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Aisthesis

On-line version ISSN 0718-7181

Aisthesis  no.52 Santiago Dec. 2012

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-71812012000200027 

Reseñas

 

JUDITH BUTLER

Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del «sexo»

Buenos Aires: Paidós, 2010

 

Por Jessica Martínez V.

jkmartin@uc.cl


 

 

La pregunta por lo abyecto es una de las interrogantes iniciales de esta obra: ¿Cuáles y cómo son los cuerpos que no importan? ¿Cómo se construye la línea divisoria que separa a los sujetos que importan en la sociedad de los rechazados? El objetivo de entrar en esta cuestión es afrontar un hecho más primitivo, una omisión originaria en el pensamiento posestructuralista y contemporáneo: la carencia de importancia de la materia, la nebulosa incuestionada en que se inscribe el cuerpo.

La materialidad, la carne que llevamos y somos en el día a día suele ser un terreno escasamente reflexionado en la teoría y la crítica cultural, pero de una forma vertiginosa, en los últimos años, las sociedades occidentales han tenido que enfrentarse a la pregunta por el cuerpo y la sexualidad, con la creciente manifestación y activismo de sujetos (y sujetas) con sexualidades otras, corporalidades otras.

Antes de desglosar temáticamente el libro, es importante describir la forma en que está escrito: es un recorrer por distintas cuestiones que tocan el género, la sexualidad, el travestismo, la homosexualidad, lo queer, lo femenino, y el poder dentro de estos contextos. No encontramos una escritura teórica lineal estructurada por una columna vertebral; hay distintas interrogantes que la autora expone de forma explícita, incluso preguntas personales que se hace a sí misma y que motivan su reflexión, las cuales responde en forma de tanteo, de camino serpenteante, nunca absoluto, siempre dialogante con el lector y con obras literarias y otros aportes teóricos actuales. Lo interesante finalmente, en cuanto a la estructura del libro, es que conforma una especie de fractal, de vitral, reuniendo textos que responden a distintas preguntas sobre el mismo eje temático: la obra, tanto en su contenido como en su disposición, confronta la tendencia canónica de obras clásicas y de la modernidad, de una teoría unifocal, omnisciente y lineal.

La corporalidad y sexualidad humanas, en el contexto social contemporáneo, son los grandes ejes que motivan este compendio de textos que conforman Cuerpos que importan. Inmediatamente, la mención del cuerpo lleva a la autora a cuestionar algunas concepciones de la filosofía clásica, y luego del psicoanálisis freudiano y lacaniano, acerca de la materialidad: la idea es buscar un lugar para la materialidad del cuerpo en estos abarcadores sistemas de pensamiento. La autora concluye, convincentemente, que estas teorías, de matriz heterosexual, marcan la corporalidad, y por extensión, lo femenino, con un signo nefasto: esto compone la primera parte de la obra.

Gran parte de la discusión que la autora plantea en la segunda parte del libro se basa en tópicos extraídos de obras literarias. Butler utiliza como ejemplo algunas novelas y cuentos de dos autoras norteamericanas: Willa Cather y Nella Larsen. La exposición de Butler permite comprender cuáles son los puntos en las obras que llaman su atención reflexiva: existe, en estas, una especie de transformismo, o mejor dicho de tránsito de la figura del narrador, el cual presenta descripciones fluctuantes acerca de su género, acerca de su misma condición de sujeto.

El planteamiento de Butler sobre algunos puntos de la teoría aristotélica abre la primera parte del libro. En este corpus, la autora encuentra de partida una matriz heterosexual, dominada por el pensamiento masculino, y que se refiere a lo femenino como lo que no puede ser nombrado, no como prohibido, sino como indecible, escasamente inteligible. Esa misma asunción que clausura ocurre en torno a la materia, que se toma como la base biológico-corporal que sustenta la vida intelectual. Si la materialidad es la base no construida, la premisa irreductible, lo femenino cae en una clasificación similar.

Según Butler, una forma menos ingenua e inteligente de aproximarse a un discurso es analizarlo en cuanto a sus exclusiones, y a través de ellas hacer crítica de sus conceptos básicos. Releyendo lo que la filosofía clásica, matriz del pensamiento occidental, tiene que decir del cuerpo y de lo femenino, podemos acercarnos a la concepción tradicional que contrapone lo natural con lo construido, y por extensión, el sexo y el género. El sexo como lo natural, lo no determinado e intocado, es una definición que se queda corta, ya que bajo esa comprensión, la carne se diluye en el discurso. Siguiendo a Freud, el cuerpo se transforma en una partición fantásmica, una experiencia psíquica. Pero el cuerpo es inteligible en esa simultaneidad entre la idea y el cuerpo como fenómeno accesible.

Luego, el género, como la asunción cultural de una determinada sexualidad, se desliga de esa morfología carnal que ha quedado en la penumbra fantásmica, puede no tocarlo y no ser influido por su determinación. Pero con una mirada contemporánea que se suelte de esa rigidez teórica, el género puede pensarse como un sistema de relaciones móviles en que las posiciones, y por supuesto las materialidades del «yo» y el «otros» o el «nosotros» interactúan en una especie de coreografía normada y dirigida dentro de un contexto para determinar al sujeto.

Siguiendo con este análisis del género y la sexualidad en la teoría occidental, Butler da cuenta de una crítica, un diagnóstico de lo clausuradamente heterosexual que es el sistema de pensamiento freudiano-lacaniano: la autora exhibe los amarres de una mentalidad masculina decimonónica que contienen las máximas de la teoría lacaniana.

No hay cuerpo anterior a su marcación simbólica, la identificación del sujeto obedece a una prohibición primigenia: en los roles de la psicología freudiana, madre, padre e hijo, al hijo le está prohibido identificarse con la madre, la marcación de género es de partida el ejercicio de una restricción.

Al exponer este sistema de identificación sexual, la autora además sustenta uno de los planteamientos centrales en su postura: no hay identificación, no hay sujeto sin que obre el ejercicio de un poder, de una normativa prohibitiva: «El sujeto se constituye a través de una fuerza de exclusión y abyección» (20) indica de forma temprana la autora.

Esta noción de que no hay formación de sujeto sin que obre una normatividad, recorre la mayor parte de la obra, y entronca con la visión del poder que desarrolla Foucault a lo largo de su pensamiento. Ahora, tal vez, en vez de «normatividad» sería mejor decir «normatividades» e «identificaciones» que son producidas por esa variedad cambiante y frecuente, por ese flujo de restricciones y mandatos que están siempre produciendo identificaciones subjetivas. La idea de fractalidad del conjunto es la que debe primar al comprender el cómo la autora explica y hace operativo el concepto de poder: para la teoría lacaniana, tal vez, existe solo una, la ley del padre, la que da forma al sujeto en una matriz heterosexual de identificación, pero Butler lo entiende más bien como un mecanismo en el que desembocan varios afluentes, dando como resultado no un sujeto siempre cuajado, sino un proceso.

Este devenir normativo es la forma que la autora tiene de redefinir y complementar la noción del feminismo y la teoría queer primitiva: la performatividad. Si por este concepto se entiende una elección deliberada de la sexualidad y el sexo, Butler corrige diciendo que el mandato performativo es, ante todo, una posibilidad de acatamiento subversivo de las normatividades que permiten la configuración de una sexualidad viable. No hay asunción de una sexualidad, abyecta o viable, sin que obre una matriz de normativas ambivalentes que contribuyen a construir un yo que nunca cuaja del todo. No somos un sujeto, somos una encrucijada.

Ante una idea conservadora de sexualidad como impuesta y natural (porque está ligada a un cuerpo sexuado, que debe devenir en una identificación de género acorde a esta matriz heterosexual), la autora dispone este dúo de conceptos: transferible y performativa. Ya establecimos que la performatividad no es un ejercicio puro de voluntad, sino un proceso determinado por asunciones que se realizan dentro de un marco normativo.

Ahora, la transferibilidad es una propiedad que Butler identifica al analizar sexualidades que se manifiestan como subversivas al modelo heterosexual. Tomando la misma definición lacaniana de falo como significante privilegiado, como representación del poder masculino de definir, designar, y nombrar otros cuerpos, de penetrarlos, la autora describe un proceso mediante el cual este poder es transferible a sexualidades otras: se da una posibilidad de empoderamiento de sujetos que exhiben el sexo de forma subversiva, a través de la existencia de un «falo lesbiano».

Tanto al proponer este concepto, como en cada uno de sus análisis, Butler cumple con una consigna reivindicadora, pero más aún, inclusiva. Tal vez siempre al trabajar alrededor de conceptos desarrollados por la teoría de género se esté promoviendo una mayor comprensión de la homosexualidad, del travestismo, y otras sexualidades que se consideran generalmente como socialmente anómalas y teóricamente insondables, igualmente excluidas. Pero lo que en mayor medida realiza la autora es precisamente indagar en este último campo: por medio de la detección de los patrones hetero con que se ha ido construyendo la sociedad occidental, hace una transferencia de significados, determina ciertas dinámicas fluctuantes que configuran a los individuos y permite el empoderamiento de los designados anómalos, expandiendo «[...] la significación misma de lo que en el mundo se considera un cuerpo valuado y valorable» (47).

Las motivaciones que atraviesan este libro son contestatarias pero constructivas, en cuanto a las estructuras de poder que definen qué sexo, qué cuerpo, qué sexualidad manifestamos: la autora se permite la pregunta por la búsqueda de un amor que no nazca del repudio (la diferenciación heterosexual es finalmente eso, un rechazo), sin un origen heterosexual, y finalmente, por la creación de una configuración cultural alternativa, que pueda mirar de frente e incluir a estos cuerpos que no importan fuera de los patrones del régimen simbólico hegemónico.

 

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