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Teología y vida

Print version ISSN 0049-3449On-line version ISSN 0717-6295

Teol. vida vol.51 no.1-2 Santiago  2010

http://dx.doi.org/10.4067/S0049-34492010000100011 

Teología y Vida, Vol. LI (2010), 263-266

NOTICIAS SOBRE LIBROS

 

Christoph Markschies, ¿Por qué sobrevivió el cristianismo en el mundo antiguo? Contribución al diálogo entre la historia eclesiástica y la teología sistemática (Sígueme, Salamanca 2009), 126 páginas.

 

El libro que presentamos tiene su origen en la conferencia inaugural pronunciada por su autor, profesor Dr. Dr. h.c. Christoph Markschies, el 7 de noviembre de 2001, en la Universidad Ruprecht-Karl de Heidelberg Luego de sucesivas conversaciones, revisiones, un seminario con alumnos, y de acoger importantes sugerencias, como él mismo afirma en el prefacio (pág. 9-10), la conferencia se transformó en un texto editado en alemán con el título Warum hat das Christentum in der Antike überlebt? (Evangelische Verlagsanstalt, Leipzig 2004, 32006), y que ahora ha sido traducido al castellano por la editorial Cristiandad.

El título expresa muy bien su contenido: ¿Por qué sobrevivió el cristianismo en el mundo antiguo? Sin embargo, el tema de fondo que traspasa todas sus páginas es el del complemento al título: Contribución al diálogo entre la historia eclesiástica y la teología sistemática. Y esa es, además, su clave hermenéutica, y ciertamente lo que más puede suscitarnos un diálogo posterior con el autor. Es un tema de acuciante actualidad: ¿Existe una historia sin una clave interpretativa? ¿Serán diferentes una historia de la Iglesia elaborada por un creyente y otra por un no creyente? ¿Una historia eclesiástica, redactada desde la fe, pierde por eso su calidad de historia 'científica'?

La obra se compone de cuatro partes, más un prólogo y unas observaciones finales, además de abundantes notas finales al texto. El contenido central se divide en los siguientes temas: 1. Observaciones sobre la problemática y los problemas históricos y sistemáticos. 2. Respuestas antiguas a la cuestión de por qué sobrevivió el cristianismo. 3. Respuestas modernas a la cuestión de por qué sobrevivió el cristianismo. 4. ¿Por qué sobrevivió el cristianismo en el mundo antiguo? Expongo a continuación —siguiendo el orden del libro— algunas de las afirmaciones fundamentales del autor.

Las observaciones iniciales sobre la problemática y los problemas históricos y sistemáticos (pág. 13-20) plantea la cuestión muy importante y actual sobre la relación entre la "acción de Dios" o, el "obrar de Dios" en la historia, y el "cooperar" humano en esa misma historia. Detrás de la pregunta por la sobrevivencia del cristianismo en el mundo antiguo —también en el actual y en todo tiempo—, reposa una pregunta anterior —que además es realizada desde la fe—, sobre si esa 'sobrevivencia' tiene algo que ver con una acción u obrar de Dios en la historia. Esto se planteará luego en sede académica como la relación entre las asignaturas de 'historia de la Iglesia', 'historia universal' y 'teología sistemática'. La historia de la Iglesia se mueve entre las otras dos. Es necesario —por supuesto— reconstruir de la manera lo más completa posible todas las cadenas causales en los hechos históricos analizados; además, es preciso ser muy humildes en las apreciaciones interpretativas de esa misma historia; pero, sobre todo, es muy importante mantener —como a la vez distinguir— la mirada histórica y la mirada sistemática en la elaboración de la historia eclesiástica. Ese es el desafío que se propone el autor en la elaboración del texto. Y allí comienza su desarrollo.

Entre las respuestas antiguas (pág 21-39), el mundo pagano, normalmente en clave polémica y no con poca ironía, atribuyó el éxito del cristianismo a su sencillez: era una religión para gente inculta y crédula. De ahí el éxito de hablar y actuar con misericordia, ofrecer el perdón de los pecados y proponer una ética sencilla y clara. Pero ante semejante interpretación subsiste una pregunta ¿por qué le dedicaron entonces tanta atención —polémica— los mismos paganos cultos? El mundo cristiano antiguo, en cambio, atribuyó su éxito a razones tanto his-tórico-sociales, como de la historia del espíritu. Con respecto a las primeras, se encuentran numerosos ejemplos de la 'efectividad' que tenía la y la que la gente sentía palpitar en los cristianos: el martirio y la vida y los signos realizados por los monjes son ejemplos ampliamente conocidos y que no necesitan mayor comentario. Y con respecto a la historia de la mentalidad, el autor aduce el ejemplo de Orígenes, que veía en la amplia difusión del cristianismo —tanto geográfica como temporalmente— un signo preclaro de que se trataba de una cosa sobrehumana: era la y la de la Palabra de Dios.

Cuando trata de las respuestas modernas a nuestra pregunta (pág 41-56), el Prof. Dr. Markschies, por razones de espacio y claridad metodológica —además del origen remoto de la obra— se limita, casi exclusivamente, a algunos profesores de Heidelberg del siglo XIX y XX: Richard Rothe, Adolf Hausrath, Ernst Troeltsch, Hans von Schubert y el sabio Berlinés Adolf von Harnack, tratados en un orden cronológico. A pesar de sus lógicas diferencias, y de que se ve un cierto in crecendo en su intento por 'secularizar' e 'historizar' la historia de la Iglesia, además de intentar alejarse de cualquier interpretación histórico-teológica en sus trabajos meramente históricos, con todo, coinciden en interpretar el éxito del cristianismo gracias a ciertas "energías divino-humanas" (Rothe), o una "fuerza" de convicción que, en último término, deja igualmente la pregunta por el Autor de semejante fuerza. Algo distinto encontramos en von Harnack, que ve el misterio del éxito del cristianismo en la conjugación específica de "sencillez" y "amplitud", así como en la "maravillosa capacidad de adaptación" en la complexio oppositorum (pág. 52). Pero, en el fondo, ese no era sino un esbozo de la propia teología del Berlinés, más que una visión exacta del cristianismo primitivo. En síntesis, esos autores —a pesar de su intento— se muestran incapaces de eliminar las aportaciones específicamente sistemáticas de sus interpretaciones históricas y, sus explicaciones, además, reflejan más sus propias convicciones que propiamente el cristianismo primitivo. En ese sentido son 'hijos de su tiempo'.

Finalmente, en el cuarto apartado (pág. 57-83), el Prof. Dr. Markschies elabora su propia respuesta. Luego de advertirnos acerca de la complejidad del tema, nos da siete razones que explicarían en su conjunto la per vivencia del fenómeno cristiano. Recoge —eso sí— varias de las razones ya expuestas. 1. La 'impresión' que dejaban los cristianos entre sus contemporáneos, en especial, los mártires y monjes. 2. La sencillez de la doctrina cristiana y la valoración en ella de los pobres y sencillos, cosa que donaba una iden-

tidad a quienes no la tenían entre sus coetáneos. 3. La teología cristiana respondió bien a ciertos temas sensibles y que habían sido insolubles para la antigüedad. Por ejemplo Unde malum? (¿De dónde proviene el mal?). 4. La simplificación y claridad de la ética propuesta por el cristianismo, unida a la definitiva valorización del ser humano y de su vida. 5. El impulso a la caridad, característica de la Iglesia desde sus comienzos. 6. El perdón ofrecido y la posibilidad de empezar de nuevo en la vida, a través del sacramento del bautismo y del perdón. 7. El sentimiento de unidad ('ser ciudadanos del mundo') que proporcionaba el cristianismo frente a la decadencia y caída del Imperio. Aquí el autor recurre a Max Weber.

Este mismo apartado concluye con algunas ideas que retoman la cuestión hermenéutica y, en buena medida, sirven de conclusión. El recorrido histórico hecho, hace concluir al autor que no es posible prescindir en absoluto de la dimensión teológica en la historia de la Iglesia (pág 76). Se dan conexiones íntimas entre la historia del espíritu y las ciencias sociales, entre historia y cultura, las cuales no son posibles de disolver. Pero el historiador ha de cuidarse mucho, tanto de no confundir Dios y hombre, como de prescindir de alguno de esos dos actores; a la vez que debe cuidarse de sobreestimar las cadenas causales en los hechos históricos, ya que siempre nos acercamos a la historia con mucha precariedad. En esta relación que llamamos cooperado hominis cum Deo o, 'cooperación' de Dios en la historia, hemos de ser muy cautos en no 'descubrir' todo, ya que "la dialéctica de la ocultación y revelación de Dios no puede ser disuelta por el historiador como intérprete de la historia hasta llegar a una claridad absoluta" (pág. 79). En fin, es claro que la proclamación cristiana, y su diaconía, tienen una y una que permite explicar su difusión hasta hoy.

Pero una pregunta surge de inmediato: ¿dónde reconocer esa y Para el Profesor Dr. Markschies es ciertamente la Palabra de Dios que obra en su proclamación verbal (pág. 81). Nosotros nos debemos preguntar ¿No existen todavía otras formas de actuación de Dios? ¿Qué decir del lugar de la liturgia —y en particular de la celebración de la Eucaristía— en el cristianismo primitivo? Los restos arqueológicos que poseemos en la actualidad muestran abundantemente el lugar central que poseía el templo en la cristiandad antigua, y es bien conocida también la importancia que tenía la celebración eucarística dominical —y anualmente la celebración de la pascua— en la vida cristiana, tanto popular como culta. Junto con notar esa limitación en la presente obra (que no invalida en absoluto su aporte a la materia estudiada), nos pone frente al meollo de la cuestión hermenéutica y nos remite al asunto esencial de la relación Dios-hombre en la historia, pero también, a qué es el cristianismo y, más precisamente, a qué es la Iglesia. En esto se manifiesta que el autor, Prof. Dr. Markschies, es de matriz luterana, y por lo tanto destaca con verdad el poder de la Palabra de Dios. Notamos así que el campo de los estudios patrísticos es un lugar muy beneficioso para seguir profundizando en el diálogo luterano-católico.

En síntesis estamos frente a una obra muy sugerente, que suscita preguntas y abre puertas a la reflexión, pero que lamentablemente no siempre sigue infinem su propia invitación. Con todo, nos incita a seguir profundizando en la pregunta que plantea, y a la vez, nos confirma en una convicción de siempre: el historiador de la Iglesia, junto con su debida solicitud metódica, no debe —ni puede— prescindir de las cuestiones de teología sistemática (pág. 86). Esto ha de aplicarse —pensamos—, con las debidas adecuaciones, también a la exégesis bíblica. He aquí un desafío de esencial importancia para la teología actual.

Rodrigo Polanco Fermandois

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