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Revista de filosofía

On-line version ISSN 0718-4360

Rev. filos. vol.79  Santiago  2022

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-43602022000100212 

Reseñas

Byung-Chul Han. No-cosas. Quiebras del mundo de hoy

Alejandro Ramírez Figueroa1 

1Universidad de Chile, Chile

Han, Byung-Chul. No-cosas. Quiebras del mundo de hoy. Colonia: Penguin-Taurus, 2021. 139p.

En un libro anterior, del año 2013, Byung-Chul Han ya se había ocupado de representar y comprender cómo el ser humano puede ser entendido, en la sociedad de hoy, como un ser digital, un ser digital en una sociedad algorítmica en la que nuestras acciones, conocimientos y decisiones están cada vez más comandados, dirigidos, determinados por otra inteligencia, émula de la humana, pero artificial, computacional. Esas eran las cuestiones del libro El enjambre (2013, Berlín). Ahora, en esta nueva obra, No-cosas, conformada por ocho capítulos breves, como la mayoría de sus libros, el autor retoma aquella cuestión y le da una vuelta especialmente ontológica y epistemológica. Trata del smartphone, de las selfies, de la inteligencia artificial, de lo que sucede en el arte con esta tecnología, todo ello en una suerte de nostalgia teórica de las “cosas”, que son aquellos objetos no virtuales, “no informativos”. Hoy, dice el autor, “El mundo se vacía de cosas y se llena de información” (10). Pero este mundo digital tiene peligros, sobre todo el peligro del engaño. El engaño, hay que decir, proviene del poder de encantamiento que produce la utilidad de la tecnología de inteligencia artificial. La crítica de Han se dirige a la idea común y muy asumida de que hoy no sería posible seguir viviendo sin el mundo tecnologizado digitalmente. La idea de que esta tecnología se constituye como un avance, una ayuda, como una facilitadora de la vida, que es simplemente el futuro, parece hoy consensualmente asumida, claramente incontrarrestable, que nos arrastra con la fuerza de una gigantesca ola. El libro trata de la seducción que produce hoy lo digital, la información en masa, el manejo digital de nuestras acciones, decisiones y soluciones. Esto no es inocuo, inocente, ni social ni individualmente. Según el autor, vivimos en la infoesfera, que tiene sin duda un efecto emancipador. Parece que nos libera eficazmente del puro trabajo. Pero, como lo analiza Han, lo digital tiene mucho de engaño, pues, finalmente, es un poder. Y disfrazado. Su acción profunda sobre nosotros va más allá de lo utilitario, algo que no notamos. Lo utilitario, el beneficio, aunque indesmentible, es la superficie. Añade: “Las cosas no nos espían. Por eso tenemos confianza en ellas. El Smartphone, en cambio, no solo es un infómata, sino un informante muy eficiente que vigila permanentemente a su usuario” (39). Los algoritmos pueden vigilarnos. Es la diferencia, por ejemplo, con el (antiguo) teléfono, que también es tecnología, pero que no posee ninguna de estas características y poderes semiescondidos (las tecnologías eléctricas poseen poderes también, pero distintos, según lo pensó McLuhan).

La utilidad misma es el engaño, engaño porque justamente en realidad hay utilidad en los manejos digitales de todo. Si no la hubiese no habría engaño. Pero todo eso esconde otras realidades. El poder que se ejerce sobre nuestra vida es una de ellas. También, el hecho de que el acceso que tenemos a la masa de información disponible, “Se hace pasar por libertad” (10). Además, creemos tener conocimientos, pero estos se trocan en información o realidad escondida que no vemos: verdad por información, ese es el trueque. No importa la verdad, sino el manejo de la información que cada cual puede ostentar. Conocimiento trastrocado en información. La información engaña o nos engañamos nosotros con ella: no es conocimiento. No lo es, pero se impone al conocimiento y se impone a la verdad. El conocer, poseer verdad, necesita tiempo, lentitud, elaboración, tanteo, reflexión. La información es instantánea. La información no es saber. Nos engañamos también con esto: que el “tener acceso a la información” no es tener conocimiento; tampoco asegura el razonar sobre algo, se puede agregar.

Pero, ¿hay aquí, en esta crítica, una postura que propicia la antitecnología? ¿hay algo de postura menonita, cuáquera? Pues no. Simplemente se trata de preguntar cuál es el lugar, el rol, la naturaleza de la vida humana en esta vida algorítmica. No es sino la pregunta actualizada que la filosofía se ha hecho en cada época, en cada situación.

Hay una pérdida de nuestro trato con las cosas y con las personas, despersonalización diaria y su reemplazo por información, de preferencia por imágenes. Perdemos los recuerdos y los cambiamos por bases de datos (a lo más, se podría añadir, por bases de conocimientos según la epistemología computacional). Creemos tratar con la realidad y tratamos con estímulos, meramente con lo instantáneo y lo fugaz. Dice Han: “la información por sí sola no ilumina el mundo. Incluso puede oscurecerlo. A partir de cierto punto, la información no es informativa, sino deformativa. Hace tiempo que este punto crítico se ha sobrepasado” (18). Hay, afirma, un “caos informativo”, el reino de fake news, en que la falsedad, el desconocimiento pueden llegara a ser más influyenten que la verdad, que el conocimiento. La información circula abundantemente, pero “sin referencia a la realidad”, dice el autor. Hay, pues, no solo compromisos ontológicos en este problema; también está en el debate un profundo impacto en la epistemología.

Así, esta filosofía de la cultura, de la tecnología, asentada en una epistemología, en una ontología y en una ética, nos pone delante de una indeseable desmaterialización del mundo, de una lejanía de las personas, de una no-presencia de las relaciones sociales, transmutadas por el contacto instantáneo y el acceso a todo “ahora mismo” y en cualquier lugar conectado. “Estar conectado” es un ideal, social, político y personal. Se puede observar que lo que afirma Han cala en un asunto caro a la filosofía, aún cuando el autor no se centra en él: el asunto del materialismo (el materialismo, hay que decir, no es identificable en la filosofía actual simplemente con las “cosas” ni con la ocupación de un espacio, con la realidad física). Perder las cosas, dice el autor coreano, es perder la estabilidad, pues necesitamos relacionarnos con cosas. En tal sentido se trataría de un pensamiento sobre la pérdida de un cierto sentido de lo “material”, vía las cosas. Y la pérdida de lo material es pérdida de lo humano (versus la preeminencia de lo que se ha creído el componente más humano de lo humano: lo “espiritual”). El ser se ha convertido en información (Han trabaja desde Heidegger y la idea de tecnología como disposición, aunque, habría que decir, la tecnología como disposición según Heidegger, no es precisamente la realidad de la actual tecnología de la información). Vivimos en la infoesfera; “La infoesfera tiene cabeza de Jano. Nos ayuda a tener libertad pero, al mismo tiempo, nos somete a vigilancia y control crecientes” (17).El autor analiza los distintos dispositivos y actos (cual McLuhan) representativos del mundo digital: el smartphone, la selfie, la inteligencia artificial, para buscar allí las dimensiones ontológicas y epistémicas de la realidad digital. El smartphone es notorio, para el autor. Nada como este artefacto (junto con el notebook seguramente), para ofrecernos un sentimiento de libertad. Pero, a la vez, de control. El smartphone (a diferencia del teléfono) hace desaparecer la voz real, el otro allí y lo reemplaza por información, algo abstracto, “no cosa”. La voz denota muy fuertemente la existencia de alguien, una presencia espacio temporal, un cuerpo y una mente, también una cosa, al fin y al cabo. Pero esta “cosificación”, esta necesidad de las cosas, al contrario de lo que pudiera parecer, es algo positivo para el filósofo coreano. Las cosas nos apoyan y nos apoyamos en ellas, no nos “espían”, como lo hace el smartphone. En este dispositivo, dice Han, van mancomunados “emancipación” y “servidumbre”. En eso consiste el engaño. El trasfondo de la tesis de Han (y que entendemos aquí como engaño), parece ser que toda esta postura crítica parecería una exageración, que desconfiar de algo tan útil es descaminado, puesto que la vida, se dice, sería infinitamente más complicada sin estas tecnologías. Pero, el sentido de libertad del notebook, del smartphone nos engaña, pues esos dispositivos nos amarran, nos amarran, por ejemplo, a transportar el trabajo allí donde vayamos, que estemos siempre “disponibles”, que no haya excusa para estar ausente, para “no estar debidamente informados”. Con todo, se echa de menos, tal vez, un análisis comparativo más acabado entre tecnologías de la información con el antiguo teléfono, para ver mejor sus diferencias.

El capítulo más extenso del libro, compuesto de siete secciones, es “Vistas de las cosas”. Con las cosas nos relacionamos, formamos lazos, con la información, no. Dice Han:

Si el mundo se compone únicamente de objetos disponibles y consumibles, no podemos entablar relación con él. Tampoco es posible entablar relación con la información. La relación presupone un ser independiente, una relación, un tú […] la ausencia de relación y apego conduce a un serio empobrecimiento del mundo. (71)

Las relaciones sociales se dan entre un ser independiente y otro, aduce el autor. Se requiere reciprocidad, justamente “relación”, se necesita un tú, algo que hoy, el imperio de la información está haciendo retroceder. Sigue Han:

Hoy estamos todos en las redes sin estar conectados unos con otros. La comunicación digital es extensiva. Le falta la intensidad […] la comunicación digital elimina el encuentra personal, el rostro, la mirada, la presencia física. Se acelera la desaparición del otro Los fantasmas habitan el infierno de lo igual. (74)

Habitamos, pues, un mundo informado. Y en eso nos engañamos: creemos estar “comunicados”; creemos estar “relacionados”; creemos ser “libres”; creemos estar ante un “tú” y estamos ante información (casi siempre ante una pantalla); creemos estar ante una realidad, en suma. Pero hoy la realidad es la información. Y saber algo es estar informados. Y en todo esto nos engañamos. He allí las dimensiones ontológica, epistémica y ética de la tesis de la No-cosa.

Cabe observar, sin embargo, que para Han el ser cosa no remite únicamente a ser un cuerpo, esto es una entidad espacio temporal, como ordinariamente se la entiende. Y en las palabras y en el arte aparece la cuestión de las cosas y con ello el del materialismo, entendido, aquí, con cuidado. Incluso un poema es un ente lingüístico, es una cosa, es un material, no es información. Para Han la información no es material. Asume el materialismo de Walser: “Desde el momento en que uno considera las palabras (y las expresiones verbales) como un material, es muy agradable ocuparse de ellas” (82). Y más adelante comenta Han, en lo que se podría considerar un golpe a las teorías estándar de la filosofía del lenguaje: “Las palabras no son, ante todo, portadoras de significados”. En una visión estética, Han propone que el arte actual tiene el problema de querer portar información, en vez de remitirse a dar placer, que sería su cometido esencial. Dice el autor que “Lo problemático del arte actual es que tiende a comunicar una opinión preconcebida, una convicción moral o política, es decir, a trasmitir información […] Como resultado, el arte degenera en ilustración […] Quiere instruir en vez de seducir” (84). El arte es comunicación, hoy (en todo caso, ciertas tendencias del arte, habría que decir). Pero la comunicación digital, “hipercomunicación” digital, es conectividad sin límites y no crea ningún mundo, “más bien, aísla, acentúa la soledad” (98).

En la sección “Vistas de las cosas”, hay un pasaje que describe muy acertadamente lo que hoy estamos viviendo. Dice:

La consecuencia de la marea de objetos digitales, en particular, es una pérdida del mundo. La pantalla es muy pobre en mundo y realidad. Sin nada enfrente, sin un tú, solo damos vueltas alrededor de nosotros mismos, La depresión no es sino una exacerbación patológica de la sensación de pobreza del mundo. La digitalización ha contribuida a su propagación. Las infoesferas intensifican nuestro egocentrismo. (72)

Se podría afirmar que se decanta una idea central en el libro y es esta: que lo indudablemente útil, como es la tecnología digital, al menos en algunos de sus artilugios, puede, al mismo tiempo, llegar a ser lo indudablemente degradable para el ser humano. Es una tesis provocativa, a contrapié de la cultura actual que ve en lo digital una esperanza casi de sobrevivencia. Justamente por esa contraposición es que es filosóficamente estimulante. Si hay una cuestión de la que hoy la filosofía debe hacerse cargo es de este nuevo mundo tecnologizado y el lugar de lo humano en él. ¿Se trata, simplemente, de que esta tecnología hay que “usarla bien” y evitar sus “peligros”, o hay algo más problemático en ella?

Dos cuestiones cabe observar sobre este texto. El primero, la pregunta ¿es que acaso lo denominado “digital”, “algorítmico” no es un producto humano? En la perspectiva del autor lo son, pero son “no-cosas”. Con todo, ¿es razonable desligar tan radicalmente, como hace el autor, a la información de los asuntos humanos? Algo parece quedar en el aire aquí, algo que cabría considerar con mayor detenimiento. En todo caso, si bien la información es un producto humano, justamente por ello es problemática, por sus consecuencias. Y de estas se ocupa el autor. En segundo lugar, llama la atención, también, una cuestión formal, de estructura temática del libro y es que, cuando el autor acomete el tratamiento de la inteligencia artificial, la referencia a las “cosas” no aparece como lo hace en los restantes temas, ni siquiera implícitamente. El capítulo correspondiente da la sensación extraña de ser un inserto sin más, algo ajeno a la especificidad del ensayo. ¿Qué sucedió allí con la no-cosa?

Esta filosofía de la técnica (con raíces en el pensamiento de Ortega, Heidegger, Mitcham, por ejemplo) y de la cultura contemporánea que presenta Han es finalmente una filosofía de la descripción y de la interpretación, se podría afirmar. Describe las determinantes teóricas de la vida social actual, tecnologizada computacionalmente, e interpreta epistémica y ontológicamente las consecuencias de aquellas para la vida Humana.

REFERENCES

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