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Alpha (Osorno)

On-line version ISSN 0718-2201

Alpha  no.36 Osorno July 2013

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012013000100009 

ALPHA Nº 36 - Julio 2013 (119-134)

ARTÍCULO

 

CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA MEMORIA: PRESENCIA DEL IMAGINARIO DEL HOLOCAUSTO EN TESTIMONIOS LATINOAMERICANOS

Social Construction of Memory: Presence of Holocaust Images in Latin American Testimonies

 

Jorge Montealegre Iturra *

Universidad de Santiago de Chile*, Director Departamento de Educación Continua, Vicerrectoría de Vinculación con el Medio, Chile.

Dirección para correspondencia


Resumen

La reconstrucción de la cotidianidad en la prisión política, a partir de casos de violaciones a los DD.HH. en Chile y Uruguay, supone recurrir a la memoria ––con su pluralidad, diversidad y vacilaciones–– como la principal fuente de conocimiento que contribuye a recrear y a resignificar los espacios evocados. Entendiendo la realidad y la memoria que la reconstruye como construcciones sociales, que incluyen el conocimiento de sentido común, el texto advierte sobre los procesos de transferencias y deformaciones presentes en los testimonios ilustrando esto con la presencia del imaginario del Holocausto en los testimonios de prisión política del cono sur de América Latina.

Palabras clave: Cotidianidad, holocausto, imaginario, Latinoamérica, memoria, testimonio.


 Abstract

The reconstruction of everyday life for political prisoners, starting with the cases of violations of Human Rights in Chile and Uruguay, supposedly occurs in the memory–with its plurality, diversity and hesitations–as the principle area of understanding that contributes to recreating and reassigning those images evoked. Knowing the reality and the memory that reconstruct them as social constructs, including the realizations of common sense, the text warns against the process of transfers and deformations present in the testimonies illustrating this with the presence of the Holocaust imaginary in the testimonies of political prisoners in the Southern Cone of Latin America.

Key words: Everyday, holocaust, imaginary, Latin America, memory, testimony.


CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA MEMORIA: PRESENCIA DEL IMAGINARIO DEL HOLOCAUSTO EN TESTIMONIOS LATINOAMERICANOS

Recrear aspectos de la cotidianidad de un pasado reciente implica visitarla y elegir en ella escenas de la vida diaria significativas. Lo hemos hecho, recurriendo especialmente a testimonios escritos, durante una investigación en que básicamente tratamos la resiliencia comunitaria en la prisión política de Chile y Uruguay, vivida por hombres y mujeres.1 Es decir, vivencias de personas sobrevivientes que ––en la incertidumbre de la experiencia recién pasada–– ignoraban la suerte que les esperaba al término del día. Sin embargo, los prisioneros y prisioneras viven una normalidad dentro de la excepcionalidad que les permite interpretar los nuevos hechos extraordinarios que suceden en ella. Al definir un conjunto de actividades como cotidianas, plantea Norbert Lechner, se están definiendo ciertos criterios de normalidad con los que “percibimos y evaluamos lo anormal, es decir, lo nuevo y lo extraordinario, lo problemático. Tal vez el aspecto más relevante de la vida cotidiana es la producción y reproducción de aquellas certezas básicas sin las cuales no sabríamos discernir las nuevas situaciones ni decidir qué hacer” (1988:57). En esta nueva normalidad se interrelacionan la cultura política y la familiar o privada en la construcción de una cotidianidad que produce finalmente un orden social reconocido por el colectivo: una normalidad en la anomalía.

En la reconstrucción de dicha cotidianidad es la memoria ––con su pluralidad, diversidad y vacilaciones–– la principal fuente de conocimiento que contribuye a recrear y a resignificar el espacio evocado. La cotidianidad evocada es, obviamente, una experiencia social previa; pero que constituyó un presente vívido compartido, que está alojado en las memorias ––en lugares, objetos, testimonios–– y se puede reconstruir socialmente.

Peter Berger y Thomas Luckmann, en La Construcción Social de la Realidad sostienen que todo el conocimiento ––incluyendo el sentido común, el conocimiento más básico compartido en la realidad diaria–– se deriva y es mantenido por las interacciones sociales. Así, los elementos clave para entender la realidad como una construcción social se encuentran en la vida cotidiana, la que se caracteriza por presentarse como un mundo intersubjetivo, de significados compartidos, un mundo contrastable mediante la experiencia con otros. Es en este sentido, en esa trama de relaciones continuas, que la cotidianidad como experiencia previa también es parte de la realidad (re)construida socialmente y que la memoria se constituye así en un cuerpo de conocimiento que llega a quedar establecido como “realidad”.

La realidad de la vida cotidiana no se agota en el “aquí y ahora”, sino que abarca fenómenos que no están presentes en la realidad inmediata como lo son los hechos de la memoria ––las experiencias tipificadas, las acciones institucionalizadas–– que son objetivados por el lenguaje y la formación de campos semánticos. Es decir, grupos de palabras que están relacionadas por su significado, por ejemplo las que pertenecen al campo semántico de “prisión política”. Al respecto, siguiendo la línea de reflexión de Berger y Luckmann, es clave la referencia a que dentro de los campos semánticos se posibilita “la objetivación, retención y acumulación de la experiencia biográfica e histórica”, aclarando que esta acumulación es selectiva, ya que “los campos semánticos determinan qué habrá que retener y qué habrá que “olvidar” de la experiencia total tanto del individuo como de la sociedad” (58). Podemos entender que hay ciertas palabras pertenecientes al campo semántico o nocional que se pueden “abrir” o “cerrar” al recuerdo, que pueden tener un mayor o menor poder de evocación y relato, acudiendo también a la memoria cultural.

PROYECCIONES Y TRANSFERENCIAS

En el proceso de objetivación de la experiencia en el lenguaje; es decir, “su transformación en un objeto de conocimiento accesible en general” (Berger y Luckmann, 90), pueden producirse las deformaciones sobre las que advierte Michael Pollak al tratar los procesos de transferencia y proyección en su libro Memoria, olvido, silencio. Las mencionadas experiencias tipificadas están sedimentadas, retenidas como experiencias estereotipadas en el recuerdo. Al abordar los procesos de transferencia y proyección, Pollak se detiene en los acontecimientos “vividos indirectamente” para llamar la atención sobre aquellos acontecimientos “vividos por el grupo o por la colectividad a la cual la persona se siente pertenecer”. Son acontecimientos de los que “la persona no siempre participó, pero que, en el imaginario, tomaron tanto relieve que es casi imposible que ella pueda saber si participó o no” (34). En esa lógica, es pertinente reivindicar la teoría del marco social de la memoria de Maurice Halbwachs, y aseverar que los individuos se identifican con los acontecimientos públicos importantes para su grupo. Es decir, las personas recordamos situaciones que nunca hemos vivido ni experimentado directamente; pero una noticia, por ejemplo, puede convertirse en parte de nuestra vida y como un recuerdo “propio” significativo.

En pos de un anclaje de estos conceptos, recordemos que entre los acontecimientos memorables para los prisioneros están aquellos con participación de helicópteros, por la espectacularidad poco habitual que suscitan. Dos relatos de ex- presos del Estadio Nacional y Chacabuco recuerdan distintos helicópteros. Ambos ejemplos ilustran, más que lapsus de la memoria, cómo funciona esta y cómo en su ejercicio se mezclan acontecimientos vividos personalmente con acontecimientos vividos indirectamente. En el primer caso Adolfo Cozzi relata:

Si hubiéramos sabido que los helicópteros que el día 19 de octubre de 1973 [sic] vimos pasar en dirección a Calama eran los de la caravana de la muerte del general Arellano Stark,2´[…] si hubiesen sabido […] quiénes estaban realmente en Chacabuco […] los helicópteros, sin lugar a dudas, habrían aterrizado en Chacabuco (89).

A pesar del lenguaje asertivo del autor, es pertinente aclarar que en la fecha mencionada ––19 de octubre de 1973–– a Chacabuco todavía no habían sido trasladados los presos políticos; es decir, era imposible que el testimoniante y otros presos vieran esos helicópteros.3 El caso de la “caravana de la muerte”, absolutamente acreditado, se convirtió en una realidad cercana para quienes vivieron la experiencia de prisión política en el desierto y fueron tratados por oficiales que participaron en dicha caravana.4 La vista de los helicópteros, entonces, en este caso es parte de un fenómeno de transferencia y proyección. ías en el Estadio Nacional Enrique Jenkin recuerda el hostigamiento de los militares durante una formación:

¡Todos a la cancha, formar! Mientras un helicóptero con potentes focos iluminaba el estadio. Espectáculo fantasmagórico, hacía recordar el film Apocalipsis Now,5 con Marlon Brando, en los momentos que las cuadrillas de helicópteros, en Viet Nam, se acercaban amenazadoramente, con música de fondo. Cabalgata de las Valkirias de Wagner… tata ¡TATAN! El ensordecedor aspeo, se me grabaría en forma indeleble (Jenkin, 82).

Holocausto. El error fue corregido, pero es interesante conocer el proceso de construcción y de registro de una memoria. El imaginario del Holocausto está presente, aunque haya sido omitido en la revisión y enmienda editorial.

El hecho, aseverado por otros testigos, es evidentemente la formación obligada y la vigilancia desde el helicóptero que sobrevolaba el lugar iluminando con sus focos. Imagen memorable. Sin embargo, al ser recordada años después la escena evoca otras evocaciones. Es probable que después de haber pasado por la experiencia del campo de prisioneros, una escena cinematográfica con elementos similares ––campos de concentración, helicópteros–– gatille el recuerdo de la prisión personal, sean esas imágenes anteriores o posteriores a la experiencia personal, documentales o de ficción. Es decir, así como el enfrentamiento con la realidad de la prisión pudo ser evocadora del Holocausto (por sus alambradas, focos, torres de vigilancia u otros estímulos); después de la experiencia son las representaciones del Holocausto, con las imperfecciones de la memoria, las que evocan la realidad vivida en un proceso de transferencias que construye una imagen con elementos de diverso origen. En otras palabras, aplicando una linealidad cronológica al relato, son los helicópteros de Apocalipsis Now ––de 19796 –– los que evocan al helicóptero del Estadio Nacional de 1973 y no al revés. Y es la fuerza del imaginario del Holocausto el que induce a un error al nombrar el filme. Todo esto no resta veracidad al hecho relatado (un helicóptero con potentes focos iluminaba el estadio) visto por muchos; es el hecho de recordar el recuerdo ––que también es real–– el que se modifica, interpreta y encuentra su propia retórica personal de resignificación, como en los sueños en que las imágenes se reordenan alterando cronologías y construyendo un discurso propio, afectado por las experiencias vividas y también por la memoria cultural que se incorpora a las vivencias personales. Así, el episodio que relata Jenkin ––una formación en la pista del Estadio Nacional–– en el libro de Ángel Parra se relaciona con otra película: “Somos iguales a esos parias de El puente sobre el río Kwai, avanzando a duras penas. Prisioneros de guerra” (86). En estas construcciones que resignifican las experiencias, es dable pensar que los artificios en la narrativa, en estos casos, pueden estar afectados por la distancia espacio-temporal ––exilios mediante–– que separa a los testigos y el momento de escritura de los acontecimientos narrados; también, por la interacción entre el modo en que funciona nuestra memoria y el modo en que el testigo elige para relatar sus recuerdos: las personas “modifican sus recuerdos añadiendo, sin darse cuenta, hechos y acontecimientos nuevos, o creando ex novo recuerdos de acontecimientos que en realidad no han vivido nunca pero que consideran parte de su vida pasada” (Mazzoni, 9). Este modo en que funciona la memoria a nivel individual contribuye al entendimiento de cómo se nutre la memoria social. Esta perspectiva ––seguida por Pollak, Burke y otros–– se fundamenta en la matriz heredada de Maurice Halbwachs quien ya había indicando ––en los años veinte y treinta del siglo XX–– que la memoria debe ser entendida como un fenómeno construido colectivamente, que sufre cambios constantes y está sometido a fluctuaciones, y que son los grupos sociales quienes construyen los recuerdos: nuestros recuerdos son colectivos y nos son recordados por otros.

Lo interesante, respecto de las proyecciones y transferencias implicadas, es que los campos de prisioneros ––como Chacabuco, Isla Dawson y otros–– eran una experiencia inédita para el pueblo chileno y para el mundo respecto de Chile; y que en la construcción de su relato, especialmente en el exilio,7 se recurre al lenguaje culturalmente más próximo. En la cultura antifascista su proyección encontraba una relación directa con el imaginario de las atrocidades del nazismo. Así, en el campo semántico del Holocausto están los hornos crematorios,8 campos de exterminio y Gestapo; palabras a las que recurre el citado testimonio.9 Hay una proyección que deriva en disfemismos y exageraciones y falsedades innecesarias, destinadas a un receptor que comparte un mismo código genérico que le permite hacer, entonces, las atribuciones de acuerdo con el imaginario compartido. La transferencia, entonces, de una realidad heredada y su proyección mecánica a la realidad latinoamericana no resulta pertinente en este caso.

Si bien la memoria y los testimonios ––con sus lugares, artefactos y escritos–– son fuentes ineludibles en la investigación histórica, la advertencia sobre las deformaciones posibles es digna de ser considerada; así como la aseveración de Burke en el sentido de que “son los individuos los que recuerdan en sentido literal, físico, pero son los grupos sociales los que determinan lo que es ‘memorable’ y cómo será recordado” (2006:66). Así, los recuerdos y sus deformaciones, como hemos visto, pasan a formar parte de “la” realidad, entendida esta como una objetividad que es, en último término, una subjetividad validada socialmente. A este punto, se hace necesario recordar también que un texto sobre la realidad, producido a base de la memoria, no es la realidad; tampoco es la memoria: es otra transformación que se produce mediante la escritura y la lectura.

IMAGINARIO DEL HOLOCAUSTO

Así como el recuerdo del pasado está afectado por el presente, la memoria reciente ––al intentar verbalizarla o ilustrarla–– también resulta, en algunos casos, afectada por recuerdos aun anteriores. Es decir, en las vivencias remotas muchas veces está el repertorio de símbolos que permiten abordar la memoria reciente. Símbolos que están al alcance de la mano y en el mapa mental porque en torno a ciertos acontecimientos memorables hay una producción de discursos organizados ––que encuadran la memoria–– que se comparten en la cotidianidad, tanto en la escuela y la industria del entretenimiento como en los museos, la vía pública y las obras literarias. Sobre estos trabajos de encuadramiento, Michael Pollak plantea que cuando vemos esos puntos de referencia de una época lejana, “frecuentemente los integramos en nuestros propios sentimientos de filiación y origen, de modo que ciertos elementos son integrados en un fondo cultural común a toda la humanidad” (27). Ese conocimiento se instala en un campo común de experiencias que facilita la comunicación al respecto. La referencia puede estereotiparse así como puede ser complejizada. También en el plano simbólico la incorporación de esa imagen familiar puede convertirse en un tropo útil para designar figurativamente otra situación: el hecho memorable deviene metáfora ––o sinécdoque o metonimia–– que ayuda en la construcción de una relación de semejanza, una correspondencia, con otro hecho que en rigor es distinto, pero que recurre a la figura retórica para explicarse mejor.

En este campo, las resonancias del Holocausto o la Shoah10 plantean un desafío y un imaginario. En la recurrencia a la memoria del Holocausto, esta se ha constituido ––siguiendo a Andreas Huyssen–– en un “poderoso prisma” en el que, “extendiendo su alcance más allá de su referencia original”, se pueden percibir otros genocidios o situaciones que se consideren análogas; es decir, el imaginario del Holocausto permite construir relaciones de semejanza que ayudan a explicar el mundo al ser utilizado, según Huyssen, “como tropos universal del trauma histórico” (16-18).

El acontecimiento Holocausto es aparentemente lejano para la América Latina y los jóvenes de los años setenta, pero cercano culturalmente y presente en los estudios de su pasado reciente. Dicho de otra manera: el Holocausto podría estar ausente de la memoria traumática de nuestros países, pero presente en la memoria de la recepción de productos de la industria cultural y de la revisión histórica. En efecto, por una parte ––como afirma Olga Ruiz–– “el movimiento memorialista y las reflexiones sobre la memoria fueron estimuladas a raíz del debate sobre el exterminio nazi” (43), que se ha proyectado como un modelo referente; y, por otra, ha incorporado un imaginario que sugiere analogías y metáforas ––pertinentes y non tanto–– que ayudan a verbalizar y representar fragmentos de la historia reciente latinoamericana. Para esto último es pertinente considerar la memoria legada por la inmigración europea de la postguerra, que se incorpora al capital cultural latinoamericano; un segmento que, con cierta percepción anticipatoria, “ya sabía” lo que podían significar la instalación de regímenes totalitarios en Latinoamérica como también el significado de la resistencia. Al respecto, Horacio Riquelme plantea que “la presencia directa de emigrados españoles y judíos, huyendo de la saña franquista y nazi, respectivamente, despertó un eco profundo en el ámbito cultural latinoamericano” (205).

Las memorias de la inmigración, la información histórica y los productos de la industria cultural contribuyen a la construcción de un imaginario del Holocausto ––y de la resistencia antifascista–– que se adopta con cierta familiaridad y sentido de pertenencia respecto de ese relato. Por ello, a propósito de las proyecciones, transferencias y deformaciones surgidas de los testimonios referidas anteriormente, es necesario detenerse sucintamente tanto en la presencia del imaginario del Holocausto en testimonios que se refieren a las experiencias latinoamericanas; como en las memorias de sobrevivientes de los campos de concentración nazis en cuanto referentes que iluminan la reflexión sobre el pasado reciente del cono sur de América Latina.

El imaginario del Holocausto es parte del acervo cultural de la militancia democrática latinoamericana, adquirida por diversos medios formativos y de comunicación que constituyen los soportes y canales de la memoria colectiva. Pero también es un imaginario presente en los militares. Uno de los principales ejecutores del golpe en Chile, el General Sergio Arellano Stark, en 1974 ve con preocupación que las acciones de la naciente dictadura ––y especialmente de la DINA–– evoquen las atrocidades del nazismo y entre ellas las purgas al interior de ese régimen. Le escribe a Pinochet:

No es posible que ya se esté hablando de una Gestapo, con todos los macabros recuerdos que esta palabra trae desde los tiempos de la Alemania Nazi, cuando se encerraba a los Jefes en una torre de marfil y se les hacía navegar en una maraña de intrigas y soplonaje, que significó el comienzo del fin del citado sistema de gobierno11 (González, 468).

ático, con su iconografía documental y ficticia, ante el que se contrastan las nuevas experiencias locales ––directas o indirectas–– con escenas de represión militar masiva, de torturas, quemas de libros, torres de vigilancia, campos de prisioneros cercados de alambradas ––como las presenciadas bajo las dictaduras latinoamericanas–la comparación inmediata con “algo conocido” es con el imaginario del Holocausto, incluidos ––entre algunos oficiales–– los temores a una noche de los cuchillos largos. Otras referencias para la comparación ––como lo que se podría llamar el imaginario del gulag soviético–– no estaban incorporadas a un capital cultural colectivo, masivo,12 de la izquierda. Así, la proyección de la memoria colectiva encuentra una relación más familiar y simbólica con el imaginario de las atrocidades del nazismo.

El conocimiento indirecto del Holocausto permitía verbalizar de alguna manera “lo que no tenía nombre”, ya que en su campo semántico están los hornos crematorios, campos de exterminio, Gestapo, colaboración-resistencia y otras palabras útiles para denominar y describir. También para infundir terror o concitar solidaridad. Y no solo palabras, también las imágenes (prisioneros esqueléticos, alambradas, etc.) están en el repertorio de este imaginario que, como se verá, es utilizado tanto por víctimas como por victimarios.

Lilian Celiberti, uruguaya, relatando su prisión en el cuartel de Infantería Nº 14 de Paracaidistas, cuenta: “a poco de llegar viene un oficial que parece un nazi por su aspecto físico y su forma de hablar” (33). Por su parte, Mauricio Rosencof en Memorias del calabozo recuerda el aspecto de sus compañeros rehenes en Uruguay y dice: “era como el de los habitantes de Treblinka. Flacos; el Pepe,13 con la nariz afilada y los labios hundidos; vos,14 escuálido, amarillento, con el cráneo reducido, perdido dentro de un gorrito de Peñarol” (Tomo III, 93).

De la imagen del Holocausto surgida de labios de los militares da cuenta una carta escrita en prisión por Adolfo Nepo Wasem, también rehén uruguayo y que tenía su esposa prisionera en Punta de Rieles. Cuenta una conversación política con el comandante de la unidad militar donde estaba preso: “En medio de una discusión muy ‘urbana’ pero muy violenta, se le escapó: ‘Sí, en realidad con ustedes tendríamos que haber hecho jabón’” (Fernández, 1992:120, III).

En el capital cultural de las presas políticas de Punta de Rieles estaba presente la lectura de Al pie del patíbulo, el testimonio de Julius Fucik ––periodista y novelista checo, miembro de la resistencia––, quien fuera decapitado por el régimen nazi. “En él narra las atrocidades de toda prisión y destaca el espíritu de resistencia de los presos por sus ideas”, cuenta Blanca Cobas destacando con admiración el ejemplo de resistencia: “solo dispuso para ello de un fragmento de lápiz minúsculo y hojillas de papel de fumar, y en ellas, con letra diminuta, escribió el relato de los suplicios y muertes del día a día de los presos políticos checos” (Cobas, 43). Y la exprisionera agrega que, como sucedió con ella, Fucik también tuvo ayuda de algún carcelero para sacar de la prisión sus hojillas escritas. La comparación va más allá. Las prisioneras recuerdan que los condenados a morir en la horca hacen ––durante unos ejercicios en el patio–– un homenaje a los obreros del mundo. Había sido un 1º de Mayo, fecha que en Punta de Rieles también conmemoraron “sin perder en lo más mínimo el sentido de las proporciones”, según Blanca Cobas: “Así, en ese día tan especial, cuando bajamos al patio de recreo y se nos autorizó la gimnasia, comenzamos a hacer flexiones y movimientos imitando el golpear del martillo y el segar de la hoz, como habían hecho los mártires checos” (44).

En Chile, Nubia Becker ––quien estuvo en Villa Grimaldi y Tres Álamos–– recuerda: “nos tuvieron hacinadas en barracas copiadas de las barracas de los campos de exterminio Nazi” (55); complementariamente, testimoniando sobre su prisión en la Isla Quiriquina, Antonio Leal lo describe como “un campo de concentración que nada tenía que envidiarle a los campos de concentración instalados por los nazis alemanes en Buchenwald y en otros lugares durante la Segunda Guerra Mundial”15 y Adolfo Cozzi, transmite su impresión al llegar a Chacabuco: “pude divisar el pueblo amurallado, y distinguí un perímetro rodeado de alambradas y torres de vigilancia, igual a las películas sobre campos de concentración alemanes para judíos” (39). Luego de esa primera visión los prisioneros son recibidos por un oficial que ––según el testimonio de Ibar Aibar–– “sus cabellos eran muy rubios, brillantes. No fue difícil asociar su imagen con los fascistas de la ‘gestapo’ hitleriana” (184). Por su parte, Miguel Lawner se refiere a la Isla Dawson: un “territorio desconocido hasta entonces para los propios chilenos, adquirió una connotación mundial, solo comparable a la alcanzada por los centros de exterminio nazis…” y, en otro sentido, reflexiona: “al igual que en la Alemania de Hitler, muchos chilenos cerraron ojos y oídos, negándose a ver lo que ocurría en su propio vecindario” (2003:13).

Aristóteles España ––de 17 años entonces–– se recuerda en Dawson haciendo la analogía de su prisión con la de los judíos, al rememorar el siguiente diálogo: “––Esto va para largo, ––dijo mi amigo El Pelle Urrutia––, mientras tanto, tengo mucha hambre–– yo también ––respondí––, y me acordé de las películas sobre prisioneros. De los judíos presos, me acordé (2008:183)”. La comparación es recurrente, incluso ––más allá de la intención de anclaje en la realidad local–– en la apelación a las películas y al impacto internacional. Tanto Aristóteles España, en Dawson; como Adolfo Cozzi, en Chacabuco, son adolescentes en la prisión y pertenecen a una generación que no tiene recuerdos directos de la Segunda Guerra. Ambos, con memoria cultural, recuerdan películas; es decir, en palabras de Alejandro Baer, “el referente histórico ya no es el acontecimiento, sino su representación, es decir, las fotografías, los documentales y el cine sobre el Holocausto” (132).16 La referencia y la evocación remiten al conocimiento del Holocausto como símbolo de la opresión y asesinato ––por parte de los nazis–– de diversos grupos étnicos y políticos en Europa; especialmente de la persecución, encierro, exclusión social y política de personas judías, con la consiguiente negación de sus derechos humanos. El llamado Holocausto o Shoah fue un crimen contra la humanidad llevado a cabo “a base de una categoría biológicoracial cerrada” (Sznajder, 2007:29). Teóricamente, en otros casos de genocidio las víctimas podían salvarse cambiando de bando, de clase o de ideología; pero en el caso del Holocausto, agrega Mario Sznajder:

El genocidio nazi no dejó ningún margen de maniobra como para lograr algún tipo de escape de él. Ni el judío, ni el gitano ni ninguna de las otras víctimas del Holocausto tuvieron oportunidad alguna de redimirse. El eslavo no dejaba de ser eslavo, no importaba cuánto quisiera colaborar con el nazismo. Eran prisioneros de categorías herméticamente cerradas por la lógica del racismo biológico y de las cuales no había manera de huir. Para el judío víctima del Holocausto y confinado en un campo de exterminio nazi, la única liberación era la muerte. Este hecho hace que el Holocausto sea comparable a otros genocidios, pero de la comparación surge también su excepcionalidad (29).

ón no puede ser mecánica, aun cuando los relatos de las víctimas del nazismo han sido incorporados al imaginario social de la humanidad. Es parte de la memoria del horror. Sin embargo la excepcionalidad debe ser considerada para evitar que las proyecciones y transferencias resulten deformadoras en un encuadre impertinente de la memoria que se desea rescatar.

Son ecos de advertencia, un téngase presente en el imaginario social que cuenta ––además de los medios de comunicación masiva, que producen una “reificación del pasado hecha por la industria cultural”––17 con los sitios, las marcas y acciones de memoria (intelectuales, emotivas, materiales) que evocan los acontecimientos históricos y reproducen el imaginario asociado en los mismos lugares donde hubo exterminio y de donde resultaron prisioneros y prisioneras sobrevivientes. Algunos de ellos han dejado su testimonio y han iluminado la reflexión sobre el pasado reciente del cono sur de América Latina como un gran referente ––un cuerpo de conocimientos–– ante el que surgen lecciones relevantes para enfrentar temas regionales contemporáneos que, a fin de cuentas, son de toda la humanidad.

MEMORIA DE SOBREVIVIENTES

Un imaginario, con sus íconos y palabras, afecta otro imaginario. Viviendo la experiencia del campo de concentración de Buchenwald, Robert Antelme recurre a imaginarios remotos ––el estereotipo del esclavo egipcio–– para encontrar la forma de verbalizar lo que siente y reflexiona sobre su propia autoimagen de entonces:

Es de noche. Lo único que siento es esta cadena sobre el hombre. Hay una imagen del esclavo a la cual uno está acostumbrado desde la escuela. Hay estatuas, pinturas e historias que la representan. Pero no sabíamos ––yo, al menos, no sabía–– que podía tomar yo mismo esa forma, ser yo mismo ese esclavo del antiguo Egipto, ese prisionero de los asirios… Cada uno tiene en su cabeza una pose clásica del hombre esclavo. Una vez disueltos la angustia, el terror, sentí esa pose, como mi propio caparazón. Me puse a describirme a mí mismo (Antelme, 257).

ías. El símil, incluido el simulacro mediático, ayuda a pensar y explicar una realidad que permite las relaciones de semejanza entre cosas diferentes (llegar a la conclusión de que son incomparables ya supone una comparación). Pero la identificación no puede ser total ni la transferencia mecánica. El mundo de la apariencia, que facilita las primeras relaciones de semejanza, puede retardar el enfrentamiento creativo de las nuevas realidades que traen sus propias palabras e imágenes. Las memorias de sobrevivientes que tenemos presentes ––entre ellas la Trilogía de Auschwitz (Si esto es un hombre, La tregua, Los hundidos y los salvados) de Primo Levi; La especie humana, de Robert Antelme; Un psicólogo en el campo de concentración, de Viktor Frankl; La escritura o la vida, de Jorge Semprún–– transmiten las vivencias de la situación extrema y también la reflexión sobre ellas. En ese contexto surgen experiencias comparables, en cuanto las similitudes que proporciona el ser humano en su actuar ante la adversidad; en este caso, la prisión política de cualquier época. La crueldad, la solidaridad, el envilecimiento, la creatividad, el oportunismo, el dolor, la felicidad, están presentes en las situaciones más extremas y ellas ––muchas veces–– están ejemplificadas notablemente en estas obras cuya trascendencia las convierte en testimonios pertinentes para ser considerados como parte de un cuerpo de conocimientos útil en el análisis de los procesos de resiliencia de prisioneras y prisioneros políticos bajo dictaduras latinoamericanas.

Hay conocimiento y reflexión trascendente en la literatura que se origina en la experiencia del exterminio nazi; entre ellas las de autores como Giorgio Agamben (Lo que queda de Auschwitz), Hannah Arendt (La condición humana, Los orígenes del totalitarismo), Boris Cyrulnik (El murmullo de los fantasmas), Dominick LaCapra (Historia y memoria después de Auschwitz), Michael Pollak (Memoria, olvido, silencio. La producción social de identidades frente a situaciones límite), Tzvetan Todorov (Los Abusos de la memoria, Frente al límite), autores, ensayos y testimonios ––herramientas teóricas–– que iluminan la reflexión en América Latina, articulándose con la producción de escrituras de la memoria y pensamiento crítico local, teniendo el imaginario del Holocausto y sus lecciones como referencia, sin que ello signifique una apropiación cruzada carente de pertinencia ni haga aceptables proyecciones y transferencias deformadoras.

 

NOTAS

1 Tesis doctoral “Acciones colectivas, memorias y procesos de resiliencia en la experiencia de prisioneras y prisioneros políticos de Chile y Uruguay”, programa de doctorado en Estudios Americanos, mención Pensamiento y Cultura, Instituto de Estudios Avanzados, Facultad de Humanidades, Universidad de Santiago de Chile, 2010.

2 “Caravana de la Muerte” se le llama al escuadrón del Ejército que recorre Chile, en octubre de 1973, dejando una secuela de 75 ejecuciones de prisioneros políticos. La comitiva viaja de prisión en prisión en un helicóptero Puma, por ello la periodista Patricia Verdugo llama Los zarpazos del puma a su documentado libro-reportaje nunca desmentido. El grupo lo encabeza el general de brigada Sergio Arellano Stark, designado “Oficial Delegado del Comandante en Jefe del Ejército y Presidente de la Junta de Gobierno” con autoridad para actuar en nombre de quien ostenta dichos cargos: el general Augusto Pinochet Ugarte. Con dicha autoridad, Arellano se impone y sobrepasa las jerarquías locales. La misión especial consiste en “uniformar criterios de administración de justicia y acelerar procesos” de los prisioneros políticos. El resultado es una serie de crímenes contra la humanidad: la caravana comete torturas, fusilamientos ilegales, inhumaciones clandestinas, ocultamientos de cuerpos. A su paso deja 4 personas muertas en Cauquenes, 15 en La Serena, 16 en Copiapó, 14 en Antofagasta, 26 en Calama.

3 Según el relato, el autor del testimonio ––Adolfo Cozzi–– estuvo en el Estadio Nacional hasta el 7 de noviembre de 1973 (29).

4 El capitán Carlos Humberto Minoletti, que recibió a los primeros presos y fue el primer comandante del campo de prisioneros de Chacabuco, fue parte del contingente de Arellano Stark en la llamada Caravana de la Muerte.

5 En una primera versión, corregida en la edición final, el autor atribuye la escena al filme “Holocausto”.

6 “Apocalipsis now”, filme dirigido por Francis Ford Coppola estrenado en 1979.

7 Ariel Dorfman, refiriéndose a los testimonios, anota que “para el caso de los exiliados ––y es en el destierro donde la mayoría de los testimonios se genera––, se puede advertir que el lenguaje comienza a avecinarse como un territorio a retener y reconquistar incesantemente, sujeto al deterioro y augurio de la distancia, y que la presencia de extranjeros impulsa a muchos a comunicarse con quienes no han compartido determinadas experiencias” (Dorfman, 1986:172).

8 En una publicación sin firma, editada en México, se relata que en Chacabuco se fabricaban ladrillos para hornos crematorios (Anónimo, 294-295).

9 El campo de prisioneros ubicado en la austral e inhóspita Isla Dawson es calificado como “campo de concentración y de exterminio”, con una profecía que afortunadamente no se cumplió: “isla que pasará a la historia y a la leyenda como “La Isla de los Esqueletos Mártires” (61). En el libro también se hace alusión a “la Gestapo de la Junta” (257).

10 Desde el punto de vista etimológico ––anota Mario Sznajder en su artículo “Del Estado-refugio al Estado-conflicto: el Holocausto y la formación del imaginario colectivo israelí”––, la palabra Holocausto, de origen griego, significa “ofrenda de sacrificio totalmente quemada”, en el sentido de un sacrificio o destrucción totales (de hólos, “completamente” y kaustos, “quemado”). Su similar hebreo es Ha-Shoah o Shoah, es decir, “la catástrofe”.

11 Fragmento de carta del General Sergio Arellano Stark a Augusto Pinochet, entonces Presidente de la Junta de Gobierno. 4 de noviembre de 1974.

12 El imaginario del gulag soviético o el stalinismo, en la izquierda de los “pueblos distantes” se ignoraba o avalaba silenciosamente, compartiendo un difundido imaginario positivo de la Unión Soviética con un poderoso universo simbólico a cuya construcción aportaban influyentes constructores de imaginario, por ejemplo Pablo Neruda con el siguiente verso: En sus últimos años la paloma, / la Paz, la errante rosa perseguida, / se detuvo en sus hombros y Stalin, el gigante, / la levantó a la altura de su frente. / Así vieron la paz pueblos distantes. Pablo Neruda: “En su muerte”, en “VI. Es ancho el nuevo mundo”, de Las uvas y el viento (Neruda, 704).

13 Se refiere a José Mujica, hoy Presidente de la República Oriental del Uruguay.

14 Se refiere a Eleuterio Fernández Huidobro, exsenador del Parlamento uruguayo después de la dictadura y exministro del Gobierno del Presidente José Mujica.

15 Antonio Leal, testigo ante la III Sesión de la Comisión Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile, realizada en Ciudad de México entre el 18 y 21 de febrero de 1975.

16 Valga anotar que los acontecimientos narrados en los testimonios citados corresponden a la primera mitad de la década de 1970; y el fenómeno comunicacional que estudia Alejandro Baer corresponde al auge de la recordación de la Shoah que se iniciaría, según él, con las películas “Holocausto” (1978); y “La lista de Schindler” (1994), principalmente. Ante esto, Baer afirma que “La memoria social contemporánea es cada vez más una ‘memoria cultural’, que se define por la popularización de la historia, específicamente por la historia contada en el cine y la televisión” (Baer, 115).

17 Expresión utilizada por Enzo Traverso en Seminario “Historia y Memoria”. Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago de Chile, 1 de julio de 2010. En la ocasión, el historiador italiano advierte que el Holocausto “tiende a volverse una especie de religión civil” de la democracia y los DD.HH.

 

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Correspondencia a:

Rubén Darío 42, La Reina, Región Metropolitana (Chile) jorgemontealegre@hotmail.com

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