ocultaban la realidad, y que yo era parte de una multitud conformista y neutralizada por la televisión” (25), pero estas cosas no se hablaban, para proteger, para protegerse, por eso quizás todos los personajes dosifican al máximo las palabras, hacen y deshacen hasta que suele ser muy tarde para dar explicaciones con las palabras adecuadas.

En “Mis documentos” se proyecta, de algún modo, lo que leeremos más adelante, a partir de detalles y sus fechas que se enseñan como un cronograma que guiará nuestra familiaridad con otros de los cuentos del libro: en 1988, el personaje entra al Instituto Nacional; en 1994 empieza a estudiar literatura en la Universidad de Chile; en 1997 se va de su casa a vivir a una pensión, enojado con su padre, pero con un notebook que él le regala; en 1999 cambia el viejo computador. Todo esto nos interesa, por supuesto, y mucho porque más tarde leeremos “Instituto Nacional”, donde el mismo personaje u otro (nosotros como lectores decidiremos si es o no es el mismo, si jugamos a ser cómplices y leemos todos los cuentos con el mismo narrador-personaje de “Mis documentos”)  nos relata a modo de recuerdos-aforismos momentos vividos de séptimo básico a cuarto año medio en el Instituto Nacional, desde el desconcierto de perder el nombre y convertirse en un número de la lista, el temor a repetir un curso, pasando por los primeros atisbos políticos que figuran los intentos de volver a hablar de política con un poco menos de temor, la posibilidad de entender la burla hacia Pinochet cuando el niño todavía no tiene ni voz ni voto, las particularidades escolares que llevan a recordar a profesores “tontos” y profesores “brillantes”, la primera muerte de un compañero de su misma edad, el dolor de la pérdida, el desconcierto, la vida que sigue pero, que nunca jamás vuelve a ser igual después de una muerte cercana: “Recuerdo que el paradocente nos dijo que la vida seguía. Recuerdo que la vida seguía, pero no de la misma manera” (110), hasta recordar por último que casi todas las amenazas restrictivas que nos profirieron los adultos con la certeza de que nos enderezaban la vida en la adolescencia son lo que primero olvidamos y acordarse de ese olvido puede ser el mejor recuerdo.

En “Larga distancia” se relata cómo un personaje que estudió literatura hace clase de “expresión escrita” en un instituto que cierra sus puertas y deja a los estudiantes en la zozobra, estafados y sin muchas posibilidades de lograr sus objetivos con el estudio (momento que se conecta con las actuales demandas del movimiento estudiantil). En “Recuerdos de un computador personal” se relata la historia de un nuevo computador, el aparato entra en la vida de Max, el protagonista que aquí tiene nombre, primero como un nuevo símbolo de la soledad actual “Gracias al computador, o por su culpa, sobrevino una soledad nueva. Ya no veía las noticias, ya no perdía el tiempo tocando guitarra o dibujando...” (52) y luego como un miembro de la “familia” que forma con su pareja: él, Claudia y el computador como un hijo al que se le da un espacio y con el cual se comparte “le asignaron un cuarto propio, y armaron, con una puerta vieja y dos caballetes, un escritorio” (54). La importancia del aparato aumenta con la llegada de internet, esa marca generacional que une y desune a la pareja como si un pequeño Dios se divirtiera manejando ambiguamente la información que entrega para acercarlos o hacerlos sufrir, hasta un punto en que la máquina tiene las mismas perspectivas de vida que la duración de la relación de la pareja.

“Camilo” parece unir estas historias, la pieza del rompecabezas que muestra la interacción de un personaje infantil-adolescente con un amigo un poco mayor, ahijado de su padre, hijo de un exiliado político, que se acerca al niño de la familia, mediante su propia experiencia como un hermano mayor, por medio de la poesía, de la música y con gran esfuerzo también con el fútbol. En los primeros años, Camilo es un hilo que hace parte de la familia, pero también del círculo amistoso que une para el niño el encierro-seguridad familiar y la libertad de la calle. En la adultez, Camilo es un recuerdo preciado que da lugar a otras historias.

La familiaridad entre estos cuentos es casi una novela, una suerte de fragmentos entre el recuerdo y el presente que bien conocemos en la obra de Zambra. Hay también otras historias, que podemos o no vincular entre sí: la de un padre cuyo mayor vínculo con su hijo se produce gracias a una gata (“Verdadero o Falso”), la bitácora de un fumador en pleno tratamiento para dejar de fumar donde cada cigarro es un recuerdo (in) trascendente de la vida o cada deseo de fumar un nuevo recuerdo inevitablemente también asociado al cigarro. La de “Gracias” donde se nos muestra el amor, la violencia, el interés futbolístico y la vida social de un escritor (un grupo de escritores) becado en México y el relato de un asalto, con una violencia asociada al humor negro con la que no podemos evitar sonreír: “…de ahora en adelante vamos a asaltar a puros chilenos, hemos sido injustos, hemos asaltado a muchos argentinos y solamente a este chileno de la chingada, de ahora en adelante nos haremos especialistas en chilenos de pelo largo…”(146). También el relato que a partir del chiste del hombre más friolento del mundo da lugar a “El hombre más chileno del mundo”, lo suficientemente desafortunado como para pensar en una representación atormentada del hombre chileno y también “Vida familiar” donde a partir de una temática similar, un hombre desafortunado es capaz de inventarse una vida familiar, pero es incapaz de sostener una real desde la honestidad. Por último, “Hacer memoria” donde el juego ficción-realidad que provoca un escritor intentando desarrollar un cuento: a medias recuerda, a medias inventa la vida de una amiga de finales de la infancia y a medias también entre la ficción y la realidad-ficción casi le da motivos al lector para comprender e incluso desear un parricidio si cualquiera de las versiones fuera real.

Mis documentos fue seguramente una serie de archivos coleccionados en uno o más computadores, en uno o más discos duros, enviados por mail, leídos por múltiples amigos del escritor en otros computadores, pero era justo y necesario publicarlos, porque como en “Mis Documentos”: un cuaderno en blanco, hijo de un computador y una máquina de escribir, necesita y tiene todo el derecho a ser un libro.

 

NOTAS

1 La reseña es parte del Proyecto Posdoctoral 2013-2014, N° 3130611 financiado por FONDECYT: "Cubrirse y mostrar la cara. Reflexiones sobre la narrativa chilena reciente: vínculos, búsquedas, propuestas y estados (fines de los noventa al 2011)”. Patrocinado por la Pontificia Universidad Católica de Chile, Dra. Rubí Carreño Bolívar.

 

Paulina Daza D.

Pontificia Universidad Católica de Chile
daza.pau@gmail.com

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