SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.54 issue128PAUL RICŒUR, IN MEMORIAMAaron V. Garret: MEANING IN SPINOZA’S METHOD author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.54 no.128 Bogotá Aug. 2005

 

RAFAEL GUTIERREZ GIRARDOT
(1928-2005)
In memoriam

RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT, IN MEMORIAM

Rubén Sierra Mejía

rsierramejia@cable.net.co


Un estudio cuidadoso de la obra de Rafael Gutiérrez Girardot es una deuda que estamos obligados a pagar quienes fuimos sus lectores; un estudio que resalte sus muchos méritos, pero también sus evidentes debilidades; sus indiscutibles aportes al estudio de la literatura latinoamericana, pero que muestre también la fragilidad de algunos de sus juicios, ya sea sobre personas o sobre corrientes del pensamiento. Pero es ésta una tarea que no cabe en los límites de un corto artículo que tiene como única finalidad rendir el tributo necrológico. Debemos limitarnos por lo pronto a señalar, de manera muy esquemática, algunos aspectos esenciales de su obra.
Con los escritos de juventud, dedicados a Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, señaló Gutiérrez Girardot el horizonte de su trabajo posterior. Ese horizonte es la literatura hispanoamericana. Por la misma época en que escribía aquellos ensayos, redactaba otros que mostraron un interés que nunca abandonó y que le sirvió para equipar de instrumentos modernos su trabajo en el campo de la hispanística: el estudio de la literatura alemana. La Universidad de Bonn fue el sitio de privilegio en el que pudo realizar sus proyectos de escritor y difundir entre los estudiantes alemanes sus ideas sobre la literatura española escrita en América.
Los pilotes sobre los cuales construyó su obra teórica acerca de lo que él llamó “historia social de la literatura”, los buscó y encontró en las dos culturas en las que vivió espiritualmente. Sin duda, Walter Benjamin fue un filósofo que recibió de parte suya una atención preferencial, en quien halló apoyo teórico para sus investigaciones sobre el fenómeno literario: autor “indescifrable”, rico en matices y penetrante siempre en sus análisis, Gutiérrez Girardot lo consideró como uno de sus orientadores. Y entre los latinoamericanos, encontró en las obras de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes muchas herramientas conceptuales para su propio trabajo.
En el estudio del problema de la historiografía literaria, vino a situarse en la tradición de nuestra precaria historia cultural. Su arraigo en el pensamiento europeo no le impidió reconocerse heredero de una línea de investigación latinoamericana: por el contrario, ésta le ofreció elementos preciosos para valorar -y rescatar incluso- obras escritas en la región latina de nuestro continente. Teóricos e historiadores de la literatura como los citados Reyes y Henríquez Ureña hicieron, a su entender, aportes sustantivos que, aun cuando con frecuencia olvidados, es necesario tener siempre presentes cuando se trata de estudiar nuestra historia cultural.
Al escritor dominicano le dedica una atención especial. Cuatro de los capítulos de Aproximaciones están dedicados a la valoración de su obra historiográfica. Además compiló, junto con Ángel Rama, y prologó el volumen La utopía de América, de la Biblioteca Ayacucho. A Las corrientes literarias en la América hispana la juzgó “obra seminal”, pues en ella encontró el germen para una auténtica historia social de nuestra literatura. Desafortunadamente, dice, “han sido pecaminosa e irresponsablemente desaprovechadas”. Dos presupuestos de la obra de Henríquez Ureña destaca Gutiérrez Girardot, incorporándolos a su propio análisis del problema: el tratamiento de “los períodos como totalidades culturales y sociales”, y la exigencia de estudiar la especificidad de la literatura latinoamericana dentro del contexto de la cultura europea. Pero no se limita a llamar la atención sobre los anteriores principios. Uno de los problemas más delicados de la historiografía literaria (como de cualquier región de la historiografía cultural) es el de la periodización. La historiografía tradicional de la literatura latinoamericana se ha movido, a este respecto, en una confusión total: ha habido quienes han comenzado esa historia con las culturas prehispánicas, y quienes con la obra de los cronistas. En ambos casos se parte de fenómenos completamente extraños al campo literario: en el primero, el ámbito geográfico determina el criterio para afiliar una obra o manifestación literaria dentro de una determinada literatura, aunque su lengua y su expresión sean completamente extrañas al período que se estudia; en el segundo, es el tema, el objeto, el que se tiene en cuenta para su afiliación. En ambos casos, el de las literaturas prehispánicas y el de los cronistas de Indias, estamos frente a fenómenos que no pertenecen a la totalidad que llamamos “literatura latinoamericana” y a la expresión que la especifica. Henríquez Ureña parte de un principio, que podemos llamar metodológico, para fijar el comienzo de una literatura: ese comienzo ha de fijarse con el inicio de una sociedad nueva, que para nuestro caso está dado por la sociedad colonial. Esa sociedad nueva se expresa en una visión del mundo, contenida no sólo en su literatura y en su ciencia, sino además en prácticas religiosas, en hábitos sociales, etc. De ahí que también sean documentos de estudio de esa sociedad, y por consiguiente de su cultura, los devocionarios, los sermones, los catálogos de bibliotecas privadas, etc.
Entre su extensa obra de teoría literaria le concedo especial lugar a Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana, un pequeño libro que recoge las conferencias que dictó en la Universidad Nacional de Colombia en 1987. Y le doy especial valor porque es la exposición sucinta de sus ideas al respecto. Por eso puede decirse que este libro se constituye en la introducción necesaria para la lectura de sus otras obras, en especial de las publicadas en los últimos años, ya que las primeras están escritas bajo otra óptica. Una introducción, pero además un programa que le propone a los investigadores latinoamericanos: la tarea de revisar nuestra historiografía literaria.
Que, como dice Pedro Henríquez Ureña, una literatura surge con una nueva sociedad (para nuestro caso la colonial) y que -afirmación de Gutiérrez Girardot- una literatura tiene la tarea de que la sociedad llegue a ser consciente de lo que es y de cómo se ha formado, señalándole, “a través de la crítica, metas utópicas”, son los dos principios que sirven de pilares para esa propuesta de una historia social de la literatura. Y un principio de método procedente de Marx: “No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, al revés, su ser social el que determina su conciencia”. Principio no por manido menos necesario de hacerlo explícito, pues hay que advertir, como lo hace hasta la saciedad Gutiérrez Girardot, que no se trata de una relación mecanicista entre los productos literarios y las condiciones sociales y económicas en que han aparecido aquéllos. Todas las modalidades de esquematismos fueron justamente los blancos preferidos por el escritor colombiano. Se trata de saber qué sociedad ha generado ciertas tendencias y escuelas literarias, y por qué razones, lo que ayuda a explicar el valor de éstas. El conocimiento de esa sociedad sirve entonces, por ejemplo, para comprender por qué en la Colonia es escasa la literatura autobiográfica: no porque existiera una “voluntad de encubrimiento y recato”, según afirmación de Juan Carlos Ghiano, sino porque el escritor colonial pertenecía a la clase de los hacendados y funcionarios, sin que hubiese llegado a adquirir conciencia del papel social que le correspondía en cuanto escritor, lo que lo exoneraba de tener que justificarse como tal.
Una despiadada tarea de demolición, haciendo resaltar aquellas obras y aquellos momentos que, al resistir la crítica, aparecen como los verdaderos mojones que señalan el recorrido de lo que podría ser nuestra tradición historiográfica, fue un principio de conducta intelectual del que Gutiérrez Girardot nunca quiso desprenderse. El nacionalismo, entendido como criterio de apreciación de la literatura, fue sometido a un examen riguroso. Esa parece ser una de las primeras tareas de una teoría de la historia literaria. Por eso su crítica a Menéndez Pelayo, impulsor de la orientación nacionalista: en su análisis deja al descubierto los prejuicios, las limitaciones teóricas y consecuentemente la miopía para la comprensión de la obra literaria del polígrafo español. El nacionalismo ha sido moneda corriente en los países latinoamericanos, lo que ha obstaculizado la apreciación continental de su literatura, como también verla dentro del contexto de la cultura europea. El marxismo, por su parte, no ha sabido, por el esquematismo y las deficiencias teóricas de quienes en América Latina lo han utilizado para sus investigaciones, corregir las desviaciones de la historiografía tradicional. Sus propósitos propagandísticos ponen el acento en aspectos ajenos a los valores propiamente literarios: el indigenismo es indudablemente el más protuberante, una manifestación eminentemente irracional (un racismo inverso que remite al irracionalismo, como todo racismo). Su conclusión es entonces que “una historia de la literatura latinoamericana deberá evitar todo fraccionamiento, abandonar todo criterio reduccionista, colocar la literatura hispanoamericana como totalidad en el contexto de la literatura europea, a la que pertenece por sus mismos elementos”. Su libro Modernismo tiene el propósito de mostrar consecuentemente que se trata -en ese movimiento- de la respuesta latinoamericana a un fenómeno que nuestros países compartieron con Europa.
Cultivó con maestría el género del ensayo, un género que se ha enraizado profundamente en la cultura latinoamericana. Con esta adopción, se alejó de las prácticas académicas de la escritura. Hoy en día, al menos en la tradición universitaria estadounidense, se ha querido ver en el ensayo un género que no se aviene con la severidad propia de la investigación académica, con el rigor del tratamiento científico. Se le considera, por el contrario, una forma expositiva que elude el control conceptual y metodológico, que se apoya en conocimientos superficiales y cuyos propósitos son sólo los de la vulgarización. Es la opinión de quienes se someten a los formalismos de las citas abundantes y de la exposición impersonal de ideas ajenas. Pero su poder heurístico, su peculiaridad de saber situarse en los límites, su voluntad de eludir el idiolecto para aceptar las maneras del lenguaje público, son cualidades, entre muchas otras, que desconocen quienes han acogido reverencialmente las formaletas de la preceptiva universitaria. El resultado es una escritura tramposa, a menudo modular, que evita el pensamiento en favor de una composición, aparentemente orgánica, de citas y de referencias con frecuencia por completo extrañas al problema; que enajena toda la posibilidad de comprensión al uso del lenguaje de escuela, esotérico y vacío.
Las mejores cualidades del ensayo son las que hacen grata la lectura de los libros de Gutiérrez Girardot. Hombre de academia, no se permite improvisaciones ni excusas que le ahorren información sobre los temas en que se ocupa, ni mucho menos la tarea de recorrer de nuevo el camino de las teorías que discute. Pero sus méritos no son sólo los académicos: sin renunciar al tecnicismo cuando éste es estrictamente necesario, su lenguaje está libre de las jerigonzas de escuela, es un lenguaje limpio que no es posible acusar de engañoso.
En una apreciación de la obra del escritor colombiano, creo necesario destacar un aspecto de su pensamiento, y es el de recobrar la función que en el siglo XIX tuvo el escritor latinoamericano, una función eminentemente crítica, sin que con esta última palabra se pretenda imponernos una determinada ideología, pues de la misma actitud participaron escritores tan diferentes como Bello, Sarmiento, Caro, Montalvo, González Prada, etc. Fue siempre un opositor, que por eso mismo nunca fue bien visto por el político de oficio. Está aún por estudiar, como lo afirma Gutiérrez Girardot, el perfil de esa figura ambigua, estudio que indudablemente ayudará al intelectual de ahora a definir mejor su responsabilidad frente a la sociedad. Uno de sus libros menos conocidos entre nosotros versa justamente sobre el problema. Me refiero a La formación del intelectual latinoamericano en el siglo XIX, obra que reúne sus conferencias en la University of Maryland at College Park.
Gutiérrez Girardot habituó a sus lectores a su indeclinable vocación de polemista, aun en aquellos escritos de mayor rigor académico. Hay que anotar a este respecto que, aparte de las razones que lo asisten en sus críticas y observaciones sobre autores y tendencias, en especial españoles e hispanoamericanos, es este aspecto de su obra el que más flaquezas presenta. La polémica y la crítica tienen indudablemente el poder de hacer avanzar una región del conocimiento, de evitar el dogmatismo anquilosante. Gutiérrez Girardot fue un autor crítico por vocación, que se apoyó en la ironía para lograr el blanco perfecto. Pero la ironía cuando es reiterativa, pierde sus efectos literarios para convertirse en obsesión. Es entonces cuando la crítica desciende a la camorra y al regaño. Y el argumento irremediablemente se debilita.


Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License