La consideración moral del suicidio
en el pensamiento de M. F. Sciacca
Resumen: Según Michele Federico Sciacca, el suicidio no debe ser considerado de
acuerdo a un orden ético inmanente que
comprende los problemas morales desde
las virtudes que el hombre como sujeto
social posee. Corresponde en cambio considerarlo desde la “inteligencia moral” que
devela que el acto del suicida expresa una
tergiversación de lo que el hombre es por
su estructura ontológica, y que resulta el
absurdo intento de darse cumplimiento a
sí mismo que lo conduce a su propia ruina
ontológica.
Abstract: For Michele Federico Sciacca, suicide should not be considered according
to an immanent ethical order, comprising
moral questions from the perspectiveof
virtues owned by human beings as social
subject. Instead, considered from the perspective of a ‘moral intelligence’ opened to
Being as such, the suicidal act expresses
a misrepresentation of what it is to be a
human being according to its ontological
structure, resulting in the absurd attempt
of self-fulilment inducing his own ontological ruin.
Palabras clave: Sciacca, suicidio, cumplimiento, estructura ontológica, inteligencia moral.
Key words: Sciacca, suicide, compliance,
ontological structure, moral intelligence.
Introducción
El pensamiento de Michele Federico Sciacca (1908-1975) tiene como
centro al hombre y su existencia concreta. Toda la profundidad de su antropología metafísica busca, partiendo de la sutilidad teórica, comprender e intentar una respuesta a los problemas existenciales que inquietan al hombre.
Muerte e inmortalidad1, obra en la que aborda el problema del suicidio,
forma parte del corpus que compone su “Filosofía de la Integralidad”, y tiene
la particularidad de ser, a criterio de los más reconocidos estudiosos del pensamiento sciacquiano, un “opus aureum de la meditación ilosóica”2 y a un
tiempo “una de las obras fundamentales de Sciacca y […] una de las menos
estudiadas”3.
1
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, Tr. Adriana Malagrida, Barcelona, Luis Miracle, 19621.
2
M. caSaS, Sciacca, Buenos Aires, Columba, 1962, p. 79.
3
P. OttOnellO, “Perpetuità storica e immortalità personale”, en Rivista Rosminiana di
ilosoia e di cultura 106/II (2012) 125.
Studium. Filosofía y Teología 34 (2014) 411-435
ISSN 0329-8930
La consideración moral del suicidio en el pensamiento de M. F. Sciacca
El último capítulo de esa obra, El suicidio4, tiene a su vez la característica
de ser el menos abordado y profundizado en los escritos que la analizan.
Aun cuando es mencionado, pocos trabajos lo integran a la exposición de la
problemática central de la relación muerte-inmortalidad5.
Sin embargo entendemos, y por eso lo intentaremos aquí, que analizar
el problema del suicidio tal como lo hace Sciacca resultará una oportunidad
de mostrar no sólo la claridad y profundidad de su pensamiento, sino también la solidez y coherencia de su sistema, en el que los sutiles enunciados
metafísicos se encuentran ligados a las consideraciones más existenciales y
concretas. De demostrar, como señala Leocata, que “su concepción metafísica ha asimilado y sentido la angustia, la initud, la temporalidad con acentos
propios del siglo XX”6.
Comenzaremos distinguiendo cómo el problema del suicidio puede ser
considerado desde dos perspectivas opuestas: desde la razón ética y desde
la inteligencia moral. A partir de la última comprenderemos que el suicidio
es condenable en primer lugar porque expresa una tergiversación de la estructura ontológica del hombre, y en segundo, porque es un acto con el que
el hombre pretende asumir la posibilidad de darse cumplimiento a sí mismo, lo que conduce a su ruina ontológica. En cada caso, será necesario hacer
un recorrido por los supuestos antropológico-metafísicos del pensamiento
del ilósofo italiano puesto que, como señala Raschini, “la ilosofía de la integralidad, en cuanto tal no se puede ‘recortar’, es decir, es difícil tratar uno
de sus temas sin tocar todos”7.
1. El suicidio: de la razón ética a la inteligencia moral
En la medida en que se pretenda ser iel al pensamiento integral de Sciacca, es necesario comprender que abordar su consideración moral acerca del
4
El capítulo sobre el suicidio fue también publicado por separado casi sin modiicaciones bajo el nombre “Meditaciones sobre el suicidio”, en Anales de la cátedra Francisco
Suárez, n. 2, 1, Granada, Universidad de Granada, 1962, pp. 51-85.
5
Para un análisis de las líneas de investigación que abordan las tesis de la obra, cf. H.
M. ORTIZ, “Muerte e inmortalidad” de Sciacca, Firenze, Olschki, 2014.
6
F. leOcata, “Sciacca, ‘pensador de un tiempo indigente’”, en Michele Federico Sciacca e
la ilosofía oggi, Atti del Congreso Internazionale, Roma, 5-8 aprile 1995 / a cura di Pier Paolo
Ottonello, Firenze, L.S. Olschki, 1996, p. 576.
7
J. SOtO, Hacia un concepto de persona: estudio sobre la metafísica de la integralidad, Costa
Rica, Ciudad Universitaria Rodrigo Facio, 1969, p. 3.
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suicidio exigirá recuperar el problema mismo de la moral, así como también
profundizar en las raíces antropológico-metafísicas que le dan fundamento.
En este sentido, comenzaremos distinguiendo que la valoración de
cualquier acto puede ser analizado conforme a la “razón ética” o bien conforme a la “inteligencia moral”. En una exposición muy sucinta diremos,
como señala en El hombre, este desequilibrado8, que la razón es un instrumento
y, cuando se cierra sobre sí misma, se vuelve “praxística y programática: elabora planes y programas según sus reglas, teje relaciones, conceptualiza”9.
La voluntad, “dirigida por la razón, concluye por uniformarse a ella […], por
realizar un orden práctico o de eticidad inmanente”10, y se vuelve voluntad
de posesión: “tiene como in la adquisición de la virtud para la posesión de la
virtud […], que es aspiración de autosuiciencia, de dominio de sí misma y
de todas las cosas”11. Desde esta consideración, el suicidio es un acto de cobardía o debilidad y por ello es condenable: es moralmente malo porque no
corresponde a la actitud de un hombre “virtuoso”, porque el suicida carece
de las virtudes de la fortaleza o de la templanza. Desde la óptica de la “razón
ética”, es moralmente malo porque el suicida no ha sabido dominarse, se ha
dejado llevar por las pasiones del miedo y la debilidad12.
Sin embargo, para Sciacca, el suicidio “se puede condenar sólo sobre
la base de la ‘inteligencia moral’ y no de la ‘razón ética’ o de las virtudes
naturales puras en sí y como in en sí mismas”13. Ninguna acción de la razón
es en sí misma moralmente mala o pobre ni buena o plena, principalmente
porque la razón no es en sí misma, sino en relación con la inteligencia que
es su fundamento y le da validez14. Su moralidad no reside en ella misma,
sino en la “inteligencia moral” que comprende el “problema del principio
supremo de la moral y del in último, que es el problema de la inteligibili-
8
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, Tr. J.J. Ruiz Cuevas, Barcelona, Luis Miracle, 19581.
9
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 239.
10
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 241.
11
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 240.
12
Para Sciacca, esta posición es equivocada también porque es una cobardía que exige
mucho valor, una debilidad que requiere absoluta irmeza, y porque no todos los que
siguen viviendo “lo hacen por el coraje de soportar la vida en nombre de valores superiores, sino porque les falta el de quitársela” (Muerte e inmortalidad, p. 302).
13
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 379.
14
Cf. M. F. Sciacca, La Interioridad Objetiva, Tr. J.J. Ruiz Cuevas, Barcelona, Luis Miracle, 19632, p. 34.
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dad, que coincide con el sentido de la vida humana”15; y por eso es buena o
mala si sigue esa norma, si la regla se adecua o no a la norma que descubre
la inteligencia. Como señala Caturelli:
“La razón entonces se comporta como instrumento que puede servir al bien pero subordinada a la inteligencia moral; y puede servir
al mal cuando se convierte en autosuiciente. La autosuiciencia de
la razón ética es el más profundo mal moral como rebelión contra
el lumen de la inteligencia”16.
Cuando la voluntad sigue a la inteligencia moral resulta en “querer a toda
persona y toda cosa en su ser y por el Ser; querer que es amar en el orden del ser,
es decir, en la luz de verdad que hace al hombre inteligente”17. No busca la posesión, sino que se abre al ser; a la realización y el desarrollo de su acto propio.
Para Sciacca, el suicidio es un acto condenable conforme a la inteligencia
moral. Pero justamente desde ella es necesario resaltar que lo que se juzga
moralmente es el acto (si expresa o no expresa un valor), no a la persona que
es valiosa por sí misma aun cuando sus acciones sean reprobables. Es que en
el hombre “ser intrínsecamente moral es su estado ontológico; la moralidad
viene después”18. El hombre vale ante todo por lo que es, un ser en el que
están presentes todas las formas del ser: a la vez un ser ideal, real y moral;
luego viene la consideración de la moralidad de sus acciones19. De hecho,
“puede haber conocimiento y práctica de la virtud sin inteligencia
moral y en ese caso se es virtuoso sin ser moral: el estar acostumbrado a las buenas costumbres, que es sociabilidad, corrección, licitud pura y simple, norma de conducta, etc.”20
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 226.
a. caturelli, Michele Federico Sciacca: Metaisica dell´integralità, Milano, Edizione
Ares, 2008, p. 442.
17
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 244.
18
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 268.
19
Es tan vivido y encarnado este principio conceptual, que cuando considera las formas del suicidio necesita expresar su profundo “humanismo” con permanentes reparos a este respecto. Como ejemplo citaremos el que, a pie de página, señala cuando
analiza el suicidio por extravío (orden material) en Muerte e inmortalidad, p. 318: “En
estos casos también podemos condenar el suicidio, pero tratando de comprender al
suicida; no sabemos que hubiéramos hecho nosotros en sus circunstancias”.
20
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 227.
15
16
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Es condenable conforme a la inteligencia moral, no por las virtudes que
el suicida no posee, sino por lo que el acto realizado por él expresa. Como
dijimos más arriba, la inteligencia moral nos insta a considerar este problema teniendo como centro el principio y el in último del hombre: la inteligibilidad del ser. La presencia del ser como Idea, diremos, es su principio,
porque está dialécticamente inserto en su constitución ontológica, y también
su in, en tanto constituye la actualidad ininita de su propio acto: su cumplimiento.
Esto signiica que el problema moral se plantea en su fundamento como
un problema metafísico, y por ello será necesario conducir la relexión en
esos términos. Atentos a esto, expondremos el análisis de las formas del suicidio que el ilósofo de Giarre presenta, considerando cómo, por un lado,
suponen una tergiversación de los principios constitutivos del hombre, de
su estructura ontológica; y en segundo lugar –a nuestro entender el más
profundo y esencial– cómo expresan una ruptura en el vínculo metafísico
con el Ser que conduce a su propia ruina ontológica.
2. El suicidio como negación de la estructura ontológica del hombre
Consciente de las consecuencias profundamente negativas de considerar
el problema desde la razón ética, ante el interrogante de si el suicidio es condenable por ir en contra de la naturaleza humana, Sciacca comienza distinguiendo que, si se entiende por moral natural “el conjunto de normas que regulan
la conducta individual y social del hombre y valen exclusivamente para su
vida en el mundo”21, el suicidio es condenable en muchas pero no en todas las
circunstancias, como cuando se considera el modo de actuar la perfección y
de dar validez a alguna virtud (por ejemplo, el suicidio para no someterse a la
esclavitud de un tirano, para conservar y declamar la libertad). Si se entiende
por moral natural la de la razón “autónoma” del hombre que “se da a sí mismo
la ley […] por lo que su perfección humana es su ideal supremo y su cumplimiento, realizado […] en el ethos social, en el sucederse de las generaciones”22,
el suicidio no sólo no está siempre en contra de la moral, sino que puede ser el
medio más idóneo para alcanzar la virtud y el in así entendido.
El error de esta consideración reside en restringir lo moral a una conducta, al sujeto a su rol dentro de una sociedad, y lo que le es posible co21
22
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 374.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 376.
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nocer y hacer al horizonte histórico inito. Más allá de la posible bondad
del suicidio, conforme a la inteligencia moral, el error está en tergiversar al
hombre; airmarlo en el “innatural” estado de “pura naturalidad” es negarlo
en alguna de sus dimensiones (que resulta, en deinitiva, negarlo en todas):
“Hablar, por lo tanto, de un estado natural del hombre en el sentido de que puede ser concebido como poseedor de ines naturales
autónomos, es ponerlo al mismo nivel de los demás seres naturales
[…], concebirlo en un estado inferior a su esencia, infra o subhumano, más allá de su condición, fuera de ella”23.
Así planteado, el problema se expresa de la siguiente forma: el suicidio
es un acto condenable si expresa una tergiversación de la estructura ontológica del hombre. Si implica no reconocerlo en alguna de las dimensiones que
lo constituyen y en las que se desarrolla; si implica considerarlo por encima
o por debajo de su condición de hombre24.
Con el objetivo de aproximarnos a comprender el alcance de estas airmaciones, intentaremos –condicionados a hacerlo insuicientemente aquí–
esbozar algunos elementos esenciales de la antropología sciaquiana.
El hombre está constituido por una doble dialéctica, y aunque “la ‘vertical’ del espíritu […] no puede ser adecuada por la ‘horizontal’ de lo real”25,
las “dos síntesis originarias [que suponen las dos dialécticas] […] forman el
existente que es el hombre”26. Dialéctica sí, pero de implicancia y co-presencia,
no de contrarios que se niegan o anulan, sino de principios que se unen
sin dejar de ser distintos: “sin negar el ser de una cosa, implica el ser de su
contrario o de su diverso en síntesis nueva”27. O como dice Caturelli: “hay
co-presencia de contrarios que permanecen contrarios y, por eso, idénticos;
precisamente en cuanto contrarios no se excluyen ni se niegan: son copresentes y se implican”28. El hombre es un ser crucial enclavado en la dialéctica
vertical que lo liga con lo ininito, pero desarrollándose por ser hombre en
la horizontal de lo inito.
23
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 377.
Hemos propuesto esta cuestión como clave de lectura no sólo de esta parte, sino de
toda esta obra en H. M. Ortiz, “Muerte e inmortalidad” de Sciacca.
25
M. F. Sciacca, Acto y Ser, Tr. J.J. Ruiz Cuevas, Barcelona, Luis Miracle, 1961, p. 54.
26
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 108.
27
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 25.
28
a. caturelli, Michele Federico Sciacca, p. 224.
24
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La “dialéctica vertical” es la unidad de la subjetividad inita y la objetividad del ser como Idea, ininito en extensión. La Idea de ser no es para Sciacca
un concepto o noción, sino un elemento constitutivo del hombre (mediación
entre Dios y la creatura a través de la cual el primero participa de Él), anterior
a todo conocimiento, y lo que hace posible todo conocimiento; el contenido
de la idea es ininito, “el ser-Idea se extiende ininitamente”29. Idea de ser y
sujeto se encuentran unidos en una dialéctica que no los anula ni resuelve
como tales. El sujeto es pensante por la Idea, y como la esencia del hombre
es ser pensante, ésta es un elemento ontológico del hombre. El ser como Idea
es tal (idea) en tanto existe una mente a la que hacerse presente: “está, como
objeto, en el pensamiento interior, pero no se identiica con él”30; y por ello es
un error considerar que sea causado por la inteligencia. A la “síntesis primal
y ontológica […] de la inteligencia y de su objeto […] la llamamos también interioridad objetiva”31. Si el ser como Idea es, como dijimos, ininito, el sujeto que
lo intuye no se identiica con el Ser (participa de él) y entonces es inito; pero
lo ininito lo constituye ontológicamente; es posible airmar que el hombre es
“síntesis primitiva de inito e ininito, […] [su condición] no es inita ni ininita,
es al mismo tiempo inita e ininita”32. El sujeto pensante es un espíritu, y el
espíritu –diremos más adelante– es acto que se desarrolla en dirección de su
actualidad ininita que es el acto del ser como Idea.
Sin embargo, el hombre no es sólo pensamiento o espíritu, y en esto
consiste su “dialéctica horizontal”. Para Sciacca “[l]os existentes sienten y se
sienten”, más aún, el “existente existe en cuanto siente y se siente […] [y por
eso] existente, en sentido propio, sólo es el hombre, principio senciente-intelectivo-volitivo”33. El hombre, en tanto existente, es sentimiento: sentimiento
total primario en el que se encuentran sus elementos constitutivos (cuerpo y
espíritu). Englobado en ese sentimiento está el sentimiento fundamental corpóreo que es aquel sentir primario por el que siento mi cuerpo como mío, no
como se sienten otros cuerpos distintos de mí, como la percepción sensitiva de otras fuerzas que actúan sobre el yo. Por este sentimiento, el hombre
“siente su cuerpo, se siente unido a él, como encerrado y circunscripto por el
hic y el nunc”34. Lo corpóreo no es anexado, sino que es parte constitutiva de
29
30
31
32
33
34
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 45.
M. F. Sciacca, La Interioridad Objetiva, p. 76.
M. F. Sciacca, La Interioridad Objetiva, pp. 39-40.
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, pp. 108-109.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, pp. 82-83.
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 96.
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su existencia, pero considerarlo de tal manera muestra que no es el todo del
hombre. En efecto, señala Sciacca, el sentimiento corpóreo no es puro sentir
(como el sentir animal) sino un sentir que se siente; implica una advertencia.
Esta advertencia, este más que mero sentir, tiene su raíz en otro sentimiento
englobado en el sentimiento total que es “lo que llamamos sentimiento fundamental intelectivo o intuición fundamental del ser, que, conjuntamente con el
sentimiento fundamental corpóreo, constituye la originaria estructura ontológica del hombre”35. La dialéctica de implicancia y copresencia de cuerpo
y espíritu hace que corresponda pensar que “el concepto de encarnación del
espíritu no se separa del de en-espiritualización del cuerpo”36, y por eso la
dialéctica horizontal del hombre es, entonces, la síntesis de lo corpóreo (sentimiento fundamental corpóreo) y lo espiritual (la intuición de la Idea) que
conforman una unidad: “El sentimiento fundamental es el principio de la subjetividad pura; la intuición fundamental del ser es el principio de la objetividad
pura; la unidad concreta de ambos es la síntesis ontológica primitiva”37.
Como cuerpo y espíritu, es posible reconocer y distinguir en el hombre
los principios relativos a su vida animal (instintiva, sensitiva) y social, que lo
hacen individuo. Pero como existente-acto, nunca se es acabadamente individuo; el desarrollo del sujeto en esta dimensión es lo que Sciacca denomina
vida. Por su dimensión material está ligado dialécticamente también al mundo, y por ello “el existente inito corpóreo, en tanto corpóreo, no puede existir
sin un mundo o naturaleza, es decir, es creado en relación con el ambiente
que le es propio”38. Por otra parte, los principios activos de la inteligencia y la
voluntad por los que el hombre se encuentra abierto al Ser, es decir, los espirituales, son los que lo constituyen propiamente como persona: “El sujeto espiritual como tal es persona”39. El desarrollo de la persona (abierto a la vertical del
Ser por la Idea, capaz de realizar valores relativos al Valor, transnaturalmente
dispuesto cada acto hacia el Ser, pero sin cumplirlo nunca) es lo que nuestro
ilósofo denomina existencia.
Doblemente dialéctico, constituido por esas dialécticas, “[n]egar alguno
de los elementos enumerados que constituyen la persona humana es negar
la persona misma y con ella al hombre”40.
35
36
37
38
39
40
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 107.
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 103.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 40.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 81.
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 36.
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 37.
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Atentos a lo esbozado aquí acerca de la antropología sciaquiana y teniendo presente la primera consideración del suicidio desde la inteligencia moral (que implica una tergiversación de la estructura ontológica del
hombre), es posible comprender más cabalmente la airmación del ilósofo
italiano cuando señala que es “un acto de libertad que implica una valoración de la existencia, es decir, que tiene un signiicado moral y metafísico”41.
Una valoración de la existencia que es una valoración del existente hombre
entero, pues el suicida realiza un acto de libertad que no reconoce alguna de
sus dimensiones constitutivas.
En otro lugar42, distinguimos, entre las formas fundamentales del suicidio, los dos modos de valorar la existencia que Sciacca propone: uno en el
que el acto de darse muerte, desconociendo su verticalidad, anula su existencia porque reduce al hombre a su mera extensión horizontal; y otro en el
que, desconociendo su límite y su creaturidad, el acto anula la propia existencia buscando elevar al hombre por encima del hombre.
Entre los primeros, distingue el suicidio por extravío, que se da como consecuencia de una pérdida económica muy grande, una enfermedad o un
dolor muy agudo y prolongado; es decir, por motivos de orden material.
También el suicidio por puro prestigio, propio de los héroes y guerreros, que
exponen su vida a un riesgo mortal más por la gloria que los inmortalice
históricamente en la memoria de los demás que por alcanzar un valor verdadero. Finalmente, el suicidio estético (característico del Romanticismo) que es
la consecuencia de una vida cuyo único in es perseguir el placer y el goce, y
dada la caducidad, futilidad e irrepetitibilidad de estos, la salida al tedio es
sustraer del tiempo un instante de satisfacción por medio del suicidio.
En todos estos casos, se desconoce la dimensión de la existencia, puesto
que la horizontal del ser del hombre se erige como lo único y esencial. En el
primero, el acto del suicidio expresa haber puesto a la vida “en el primer lugar
absoluto en la escala de valores y, como no puede disponer de ella como de los
demás, la niega”43. Se valora la existencia menos que la vida, y se convierte en
una vida menos humana (y más animal). Negada la existencia, absolutizando
la vida, el “fracaso es entendido como fallo del hombre en cuanto tal y que,
frente a la catástrofe, reacciona provocando la catástrofe deinitiva”44.
41
42
43
44
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 299.
Cf. H. M. Ortiz, “Muerte e inmortalidad” de Sciacca, pp. 97 y ss.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 318.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 319.
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Si bien Sciacca destaca que es un intento de cualiicar la vida y de reconocer en algo más allá de ella su propio valor, el suicidio por puro prestigio
no escapa a la lógica de la absoluta initud, puesto que pretender realizarse
en las generaciones futuras es degradar la existencia a lo realizable en el
plano histórico y por ello material y inito. Así, nos dice, el hombre “que se
inmortaliza en los siglos es una concepción que queda por debajo del hombre
mismo tal como es por su estructura”45.
Asimismo sucede con el suicidio estético, que más allá de la supericial
consideración de que resulta una renuncia a la vitalidad animal en pos de
algún ideal de belleza, placer o gozo que persista “eternamente”, el acto y su
razón lleva a encerrar a la existencia en “el átomo de tiempo animal y vital –
un átomo de gozo que renuncia a la eternidad abierta por el instante–“46. Por
ello, es un acto que tergiversa el ser del hombre, en tanto el suicidio “elegido
para superar lo empírico, es también un acto empírico”47.
Son condenables entonces, conforme a la inteligencia moral, puesto que
expresan, como señala Ottonello, “una forma de asunción de la vida ‘al primer puesto absoluto’ [que] es la muerte de la existencia”48. Con la negación, el
ocultamiento o desvalorización de la dimensión humana de la existencia, el
hombre queda tergiversado en su constitución ontológica.
El suicidio metafísico y sus dos posiciones, la ética y la ontológica, son
aquellos en los que el acto del suicida expresa –como dijimos más arriba–
un rechazo a la initud y la creaturidad del hombre; en el que el hombre se
pierde en su dialéctica vertical.
En la posición ética del suicidio metafísico, el comúnmente llamado
“suicidio estoico”, darse muerte a sí mismo es el único acto verdadero y
pleno, puesto que es el modo de alcanzar la virtud, absolutamente imposible en esta vida. Si, como quieren los estoicos, todo el universo material está
sometido al destino, y por otro lado la verdadera virtud consiste en vivir
conforme a la razón; entonces el único modo de alcanzar la virtud es a través
del rechazo de la dimensión dialéctica horizontal del hombre.
45
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 324.
a. caturelli, Michele Federico Sciacca, p. 360.
47
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 332.
48
P. OttOnellO, “Suicidio e ascesi”, en Sciacca: L`anticonformismo costruttivo, Venezia,
Marsilio Editori, 2000, p. 49. La traducción es nuestra. Por esta misma razón, señala
Caturelli: “El hombre, devenido en puramente mundano, no tiene otro destino que la
nada” (Michele Federico Sciacca, p. 588).
46
420
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La vida y la muerte corporal, los bienes y placeres, pero también los dolores y sufrimientos, están fuera de nuestra voluntad racional y libre. Más que
ellos, debe preocuparnos la posibilidad de la muerte espiritual “que consiste
en la destrucción de la virtud”49. Virtud que consiste esencialmente en “conquistar la sabiduría de ser jueces libres (árbitros) de vivir o de morir según el
mandato de la razón”50. Dado que el mundo material está supeditado a fuerzas que nos son ajenas, nace el mandato rector de la moral estoica, la ataraxia,
que reza: “‘abstente’, es decir, refúgiate en ti mismo, en la pura ataraxia, en
el no-querer nada, en el querer el no-querer51. Este es el absurdo de la moral
estoica: es imposible el ejercicio de la libertad, porque cualquier cosa que se
quiera, implica querer el mal; y sin esa libertad, la virtud queda sin posibilidad de actuarse, y por lo tanto, es imposible la vida virtuosa. El resultado es la
condena inexorable a la muerte espiritual, o el suicidio, que “se impone como
una necesidad, no como una muerte libre, sino como una muerte necesaria
sin otra elección”52. Como señala Ottonello, esta ascesis “se agota en sí misma
como contemptus sui et mundi y por lo tanto no puede resultar en ninguna forma de auténtico misticismo, sino sólo en una ‘mística de la nada’”53.
Mientras según la razón ética esta forma de suicidio podría ser loable,
puesto que es una expresión eminente de la búsqueda y posesión de la virtud
a costa de renunciar a bienes que el estoico considera inferiores, conforme a la
inteligencia moral es condenable, puesto que con ese acto queda expresado un
rechazo a la doble dialéctica constitutiva del hombre: rechazo al mundo que
condiciona la libertad, y inalmente negación de todo lo que se desarrolla en la
dimensión horizontal del hombre mismo, puesto que la virtud es irrealizable.
Esta negación de una dimensión de lo humano –veremos más adelante las
profundas consecuencias que conlleva– es una tergiversación de la estructura
ontológica del hombre, y por eso es para Sciacca condenable.
La posición ontológica del suicidio metafísico consiste en la “absolutización del hombre y la libertad (inmanencia del hombre a sí mismo) en la
forma negativa de superación de lo humano”54. El hombre se niega en su ser
en la medida en que, negado Dios, niega también la posibilidad de convertirse en él; se niega como absoluto y se niega como creatura.
49
50
51
52
53
54
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 333.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 334.
Cf. M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 337.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 339.
P. OttOnellO, “Suicidio e ascesi”, p. 51. La traducción es nuestra.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 341.
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La consideración moral del suicidio en el pensamiento de M. F. Sciacca
Es el suicidio de Kirillov (en Los demonios de Dostoievski), que descubre
con horror la mentira de Dios y por eso elige el suicidio: para demostrar que
Dios no existe, para correr el velo del engaño del rostro de toda la humanidad
que no le deja ver que ha muerto. Con ese acto, negando a Dios, busca ocupar
el lugar de Dios, pues el suicidio es la airmación de la absoluta libertad indeterminada; pero “no puede demostrar que Dios es mentira sin obligarse a sí
mismo a ser mentira”55.
La única acción honesta, reconocida la muerte de Dios, es negarse a sí
mismo como hombre. Hacerse un hombre-ya-no-hombre que niega en primer lugar todo lo que se desarrolla en su dimensión horizontal. El suicidio
expresa una valoración de sí mismo que es la consecuencia de una “radical
negación de todo signiicado y valor por lo que es natural y humano (la
ciencia y la historia), el querer sobrepasar a la naturaleza y al hombre, su polémica con el orden constituido, la sociedad, la moral, etc.”56. Todo lo inito,
como limitado y dependiente, debe ser rechazado. Tal vez si Dios no hubiera muerto todo esto tendría sentido; habría un modo de descubrir valor en
el mundo, de concebir una moral. Pero su ausencia hace a este ateo heredero
de un sólo mandato: “el mandato de ser el absoluto negativo no pudiendo
ser el absoluto positivo: ser la Nada, hacer tabula rasa de la existencia condenada a lo inito y en lo inito”57.
Este tipo de suicidio no sólo expresa un rechazo a la dimensión horizontal, sino sobretodo a la vertical. Por supuesto que el mundo pierde su
valor –y por eso se rechaza– sin su referencia al Absoluto, pero la propia
existencia queriendo ser elevada a ocupar el lugar que está por encima del
hombre también es conducida a la anulación. Como señala López Salgado,
“la negación del hombre divino sólo puede hacerse a través de la sustitución
de este por un hombre divinizado, endiosado”58. Pero la consecuencia, airma
Caturelli, es que “[l]a ‘divinización’ del hombre […] ha signiicado siempre
la eliminación del hombre; bajo la potestad del Negador, es deicida, homicida y suicida”59.
55
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 345.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 349.
57
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 342.
58
c. lóPez SalgadO, “Del hombre divino y del hombre divinizado”, en Giornale di Metaisica: rivista bimestrale di ilsoia, vol. 31, nn. 4-6, 1976, p. 585.
59
a. caturelli, “El principio de inmanencia, la divinización del hombre y el orden
temporal”, en Verbo, Madrid, Sperio, nn. 253-254, 1987, pp. 292-293.
56
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Hugo Marcos Ortiz
Si el suicidio ontológico es condenable, no es justamente por ser un acto
de cobardía o debilidad, como bien podría considerarse desde la razón ética.
Todo lo contrario, el suicidio de Kirillov o de Zarathustra es la airmación
más radical de sobreponerse al miedo o el horror de la ausencia del Dios,
y no por ello es un acto virtuoso. Desde la inteligencia moral es condenable porque ésta como ninguna de las otras formas expresa una negación
de la doble dialéctica del hombre: buscando elevar al hombre por encima
del hombre, lo niega por entero. En deinitiva, si es condenable moralmente
conforme a la inteligencia moral, lo es puesto que se trata, como quiere Caturelli, de “formas de des-orden del hombre, que al in destruyen al hombre,
tanto más cuanto más se ilusionan en construirlo”60.
Concluyendo esta primera consideración diremos que sea por la negación de la dialéctica vertical que lo abre al ininito o por el rechazo de la
horizontal que culmina también en su negación como inito, toda forma de
suicidio es condenable desde la inteligencia moral (es decir, desde el principio y fundamento último de la moral que es el Ser), puesto que, como airma
Sciacca: “Ni la existencia ni la libertad se cualiican con la renuncia voluntaria a la vida: ambas tienen su positividad en el ser y pueden ser valoradas
sólo por lo que es conforme la estructura ontológica del hombre”61.
3. El suicidio como ruina ontológica del hombre
La inteligencia moral –hemos dicho– comprende el problema del suicidio desde la inteligibilidad del ser que ilumina lo que el hombre es y lo
que se pone en juego de su propia estructura ontológica en aquel acto; y no
desde el mero dinamismo de las conductas o de los vínculos del individuo
con la sociedad en la que, en cuanto tal, está inserto. Pero, además de ser su
principio, la Idea de ser es su in, y por eso la inteligencia moral nos permite
pensar este problema desde la consideración del in último del hombre, del
sentido de la vida humana; ilumina el problema de su cumplimiento.
Así, el suicidio es condenable –y entendemos que esta es la razón más
profunda– porque expresa un rechazo del hombre a su fundamento y in
último. Porque es el acto de radical soberbia de pretenderse capaz de darse
a sí mismo cumplimiento. No, como quiere la razón ética, condenable por
carencia de virtud. Es condenable porque el resultado es la anulación del
60
61
P. OttOnellO, Sciacca: L´anticonformismo costruttivo, “Introducción”, p. 10.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 380.
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La consideración moral del suicidio en el pensamiento de M. F. Sciacca
propio acto; porque en el intento del suicida de “cumplirse a sí mismo” con
el acto de darse muerte provoca su ruina ontológica. Así, expresa Sciacca:
“Por lo tanto, el suicidio resulta una ofensa al Ser mismo y la usurpación por el hombre de un juicio que no le pertenece: su ruina
ontológica. Por lo tanto, es condenable […] porque el hombre, por
su esencia, es tal que ningún acto que dependa únicamente de su
voluntad puede cumplirlo o salvarlo”62.
Una vez más, como corresponde al pensamiento integral, el problema moral exige una comprensión de sus fundamentos metafísicos. Nuestra consideración nos instará a recorrer la doctrina sciaquiana del acto y su cumplimiento, y
veremos cómo cada forma fundamental del suicidio se contrapone a esta doctrina en todos sus elementos: en el acto, en su hacerse y desarrollarse, en su idea
sobre la actualidad ininita, en la trascendencia y la dependencia de aquello
que es su cumplimiento. Evidentemente, limitados aquí, esbozaremos algunos
conceptos fundamentales que iluminarán dicho contrapunto y nos permitirán
reconocer los elementos más importantes de su condena moral del suicidio.
Para Sciacca, el término “acto” le corresponde propiamente sólo al Ser
en sí (Existente), pero también análogamente a los sujetos espirituales (existentes): al primero porque es acto de sí mismo y a los últimos “cada uno con
su acto propio (subjetividad), que tiene su fundamento en el acto primero del
ser (objetividad)”63. Los existentes poseen un acto propio que está fundado
en el acto primero del ser. Fundamento que supone el vínculo ontológico del
hombre con la Idea de ser: el ser como Idea es la inteligibilidad de lo real, lo
que hace posible que el hombre conozca, entonces, es el objeto presente a la
inteligencia que la constituye como inteligencia. Por ello, no hay que analizar
esta dialéctica en sentido meramente gnoseológico, sino también ontológico:
“Tal elemento objetivo […] está considerado como constitutivo del
hombre: no sólo como idea madre de las otras ideas, sino también
como uno de los elementos ontológicos del sujeto humano, en el
sentido de que el hombre es ser espiritual y pensante por la presencia del ser, existe como pensante por la intuición del ser”64.
62
63
64
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 383.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 58.
M. F. Sciacca, La Interioridad Objetiva, p. 70.
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Hugo Marcos Ortiz
Airma Sciacca que “la esencia del ser es el ser-Idea como objeto primero
de la mente, con la que constituye una unidad originaria, que es la menteacto”65. Esta unidad originaria es el “acto primero ontológico”, relación dialéctica entre dos actos: el acto del ser, que es acto por esencia, y el acto con que
la inteligencia intuye el ser, que no se identiica con él. Así, el “acto primero
ontológico o la intuición originaria del ser es, por consiguiente, un acto unitario constituido por la esencia del ser y por el sujeto intuyente”66. El acto del
sujeto intuyente es tal por la presencia de la Idea de ser, análoga al Ser mismo.
El acto del sujeto inteligente queda constituido por y en la síntesis dialéctica
mente-acto; síntesis del ser como Idea y la existencialidad de los sujetos que
“en el acto de la intuición del acto primero del ser, se unen a la esencia misma
del ser y hacen que ella […] sea a la vez el acto primero en el ente o el acto
primero propio de cada existente”67. Así, el acto de intuición del ser es acto
por la esencia del ser –pues si no hubiera ser, no habría intuición de nada–,
pero “al mismo tiempo, es acto necesario, en el sentido de que su presencia es
constitutiva de la misma esencia del ser”68; puesto que para el ilósofo italiano
la esencia del ser es ser como Idea y esto sólo es posible en tanto exista una
mente a la que hacerse presente. Hay un acto propio del ser como Idea, así
como también hay –y debe haber– un acto propio del existente inito. Si no
fuera así, no habría dialéctica alguna ni tampoco ninguno de sus elementos: si
no hubiera o se anulara el acto propio del sujeto intuyente tampoco habría ser
como Idea, ya que, en cuanto idea, exige ser presente a una mente; por otro
lado, si no hubiera o se resolviera la Idea en el existente, no sería éste inteligente, pues lo es en virtud de la presencia de la Idea.
Es necesario que exista un acto propio del sujeto, aunque al existente
inito le corresponde “tener” el ser y no “ser su propio ser” o “darse” su ser.
Lo posee porque le es dado, o más bien participado:
“Cada existente existe con su acto propio (subjetividad) fundado
en el acto primero del ser (objetividad) y cuya existencia –y la de
cada existencia singular– es dada por el Ser absoluto que tiene existencia por sí, en cuanto Acto que es toda su actualidad”69.
65
66
67
68
69
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 36.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 47.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 57.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 47.
a. caturelli, Michele Federico Sciacca, p. 256.
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La consideración moral del suicidio en el pensamiento de M. F. Sciacca
Debe entenderse, como señala Caturelli, la relación entre el existente singular y el Ser absoluto en categorías de una metafísica creacionista,
según la cual el existente inito, aunque dependiendo ontológicamente de
Dios y fundado su acto en relación con el acto primero de la esencia del ser
(ser como Idea) que lo constituye inteligente, no es una “emanación”, un
“modo” o una “manifestación” del ser ininito:
“el ser se predica del Ser ininito con el copulativo ‘es’, de lo inito
con el copulativo ‘tiene’, pero una vez que tiene todo el ser que le
corresponde como inito, es este ser constituido con la forma inita
de la realidad o con la forma real del ser”70.
La relación es relación de participación, y “participación signiica distinción y diversidad respecto de aquello de lo cual se participa”71, aunque exista
por Dios. En esto consiste la profundidad de la participación: el Ser da el acto
al sujeto (que es inteligencia por la presencia de la Idea) que, si bien depende
metafísicamente de Él como su principio, una vez participado es del hombre
(y en este sentido autónomo, no autosuiciente). Si no fuera de él, no se podría airmar la dialéctica, pues el acto del hombre quedaría anulado.
Para el pensador italiano, el “ser es acto y, en cuanto acto, es un hacerse
y no simplemente algo dado: es acto de actualidad inexhausta”72. Esto signiica que es propio del acto el perenne dinamismo en dirección de su cumplimiento, en contraposición con el concepto naturalístico de acto según el
cual, mientras se está formando y aún no hecho, no es todavía acto; y lo formado, en acto, se reduce a “hecho”73. Para Sciacca, “el acto se hace siempre y
siempre es hecho; y es siempre hecho porque siempre se hace […] el acto es
el hacerse cumplidamente a sí mismo y, por esto, su hacerse es el mismo acto,
siempre hecho y siempre en el acto de hacerse”74. Hacerse (farsi) no implica,
como para el aristotelismo, un “ser en potencia”, sino una “potencia de ser”;
el acto es siempre acto (no potencia) y los espíritus “como acto, tienen poten-
70
M. F. Sciacca, “Ontología Triádica y Trinitaria”, en Revista de Filosofía UIA 6/17
(1973) 169.
71
a. caturelli, Michele Federico Sciacca, p. 279.
72
a. caturelli, Michele Federico Sciacca, p. 241.
73
Cf. M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 59.
74
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 60.
426
Studium. Filosofía y Teología 34 (2014) 411-435
Hugo Marcos Ortiz
cia de determinarse, es decir, de dar acto o de actualizar los términos a que
se unen”75. Actualizar o dar acto es determinar o especiicar su propio acto.
Es necesaria para Sciacca una distinción entre el acto propio del existente y su actividad, entendida esta última como aquellos actos que tienen su
origen en el sujeto y que determinan el acto propio que es su fundamento,
actualizan el acto, determinan su potencia de ser. Esta actividad no es el
devenir propio de lo material, que durante su mutación no está totalmente
“hecho”; la actividad del acto es “desarrollo” (slivuppo). Lo propio del espíritu como acto es un constante actualizarse (actividad) en dirección a la
“actualidad” del acto-objeto de su intuición: “la actualidad de la Idea es, por
consiguiente, actualidad de la mente, originariamente y por sí misma, ya
que la mente es intuición de la Idea, es decir, acto”76.
Si bien no hay actualidad que no sea del acto, en el caso de los existentes
el acto no es su actualidad, ni su actualidad se agota en los actos que determinan a su acto propio. Sólo Dios, que es Acto absoluto, es pura actualidad; en
los existentes “el acto del sujeto no es toda la actualidad del acto-objeto [ser
como Idea]: de ahí el perenne movimiento de actualización del acto de parte
del existente”77.
El sujeto espiritual no es el Ser, sino que resulta, como hemos dicho, de
la síntesis del ser como Idea y la existencialidad de los sujetos singulares, no
perdiendo la primera, por la naturaleza de la relación dialéctica, su potencia
ininita de recibir determinaciones: “el intelecto es acto en cuanto tal y se
halla constituido por el acto primero (o intuición del ser), que es potencia de
actualidad, lo que equivale a decir que como acto primero puede recibir todas las determinaciones”78. Y así, dado que la actualidad del acto del sujeto
es ininita y que la actividad del sujeto es determinación de su acto –y por
ello inita–, el desarrollo en dirección a su actualidad es inagotable:
“Y el sujeto espiritual, determinando el acto primero que lo constituye como tal, se actualiza a sí mismo, hace que el acto se especiique en la actualidad sin que tal actualidad lo agote, ya que ninguna
de sus actuaciones puede agotar la ininitud del ser y, con ella, la
ininitud del acto de la intuición primera”79.
75
76
77
78
79
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 54.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 51.
a. caturelli, Michele Federico Sciacca, p. 256.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 52.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 54.
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427
La consideración moral del suicidio en el pensamiento de M. F. Sciacca
En consecuencia, el cumplimiento cabal del espíritu-acto, la realización
de su in, entendida como el desarrollo de toda su potencialidad a través de
sus actos hasta su completa actualidad es imposible en el plano de lo inito
temporal: “El acto apunta y trasciende hacia el Acto creador (donde se halla
su plena actualidad), que lo atrae como hacia su cumplimiento”80. Su cumplimiento es en lo ininito y por lo ininito – porque no puede su acto (ni sus actos)
por sí mismos alcanzar su actualidad–, pero el acto es del hombre y para que
sea cumplimiento del hombre no debe reducirse ni anularse en el ininito. Una
vez más, cobra pleno sentido la relación de participación que une y distingue al
Creador de sus creaturas, según la cual, dependiendo del Ser como de su Principio, el hombre está llamado a ser integralmente su ser, cumpliendo su in
que es el mismo Ser: “El ser creado es ser en la medida en que tiende a formar
ecuación con su acto originario, con su potencia del ser y con su in total”81.
Una ecuación que lo conserva en su ser, y “no en el sentido absurdo de que el
hombre se identiicará con Dios o se anulará en Él”82. Y ello es sólo posible en
la medida en que el Ser en sí, Dios mismo, sea el que se done gratuitamente al
hombre para que sea “elevado, con todo y su ser creatura, al cumplimiento de
sí en la plenitud de la visión divina”83.
Es menester señalar también que, dada la ininitud de su actualidad y
la initud de todos sus actos (que son tales justamente por ser “determinaciones”), es condición de su cumplimiento el existir más allá de la vida temporal, pero no razón suiciente. El hombre por su constitución está abierto a
lo ininito, pero, con respecto a su actualidad, “ni el hombre mismo puede
realizarla, por cuanto su existencia inita no es el término de la latitud ininita de la luz de su inteligencia. Sólo Dios, si le hace el don de Sí mismo, es
su término”84. En este sentido, es muy elocuente la airmación de Bugossi:
“El hombre tiene un in irrealizable también en la otra vida […]. El argumento muestra la ‘necesidad intrínseca’ al hombre de obtener la gracia de
la salvación”85.
80
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 70.
M. F. Sciacca, Acto y Ser, p. 70.
82
M. F. Sciacca, La Interioridad Objetiva, p. 116.
83
M. F. Sciacca, La Interioridad Objetiva, p. 116.
84
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 276.
85
t. BugOSSi, “‘La realización completa en Dios’ en la ilosofía teorética de M. F. Sciacca”, en Actas: simposio homenaje al centenario del nacimiento de Michele Federico Sciacca /
compilado por Claudio Calabrese, La Plata, Universidad Católica de La Plata, 2009, p. 57.
81
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Si nos detenemos a considerar las formas fundamentales del suicidio
que Sciacca propone, es posible encontrar en ellas, como señalamos al comienzo de este apartado, que expresan una acción del suicida que busca con
este acto darse a sí mismo el cumplimiento. Y en ese acto –metafísicamente
imposible, por otro lado–, se conducen a su ruina ontológica.
El que se suicida por el prestigio de convertirse en héroe de las generaciones futuras busca cualiicar su existencia más allá de la mera animalidad
vital; pero no reconoce la profunda singularidad de su acto propio, sino que
se considera un momento o parte de la historia a la que con su último acto
cualiica. Su vida y su muerte tienen sentido por y en la historia. Su potencia de ser, su hacerse, se reduce al “gesto” del suicidio por no realizar
ningún valor trascendente: “se ediica a sí mismo en la conciencia pública
y social […] más que ‘persona’ en el valor, quiere ser un ‘personaje’”86. No
reconociendo su propia trascendencia, su ligazón con lo ininito, proyecta
su cumplimiento en lo inito del espacio y el tiempo: “limita sus exigencias
a las naturales-históricas y su cumplimiento a la historia”87. Si el desarrollo
de la totalidad del hombre se realiza en la horizontal del tiempo, y más allá
del propio tiempo se proyecta en la memoria de las generaciones futuras, el
“gesto” auto-sacriicial no sólo desconoce la naturaleza completa del hombre, sino que también se erige como una acción suiciente para vencer la
muerte y ganarse con ello el total cumplimiento: “vencer a la muerte inmortalizándose con la muerte misma”88. Si nuestro destino es la historia, el sacriicio le permite al suicida ganarse el lugar en la historia; la radical soberbia
de darse el cumplimiento a sí mismo. Sin embargo, “dueño del mundo es, en
rigor, su esclavo; en el intento de rescatarse y de cumplirse en la mera acción
histórica, se pierde en ella sin posibilidad de salvación”89.
El suicidio estético se enfrenta con el absurdo de lo efímero de todo placer. El desarrollo de toda la potencia de ser del hombre no se proyecta al ininito ni se colma en el momento del gozo y por eso su hacerse resulta en “la
disipación del goce exasperado y cada vez mejor seleccionado”90. Toda determinación y cualiicación de su acto a través del instante de plenitud en la “sensación” intensa se anula en su propia futilidad; en la imposibilidad de que se
repita alguna vez. La actualidad ininita (a la que nadie por decisión propia
86
87
88
89
90
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 325.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 324.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 323.
M. F. Sciacca, El hombre, este desequilibrado, p. 242.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 326.
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429
La consideración moral del suicidio en el pensamiento de M. F. Sciacca
puede renunciar porque está en la constitución ontológica del hombre), esa
inagotable sed de ser, conduce al tedio, pues la “vida es decepcionante porque
el ininito es siempre más grande y más verdadero que cualquier realidad”91.
La posibilidad de actualización ininita, al no encontrar su referencia trascendente en el Valor, hace que todos los valores sean sin valor. Su potencia de ser
se realiza tan parcialmente sin esa referencia, que lo conduce a la angustia. En
el angustiante ir y venir entre el placer y el tedio, el suicidio aparece como la
mejor opción de “anular todo goce parcial y por ello desilusionante”92. El acto
del suicida busca suprimir toda posibilidad de intentar fallidamente gozar de
la vida, es un acto que “la libera de la ulterioridad del fracaso”93. Por ello el
cumplimiento no es colmarse del ser, sino lograr que el suceder de placeres fútiles se detenga en al menos uno que, arrancado del devenir, se vuelva valioso,
eterno; es decir, lograr “ijándola con la muerte, detener la imagen, arrancarla
del tiempo, eternizarla”94. Para Sciacca, el suicidio estético es condenable porque busca en el acto del suicidio cumplir al hombre anulando la caducidad
del placer, venciendo la ironía de la vida, superando la no-repetitividad del
instante del gozo. A pasear de expresar una absoluta negatividad, el suicidio
es “airmación de voluntad de cumplimiento en un acto de vida que, como
sacriicio total de sí misma, anula todos los momentos parciales y fugitivos y
cumple la existencia en la pura negatividad”95.
Sea en el inmortalizarse en el tiempo, en arrancar el instante del devenir,
e incluso en el acto negativo de librarse de los sufrimientos y las carencias,
el acto del suicidio que expresa una sobredimensión de la horizontalidad
conduce a la ruina ontológica, puesto que “aunque el hombre realizara su
más perfecto futuro en el mundo, no realizaría su escatología, sino su total e
irremediable desesperación”96.
Es posible también reconocer en las dos formas del suicidio metafísico un contrapunto con la doctrina sciaquiana del acto y su cumplimiento,
que permite comprender los fundamentos de su condena moral a este acto.
Aunque a partir de premisas contrapuestas, las razones son profundamente
semejantes: la negación de la initud del hombre como vía del autocumplimiento a través del acto de suicidio.
91
92
93
94
95
96
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 70.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 327.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 330.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 331.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 330.
M. F. Sciacca, “Ontología Triádica y Trinitaria”, p. 10.
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Hugo Marcos Ortiz
En la posición ética del suicidio metafísico, o suicidio estoico, el hacerse
a sí mismo del acto del hombre se enfrenta a la inexorabilidad impuesta por
el destino a su propia realización. El desarrollo como espíritu consiste fundamentalmente en ser jueces libres de vivir conforme a la razón, y por eso,
se debe considerar “indiferente” a la muerte natural y a todas las cosas que
pertenecen al orden material. La verdadera muerte, piensan los estoicos, no
es la corporal sino la espiritual que acaece con la destrucción de la virtud.
Toda vez que el hombre se vuelca hacia lo exterior, queda expuesto a las cosas que no están en su poder, y por eso la determinación del acto del hombre
culmina por supeditarlo a lo que no controla. Así, la ininita potencia de ser
del acto se anula en el ideal estoico de mantener la pura libertad indeterminada
(sin límites, no creatural), realizando la virtud estoica por excelencia que es
la ataraxia. Este hacerse, realizarse del sujeto culmina en la moral absurda
por irrealizable de una libertad que, por conservarse indeterminada, no se
ejerce, de una virtud imposible de actuación puesto que “todo acto libre y
toda acción virtuosa niegan necesariamente la absolutez de la libertad y la
perfección de la virtud”97.
Mientras en la actualidad ininita sciaquiana hay un reconocimiento
de la imposibilidad de cumplimiento en esta vida (e incluso en la otra) por
parte del sujeto, la actualidad imposible (más que paradojal, absurda) del estoicismo también reconoce que el cumplimiento es imposible a no ser fuera
de la historia, pero a un costo muy elevado: la anulación del yo personal; la
renuncia al acto propio. Esto es evidente, en primer lugar, en el hecho de que
la vida virtuosa a la que se aspira (el vivir conforme a la razón) exige que, antes de cualquier acción, se conozcan todas sus circunstancias, que todo esté
previsto y nada sea desconocido; que se conozca la esencia de la acción, es
decir, el modo en el que está inserta en el orden universal gobernado por la
necesidad racional divina. Si el hombre pudiera conocer todo eso, “poseería
el conocimiento propio de Dios, sería Dios”98; ser como Dios negándose a sí
mismo como singular, renunciando a su propio acto imperfecto: “si el ser
inito estuviera privado de las limitaciones, dejaría de ser: ser con sus limitaciones es su modo de ser”99. En segundo lugar, en el extremo de la virtud
así entendida, no consiste en dejarse cumplir por Dios sino ser como dioses,
en unirse a la vida de los dioses ejecutando el suicidio: una acción moral que
97
98
99
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 337.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 339.
M. F. Sciacca, “Ontología Triádica y Trinitaria”, p. 171.
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La consideración moral del suicidio en el pensamiento de M. F. Sciacca
le alcanza para darse el cumplimiento y la salvación por sí sólo. El don de sí
de Dios no se espera sino que se realiza plenamente en el acto del suicidio,
“el único que comporta la recusación total de todo lo que no es esencial para nuestra perfección […] la airmación suprema de la libertad
de la vida, nuestro erigirnos en jueces, árbitros de nosotros mismos,
en el acto de salvarnos en la renuncia indiferente a todo”100.
La posición ontológica del suicidio metafísico no propone renunciar al
acto propio en pos de la divinización, aunque también supone en el hombre la capacidad de darse cumplimiento con el acto del suicidio. El suicida
ontológico, dijimos, se da la muerte a in de desnudar a los ojos de todos
los hombres la mentira del Dios; supone, evidentemente, la negación de su
propio acto como unido al acto ininito. Liberado del límite que impone su
dependencia ontológica, su hacerse encuentra toda la plenitud de su potencia de ser en el osar lo imposible, en rechazar toda determinación, aunque esto
lo conduce a negarse a sí mismo: “no pudiendo ser el Absoluto, no debo ser
tampoco relativo a mi humanidad”101. Ese rechazo signiica la renuncia a su
propio ser; el rechazo a su humanidad a través de la realización del más-alláde-lo-humano. Si se niega a Dios “es necesario aceptar las consecuencias que
el acto comporta, heredar el cielo, imponerse la misión ‘nueva’ del hombre
ya no hombre”102. Y esta superación, esta posesión del atributo divino de la
libertad divina sin límites, es sólo posible a través del acto del suicidio. Acto
en el cual “muriendo por la verdad que no es, actúan la única posibilidad
de dar sentido a su desesperación, de cualiicar su existencia y de rebelarse,
aunque sea sin esperanza, ante la mentira universal, incluida la propia”103.
Tal cumplimiento no consiste en darse a sí mismo la salvación como pretenden los estoicos, puesto que ésta es imposible. Consiste en, a través del
acto del suicidio, darse cumplimiento en la negatividad absoluta de impugnar toda posibilidad de cumplimiento: “en el momento en que la libertad
airma su poder absoluto de osarlo todo, el hombre se hace Dios, él también
mentira”104. Rechazar lo humano, heredar el cielo, cualiicar su existencia con
un acto absolutamente inmanente, hacerse Dios; más que faltar por soberbia,
100
101
102
103
104
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 340.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 342.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 346.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 347.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 344.
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lo condenable es conducir al propio hombre a “la catástrofe en los límites del
hombre, que se hace la ilusión de rescatarlos con la muerte libre, con una calvario privado de toda otra meta que no sea la muerte y la Nada”105.
Desde la razón ética, esta posición podría expresar la forma más elevada de realización, puesto que el acto y el in del suicidio ontológico son
la demostración más radical del dominio de sí mismo. La máxima valentía
de obrar lo racionalmente mejor, dada la muerte de Dios. El acto del suicidio es, desde la perspectiva de la pura inmanencia, el acto más virtuoso:
“es precisamente esta voluntad absurda de sobrepasar lo humano insigniicante (de estar por encima del hombre) la que da valor a la existencia: sólo
reduciendo la humanidad a su negación, el hombre se puede caliicar a sí
mismo”106. Sin embargo, desde la inteligencia moral, es el más condenable,
puesto que es un intento de cualiicación que conduce al hombre a su propia
ruina ontológica puesto que “el ente inito existe como relativo y por lo tanto
es impensable e inexistente sin el Ser […] pensarlo no en relación, no es darle
autosuiciencia, sino negarle su ser, aniquilarlo”107.
En deinitiva, son condenables todas estas formas del suicidio conforme a la inteligencia moral, puesto que “el hombre, por sí sólo no se puede
cumplir a sí mismo, no puede ser el autor de su propia salvación, el artíice
autónomo de su última destinación”108. Dado que esta imposibilidad es una
realidad inexorable, independientemente de lo que el hombre piense o haga,
el resultado en cada caso implica su propia ruina ontológica. Suicidarse para
inmortalizarse en la historia o para alcanzar la eternidad en el átomo material
del tiempo, es pretender que la realización completa del hombre es posible
únicamente en lo inito del mundo y la historia. Suicidarse para asimilarse a la
divinidad, para salvar el espíritu virtuoso y libre, representa el absurdo intento de realizarse a sí mismo renunciando a la singularidad del propio acto que
lo realiza. Suicidarse como los suicidas ontológicos es la expresión –valiente
por cierto– de la asunción de que el único modo de cualiicar la existencia es
la negación absoluta de toda posibilidad de cumplimiento. En todos los casos,
el suicidio, en sus distintas formas de claudicación y renuncia a la posibilidad
de cumplimiento, es el acto de condenarse a la ruina ontológica: “La salvación
105
106
107
108
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 351.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 348.
M. F. Sciacca, “Ontología Triádica y Trinitaria”, p. 170.
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 359.
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La consideración moral del suicidio en el pensamiento de M. F. Sciacca
autónoma es un acto de perdición, odio de la creatura hacia sí misma […] es
odiarse porque es perderse, es condenarse al incumplimiento”109.
Conclusión
Para Sciacca, la consideración moral del suicidio conforme a la razón
ética, en tanto contempla el acto desde la absoluta inmanencia de sus reglas
autónomas y acota su mirada al problema de la conducta, y en la medida
que reduce toda relexión moral a la posesión de la virtud y considera al
hombre sólo en su vínculo social, en su desarrollo histórico, en el innatural
estado de pura naturalidad; es incapaz de comprender la profundidad de lo
que está en juego cuando el suicida lo realiza.
Sólo conforme a la inteligencia moral el problema del suicidio puede
considerarse en sus dimensiones últimas, su principio y su in. Así, es condenable como acto que expresa la anulación o el rechazo de alguna de las
dimensiones que lo constituyen y entonces lo tergiversa en su estructura
ontológica: porque, poniendo la vida como lo único esencial, se niega como
existente ligado a lo ininito en su dialéctica vertical, o porque se niega en su
dialéctica horizontal para elevarse al lugar de Dios lo que conduce también
a anularse por entero en su existencia. En deinitiva, es condenable porque
lo pone por encima o por debajo de lo que es como hombre.
También es condenable desde la inteligibilidad del ser, en tanto ésta
es su in o cumplimiento, y por eso ni el del suicidio ni ningún otro acto es
suiciente para cumplirlo o salvarlo. Su acto, que es pero que no se ha dado,
se desarrolla en los actos que son su actividad dirigidos hacia su actualidad
ininita. Pero, todos ellos initos, son –aún todos juntos– insuicientes para
alcanzar la plenitud. La soberbia de pretender darse a sí mismo el cumplimiento conduce a reducir la realización de sus ines a lo material e histórico,
a renunciar a la radical singularidad de su propio acto para identiicarse
con lo divino, o a cualiicar la existencia en la negación absoluta de toda
posibilidad de cumplimiento; en deinitiva, conduce fatalmente al suicida a
su ruina ontológica.
En las antípodas del acto del suicidio –e indicarlo nos permitirá al menos comprender lo dicho aun más acabadamente–, Sciacca ubica al martirio.
Vivir conforme a las exigencias de la existencia, realizar en esta vida valores trascendentes (es decir, relativos al Valor) implica muchas veces ponerla
109
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 374.
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en riesgo, aun cuando no haya que morir todavía. La disponibilidad de la
vida del mártir es el ejemplo más eminente del reconocimiento de la doble
dialéctica constitutiva del hombre puesto que, conforme a la dialéctica del
desprendimiento y el compromiso110, la vida –dialéctica horizontal– mientras
gana valor por lo que se realiza conforme a la existencia –dialéctica vertical,
abierta al Valor– no se pone como la dimensión única; y la existencia puede
desarrollarse en la medida en que puede determinarse en actos concretos de
valor que se dan en la vida, pero orientada al más allá de la vida. Por eso, es
el modo más elevado de reconocer la doble dialéctica constitutiva, de existir respetando la propia estructura ontológica. También para Sciacca es el
modo más perfecto de “dejarse cumplir”, puesto que reconociendo el límite
creatural que le es esencial, el mártir dispone su vida y su existencia a una
realización que lo trasciende. No se mata, porque la verdadera muerte “no
es la ausencia de la vida, sino vivir en la ausencia de todo valor”111, y en la
realización de ese valor comprende que ningún valor es tal sin el Valor que
se dona, que humildemente se acepta, que es irrealizable por él.
Hugo Marcos Ortiz
Recibido: agosto de 2014/ Aceptado: diciembre de 2014
110
Cf. M. F. Sciacca, La libertad y el tiempo, Tr. J.J. Ruiz Cuevas, Barcelona, Luis Miracle,
19671, pp. 168 y ss.
111
M. F. Sciacca, Muerte e inmortalidad, p. 301.
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