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Alpha (Osorno)

On-line version ISSN 0718-2201

Alpha  no.32 Osorno July 2011

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012011000100020 

ALPHA Nº 32 Julio 2011 (260-264)

RESEÑA

Vanessa LEMM (Editora). Michel Foucault: Neoliberalismo y biopolítica. Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, 2010, 459 pp.


Los textos contenidos de este volumen no sólo dan cuenta del pensamiento del filósofo francés, sino además, proyectan sus herramientas conceptuales hacia una hermenéutica del neoliberalismo contemporáneo.

En la primera sección titulada “Gubernamentalidad Neoliberal”, Dadier Fassin (21-49) analiza el concepto de biopolítica y explora la forma cómo las sociedades implementan tecnologías de normalización que permiten la aparición de una política respecto de la vida, política que determina el modo en que será tratada la población y los individuos. Esta soberanía sobre la vida y su organización se extiende, igualmente, al otro extremo de influencia del biopoder, para establecer una soberanía sobre la muerte, lo que determina el espacio de biolegitimidad o de valoración que una sociedad otorga a sus miembros.

La riqueza conceptual del pensamiento de Foucault se expresa con fuerza en el texto de Carolina Rojas (51-84), quien analiza la noción de gubernamentalidad para establecer las relaciones de poder y los procesos de subjetivización en la sociedad neoliberal que Rojas ejemplifica investigando la política pública aplicada a la población de extrema pobreza en Chile. Así, puede poner en evidencia el modo cómo operan los, así llamados, dispositivos generadores de subjetividad que —en el caso analizado— determinan la aceptabilidad de aquellos dispositivos de subjetividad catalogados como marginales.

Michaela Mayhofer y Hernán Cuevas (85-122) examinan —desde la matriz foucaultiana— una estrategia biopolítica que pretende recontextualizar la relación médico-paciente y promover una nueva forma de ciudadanía, esta vez, explícitamente biológica, que sea capaz de incidir e interpelar el saber médico, la empresa científica y las políticas públicas; donde la nueva condición del enfermo, promueva una transformación de unos regímenes de verdad que, muchas veces, fueron excluyentes y excesivamente jerárquicos.

En el estudio de José Molina (123-150) podemos encontrar una precisión y ejemplificación de la biopolítica como configuración de los dispositivos de control y de disciplinamiento, concretamente aplicados al análisis de la vida de los jóvenes, donde se detecta una desvalorización de sus vivencias e interacciones, todo esto, promovido por una estrategia de integración social forzada.

A su vez, Flavia Costa y Pablo Esteban Rodríguez (151-173) plantean que los espacios en los que opera el biopoder no son sólo aquellos vinculados a las experiencias de los sujetos, sino igualmente, el biopoder se adentra en aquella dimensión corpórea de los sujetos: genética y somática (ethos del fitness). El biopoder se dirige a este nuevo espacio para establecer formas originales de gobernamentalidad neoliberal, donde el principio de inteligibilidad económica se orienta, esta vez, al cuerpo como capital que podemos incrementar, exhibiéndolo y perfeccionándolo.

La segunda sección del libro, denominada “Neoliberalismo, Economía y Ley”, se inicia con una revisión de Marcos García de la Huerta (177-197) al neoliberalismo como conjunto de estrategias de poder, a partir de las cuales, la economía adquiere autonomía de lo político, situación que redefine la legitimación del Estado, desde la denominada razón de Estado hacia la razón de Mercado que se instituye en mecanismo automático y autónomo que no requiere control, pues, establece una gubernamentalidad tecnocrática —no deliberativa— que desconfía de la capacidad de elegir y de decidir y que propicia el despliegue de dispositivos biopolíticos de control de la población.

Miguel Vetter (199-215) intenta conciliar una postura republicana en Foucault como argumento general para enfrentar la biopolítica del neoliberalismo. A partir de tal argumento, Vetter intentaría responder a esa suerte de “regresión jurídica” que se ha producido dada la subordinación de la ley a la norma, con énfasis en una tecnología de producción de subjetividad. Esta circunstancia contemporánea debe comprenderse como un intento de reconciliación entre el poder pastoral y el poder político, a partir de lo cual, se menoscaba la condición de ciudadanía en beneficio del establecimiento de un conjunto de individuos sometidos a un orden que se debe obedecer.

Por su parte, Natalia Ortiz (217-243) presenta las variaciones del pensamiento de Foucault respecto de la Libertad y cómo ésta última se articula con el poder. Primero, se plantean ideas foucaultianas respecto a que la libertad se ve subordinada a la biopolítica, donde la libertad es producida y consumida para organizar el modo en que la vida será gobernada. Esta concepción de libertad estaría en la base de la biopolítica del liberalismo donde, por medio de ciertas tecnologías, se destruyen y producen unas libertades de acuerdo a determinados intereses. No obstante, Ortiz advierte que lo anterior no permite adherir al pensador francés al liberalismo o a una posición de resignación frente a las circunstancias. Foucault no se detiene y no tarda en constatar que a partir de las transgresiones, de las prácticas que tensionan, y de las resistencias, es posible hacer evidente que el poder no es, como primeramente planteaba, contraparte de la libertad. Para fundamentarlo, Ortiz reconstruye una confrontación de las libertades de la antigüedad y las libertades del liberalismo o neoliberalismo. Así llega a definir que en las primeras se da la confluencia de ética, estética y política en beneficio de una transformación del sí mismo; mientras que en el liberalismo se da una producción de las libertades en función de ciertas instituciones u objetivos, como lo son el mercado o la empresa. Ortiz indica que a partir de esto es posible plantear otras libertades, donde la acción del poder permita la creación de otros modos de vida, gracias a una actitud crítica, asociada al corazón de la modernidad, que permitiría romper con aquella racionalidad política neoliberal.

En la sección “Los Nuevos Dispositivos de Seguridad”, Thomas Lemke (247-274) retoma la relación entre liberalismo y biopolítica, deteniéndose en aquellos dispositivos de control de la población definidos en la llamada tecnología de seguridad que se nutre de la economía política liberal e, igualmente, de la indagación del orden natural de las cosas, con el propósito de plantear la forma más adecuada de gobernar a los sujetos. Así, Lemke retoma la idea de una libertad al servicio del biopoder como instrumento de las prácticas gubernamentales. A partir de lo anterior, se da cuenta de la paradoja en la que se encuentra el liberalismo que, por una parte, pretende hacer prevalecer un impulso por producir libertad y, por otro, la coloca en peligro de destrucción. Tal paradoja determina que la “libertad liberal” se produce considerando unos límites convenientemente calculados, donde toda situación de peligro debe ser definida en términos de ventajas y de costos. Así, desde esta perspectiva, se enfatiza que el neoliberalismo necesita de cierto juego con el miedo que permita inducir una subjetividad responsable y confiable.

Frédéric Gros (275-292) estructura y proyecta algunas de las ideas de Foucault vinculadas a la problemática histórica de la seguridad, frente a lo cual establece cuatro edades. La primera, de la Seguridad Espiritual, donde prevalece la figura del sabio y donde se persigue el dominio de sí mismo; la segunda es la etapa de la Seguridad Imperial donde la seguridad es la que provee el gobierno del emperador o del pastor, y que se identifica con la gubernamentalidad pastoral; la tercera época, es la denominada Seguridad Soberanista que se orienta al Estado y donde prevalece un sujeto político al que se debe garantizar la integridad y defensa tanto externa como interna. La cuarta, correspondería a la edad actual que denomina de la Seguridad Biopolítica. Gros plantea que el objetivo que se pretende asegurar ya no será el Estado sino el control de flujos propicios para la vida de los individuos. Por otro lado, señala diferencias a nivel de los intervinientes, pues, no será el Estado el único garante de la seguridad, ingresando empresas privadas expertas en el control de flujos protegidos como las ONGs. Igualmente, existen diferencias a nivel de los fines ya que no establece un determinado logro de seguridad de tipo cerrado (fronteras geográficas protegidas), puesto que —en adelante— el propósito de la Seguridad es determinar y asegurar los intercambios y sus tránsitos. Por último, respecto de las amenazas, se abandona el modelo del enemigo y se establece la calidad de sospechoso.

En la sección “Constitución de un Sujeto Revolucionario”, Friedrich Balke (295-314) aborda críticamente determinados planteamientos de Hanna Arendt respecto de la revolución. Por medio de categorías críticas diseñadas por Foucault, Balke sitúa a Arendt como una pensadora de la biopolítica, a pesar de sus intentos por oponerse a ella.

Ricardo Camargo (315-332) indaga en las condiciones de posibilidad de subvertir el orden establecido y plantear una emancipación. Para ello, sitúa a la población como aquel espacio de intervención gubernamental donde se establece la problemática relación entre el poder establecido y la resistencia posible que, lejos de permitir establecer una posibilidad de emancipación, establece qué conducta y qué contra-conducta son manifestaciones coetáneas adscritas a una misma inteligibilidad. No obstante esto último, surge la pregunta sobre si es posible trascender dicha inteligibilidad, lo cual sólo sería posible en el acontecer del evento revolucionario que sólo se explica a sí mismo.

Mauricio Berger (333-361) analiza el concepto de biopolítica desde las perspectivas del control y el gobierno de la vida, pero lejos de hacer una lectura restrictiva del control, busca ampliarlo y recuperar una visión positiva. Berger recurre para ello a los análisis de Agamben, Negri y de Virno para sostener que la biopolítica tiene al menos dos interpretaciones. La primera se asienta en una actividad que genera dispositivos que terminan secuestrando las posibilidades de acción política de la población; la otra interpretación, sostiene Berger, es una posible definición afirmativa de biopolítica que se vincule con determinadas facultades corporales de los sujetos, que les permita reapropiarse del poder crítico y enfrentar el ordenamiento político que les acontece. Berger sostiene que asumir una biopolítica positiva permite plantear que es posible otra organización del mundo, lo menos opresora posible.

Vanessa Lemm (365-396), al igual que Berger, aborda una redefinición de la biopolítica en sentido afirmativo. Esta vez, desde una perspectiva que recurre a Nietzsche y a su comprensión de la noción de animalidad y su relación con la condición humana. Lemm argumenta críticamente que en la constitución del ser humano los esfuerzos civilizatorios por organizar la sociedad y la política propician la domesticación y el disciplinamiento de la animalidad (suprimiéndola) del ser humano. Por otro lado, según Lemm, cuando se genera una política, ya no civilizatoria sino cultural, se establece la posibilidad de lo que Foucault denomina una biopolítica afirmativa en donde se establece un enlace con la creatividad que permite pluralizar las formas de vida, basadas, esta vez, en la responsabilidad individual y en la promoción de un ethos de libertad.

Maria Muhle (397-432) se enfrenta al discurso que ha generado visiones reduccionistas de la relación entre biopolítica y vida, perspectivas que sostienen visiones positivas (vida como modelo) o negativas (vida como objeto) respecto de la relación de la vida y las técnicas biopolíticas. Muhle considera que esto no encaja con una adecuada interpretación del pensamiento de Foucault, quien no le habría otorgado un determinado sentido positivo o negativo a la biopolítica sino que, más bien, habría definido una tendencia de la vida en relación a la biopolítica, por cuanto se revela que la vida oscila entre una tendencia hacia la autoconservación y otra hacia la autosuperación, oscilación que debemos ubicar en un continuo polarizado que no puede reducirse a favor de uno de sus ejes.

En el artículo de Francesco Adorno (433-451) se vuelve sobre la noción de biopolítica. Esta vez, para dar cuenta de cómo se gestiona la vida y la muerte al interior del neoliberalismo y cómo, en él, se enlazan biología y economía con el propósito de establecer la posibilidad de garantizar la conservación del poder y propiciar una estabilidad del marco político vigente, en lo que se denomina hacer vivir y dejar morir.

En síntesis, el pensamiento de Foucault aparece en este libro como caja de herramientas que permite desentrañar los mecanismos del poder en la sociedad contemporánea, y transparentar sus efectos en la vida de quienes la componemos y se constituye en una excelente reflexión sobre la biopolítica, el neoliberalismo y el poder.


Rodrigo Lagos V*.

Universidad de Los Lagos, Departamento de Educación, Avda. Alcalde Fuchslocher 1305, Casilla 933, Osorno (Chile).
rodlagos@ulagos.cl

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