Los últimos años han visto una revitalización del interés por la obra y, en especial, por el testimonio de vida de Jorge Millas (1917-1982), que encarna como pocos las tensiones y contradicciones a las que puede estar sometido en Chile un intelectual que intenta ser fiel a su pensamiento crítico y a la labor del filósofo. Parte de su obra se ha rescatado por las universidades Austral de Chile y Diego Portales, se han publicado títulos relevantes sobre su pensamiento como los trabajos de Maximiliano Figueroa2, y el centenario de su natalicio ha dado lugar, además, a que su nombre sea frecuente en los seminarios y congresos de filosofía nacionales.
La publicación de Irremediablemente filósofo. Entrevistas y discursos (Selección y prefacio de Maximiliano Figueroa, 2017), es una ocasión para navegar por el “pensamiento vivo” y situado de Millas. Se trata de un libro muy oportuno porque pone en dimensión la capacidad de Millas para intervenir en la esfera pública y que expone las tensiones, aciertos y contradicciones de un intelectual en tiempos de tormentas y tormentos. Figueroa recoge en este texto las mejores entrevistas de Millas y tres de sus más notables discursos. Sobre las entrevistas habría que destacar la tendencia a construir semblanzas sobre el personaje, además de conocer su pensamiento en profundidad, algunas de ellas realizadas por destacados escritores (Alfonso Calderón), periodistas (Malú Sierra, Pilar Vergara, Jaime Moreno Laval, María Eugenia Oyarzún, entre otros), y estudiantes (la mejor tal vez) de la Universidad Austral de Chile. Los discursos son simplemente ejemplares: uno, académico, otro, político y un tercero, personal3.
El libro destaca por su dinamismo, posiblemente porque Millas muestra en estas entrevistas y discursos de contingencia una de sus mejores facetas: la de un pensador en acción en la esfera pública, que vuelve una y otra vez sobre los temas que le obsesionan, atravesados siempre por esa poética relación entre filosofía y vida, que le trajera dolorosas consecuencias.
Para Millas “no se trata de vivir primero y filosofar después” sino de vivir y filosofar simultáneamente: “Gran parte de lo escrito por mí está dedicado a pensar la peligrosa experiencia humana, vivir en sociedad y a recomendar algunas precauciones contra nuestra natural antropofagia, disimulada a veces con lindos nombres como hambre de justicia, sed de infinito y amor a la patria” (p. 36), le explica a un grupo de estudiantes de Ingeniería Comercial que le realizan una de las más notables entrevistas del libro (“Si yo fuera bastante vanidoso como para ser modesto”, págs. 35-41).
Sobre este eje matriz, asoman los espacios sobre los que le interesa filosofar: la tarea del intelectual, la idea de universidad, la libertad y la violencia, derechos humanos, democracia, educación, libertad de prensa, pero en Irremediablemente filósofo asoma, además, la propia trayectoria, la trayectoria de un sujeto, Millas por sí mismo: el que se autodescribe permanentemente como un“casi sujeto”. A ello me referiré en estas líneas, siguiendo tal vez remotamente la idea del pacto autobiográfico del que escribe Philippe Lejeune, que permiten leer estas entrevistas y discursos, en una de sus aristas, como una construcción de un sujeto condenado a filosofar sobre su propia incompletitud y en esa tesitura sobre los vacíos de la sociedad occidental. El carácter eminentemente testimonial de estas entrevistas las vuelve un acto de conciencia sobre el propio sujeto, pero sobre todo un acto de comprensión sobre la circunstancia histórica en la que el sujeto se reconoce (Paul Ricoeur mediante) y por ese camino se construye la historia de una personalidad.
Resulta sobrecogedora la irónica autocomprensión que Millas tiene (sobre sí mismo). Esa idea de que se ha construido como un sujeto incompleto, en tránsito entre la poesía y la filosofía, como le explica ya en 1970 al escritor Alfonso Calderón (“Simplificar lo insimplificable”, septiembre 1970): “Eso explica la ambivalente vigilia filosófica y poética que dominó mi adolescencia…” (p. 22) “No fui, pues, yo quien dejó a la poesía: ella me dejó a mí. Es probable que todo se deba a Nicanor Parra, con quien compartí mi adolescencia. ¿Cómo podía la poesía haberse quedado conmigo, si él había empezado a cortejarla?” (p. 23).
En la ya referida entrevista “Si fuera lo bastante vanidoso como para ser modesto”, la misión de los estudiantes, dice Millas, es “no dejarse embaucar” (p. 37), por eso ellos van al hueso y le preguntan ¿Cómo definiría usted a Jorge Millas y su obra?:
… son pocas las cosas exactas que pueda decir de mí mismo. Todas constan en mi carnet de identidad y en mis certificados de títulos y grados. Sólo escapan tres: mi horror al vacío en el mundo humano, mi pasión libertaria y mi condición de filósofo. Todo lo demás es incierto: fui de joven un casi-poeta, un casi-político, un casi-abogado. Mi obra ha sido casi-leída y casi-estudiada. En lo afectivo he sido casi-amado, casi-admirado, casi-tolerado, incluso por mí mismo. En lo intelectual soy un casi-racionalista que se apega a un casi-empirismo, seguro -eso sí, seguro- de que el mundo de las cosas y los hombres es tan complejo, que sólo puede casi-comprenderse (p. 35).
Esta idea se reitera en la frase que da título al libro: “yo soy filósofo irremediablemente, aunque me gustará remediarlo” (“Nada entre Dios y yo”, p. 50). Desde la extrema subjetividad, Millas consigue llegar a un nivel de generalidad y objetividad que desconcierta, y da cuenta de lo elaborada que es su reflexión en torno a sí mismo. Un “hombre humilde y errante” (p. 36), aunque ni tan humilde ni tan errante, para seguir tras la búsqueda de una autenticidad subjetiva de alta elaboración poética. Así, puesto en la tesitura de responder a la pregunta ¿Qué ocurre entre usted y Dios?, en un medio conservador como el diario El Mercurio, no duda en afirmar: “Nada. Entre Dios y yo no ocurre nada. Si me ha creado, no lo sé; si su providencia me conserva, no lo noto. No conozco ni el terror de su justicia, ni la confianza en su amor, ni la bendición de su misericordia” (p. 49). Aunque atribuye esta respuesta a su condición de ser demasiado concreto, personal y próximo de sí mismo, no escapa a su fina ironía, su casi-racionalismo y su anti-dogmatismo que aplica tanto a la fe religiosa como a las ideologías en general. En Jorge Millas. El valor de pensar, Maximiliano Figueroa reconoce en él una comprensión de la tarea del intelectual inseparable de la defensa y promoción “de un tipo de sociedad en que sea posible que los seres humanos establezcan relaciones y prácticas comunicativas libres de dominación y manipulación” (2011, p. 74). Esta búsqueda de un pensamiento libre de todo dogmatismo lo llevó a enfrentarse en los años 60 a los intelectuales militantes, y a los profetas del realismo social, pese a que en su etapa de estudiante universitario había militado en el Partido Socialista, y había sido un orador iluminado (según recordaba su amigo Nicanor Parra). En un contexto altamente ideologizado entre los intelectuales hispanoamericanos, no duda en prevenir sobre los riesgos de los nuevos autoritarismos y dogmatismos que acechan al intelectual. Pero esta desconfianza se extiende además a la vida cotidiana, espacio privilegiado de su reflexión en la prensa. En la misma entrevista, luego de despachar a Dios, se refiere a los prójimos:
No a todos los amo, algunos me aburren, otros me irritan y los hay que me dan miedo. Me dan miedo sobre todo los patriotas y los justicieros, los que aseguran que conocen el bien común y distinguen perfectamente entre lo bueno y lo malo, los que creen saber de qué lado están los nobles y donde los perversos (p. 51).
Toda esta reflexión, no obstante, es inseparable de su condición de intelectual universitario, su biografía naturalmente lo es también. La institución universitaria es el órgano intelectual al que la sociedad le ha conferido la responsabilidad de cumplir “la función dura y concentrada de llevar el pensamiento al plano de la ciencia más rigurosa y la acción al de la más alta racionalidad posible” (p. 25), le dice a Calderón en 1970. La alfabetización, el recreo cultural, la estrambótica concientización tienen otras instancias y recursos. Esta idea construida muy tempranamente en los años 60, se mantiene inalterable en la universidad intervenida, pese a sus tal vez ingenuos esfuerzos en Valdivia, que le llevaron a liderar la redacción de los nuevos estatutos de la Universidad Austral de Chile en 1977, considerados ejemplares en un contexto de intervención militar. Sin embargo, una crítica conferencia en la Universidad de Concepción en 1980, donde cuestionaba el concepto de democracia protegida que impulsaba el gobierno, y sus ya frecuentes entrevistas en medios nacionales, hacen perder la paciencia del rector delegado, quien le recomienda tomar un año sabático obligado, dando lugar a una conmoción en el sistema universitario posiblemente sin precedentes. A esas alturas, Millas había alcanzado una notoriedad pública sorprendente para un filósofo y se había convertido en símbolo de la defensa de la libertad de pensamiento en la universidad intervenida.
Fabián Almonacid, en Historia de la Universidad Austral de Chile (1954-2003), sintetiza la compleja situación que produjeron estos hechos (págs. 300 y ss.) y que culminaron con la salida del rector delegado y al poco tiempo con la instalación de una nueva autoridad delegada que derogará los estatutos e iniciará un proceso de despidos de académicos y de diversas medidas autoritarias. Hacia agosto de 1981, Millas presenta su renuncia definitiva a la Universidad. El “Discurso de despedida de la Universidad Austral”, pronunciado en junio de 1981, ante un grupo de amigos de la Universidad y de la ciudad, se recoge en este libro. Prima en este texto no solo la reflexión sobre la situación de universitaria, sino también la dimensión personal y autorreflexiva. Su lúcido discurso se concentra en las consecuencias de los ya 8 años de intervención militar de las universidades chilenas y el difícil avenimiento de universidad y política: “La universidad, que es ciencia, ha de tener paciencia, y, por lo mismo debe ensimismarse; la política, que es poder, reclama urgencia, es impaciente y tiene que obrar a la intemperie de las situaciones inmediatas” (p. 177). Irremediablemente filósofo recoge la notable entrevista de Malú Sierra publicada en revista Hoy (junio de 1981) que se concentra en los efectos que su salida de la Universidad tendrá en su persona. Allí se recogen además fragmentos de la carta que dirigiera al nuevo rector delegado, lamentando la precipitada e inconsulta derogación de los estatutos elaborados en un ambiente de “estudio y recíproco respeto”, resultado ejemplar de “una espontánea democracia universitaria para obtener los mejores frutos de la experiencia académica” (p. 122), para culminar señalando las consecuencias intelectuales que tendrá el autoritarismo: “El inconveniente del autoritarismo en una universidad es que acalla, mas no paraliza la reflexión. Y, claro, es grave que el rector haya de presidir entonces una universidad silenciosa e ignorar qué se piensa en ella, justo en una institución cuya gracia consiste precisamente en animar el pensamiento” (p. 122). En la misma entrevista de Sierra, Millas ironiza sobre su situación fuera de la Universidad, pero se trata de una ironía que en su caso tiene una dimensión trágica:
Me voy a incorporar a la economía social de mercado, explotando privadamente mi profesión. Voy a abrir cursos libres de Filosofía en mi casa. En julio los diarios van a publicar unos avisitos míos llamando a inscribirse en unos cursos que voy a dictar como único profesor. Y yo ahora definiré mi actividad económica en términos elegantes diciendo que me dedico a la enseñanza privada de la Filosofía. El riesgo es que se piense que voy a abrir una especie de consultorio sentimental. Pero después la gente se va a dar cuenta que más bien se trata de un consultorio intelectual (pp. 117-118).
Sin embargo, Millas no puede ocultar en esta ironía que el exilio universitario al que ha sido sometido y que, en alguna medida, se ha autoimpuesto, mucho tiene que ver con entrar a ese espacio dantesco que tantas veces citara y que solo podría evitarse en el espacio universitario. En la entrevista “Si yo fuera lo bastante vanidoso como para ser modesto”, realizada por estudiantes, les dice: “Si en la universidad dudamos de tales cosas… Bueno… ‘lasciate ogni speranza voi ch’entrate” (Dante: Los que aquí entráis, perded toda esperanza). Así, en su discurso de despedida a la Universidad, reiterará: “Me alejo de las actuales universidades del país, aunque no me despido de ellas. En cuanto a despedirme, no quiero hacerlo porque no he perdido toda esperanza” (p. 180).