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Cinta de moebio

On-line version ISSN 0717-554X

Cinta moebio  no.64 Santiago Mar. 2019

http://dx.doi.org/10.4067/s0717-554x2019000100123 

Artículos

Sobre la noción de excritura en Jean–Luc Nancy

On the notion of concealed thinking in Jean-Luc Nancy

1Universidad de Los Lagos, Puerto Montt, Chile

Resumen:

El artículo pretende desarrollar una serie de argumentos descriptivos que indaguen en torno a la relación que puede establecerse entre el sentido de ser cuerpo (bajo una mirada deconstructiva) y la re-significación que puede asumir su expresión contemporánea desde la noción de excritura, propuesta por el filósofo francés Jean-Luc Nancy. Si hay pensamiento es porque hay un sentido (una afección) que siempre nos da que pensar algo. Al entender aquello, la comprensión definida tradicionalmente desde las formas explicativas y estructuralmente racionales se transforma en un estar ahí sensible de manera diferente a los modos racionales aprendidos culturalmente. Para la deconstrucción, el sentido vendría a ser aquel tocar proveniente desde una exterioridad no pensable. Al pensar de otra manera, siempre estaremos en el límite de nuestras condiciones, ya sea por las formas en que hemos construido nuestras relaciones productivas o simplemente por nuestra existencia en el mundo. Lo que toca desde la exterioridad no pensada, es justamente, el sentir en tanto una llamada a estar en dicha afección (una suerte de apropiación del sentido), en el extrañamiento de tener una sensación afectiva. La excritura en este contexto se enfrenta al pensamiento como confrontación permanente de significaciones históricas y relativizadas culturalmente.

Palabras clave: cuerpo; sentido; escritura; excritura; sentir; tocar

Abstract:

This article aims to develop a series of descriptive arguments that explore the relationship that can be established between the sense of being of a body (under a deconstructive perspective)and the re-signification which can assume its contemporary expression from the notion of concealed thinking proposed by the French philosopher Jean-Luc Nancy. We could argue that if there is thought it is because there is a meaning (a condition) that always gives us something to think about. Once we understand this, the comprehension traditionally defined from the explanatory and structural rational forms, it is transformed in a “being there”, in a sensible and different way to the cultural and rational modes culturally learned. For its deconstruction, the sense what become that touching coming from a non-thinkable exteriority. If you want to think differently, we are always at the limit of our conditions, either because of the ways in which we have built our productive relationships or simply because of our human way of being in the world. What touches from the “not thought exteriority”, is precisely, the feeling as a call to be in that affection -a sort of appropriation of meaning-, in the estrangement of having an affective sensation. Concealed thinking in this context faces the thought as permanent confrontation of historical meanings and culturally relativized.

Keywords: body; concealed thinking; sense; feel; touch

Introducción

Cuando se piensa sobre el cuerpo contemporáneo, generalmente se está pensando desde las distintas disciplinas que han convocado sus nociones a lo largo de los años. Existirían definiciones de cuerpo para la biología, la filosofía, la psicología, la historia, el arte, la cultura, por nombrar solo algunas. El cuerpo se referencia tanto desde los sentidos físico-real como emocional-cultural-social. La modernidad también ha realizado aproximaciones al cuerpo a partir de los estudios sobre el consciente y el inconsciente, a través de su relación con lugares y relatos biográficos, con su vinculación a la pornografía, a la política, y a partir de concepciones filosóficas que aventuran realidades y definiciones aparentemente concluyentes para una exclusividad disciplinar. El cuerpo se nos aparece o se nos transparenta en la conciencia de cada cual, en estados de crisis, en momentos de explotación, en heridas, en excesos, en placer. Por esto, el cuerpo que transita desde los inicios de la modernidad en el sistema tecno-capitalista contemporáneo se transforma en un vestigio, en una reducción o en una puntualidad disociada del hombre y compartida como modelo de máquina. Cada cuerpo conforma un mundo de cuerpos complementarios, una comunidad corporal, “así es como se produce el mundo de los cuerpos, en suma la verdadera y única producción de nuestro mundo… este mundo de los cuerpos, o bien, el mundo, los cuerpos: nosotros - nos ofrece propiamente nuestra oportunidad y nuestra historia” (Nancy 2003b:62). Somos cuerpos tanto como somos segmentos de este mundo, el mundo nos impregna y nos da forma, y nosotros lo impregnamos con nuestro cuerpo dándole forma y de esta manera, cobrando sentido como cuerpos dentro del mundo. “De toda escritura, un cuerpo es la letra, y sin embargo, nunca la letra, o bien, más atrás, más reconstruida que toda literalidad, una ‘letricidad’, que ya no es para leer. Lo que, de una escritura y propiamente de ella, no es para leer, ahí está lo que es un cuerpo” (Nancy 2003b:68).

Por esta razón, se puede vislumbrar al cuerpo como un “lugar” que abre, que espacia, que separa el aquí del allá mismos. Dicho evento, no sería tal si la conciencia reflexiva del pensante mantuviera sus determinaciones culturales y disciplinares al interior de los bordes significantes. La pulsión de quiebre en la apertura del límite, permite el des-borde del cuerpo-borde, que si bien limitado, cerrado en su sentido referencial, es arrojado y distanciado de sí para hacer aparecer este extraño ser extenso fuera de toda posibilidad de concentración y en apertura hacia el espaciamiento del límite. Esta venida a la presencia del sentir, pre-existe y sobrepasa toda significación. En otras palabras, agota los pensamientos recurrentes -extraviados y algunas veces desviados- que no han dejado de presentar, una y otra vez, formas, procedimientos, matrices, campos de producción, fuerzas de la insensatez, lógicas, lenguajes truncos, signos reiterativos de la palabra dada, formalismos, etc. El propósito de la vuelta al sentir no sería si no el dejarse estar en la libertad del sentido, como una verdad trasparente de lo que significa tener un sentido o estar en el sentir de aquel sentido. Este aparecer ofrece toda su apertura y espacialidad, todo su gesto de abertura para bordear y des-bordar el sentido de las significaciones. Está entre nosotros y no entre su significado, significante o referente. Como nos dice Nancy, “lo que se intenta significar aquí no es nada más que esto: el sentido en el límite de la significación (...) El sentido en este sentido, no es una significación, determinada o indeterminada, acabada o progresiva, presente o por conquistar. El sentido es la posibilidad de las significaciones” (Nancy 2003b:62). El concepto de sentido y de significación reconoce un distanciamiento de sí mismo, en la medida en que pueden sus límites presentar nuevos sentidos y significantes, es el régimen de su presentación y es el límite de sus sentidos.

Por este hecho, toda excritura sobre el cuerpo se distancia de la significación enunciativa que el discurso sostiene. La noción de excritura para Nancy vendría a recordar la manera en que el cuerpo corpora la palabra y el gesto, precisamente en la diferencia que provoca su tacto sobre el signo convencional y su presencia como una venida a distancia desde su sentido sensible. Quizás una manera en que la escritura vuelve a escribirse distendida ante toda determinación sígnica o inscripción determinada culturalmente. Dicha inscripción se comporta como marca, impronta, sello en tanto que registro de significación. Por ejemplo, pensar el tatuaje en los cuerpos -modernos y occidentales- no sería sino una forma de escribir significaciones sobre él. Sin embargo, puede suponerse también, que el cuerpo no es un lugar de escritura para una moda o para una resistencia epocal: la relación que puede establecerse entre la escritura sobre el cuerpo y la excritura del cuerpo, corresponderían a nuevos sentidos significables que Nancy sitúa en el límite de toda escritura, todo lenguaje, toda significación que difiere de la tradición.

Cuerpo, modernidad y sentido

Existen dos cuestiones fundamentales que nos permitirán preguntar por el sentido del cuerpo excrito y su permanente relación con una exterioridad “sintiente”. Nancy presenta el tema del sentido como una forma de constituir el mundo y lo que históricamente ha definido el cuerpo desde los últimos cinco siglos. Con esta determinación, el cuerpo en el mundo no posee otra significación que los discursos filosóficos tradicionales y disciplinares que han definido un tipo de cuerpo según el interés de la predominancia de la ciencia o campo de producción particular. Para Vásquez: “En su obra Nancy recorre precisamente este cuerpo, en su morfología y organización, esto es, como una suma, como un corpus. Ahora bien, esta descripción del conjunto de manifestaciones del cuerpo se sustrae de las imágenes y el discurso del organismo desde los cuales ha sido explicado siempre, constituyéndose así en un contra-discurso, esto es, en una crítica literaria-epistemológica” (Vásquez 2008:4).

Es más, si pensamos en la producción política y publicitaria, el tipo de configuración corporal está dado para proyectar un cierto tipo de modelo corporal o arquetipo funcional de cuerpo que, sin duda, cumple el objetivo de intervenir el propio cuerpo como una nueva identidad propia y funcional para intereses del simulacro capitalista. El cuerpo de la modernidad -en estos últimos cinco siglos-, es un prototipo de la producción mercantil que diseña y modela la consagración de un cuerpo ajeno al sí mismo, para una utilidad vendible o transable en la sociedad de consumo. Por aquella razón, estos discursos no han logrado desligarse de una permanente voluntad histórica de significar el momento productivamente enajenante y significante del cuerpo moderno, ante la sensación de pérdida del sentido de aquello que en algún lugar encuentra su verdadero sentido. Sentido que será una apertura destinada hacia un por o un para qué, como llamamiento permanente que provoca el sentir del mundo y de los otros cuerpos. Si precisamente el cuerpo es cuerpo en la medida que es cognoscible y re-conocible su fenómeno, su sistema, sus órganos, en definitiva, su manera de estar y ser parte del mundo como forma, ¿es pensable una reflexión sobre el cuerpo que se sitúe fuera de toda significación y de todo límite de saberes?, o si se quiere, ¿es posible situar el sentido del cuerpo fuera de algún sentido significante?

Estas interpelaciones se comprenden en la medida en que los significados en torno al cuerpo se transforman en definiciones convencionales, asumidas socialmente y reconocidas como significaciones de lo presentable. Para Morrey (Open wounds), el cuerpo aparece atrapado entre signo y significado: si se toma como un signo, entonces debe hacer referencia a un sentido ausente o invisible que puede solo proporcionado por un alma, mente o espíritu. Si, por el contrario, el cuerpo se toma como significación en y de sí mismo, entonces se convierte en el sentido indescifrable de su propio signo. El sentido del cuerpo fuera de cualquier alcance significable sería para Nancy el intento de significar en el límite de cualquier significación y, por tanto, una condición de apertura para nuevas posibilidades de comprensión.

La deconstrucción del cuerpo: su excritura

El cuerpo deconstruido no correspondería a la corporeidad significante, ni a las imágenes, ni lo interpretable, ni lo definido, sino el “espaciamiento”-en palabras de Nancy- del cuerpo en apertura hacia lo abierto, hacia la exposición, extensión y excritura. Para el filósofo francés, estos tres conceptos son soportes ineludibles de la noción de sentido. Por el momento plantearé algunas ideas introductorias tendientes a comprender con mayor precisión la relación que poseen estas nociones.

Si entendemos la palabra sentido utilizada en el vocablo común como una forma de fundamento, conocimiento, razón intencionada o direccionalidad argumentativa; referido además a la existencia de una idea o cosa, desde un modo particular de entender o de realizar algún juicio bajo distintas acepciones interpretativas que pueden utilizarse desde las palabras y sus escritos, entendemos entonces que nuestra forma de ser en el mundo ha estado sometida a matrices conceptuales -epistémicas y determinantes- que nos han revelado la realidad, sus fenómenos y las cosas desde diversas convenciones históricas. Sin duda que este sentido ha posibilitado la reflexión y la comprensión de nuestra realidad y de todos los hechos sociales y culturales que se han manifestado a lo largo de la historia de Occidente. Sin embargo, el conocimiento de la realidad y de los hombres ha estado sostenida siembre desde la razón y la inteligencia representada bajo los signos de las significaciones convencionales.

La escritura en su diversidad de formas (científicas, disciplinares, informativas, etc.) así lo ha desarrollado desde su propia invención. Por tanto, ¿sería posible que la escritura sobre-pasara su propio límite y tocara otro borde que no fuera solamente la significación inmediata y convenida?, ¿podría pensarse que el sentido aprendido comúnmente puede situarse en el límite de su propio sentido y dar paso a nuevas significaciones?

Sospecho con estas preguntas que el lenguaje, la escritura y el pensamiento pueden llegar a encontrarse en los límites de su razón o en los bordes de sí mismos como una forma de entrar en contacto desde su exposición no significante. Si la escritura comunica el sentido de ser ella un medio para el pensamiento convencional del mundo, la noción deconstructiva de Nancy -la excritura- comunica un sentido que es llevado a un límite y puesto fuera de sí para sentirnos tocados por su pasaje, por su venida y su exterioridad: un sentir. Este sentido pasa por y entre nosotros, y no entre sus significados y referentes para permitirnos estar en el sentir o si se quiere en el sentido de aquello en los márgenes de su significación. Nancy explica la implicancia que posee la palabra excritura en tanto una forma de comunicar aquello que escapa a la lógica de los signos y sus referencias ya que desde el sentir de la escritura se produciría una suerte de sentido del sentido: “el sentido tiene que significarse, pero lo que produce el sentido, o el sentido del sentido, si se quiere, no es en verdad otra cosa que esta transparencia infinita de lo que, en fin, ya no tiene más la carga de tener un sentido” (Nancy 2002:42). Para el filósofo el sentido es el tacto -aquello que toca desde la exterioridad- el cual no podría agotarse por los códigos de la significación ni menos por su representación escritural. Por este mismo hecho la significación del sentido en sus propios límites excede y expone aquello inefable de la escritura, aquello que solamente puede ser descifrado por el sentir de la palabra como mensaje y extrañeza. En la excritura el sentir de la palabra nos expone más allá de sus signos para la apertura de nuevos sentidos o si se quiere como una forma de apertura al sentido como ser en el mundo.

Para Nancy la noción de excritura como aquella imposibilidad de comunicar “cualquier cosa sin tocar el límite en el que el sentido todo entero se derrama fuera de sí mismo, como una simple mancha de tinta a través de la palabra, a través de la palabra sentido. A ese derramamiento del sentido que produce el sentido, o a ese derramamiento del sentido a la obscuridad de su fuente de escritura, yo lo llamo lo excrito” (2002:39). En otras palabras, la excritura inscribe en el texto una huella fuera de sus márgenes, un sentido-sentir que escapa a toda significación e interpretación convencional de su palabra. La excritura nos ha hecho sentir su propia escritura puesta y expuesta desde su extensión no significable: “Escribir, y leer, es estar expuesto, exponerse a ese no-haber (a ese no-saber), y de ese modo a la excripción. Lo excrito está excrito desde la primera palabra, no como un indecible, o como un ininscriptible, sino al contrario como esta apertura en sí de la escritura a ella misma, a su propia inscripción en tanto que la infinita descarga del sentido en todos los sentidos que se le pueden dar a la expresión” (Nancy 2002:45).

El cuerpo: un tacto, un sentido

Tocar el toque de aquello intocable, abrir al tacto el cierre del signo, mantener el con-tacto del cuerpo fuera de sí. Tocar no implica necesariamente el contacto táctil de los cuerpos, sino que es un toque directo al interior del cuerpo, al ser sensible, desde el alma. Para Ramírez: “a Nancy le importa delinear una concepción del tacto (del con-tacto) que no se interprete en los términos instrumentales, antropocéntricos, de la identificación y la apropiación, es decir, de la dominación. Aboga entonces, más que por un pensamiento ‘positivo’ del tacto, por unas opciones en ‘negativo’, es decir, por pensar el no-acceso, la impenetrabilidad, la no identificación, como modalidades del tacto mismo, de la existencia en general” (2014:5). El cuerpo sensible toca con su existencia, con la experiencia del cuerpo sensible que los otros son: el alma es su extensión que logra entrar en los demás cuerpos hasta tocarlos, cautivarlos, estremecerlos y remecerlos. El ser externo y sensible del cuerpo es lo que toca y es lo tocado. Porque la experiencia del toque es recíproca: debe tocarse para lograr tocar, sentirse para hacer sentir y conmoverse para conmover. El cuerpo en afección siente lo que expresa, experimenta sensaciones reales y profundas que resuenan en su interior, siendo dirigidas hacia el exterior desde la exposición de su cuerpo y la expansión de su ser interno que es tocado.

En este trayecto, propongo una breve referencia al filósofo Aristóteles, ya que no es extraño suponer que él se sintió tocado por el mundo natural que lo inspiró. Señala que “el cuerpo, a su vez, es necesariamente el medio que naturalmente recubre el sentir del tacto, medio a través del cual se producen las múltiples sensaciones” (1978:208). El sentido del sentido de todo aquello que acontece en el mundo, tiene sentido en la medida que su expresión es aquel tacto que provoca el sentir fuera de toda posibilidad de significarla como un hecho determinado por el pensamiento. Parafraseando a Nancy, el sentido vendría a ser anterior a toda posibilidad de significación, en tanto pre-viene y sor-prende todas las significaciones. Es más, en apertura hacia el entendimiento del mundo el sentido puede provocar en el sujeto el hecho que se produzcan nuevas significaciones e interpretaciones sobre el conocimiento adquirido. Es en este sentido que el sujeto se encuentra en una doble posibilidad: está presente y consciente “en el aquí”, pero también en una presencia sintiente que se encuentra “en una allá”, enviado al sentido mismo del límite y precediendo cualquier significación del sentido sensible. Siendo así, el sentido mismo en su venida ha tocado al sujeto desde un lugar no reconocido en el pensamiento inmediato. Una suerte de realidad sensible, que se encuentra fuera de la realidad determinada por las palabras y los signos significantes de la razón -(a)realidad dirá Nancy- para nombrar este espacio de aperturas a entendimientos nuevos.

Detengámonos un momento en esta noción: (a)realidad. Nuevamente Nancy nos sorprende con el juego semántico que realiza con esta palabra. Vulgarmente se pensaría que estamos frente a una ausencia de realidad, desde el indicio o seña que provoca la anteposición de la letra (a) al vocablo realidad. La palabra se presta para sugerir una falta de realidad, o bien una realidad ligera y suspensa. Es más, podría también suponerse que esta palabra puede desembocar por añadidura en la extensión de lo (a)real y, sin el paréntesis, en lo areal -de área- como medición matemática de una superficie concreta. Pareciera ser entonces, que el concepto de (a)realidad está sostenido desde el supuesto que existiría una dimensión, no física, ni superficial, en donde el sentir del tacto nos toca desde aquel sentido no significable. Una suerte de espaciamiento de los cuerpos en el sentido límite de sus representaciones habituales. Un lugar donde todo toca en su sentir, todos los tactos tocan al toque del sentido de los cuerpos. Tocan sus significados y sus signos, tocan sus personificaciones simbólicas y sus imágenes que, por cierto, los exponen más allá de sus propios significados tradicionales.

Sentir el tacto del sujeto, que toca su sentir más allá de una conceptualización, sería el lugar del tocar desplegado en dicha (a)realidad. Un espacio donde lo tocable es imposible de tocar, o si se quiere, la cosa de lo tocable, es lo intocable (Derrida). Para Nancy, esta suerte de realidad “constituye todo lo real areal donde se articula y se juega lo que ha sido llamado la ‘arquitectónica de los cuerpos’ (…) cuerpo no puede querer decir un sentido real del cuerpo fuera de su horizonte real. Pero es la condición real/areal de todo sentido posible para un mundo de cuerpos” (2003a:36). Podríamos decir entonces, que dicho espaciamiento desplegado en lo (a)real, antes de ser un espacio reconocible, sería precisamente un espacio indeterminado, que sostiene una sensación, un sentir, una interrupción o una abertura hacia el sentido no inteligible del sensible. Una especie de lugar en que el toque de significaciones sin significado o si se quiere, el espaciamiento del tocar lo impenetrable o lo imposible de la significación, se entrecruzan como una nueva lógica del espacio: espaciamiento de lugares, trazados, superficies dimensionalmente (a)reales. Citando a Nancy: “hay diferencia de lugares -es decir, lugar-, dislocación, sin apropiación de lo uno por lo otro. No hay sujeto y objeto, sino ubicaciones y lugares, desvíos: mundo posible, ya mundo” (2003b:102).

Trayectos de la excritura: escribir sobre el cuerpo

La noción de excritura -como el tacto de la palabra-, tan recurrente en la obra de Nancy, se distancia de la significación enunciativa que el discurso sostiene. Quizás una manera en que la escritura vuelve a escribirse distendida ante toda determinación sígnica o inscripción determinada culturalmente. Dicha inscripción, se comporta como marca, impronta, sello en tanto que registro de significación. Por ejemplo, pensar el tatuaje en los cuerpos -modernos y occidentales- no sería sino una forma de escribir significaciones sobre él. Sin embargo, puede suponerse también que el cuerpo no es un lugar de escritura para una moda o para una resistencia (insisto con el tatuaje): la relación que puede establecerse entre la escritura sobre el cuerpo y la excritura de el cuerpo, es precisamente la diferencia que establece el tacto de la palabra o signo, desde su venida a distancia areal y desde su sentido sensible. Como señala Nancy: “el cuerpo, es sin duda, eso que se escribe, aunque no en absoluto donde se escribe, ni tampoco el cuerpo es lo que se escribe -sino siempre lo que la escritura excribe” (2003a:67).

Es desde este sentido que Nancy sitúa en el límite toda escritura, todo lenguaje, toda significación para la apertura de nuevas interpretaciones. Esto ya constituye el tacto en el límite de todas las posibilidades por conocer. En su opuesto, la escritura sobre el cuerpo no producirá nuevas significaciones, muy por el contrario, es la propia significación que cierra la posibilidad de apertura al sentido mismo, a la abertura de las cosas, desde su interioridad inscrita/escrita, para la venida del sentido de la excritura. Nancy, por tanto, está pensando esta excripción (llamamiento, sentido sensible, sentir el tacto de…) exclusivamente desde la escritura. Al respecto señala que “solo hay excripción por escritura, pero lo excrito sigue siendo ese otro borde distinto de la inscripción, que mientras significa sobre un borde no deja obstinadamente de indicar algo así como su otro propio borde. Así, en toda escritura, un cuerpo es el otro-propio borde: un cuerpo (o más de un cuerpo, o una masa, o más de una masa) es, pues, también el trazado, el trazamiento y la traza” (Nancy 2003a:67).

La excripción nos toca porque ha suspendido todo pensamiento y referentes, nos toca porque somos cuerpo fuera de nuestro cuerpo, ya que tocar es tocar un límite, pero también en el límite o sobre el borde expuesto del entendimiento: en el límite mismo de sentir su exposición. Precisamente, la excritura nos hace sentir que existe una sensación o si se quiere, el sentir que se siente sentir cada vez que la escritura conlleva una excripción como sentido. Es necesario entonces reiterar con Nancy la pregunta sobre el sentido: ¿qué es el sentido? En este argumento: ¿cuál es el sentido de esa palabra sentido? y ¿cuál es la realidad de esta cosa como “el sentido”? ¿Cuál es el concepto, cuál es el referente? Nos viene pronto a la mente que el concepto y el referente en este caso deben confundirse, puesto que es en tanto que concepto (o como se lo quiera llamar, idea, pensamiento) que esta cosa existe.

Esto nos lleva a pensar que el sentido tendería a ser una suerte de concepto del concepto que toca su propio límite y a su singularidad como tal. Sigo con Nancy: “pensar la inaccesibilidad del sentido como acceso mismo al sentido, y de nuevo, en todo rigor, este acceso no teniendo lugar, no accediendo a algún inaccesible, pero teniendo lugar, in-accediendo a sí mismo, a ese suspenso, a este fin, sobre este límite en el que simultáneamente se deshace y se concluye, sin mediación del uno al otro gesto” (2002:17). El tener lugar in-accediendo, como señala el autor, vendría a ser una manera de sentir la existencia de un afuera de otro afuera, en donde sus límites, superficies de aquellas superficies, se exponen para tocar al sujeto en su sensibilidad. Al respecto, insisto con interpelaciones recurrentes en mi análisis: ¿en qué sentido Nancy se refiere a tener lugar? Este “pero teniendo lugar”, ¿podría pensarse como un no-lugar inteligible?

En esta verdadera (a)realidad, el pensamiento y el entendimiento sobre las cosas, los cuerpos, los sujetos, el mundo, se figuran como una extensión, como una medida conocible e inteligible. Sin embargo, este conocimiento se articula junto a un sentir -como devenir sensación- no figurada, ni medible, que toca al sujeto en el propio límite de su entendimiento. Si damos vuelta esta cuestión, tendríamos que mantener el aprendizaje cultural para defender las formas aprehendidas de entender o interpretar lo dicho del mundo y sus relaciones. En otras palabras, los referentes como tales no se presentan sino a condición de su proceso de significación. Pero entonces, cómo no pensar que al interior de aquel proceso de significado + significante, es decir, en la representación del signo en la escritura o en la comunicación, quede algo indecible -en algún lugar afuera-, desde fuera de aquel proceso, susurrando su sentido sensible: su excritura en el sentir de su tacto.

Finalmente, termino estos trayectos citando al filósofo: “el límite es el tacto. El tacto es por él mismo el límite: el límite de las imágenes y de las palabras, el contacto -y con él, paradójicamente, la imposibilidad de tocar inscrita en el tacto, porque él es el límite” (Nancy 2002:144). Por lo anterior, es presumible pensar que la excritura está allá, en ese lugar donde uno se siente tocado. La escritura está acá, donde uno se pregunta por el entendimiento hacia ella y también por el sentido de su propio toque, su puente: el cuerpo que comienza a escribir desde su propia extrañeza, desde su cuerpo-sentir excrito. La excritura implica una relación bajo la forma de estar afectado por algo, y por consiguiente sujeto susceptible de ser afectable por aquello que ha venido a su presencia. Lo que afecta en la excritura constituye una presencia sensible del tacto (un sentir) que la escritura ha provocado en la posibilidad de ser tocado por la(s) palabra(s). Por cierto, algo ocurre en ese lugar, en esas superficies de superficies de lo sensible, algo tiene lugar en su exposición. El sentido que ha dado ese “algo”, no es sino una forma en que el cuerpo ha sido enviado al límite, al borde del cuerpo propio, al lugar del cuerpo fuera de sí. Cuerpo excrito, cuerpo que demanda ser escrito desde aquel cuerpo sintiente en su separación y repartición de los sentidos, cuerpo por tanto expuesto en un territorio por sentir.

Conclusión

La escritura referida sobre el cuerpo podría pensarse como la impronta que marca la sociedad en el sujeto. Una sucesiva determinación de matrices conceptuales aprendidas e incorporadas por los cuerpos en su proceso de socialización cultural. La excritura -por su parte- vendría a ser la murmuración expuesta del cuerpo, presentada a los otros como el signo mismo de la existencia. Desde esta condición es que los cuerpos dan lugar a la existencia. Es más, podemos presumir que la escritura es en sí cuerpo y que éste la utiliza como forma de abrir nuevas posibilidades de interpretación. Somos cuerpo, lo existimos, lo presentamos en la realidad que nos circunda, pero también estamos expuestos como cuerpo -lugar en lo inmensurable del sentido de la espacialidad (a)real. Por tanto, una máxima necesaria de asumir en este artículo vendría a significar algo así como ser cuerpo y no particularmente tener un cuerpo. Obviamente que estamos ante un problema ontológico que reclama visiones paralelas. Por el momento, me aventuro a sostener que si el cuerpo es equivalente como existencia y si el ser es esencia y la esencia es existencia, por tanto, el cuerpo es el ser expuesto y espaciado. Por cierto, este argumento sobrepasa la condición disciplinar de definir de manera unívoca y absoluta el cuerpo occidental. Pensar Occidente desde la excripción del cuerpo no es sino situarse en los antecedentes precedentes para fundar una nueva matriz de pensamiento/sentido que en el límite de sus posibilidades confluye el sentido o los nuevos sentidos como otro(s) respecto de sí, y en el cual, entonces, se despliega una infinitud de probabilidades y posibilidades de escrituras.

En consecuencia, el tocar puede producir diversas emociones y sensaciones, pero lo común es que se toca nuestro ser interno, no como un tocar táctil, sino como ese toque que queda resonando en el interior (desde el alma), desde un sintiente que provoca al sensible de cada persona. Lo tocado es el cuerpo en su exterioridad como trayecto hacia su interioridad: “el cuerpo se significa en tanto que cuerpo (de la) interioridad: no hay más que ver todo lo que se le hace decir al cuerpo humano, a su posición erecta, a su pulgar oponible, a sus ojos donde la carne se hace alma. De esta manera el cuerpo presenta el ser-sí mismo del signo, es decir, la comunidad realizada del significante y del significado, el fin de la exterioridad, el sentido directamente sobre los sensible” (Nancy 2003a:58). El cuerpo en su sentido sensible sentirá que el tacto se dirige desde un exterior hacia el interior para depositarse en otro ser interno. Es la acción de un cuerpo al otro, un dirigirse. Esta experiencia se deposita en cada cuerpo presente, traspasando la piel, internalizándose en cada alma para hacer brotar emociones que resonarán por siempre en sus recuerdos sensoriales, emotivos y/o intelectuales. Camino arduo, pero no imposible para los sintientes occidentales.

Referencias bibliográficas

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Nancy, J., (2003). Corpus . Madrid: Arena Libros [ Links ]

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Received: January 16, 2019; Accepted: February 26, 2019

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