Simone de Beauvoir y la moral
existencialista
Leandro Sánchez Marín
Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid
Universidad de Antioquia
Aunque no puede hablarse en sentido estricto de una
teoría moral del existencialismo a la manera de los grandes
sistemas y modelos éticos de occidente, sí existen muchos
argumentos que respaldan una versión en la cual es
discutida la moral tradicional en contraposición a la
posibilidad de una moral de la situación apoyada por las
tesis más importantes de los existencialistas. Simone de
Beauvoir ha elaborado un conjunto de textos donde esta
posibilidad es expuesta. Muchos de ellos recibieron poca
atención en su momento, pues simplemente se asumieron
como escritos del instante y no fueron discutidos de
manera detenida entre los círculos intelectuales de la
época. Suerte contraria recibió su obra más destacada, El
segundo sexo, sobre la cual ha surgido una amplia y
profunda cantidad de estudios; los cuales han estado a la
base de la orientación y discusión teórica del feminismo
contemporáneo. Si bien desde esta última obra se pueden
establecer criterios morales respecto de la condición de la
mujer y a partir de ella de la condición de la humanidad en
su conjunto, siguen siendo los ensayos filosóficos de la
década de 1940, particularmente Pirro y Cineas y Para una
moral de la ambigüedad, donde la autora discute de manera
específica cuestiones morales. El propósito de este texto es
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exponer algunas de las ideas principales de estas dos obras
a la luz de algunas interpretaciones y de la forma en que
Beauvoir confronta la condición humana mientras elabora
sus propios argumentos en favor de una moral
existencialista.
Pirro y Cineas
El juego dialógico que recuerda Simone de Beauvoir (1995)
entre el enérgico conquistador Pirro y el escéptico ministro
Cineas, nos informa sobre una contraposición respecto de
la libertad encarnada en dos actitudes opuestas. El primero
representa un deseo de trascendencia, un espíritu imperial,
el impulso hacia la ampliación de los límites del mundo a
partir de la acción. El segundo parece ser conformista,
quizás exprese algo de pereza en esa sospecha manifiesta
sobre la posible inutilidad de toda acción humana que
busca la aventura. Podría ser que Cineas busque la
prudencia al contrario que Pirro, quien parece justificar el
desborde de sus pretensiones en una mezcla de temeridad
y curiosidad ante lo desconocido. Según Kate Kirkpatrick,
Beauvoir considera que, más allá de la inmediatez de la
conversación entre los dos personajes señalados, es claro
que los seres humanos “establecen objetivos y se ponen
límites, pero [además saben que] es posible sobrepasar los
objetivos y cambiar los límites” (Kirkpatrick, 2020, p. 193).
Esta característica de la condición humana funda una
inquietud de primer orden respecto del sentido de la
acción y la forma en la cual esta se configura a partir de los
actos que se despliegan en situaciones concretas y que,
además, responden a cuestiones existenciales como lo es la
ineludible exigencia de la elección.
El ensayo de Beauvoir que tiene su apertura con la
conversación aludida recibe el nombre de Pyrrhus et Cinéas
—en castellano se ha editado bajo el título ¿Para qué la
acción?—, se empezó a escribir en 1943 y fue publicado en
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1944; en medio de la Segunda Guerra Mundial y en el
contexto de la Ocupación Nazi de Francia que se extendió
durante un poco más de cuatro años comenzando en junio
de 1940. Este es el mismo periodo donde se conforma la
resistencia francesa en París. Beauvoir hizo parte de uno
de los grupos “resistentes” de manera activa, llevando a
cabo actividades en rechazo de la Ocupación; en su propia
residencia se realizaron reuniones clandestinas donde se
discutió la posibilidad de realizar atentados con
explosivos, pero rápidamente, los asistentes —entre los
cuales se encontraban Jean-Paul Sartre y Maurice MerleauPonty— se dieron cuenta de que ninguno “se sentía
calificado para fabricar bombas o lanzar granadas”
(Beauvoir, 1982a, p. 524), lo que les llevó a privilegiar
entonces la elaboración de panfletos y la recepción de
informes, además de la difusión de volantes y boletines en
contra del fascismo, pues solamente tenían la capacidad de
utilizar las armas de la palabra (Rowley, 2006, p. 191).
Pirro y Cineas es un ensayo que desarrolla las
implicaciones de las acciones cuestionando el criterio de la
utilidad y denunciando la ingenuidad de los apriorismos
que desconocen el contexto en el cual ellas se llevan a cabo.
Más allá de resaltar este aspecto, muchos de los estudios
sobre Beauvoir asumen que la relación entre su obra
particular y la corriente general del existencialismo es,
además de obvia, fundamental para la comprensión de
muchas de sus ideas:
Pirro y Cineas es una buena introducción al
existencialismo. El existencialismo sostiene que cada uno
de nosotros da sentido a nuestra propia vida a través de
nuestras elecciones personales. Beauvoir demuestra que
esto es lo que todos acabamos haciendo, seamos
conscientes de ello o no. Ningún sistema de valores
externo o práctica de vida que podamos adoptar
proporciona un atajo viable (Arp, 2017, p. 284).
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Así pues, ni los conceptos éticos absolutos, ni las
implicaciones relativas de nuestras actitudes parecen ser
caminos acertados para justificar nuestras acciones. Ambas
opciones opacan el sentido de la libertad y tratan de
desplazar la responsabilidad de los individuos hacia
planos abstractos donde ella queda al margen de la acción.
Ante el problema existencial de cómo entender nuestra
responsabilidad en relación con nuestras acciones,
Beauvoir entiende que el rasgo principal de la condición
humana es la libertad; esta última es el criterio más
importante en el plano de la elección individual. Ante este
problema, entonces, “la respuesta de Beauvoir en Pirro y
Cineas […] es que solo comprometiéndonos en el mundo a
través de proyectos que nos sumergen, trascendentes,
hacia un futuro abierto junto con los demás, se revela
nuestra libertad” (Kruks, 2014, p. 138). Este rasgo de la
trascendencia es fundamental en la exposición de
Beauvoir, pues no solo hace énfasis en las proyecciones de
los seres humanos, sino que implica un momento de
transformación y cualificación que da cuenta de la
individualidad no como una entidad fija e invariable, sino
como un proceso en el cual aparecen variaciones y formas
inéditas de ser; en ello precisamente está sustentado el
sentido de la libertad. De esta manera, son muchos los que
han seguido está ruta interpretativa:
Varios pasajes de Pirro y Cineas y otros ensayos del
período moral de Beauvoir apoyan la opinión de que la
concepción de libertad, central para su ética
existencialista, es el sentido fenomenológico de libertadcomo-trascendencia (Kirkpatrick, 2023, p. 7)1.
Kristana Arp ha señalado las raíces conceptuales del concepto de
trascendencia que adopta Beauvoir y también ha hecho énfasis en su
importancia para el cuestionamiento de lo dado: “el propio concepto de
trascendencia de Beauvoir, al que recurre muchas veces en Pirro y
Cineas, proviene de su extenso estudio de Hegel, Heidegger y Husserl.
1
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Aunque esta relación entre libertad y trascendencia es
fundamental no solo para Beauvoir, sino también para el
existencialismo en general, hay un momento de revisión
por parte de la misma autora que pone en cuestión la
fuerza de sus argumentos. Al referirse muchos años
después sobre el periodo en el que escribió las obras que
aquí estamos tratando, Beauvoir ya no estaba tan
convencida de su idea de libertad esbozada esa época y la
consideraba demasiado abstracta (Beauvoir, 1982b).
Sin embargo, la libertad continuaría siendo un concepto
relevante para ella y aparecería como criterio central en sus
ideas respecto de la condición femenina y otros asuntos de
orden político y social. Para algunos, parece exagerada la
autocrítica de Beauvoir respecto de sus propias
consideraciones morales sobre la libertad, y no dudan en
contrastar estas ideas con el conjunto de su obra y el
desarrollo político de los años posteriores, ello para señalar
el carácter excesivo de este episodio:
La propia Beauvoir estaba irritada por su primer período
moral, por ser abstracto e idealista. De hecho, se reprende
a sí misma y a Jean-Paul Sartre por seguir aferrándose a la
idea de libertad radical y a sus identidades burguesas.
Creo que su autocrítica es dura. Ya en Pirro y Cineas,
comenzó a darse cuenta del papel de los demás y del
contexto en el que se logra la libertad; de ahí que su
ontología de la libertad no sea tan abstracta ni tan
individualista como supone. Su irritación con sus
consideraciones éticas, veinticinco años después de su
redacción, es un efecto de haber vivido la Guerra Fría y
haber apoyado las luchas emancipadoras de los años 60
(es decir, el anticolonialismo, el feminismo, el socialismo
revolucionario) tanto en Francia como en otros lugares.
Así que es comprensible su opinión de que su obra sobre
Para ella, la trascendencia implica una búsqueda constante más allá de
las circunstancias dadas” (Arp, 2017, p. 276).
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la moral era abstracta, no suficientemente basada en la
historia (Stavro, 2018, p. 26).
De esta manera, el lugar del otro comienza a tomar aún
más fuerza como un asunto necesario para afirmar la
propia libertad. El carácter histórico que suponen las
luchas emancipatorias en las que participó Beauvoir no
marca un punto de quiebre entre sus ideas morales y la
praxis política, más bien las cualifica, pues, lejos de no
tener validez para estos contextos, se ratifican a la luz de
los hechos que enmarcan las disputas culturales por la
expansión de la libertad y el rechazo del statu quo. Por ello,
Pirro y Cineas no es una obra aislada de esta problemática
y en ella ya están trazadas las preguntas fundamentales
que acompañaran los años posteriores donde asistirá a
tantas luchas y oposiciones políticas.
Se pueden ubicar ideas relacionadas en Pirro y Cineas, que
describen a cada sujeto contribuyendo a la situación del
otro y, por tanto, a las condiciones o contexto de su
libertad. La obra también muestra sujetos que se atraen o
responden mutuamente. La comunicación implica modos
de reconocimiento implícitos o explícitos (Deutscher,
2008, p. 164).
Este sentido de la comunicación, de la relación entre
individuos, corresponde a un plano descuidado no por los
existencialistas sino por sus intérpretes. Como señala
Penelope Deutscher, la intersubjetividad es un ámbito de
preocupación fundamental para el existencialismo de
Beauvoir y para el desarrollo de sus ideas morales. Las
caricaturas del existencialismo que entienden su forma de
asumir la acción a través de la irresponsabilidad y el
extremo relativismo, no tienen en cuenta que en él la
presencia del otro siempre se ofrece como un momento sin
el cual la acción pierde su validez. Sin tener en cuenta las
relaciones con los otros ninguna forma de vida puede
calificarse como auténtica y, por ello, el existencialismo no
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puede ser reducido a actos subjetivistas que afirman
posiciones solipsistas y asociales. De ahí que las críticas al
mismo existencialismo que lo emparentan con cierta forma
de “decadentismo” (Bobbio, 1997) sean evidentemente
erróneas y estén desfasadas. El existencialismo plantea
como una de sus preguntas centrales la existencia del otro
y la relación que se establece con él en un mundo de
realidades contingentes:
En Pyrrhus et Cinéas, Beauvoir plantea algunas cuestiones
fundamentales para el existencialismo, como el propósito
de la existencia humana en un mundo sin Dios y la
naturaleza de nuestra relación con el mundo y con otras
personas. Ella responde a estas preguntas argumentando
que no existe un propósito predeterminado para nuestras
vidas; en cambio, nos construimos a nosotros mismos y al
significado de nuestra vida constantemente en el crisol de
nuestras relaciones con otras personas y de acuerdo con
las contingencias del mundo, que no podemos controlar
(Tidd, 2009, p. 75).
Es polémico el argumento que afirma la existencia de
un mundo de relaciones contingentes que no podemos
controlar, pero advertido en detalle este mismo argumento
es el que sostiene la visión naturalista de las relaciones
sociales que hacen derivar la desigualdad y la opresión de
una estructura rígida e inmóvil. Para Beauvoir esta
contingencia no puede servir para justificar lo que existe,
sino para afirmar que, en virtud de su ambigüedad, es más
urgente hacerse cargo de la propia existencia como una
realidad que exige responsabilidad y compromiso.
Para una moral de la ambigüedad
La consideración sobre la moral existencialista que
Beauvoir elaboró a lo largo de sus ensayos de la década de
1940, también responde al propósito de ofrecer una
discusión sobre la necesidad de un momento subjetivo en
medio de las posiciones materialistas de principios del
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Simone de Beauvoir y la moral existencialista
siglo XX y en medio de la Segunda Guerra Mundial. Para
Beauvoir, las tendencias de orientación marxista
difundidas en todo el mundo como una posibilidad
revolucionaria de construcción de sociedades más justas,
carecían de una comprensión sobre la subjetividad como
elemento fundante de la acción. Ante la condición objetiva
del mundo, con la que se entretenían algunos intelectuales
de izquierda, las cuestiones subjetivas quedaban relegadas
como momentos apoyados por el capricho individual y
como asuntos fundados en la moral del individualismo
burgués. Con la publicación del compendio de ensayos El
existencialismo y la sabiduría popular en 1948, los cuales ya
habían sido publicados por entregas en algunos números
de Les Temps Modernes, Beauvoir continúa un campo de
discusión que la obra de los existencialistas ya había
planteado de forma polémica2, y también sigue
desarrollando sus intereses teóricos, los cuales no lograban
encontrar un espacio propicio en medio de la tendencia
existencialista; entre ellos, la discusión sobre la moral.
Uno de los atentos lectores de Les Temps Modernes, el
marxista ortodoxo Georg Lukács3, elaboró una crítica del
Merleau-Ponty (1968) había escrito Humanismo y terror y Sartre había
discutido con los marxistas en su conferencia “El existencialismo es un
humanismo” (Sartre, 2009), continuando esta polémica en
“Materialismo y revolución” (Sartre, 1960).
3 La forma en que Lukács llama la atención sobre la ortodoxia marxista
está distante de una identificación con las tendencias economicistas e
historicistas que renegaban de la filosofía en favor de la ciencia. Para la
Lukács la ortodoxia marxista debe entenderse como fundamentalmente
amparada en las consideraciones sobre el concepto de historia de Marx
y no con los parámetros de exactitud empírica con los cuales se
reconciliaban, entre otras doctrinas, el positivismo. Lukács defiende la
crítica de la economía política de Marx como una vía concreta de análisis
social enlazada a la historia como momento fundante de las
transformaciones políticas más relevantes de la modernidad. Aunque
en muchos de sus textos condena la ideología burguesa como resultado
de estas mismas transformaciones (Lukács, 1975, 1978, 1984), Lukács no
desecha de manera abstracta estos momentos y los redirecciona en
2
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existencialismo que incluía un apartado donde se discutían
directamente las consideraciones de Beauvoir respecto de
la moral de la ambigüedad4. Bajo el título “La moral de la
ambigüedad y la ambigüedad de la moral existencialista”,
Lukács confrontaba las tesis de Beauvoir en el ámbito
intelectual de la época. Para él, las consideraciones
existencialistas contaban con un momento de pecado
original; pensaba que la fenomenología y la ontología
permanecían intocadas en la base de su propuesta y que,
más allá de la exposición del marxismo que realizaba
Beauvoir, era precisamente esta herencia heideggeriana —
la de la fenomenología y la ontología— la que permanecía
como la sombra ideológica del existencialismo (Lukács,
1975, p. 98).
Otra de las recepciones críticas de Beauvoir fue
elaborada por Iris Murdoch. Según ella, el ensayo Para una
moral de la ambigüedad “podría ser definido como un
tratado de ética, un ejercicio de fenomenología o un
panfleto político” (Murdoch, 2020, p. 49), con esto parece
sugerir la dificultad del texto en términos de su
delimitación teórica, aunque no por ello rechaza tomar en
serio las tesis que la obra contiene. Es más, la forma en la
función de un marxismo crítico tendiente a la acción, además de integrar
momentos como el hegeliano a su propia consideración del marxismo
(Lukács, 1963).
4 Beauvoir no fue confrontada directamente por muchos de los teóricos
varones de su tiempo, más allá de las disputas internas con el grupo
existencialista de París alrededor de la fenomenología alemana y el
mismo existencialismo, sus ensayos filosóficos de la década de 1940 no
tuvieron gran resonancia. Ni siquiera la aparición de su obra El segundo
sexo en 1949, recibió una discusión académica y objetiva por parte de los
intelectuales más influyentes de ese periodo; en contraposición solo
recibió algunos insultos y comentarios arbitrarios por parte de algunos
de ellos. Albert Camus es un lamentable ejemplo de esa reacción poco
rigurosa, pues acusó a Beauvoir de haber “ridiculizado al macho
francés” (Beauvoir, 1982b, p. 229), renunciando con este comentario
abstracto a cualquier discusión teórica.
123
Simone de Beauvoir y la moral existencialista
cual elabora su recepción encuentra un punto central a
partir del cual identifica algunos problemas inherentes a la
propuesta de una moral existencialista, pues, según ella,
Beauvoir “reduce los mandamientos morales, ya sean
sociales o personales, a uno; respeto por la libertad”
(Murdoch, 1956, p. 116) y ello implica el establecimiento de
un absoluto sustancial como punto de partida de una
filosofía que supuestamente rechaza todo apriorismo. Es
más, siguiendo esta crítica, se afirma que las posiciones de
Beauvoir “están teñidas tanto por sus presupuestos
metafísicos como por algunas creencias apasionadas”
(Murdoch, 2020, p. 52).
En un sentido que no es crítico, Nancy Bauer también
ha estudiado la influencia heideggeriana en la obra de
Beauvoir. Según ella, existen suficientes razones para
tomar en serio “las implicaciones ontológicas
heideggerianas […] y explorar su conexión íntima con la
manifiesta inversión de Beauvoir en la idea del
reconocimiento recíproco” (Bauer, 2006, p. 70). Además de
esto último, también parece que otro punto de conexión
entre el existencialismo francés y la filosofía de Heidegger
puede hallarse en lo que se refiere al concepto de muerte.
Aunque es necesario decir que la forma que este asume en
Heidegger es explícitamente esencialista, mientras que en
Beauvoir, por ejemplo, la muerte no debe entenderse a la
manera de un determinismo absoluto.
El ensayo Para una moral de la ambigüedad comienza con
la muerte. Beauvoir (1956a), a través de Michel de
Montaigne, recurre a la afirmación del desarrollo de la
vida como algo tendiente a la muerte, para hacer notar que
es propio de los seres humanos su condición de mortales y
que la idea de la inmortalidad es un drama existencial5.
La novela de Beauvoir Todos los hombres son mortales, publicada en 1946,
aborda el drama de Raymundo Fosca, un príncipe medieval de
5
124
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Además de ello, esta afirmación está acompañada de la
consideración según la cual el ser humano, además de
padecer la muerte, reflexiona sobre ella y le asigna sentido.
Dice Beauvoir que otras especies, como los animales y las
plantas, están dispuestas solo para la primera condición de
las señaladas respecto de la muerte: la padecen, pero no la
piensan, no otorgan sentido a esa experiencia y mucho
menos la rechazan o la aceptan; para estas especies la
muerte simplemente sucede6. La diferencia aquí planteada
introduce un argumento que, según Beauvoir (1956),
implica que los seres humanos se “evaden de su condición
natural” (p. 9). Sobre este mismo asunto, en Una muerte
muy dulce, Beauvoir (2017) señala lo siguiente:
No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre
es natural puesto que su sola presencia cuestiona al
mundo. Todos los hombres son mortales: pero para todos
Carmona que se enfrenta con la posibilidad de la inmortalidad y con la
enorme carga de una experiencia que se resiste a finalizar el tiempo. En
uno de los pasajes de esta novela, se puede ver la forma en la que su
protagonista padece la condición de la inmortalidad como un desafío
contra el tiempo y contra su propia condición de ser reflexivo: “Entré en
la catedral y miré las losas bajo las cuales yacían los príncipes de
Carmona; bajo la bóveda, la voz del sacerdote había murmurado: ‘Que
en paz descansen’. Descansaban en paz. Y yo estaba muerto, pero estaba
todavía ahí testigo de mi ausencia. Pensé: ‘Nunca habrá descanso’”
(Beauvoir, 1956b, p. 211).
6 En este punto podemos encontrar cierta resonancia de las
consideraciones hegelianas respecto de la diferencia entre los seres
humanos y los animales. Para Hegel, lo que distingue a estas dos
especies es la capacidad de autoconciencia de la primera y la ausencia
de ella para la segunda: “el hombre piensa, aun cuando no tenga
conciencia de ello. Si pues Dios se revela al hombre, se le revela
esencialmente como a un ser pensante; si se revelara al hombre
esencialmente en el sentimiento, lo consideraría idéntico al animal, a
quien no ha sido dada la facultad de la reflexión. Pero a los animales no
les atribuimos religión. En realidad el hombre tiene religión, porque no
es un animal, sino un ser pensante. Es la mayor de las trivialidades decir
que el hombre se diferencia del animal por el pensamiento; y, sin
embargo, esta trivialidad ha sido olvidada” (Hegel, 2010, p. 37).
125
Simone de Beauvoir y la moral existencialista
los hombres la muerte es un accidente y, aunque la
conozca y la acepte, es una violencia indebida (p. 142).
Que se establezca la muerte como una condición que no
es natural entre los seres humanos, lejos de indicar una
potencia absoluta de estos sobre el mundo, revela una de
sus debilidades; indica que lidiar con este asunto
existencial define muchas de las acciones de la especie
humana sobre el mundo que ella habita.
Para Beauvoir existe un temor humano a la muerte que
genera un mecanismo de encubrimiento de esta condición
existencial. A partir del dualismo entre cuerpo y alma, el
relato cristiano dominante en occidente ha establecido la
inmortalidad como camino verdadero del destino
humano, ha negado la muerte en función de la
reivindicación de una vida más cualificada y justa después
del accidente terrenal de una vida aparente que se define a
través de un grado de verdad relativo, pues la vida
absoluta, de cara a la inmortalidad, no es de este mundo
terreno sino de un mundo divino y absolutamente divino.
Frente a esta posición determinista, Beauvoir sostiene
que la existencia humana no puede reducirse a sus datos
biológicos o a sus creencias religiosas, pues la existencia
insiste constantemente en la ambigüedad y es en ese
terreno donde encuentra su justificación. Que el fracaso sea
uno de los momentos de la existencia humana para el
existencialismo y que a través de él se desarrollen los
proyectos individuales y colectivos, no implica un sentido
de derrota, todo lo contrario, es uno de los puntos más
relevantes de cara a la cualificación de todo proceso
humano y de toda construcción de la personalidad como
una carencia de ser que busca constantemente su propia
afirmación. Es por ello, el vínculo entre ambigüedad y ética
cobra pleno sentido en Beauvoir:
126
Leandro Sánchez Marín
El fracaso o la carencia no se superan ni se niegan, sino
que se asumen como ambigüedad, la ambigüedad de la
existencia que cada ser humano debe aceptar y realizar
como el paso de una visión determinista de la naturaleza
a la moral (Olkowski, 2014, pp. 156-157).
Para Beauvoir, la moral no es un estadio acabado
donde los seres humanos se encuentran reconciliados.
Ella considera que el espacio de la moral implica
diferencias y conflictos, y esto es lo que marca el sentido
de la ambigüedad que acompaña las acciones de los
individuos en relación con sus propias aspiraciones y
las derivas que ello tiene en referencia a los demás, los
cuales, a su vez, también se encuentran en una posición
de ambigüedad respecto del prójimo. En su obra Para
una moral de la ambigüedad, Beauvoir se propone
desarrollar, entre otras cosas, las condiciones que
explican esta forma de relacionarse entre los seres
humanos, una forma ciertamente ambigua aunque no
relativista.
Su uso de la palabra “ambigüedad” en el título de la obra
es de considerable importancia. Para ella, la ambigüedad
se refiere a una realidad paradójica, en la que cada uno de
los dos aspectos contradictorios de un único existente
tiene el mismo peso (Kruks, 1998, p. 52).
Inmanencia y trascendencia, necesidad y libertad son
algunas de las dimensiones que podrían hacer referencia a
los aspectos contradictorios que presenta Kruks en la cita
anterior. Sin embargo, Beauvoir no solo se proponía
identificar este tipo de contradicciones; en Para una moral
de la ambigüedad, Beauvoir fue un paso más allá. Allí sugirió
que la opresión puede impregnar la subjetividad hasta el
punto en que la conciencia misma se convierte en nada más
que un producto de la situación opresiva (Kruks, 2001, p.
36). La opresión tiene como resultado la cosificación; un
proceso en el cual el sujeto deviene objeto y donde se
127
Simone de Beauvoir y la moral existencialista
agotan sus posibilidades trascendentes. Según Beauvoir, la
opresión es una de las condiciones más absurdas para la
existencia humana. En las relaciones de dominio la
opresión aparece como su base concreta. Configurar una
relación de servidumbre, a partir de condiciones sociales
que permiten someter y ser sometido, es propio de
comunidades políticas donde la violencia está a la orden
del día; y propio de este modelo es el contexto de barbarie
respecto del cual Beauvoir ofreció su rechazo y, en
contraposición, su solidaridad con los oprimidos
(Beauvoir & Halimi, 1963).
La opresión divide al mundo en dos clanes: existen
quienes construyen a la humanidad lanzándola al
encuentro de sí misma, y quienes están condenados a
revolverse sin esperanza alguna, y cuyo sino consiste
solamente en mantener a la colectividad; su vida es una
pura repetición de gestos mecánicos y su ocio solo alcanza
a recuperar sus fuerzas: el opresor se nutre de su
trascendencia, y rehúsa prolongarla por medio de un libre
reconocimiento (Beauvoir, 1956a, pp. 80-81).
De esta manera, de acuerdo con Beauvoir, el propósito
de tener y de expandir el deseo de posesión hacia todo
aquello que se entiende como susceptible de sometimiento,
deriva en opresión y “cuando el deseo de plenitud, de
apropiación o posesión domina el deseo de disminuir la
angustia y el hastío de la existencia, se establecen
relaciones jerárquicas”, aunque, y también se debe notar,
cuando se reconoce la ambigüedad constitutiva de estos
estados existenciales, “se puede alimentar una orientación
diferente” (Marso, 2017, p. 7).
Conclusión
Sin duda, los motivos de Beauvoir para explorar el ámbito
de la moral no han sido impulsados por una actitud
ingenua. Bien sabía que ese mundo en el que le tocó vivir
128
Leandro Sánchez Marín
―que no es muy diferente del nuestro― ofrecía escenarios
que a su vez exigían un desarrollo crítico de la reflexión
sobre las relaciones humanas. Particularmente, el siglo XX
estuvo bajo la mirada de Beauvoir (1983) como una época
en donde “la verdadera comunicación entre los hombres,
aquélla que el lenguaje no consigue realizar, se obtiene por
la violencia” (p. 92). Ello determinó muchas de sus
consideraciones, las cuales se orientaron a partir de
escenarios catastróficos y no desde pretensiones
normativas sobre la posibilidad de mundos correctos,
armónicos y pacíficos. Bien podrían ser estos últimos
rasgos móviles morales para Beauvoir, pero no premisas
teóricas ni mucho menos parámetros para la acción en
medio de la realidad de un mundo donde la opresión y la
violencia son la regla y no la excepción.
Insistir en que las relaciones humanas en el mundo se
encuentran malogradas, no mina las posibilidades para el
desarrollo de existencias auténticas que rechacen esta
lógica de lo malogrado y construyan otros espacios donde,
en vez de la opresión, se imponga el reconocimiento
reciproco como actitud humana fundamental. Privilegiar
el énfasis crítico por sobre la teoría normativa, le permite a
Beauvoir elaborar un diagnóstico sobre la moral del cual
deriva una exigencia de responsabilidad y también el
cuestionamiento de toda apatía y toda resignación. La
ambigüedad es una característica que permite confiar en la
capacidad humana para desmontar los esencialismos y
erigir otra condición que no se funde en la aceptación de lo
dado como necesario e inmodificable.
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