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Alpha (Osorno)

On-line version ISSN 0718-2201

Alpha  no.20 Osorno Dec. 2004

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22012004000200022 

ALPHA Nº 20 - 2004 (298-302) Diciembre 2004

RESEÑAS

 

José Panettieri y María Minellono. 2002. Argentina: propósitos y frustraciones de un país periférico. La Plata: Ediciones al Margen. 239 pp.


En la misma línea que muchas publicaciones de la última década surge este libro como producto de la sana confluencia pensante entre un historiador y una mujer de letras. El libro ostenta el subtítulo de Cruces y préstamos entre la Literatura y la Historia, por eso la caracterización preliminar de que se adscribe a numerosos ejemplos de la serie dedicada a analizar la alianza disciplinar, ya sea en el plano teórico o en la ocurrencia concreta de ficción histórica.

Los autores anticipan en las consideraciones metodológicas que buscan “reinterpretar ideas-imágenes, arquetipos y cuerpos teóricos incipientes que se instalaron en las primeras horas, donde podrían hallarse más que informaciones desinteresadas (…) los reclamos urgentes de los que no deberíamos prescindir” (12). Y, efectivamente, hacia el final del libro persisten en el reconocimiento de recientes arquetipos sociales, sobre los cuales –dicen– cabría iniciar el debate (239).

En esta circunstancia, Panettieri y Minellono –docentes-investigadores de la Universidad de la Plata– se propusieron, más que la selección de un corpus temático, un recorrido diacrónico por la evolución de ideas en la historia nacional, no sin antes plantear la visión de América como categoría previa a las identidades poscoloniales. Se ilustra literariamente este período con textos como La Argentina de Martín del Barco Centenera y la de Ruy Díaz de Guzmán, en torno al tópico de la antropofagia. Lo que sigue es una ida y vuelta entre textos coloniales rioplatenses y de diverso anclaje geográfico en el mapa del territorio continental. La estrategia de revisar literaturas de otras cronologías permite reconocer motivos recurrentes como el hambre, la ambición de conquista o la percepción de América como vacío.

El primer capítulo “–La idea-imagen de América–” abarca toda la llamada literatura colonial hasta la poesía payadoresca partidaria – como la de Hilario Ascasubi y Luis Pérez– que precede a la gauchesca canónica. Las referencias al neoclasicismo, a través de un actor social como Belgrano, se concretan merced a la contextualización de un estudio económico: "Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio en un país agricultor".

De este análisis se desprende la red de influencias de la ilustración europea y se pone en evidencia el grado de intercambio disciplinar que operan los autores.
Otra muestra de transdisciplinariedad es la remisión alternativa tanto a los historiadores –Halperín Donghi y José Chiaramonte– como a los referentes de la crítica literaria –David Viñas– y aún de la escritura cuando se menta a Borges y Cortázar, con cualquier excusa.

Bueno es anticipar que la periodización que propone el texto de Panettieri y Minellono, a través de sus nueve capítulos, responde fundamentalmente a un criterio de historia política y económica antes que a la ya convencional demarcación de ciclos culturales, con excepción del capítulo 4 –que optaron por nombrarlo como “La generación romántica” (103-121)–y los dos capítulos (7 y 8) relativos al ´80, que comentaré posteriormente.

Así, el capítulo llamado “Expansión económica, mercantilismo y fisiocracia” (47-61) aporta un panorama en el que predomina la historia económica de los países centrales antes de dar entrada a la realidad americana resultante de la vigencia de teorías como el mercantilismo y del auge de los fisiócratas con Quesnay en su rol de fundador. La referencia a este notable antecedente del liberalismo económico constituye el pórtico al tratamiento que aquí importa: el cambio rioplatense desde el nomadismo de la “civilización del cuero” hacia un incipiente capitalismo. Este sobrevendría al impulsarse la agricultura como lo propusieran Vieytes y Belgrano, a cuyo testimonio se recurre.

Es válido señalar al lector que en este capítulo es tal la dominancia conceptual relativa a aspectos económicos y de la historia constitucional que se percibe una ausencia de cuánto de este panorama se proyecta en lo literario.

En el capítulo sobre el movimiento de Mayo aparecen citas de ensayistas del siglo XIX (Sarmiento) y del siglo XX (José Ingenieros) a propósito de la evolución republicana, mientras que se ilustra la participación de Juan José Castelli y B. de Monteagudo, como actores de esa construcción, a través de la novela que Andrés Rivera –ya en el siglo XX– dedicara a la revolución.

La Asamblea del año XIII, como estación de avance del proceso revolucionario de Mayo, es objeto de un minucioso examen que motiva el contrapunto de ideas entre Sarmiento en Facundo y José Ingenieros. Tanto la palabra evocada de historiadores –Mitre, Saldías, Weinberg, Romero– y de ensayistas, como las reflexiones actuales sobre estas citas motivan a coincidir con algunas afirmaciones en sordina.

Quizás pueda decirse, en cierto sentido, que la revolución emancipadora fue una revolución política y, acaso, por ser antes una revolución social, originó un complejo y difícil problema político cuya solución se dilató a lo largo de medio siglo. (92).

Por contraste, en “La generación romántica” (103-121) se apela a la literatura como correlato del rosismo y el recorrido se realiza a través de los textos clásicos: El matadero, Amalia, Facundo y algunos cuentos de Juana Manuela Gorriti. Si bien la remisión al bagaje crítico sobre estos textos resulta muy conocido (Carilla, Ghiano, Jitrik) cabe reconocer que el ingreso de trabajos más recientes como los de Jorge Mayer, M. Svampa y Francine Masiello agregan actualidad a la conocida antítesis civilización /barbarie.

Es indudable la puesta en diálogo de los clásicos de la generación romántica con otras expresiones de su propia producción. Si en las menciones a Sarmiento el eje es Facundo, se logra mayor competencia en su pensamiento gracias a la refracción del autor detectada en Recuerdos de provincia, en Mi defensa y en Campaña en el Ejército Grande, con lo cual se abarca un lapso que va de 1843 a 1851 en la sistemática estrategia ideológica sarmientina.

Algo similar se trabaja con respecto a Echeverría. El matadero configura el centro a partir del cual se convocan visiones de país que ya se aportan en el Dogma socialista, Los consuelos e, incluso, La cautiva.

Tales ideas-imágenes parecerían marcar el comienzo de una serie de repeticiones y recurrencias de nuestra historia cultural, caracterizadas por el desencuentro entre los intelectuales y las grandes mayorías, reunidas emocionalmente tras la figura carismática del hombre fuerte, generalmente imbuido de una actitud paternalista y/o demagógica para conducirlas.(114).
Otra derivación digna de encomio, aunque nada original, es el paralelo entre la generación de intelectuales del ´37 con el grupo Sur como antagónico al gobierno peronista. No se profundiza acerca de la notable producción literaria inspirada en esa coyuntura. Sólo se nombran algunos escritores de uno y otro sector, siendo notoria la ausencia de Martínez Estrada quien, como se sabe, fue uno de los más enconados polemistas al comparar rosismo y peronismo. Los autores hacen la salvedad de que el libro no incluye la “reelaboración sesentista”, exclusión lógica si se advierte que la intertextualidad está, más bien, encaminada a evidenciar la coherencia generacional, por ello las conexiones de Sarmiento y Echeverría se establecen con Alberdi, Moreno y Juan María Gutiérrez, en cuanto sujetos de una actitud programática.

A modo de evaluación paulatina arriesgaría que este libro de Panettieri y Minellono es bastante obvio para historiadores –en lo que se refiere a esa disciplina– pero es muy útil para gente de letras por la claridad y abundancia con que se arriman líneas de interpretación de corrientes de pensamiento (proteccionismo, librecambio, en el Cap. 5), y de procesos (relación Iglesia-Estado, en el Cap. 6) que delinearon el Estado-Nación. Asimismo, en menor dosis, el raconto de cómo esos procesos se plasman en la literatura pueden ser bien aprovechados por las ciencias sociales, en general, ya que no siempre se traza una periodización de la economía, por ejemplo, con apoyo en el discurso literario. De hecho, los autores acuden bibliográficamente a voces muy en coherencia con la perspectiva aludida: las de Weinberg, José Luis Romero, H. Donghi, son visiones historicistas que nunca desecharon la literatura como fuente.

A juzgar por el contenido de los capítulos que faltan comentar, este libro que prometía concretar la tantas veces buscada articulación interdisciplinaria, se cae inexorablemente. Lo afirmo –a riesgo de contradecir impresiones vertidas con anterioridad– al comprobar que los autores no entraman al interior de cada problemática o período. Muy por el contrario, cada quien hace gala de aquellos saberes ya convencionalizados en sus respectivas trayectorias. No intentan los cruces, sino que éstos ocurren merced a la mayor o menor destreza del lector en deslizarse por un corredor que opere la mezcla.

Así, por ejemplo, el abordaje de las polémicas entre Sarmiento y Alberdi desemboca en el tema del indio, ilustrado con una perspectiva de la Excursión… de Mansilla y con algunas opiniones sobre el Martín Fierro, pero, lejos de mostrar cómo el libro textualiza la identidad del indio, se da un esquema de la recepción de Hernández en, ésta, su obra capital. Se habla de la circunstancia de producción de la segunda parte en relación con la primera, hasta recalar en cómo ocurre el desplazamiento desde el significado inicial del Martín Fierro a la valoración posterior cuando el arquetipo gaucho cobra valor ideológico para el nacionalismo de Gálvez y de Rojas, e instancias posteriores.

Promediando el siglo XX –y a partir de fenómenos como el peronismo y las “correcciones“ a la historiografía liberal realizadas por el revisionismo histórico que exaltaron las figuras de Facundo, Rosas y Perón y todos los excluidos del proyecto “civilizador”– volvió la figura del Martín Fierro a ser motivo de consideraciones especiales. (183).

Si bien, la omisión del Martín Fierro hubiese sido inconveniente, el tratamiento superficial del "indio" como actor social –cuando lo que se pretendía era desarrollarlo como tema– me suscita la siguiente crítica: pudo haber sido más novedoso y enriquecedor referirse al corpus de los textos apenas mencionados, producciones que apuntaran hacia “las historias regionales de los pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires”. (183). Títulos como El último malón, Los cantos de la patria chica, El hombre olvidado, evocan a Azul y a Tapalqué como escenarios de la sobrevivencia en la frontera entre los blancos y el indio.

Por último, y con miras a demostrar la andadura despareja del texto reseñado, insistiré en la crítica sobre la especificidad literaria del capítulo 8 –“En torno al ´80”:185 a 203– versus la homogeneidad científica del capítulo siguiente. En este tramo del libro se palpa con mayor certeza lo que ya objetara más arriba en cuanto a la autonomía de los conocimientos que opera en contraposición a lo que propone el enunciado “Cruces y préstamos entre la Literatura y la Historia”.

La historia del movimiento obrero –área en la que Panettieri tiene publicaciones previas de mucho prestigio– está exhaustivamente desarrollada, en conceptos y hasta en datos estadísticos.

Aspectos institucionales, gremiales, cronologías y remisión documental completan este capítulo que es un repaso para cientistas sociales pero que, en cierta forma, deja fuera a los literatos. “En torno al ´80”, en cambio, se revela como un trabajo autónomo al plantear que la densidad metacrítica puede suscitar “dificultades de lectura”. En efecto, las notas finales –todas del campo literario– crecieron abrumadoramente respecto de otros capítulos, lo que estaría dando cuenta de la especificidad disciplinar.
Para ser justa, importa rescatar que el enfoque de la literatura del ´80 se acompasa con el capítulo 9 en el hecho de que éste toma muy en cuenta que el proletariado conformado por aquellos años se nutre de la inmigración. Por su parte la literatura absorbe representaciones del conventillo, la fábrica, la lucha de clases, la contaminación lingüística, etc., todo lo cual está considerado en esa coordenada de las ideas-imágenes que constituyen tópicos.

Amelia Royo
Universidad Nacional de Salta, Facultad de Humanidades,
Buenos Aires 177, 4400 Salta, Argentina

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