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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.58 no.140 Bogotá May/Aug. 2009

 

Hayden White y una filosofía de la historia literariamente informada

Hayden White and a Literarily Informed Philosophy of History

 

VERÓNICA TOZZI

Universidad de Buenos Aires UNTREF-CONICET - Argentina, veronicatozzi@fibertel.com.ar

Artículo recibido: 31 de agosto de 2008; aceptado: 28 de octubre de 2008.


Resumen

En el 2008 se cumplen 25 años de la aparición de Metahistoria: la imaginación histórica en el siglo XIX, punto de inflexión para la filosofía de la historia en tanto se aviene a su giro lingüístico. 2008 también es el 80 aniversario del propio Hayden White, ocasión que ha convocado a los filósofos de la historia y a diversos historiadores a revisitar su obra y reconsiderar los desafíos que nos legó. Fundamentalmente, su insistencia en volver una y otra vez a diversas expresiones y manifestaciones de la teorización literaria para iluminar la naturaleza del discurso histórico. El presente escrito evalúa críticamente las consecuencias que la información literaria implica para el status cognitivo de la representación histórica.

Palabras clave: historia, discurso, tropos, realismo figural, teoría literaria.


Abstract

The year 2008 is the 25th of the publication of Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe, a milestone for the philosophy of history, since it comprehends its linguistic turn. 2008 is also the 80th birthday of Hayden White, an occasion for philosophers of history and historians from several areas to revisit his work and reconsider the challenges that it has delegated to us. A fundamental challenge is the necessity of going back, again and again, to literary theory to elucidate the nature of historical discourse. This article makes a critical evaluation on the consequences that literary information has for the cognitive status of historical representation.

Keywords: history, discourse, tropes, figural realism, literary theory.


El arte puede ser semejante a la vida,
pero la vida no se asemeja al arte, aun cuando lo intente.
Los tipos de plots que endosan series de eventos con significado
existen sólo en el arte y no en la vida.

(White 2006 31)

El 2008 es un año crucial, pues se cumplen 35 años de la aparición de Metahistoria: la imaginación histórica en el siglo XIX, punto de inflexión para la filosofía de la historia en tanto se aviene, como constata Frank Ankersmit, a su giro lingüístico. La tradicional demarcación al interior de esta área filosófica entre una rama crítica, interesada en el status científico de la investigación historiográfica, y otra rama especulativa, preocupada por el sentido, la finalidad y el progreso del devenir humano, es disuelta o fusionada en lo que hoy llamamos, gracias otra vez a Frank Ankersmit, nueva filosofía de la historia.1 Este movimiento involucra un fuerte cuestionamiento de los presupuestos epistemológicos de la historiografía "académica" (también denominada, en el espíritu de Kuhn y Laudan, normal o tradicional2): a su concepción representacionalista del conocimiento histórico, al ideal de alcanzar el relato o interpretación verdaderos acerca del pasado y a la consideración de la historia como una ciencia. 3 La nueva filosofía de la historia es un llamado a la reflexión sobre los recursos lingüísticos mismos que hacen posible la expresión de un discurso que se pretende significativo del pasado en relación con el presente y el futuro, pretensión que aúna la historiografía y las filosofías especulativas de la historia. Es tal vez por esto último que los nuevos filósofos de la historia se han reconocido partícipes de un espíritu narrativista como una alternativa a la epistemología, incluyendo dentro de esta a la hermenéutica y a la filosofía analítica anglosajona, críticas ambas del monismo metodológico, pero que no obstante, persistían en la búsqueda de justificación para la distinción entre un pasado real y uno construido, así como de la posibilidad de encontrar criterios de verdad para descripciones, explicaciones (legales, narrativas o racionales) e interpretaciones históricas. El narrativismo se apartará de ellas porque no pretende un ideal de cientificidad para la historia, ya sea afín a las ciencias naturales, ya sea afín al de las ciencias sociales; por el contrario, será proclive a informarse de toda reflexión acerca del lenguaje mismo, sobre todo del lenguaje narrativo en su dimensión por supuesto cognitiva, pero también y no menos importante, en la práctico-política y la estético-expresiva. El agotamiento del fundacionismo epistemológico y el surgimiento de una filosofía narrativista de la historia es la respuesta a la demanda para atender a la significación del texto histórico en su totalidad de manera autónoma en relación con el significado que aisladamente sus enunciados singulares empíricos puedan tener.

El año 2008 también es el 80 aniversario del propio Hayden White, ocasión que ha convocado a diversos filósofos de la historia e historiadores a revisitar su obra y a reconsiderar los desafíos que nos legó (cf. Munslow & Goodman; Ankersmit, Domanska & Kellner 2009). Fundamentalmente, su insistencia en volver una y otra vez a ciertas expresiones y manifestaciones de la teorización literaria para iluminar los alcances y finalidades de cualquier discurso histórico. Es a la evaluación de las consecuencias que la información literaria implica para la representación histórica, a lo que estará dedicado el presente escrito. En los dos primeros apartados ofreceré una consideración de aquello que White se apropia de la teoría literaria. En el tercero haré unas aclaraciones sobre la consideración witheana acerca de la relación-distinción entre lo fáctico y lo figurativo en un escrito histórico. Los dos apartados finales reconstruyen cómo sería, desde una perspectiva whiteana, ocuparse de un problema nunca abandonado ni por historiadores ni por filósofos de la historia: la cuestión de la elección de la mejor interpretación.

1. Aprender de la teoría literaria

La obra de White es generalmente vista como una elaboración tendiente a igualar historia y literatura, cuando debería reconstruirse en términos de una apelación a la teoría literaria para desentrañar los recursos lingüísticos que intervienen en la producción de todo discurso histórico, esto es, todo aquel discurso en el que el pasado humano es su tema. Estos discursos se han encarnado en dos ámbitos, la filosofía especulativa de la historia y la historiografía académica, en tanto tratan de hacer el pasado inteligible a través de la elaboración de narrativas, dado que es este tipo de discurso el que permite relacionar de una manera sincrónica acontecimientos que se han dado en forma diacrónica. Sus mayores expresiones se han dado en el siglo XIX. Por ello White se aproximará a exponentes de la filosofía especulativa de la historia e historiografía del siglo XIX en términos de discursos que trataban de producir, no sin esfuerzo, una consideración "realista" del pasado que medie entre otras consideraciones alternativas e incluso conflictivas, el registro sin pulir y el público. En este sentido, las diversas filosofías de las historia y las diversas historiografías son todas sin excepción "formas de realismo"; sus diferencias residirán en la elección de formas de tramar, en la elección de lo que consideren tipos aceptables de conexiones entre los eventos históricos y, finalmente, sus evaluaciones acerca de la posibilidad o deseabilidad de cambio para el presente y el futuro. En suma, analizados como discursos producto de una selección entre los recursos efectivamente disponibles, filosofías especulativas de la historia e historiografía no tienen diferencias esenciales, sino sólo en el hecho de que la primera, no limitada por la evidencia, deja al descubierto o aparenta ser pura trama, la historia, en cuanto comercia más directamente con la evidencia, oculta los recursos discursivos (cf. White 1992, Prefacio e Introducción). Habiendo entonces recortado su tema, resta elegir el marco teórico de análisis y, dado que se trata de discursos, de lenguaje y de que ese lenguaje ha optado por la forma narrativa, White apelará a aquella disciplina cuyo tema es el lenguaje narrativo. Así White se apropiará de la teoría literaria para producir una teoría de la obra histórica, que especificaré como teórico-literariamente informada,4 para iluminar su pretensión de representar realistamente el pasado. No quiero dejar pasar que he entrecomillado la expresión "formas de realismo"; el objetivo es señalar que lo que se está cuestionando es la consideración naive del mismo, dado que: (1) una representación realista del pasado es algo a producir, no algo a encontrar o descubrir. (2) No existe una única manera de representar realistamente la realidad. Y (3) los criterios de realismo son históricos y han variado a lo largo de la historia.

La obra de White también ha sido leída como promoviendo un relativismo e indecisionismo a la hora de elegir interpretaciones del pasado; lo que se soslaya en esta lectura es que el carácter controversial irreductible del conocimiento histórico es el punto de partida, no el de llegada. Es aquello que hay que explicar, no lo que explica el peculiar status del conocimiento histórico. Mi propuesta particular será ejercer una lectura pragmatista de sus últimos trabajos enmarcados en un "realismo figural", con el objeto de transformar su posible lectura relativista escéptica en términos de un pluralismo conversacional.

Una buena manera de reconstruir la obra de un autor es revelar el problema que motiva su indagación; en el caso de Hayden White y su temprana Metahistoria, preocupa la irresolubilidad de las controversias históricas. No sólo la advertencia de un pluralismo interpretativo, sino la conflictividad irresoluble de dicha diversidad de miradas al pasado. En otras palabras, el problema concreto es tratar de establecer el por qué de esa controversialidad persistente. Pues, miradas con detenimiento, las obras históricas no admiten ser alegremente desbancadas en su relación de conformidad o no con la evidencia, o en la evaluación de su destreza en la evaluación de la pertinencia evidencial, o, finalmente en la revelación de su carácter sesgado y/o manipulador y distorsionador de los hechos.

Todavía más, aun cuando se puedan detectar contradicciones y mal uso de la evidencia, ello no habilitaría automáticamente a producir una interpretación libre de sesgo, alternativa a la de dichos pensadores. En definitiva, a la hora de buscar o proponer representar el pasado nos encontramos con más de una versión, todas [en cierto modo] tan, o no tan, refutables o libres de intereses.5

La primera advertencia señalada por White apunta a ponderar la diversidad y controversialidad interpretativa en términos del esfuerzo y dificultad involucrados en la producción de una consideración realista del pasado. Dicho esfuerzo cristaliza en la elaboración de narrativas por ser, por un lado, el tipo de discurso que permite relacionar de una manera sincrónica acontecimientos que se han dado en forma diacrónica: transformar lo episódico en una historia. Pero además es la forma lingüística en la que elementos heterogéneos como actor, evento, y circunstancia, son integrados en una totalidad verosímil y significativa.

Dado entonces que estamos ante discursos y que este discurso se da en forma narrativa, ¿qué mejor que atender a aquella teoría para la cual el discurso en general y el discurso narrativo en particular es su tema: la teoría literaria? Ahora bien, esta apelación nos será útil para la realización de dos propósitos: (1) en la indagación específica de los "recursos lingüísticos" que intervienen en la producción de relatos históricos, y encuentra su exposición más desarrollada en el largo ensayo introductorio a Metahistoria, La imaginación histórica en el siglo diecinueve.6 (2) En la dilucidación de la relación entre diversas historizaciones en competencia, sucesivas o contemporáneas, de los mismos acontecimientos. Su último libro Figural Realism resultará revelador de la compleja relación entre la práctica historiográfica, el pasado y la propia historia de la práctica histórica. El próximo apartado se ocupará de la primera tarea.

2. La tropología como discurso de las teorías de la conciencia

Si tuviéramos la oportunidad de iniciar la lectura de Metahistoria sin previa noticia de sus polémicas tesis y pasando por alto la Introducción y el prefacio, testificaríamos un extenso análisis de cuatro grandes historiadores y cuatro grandes filósofos de la historia del siglo XIX.7 Las historias de Michelet, Ranke, Tocqueville y Burkhardt y las filosofías de la historia de Hegel, Marx, Nietzsche y Croce son analizadas bajo la consigna de acompañarlos en sus respectivos esfuerzos por conciliar sus compromisos teórico-epistemológicos8 con los político-morales,9 así como con las elecciones entre diferentes técnicas narrativas para tramar10 los acontecimientos pasados en orden a entregarnos una consideración coherente e iluminadora de alguna porción del pasado. Conciliación que no siempre, por no decir nunca, resulta exitosa en términos de coherencia, no obstante, dicho fracaso difícilmente mellaría nuestra admiración. Más bien revelará lo inconducente tras el intento de reconstruir tales elecciones por algún proceso inferencial: no hay reglas lógicas que obliguen, a partir del registro evidencial, a adoptar una forma de conceptuar en lugar de otra. Es en este preciso punto donde se hace necesaria la lectura del prefacio y la Introducción, pues allí se nos explicará que, para poder constituir un discurso acerca del pasado como histórico, cada historiador y cada filósofo de la historia ha debido previamente prefigurar el campo histórico (cf. White 1992 25 n8), denominación con la que White hace referencia al registro documental antes del análisis y la conceptualización. Esta operación, señala, es de carácter "tropológico"; con dicha expresión White bautiza a aquellas adopciones básicas de naturaleza poética (por oposición a lógica) gracias a las cuales quedarán permitidos ciertos tipos de relaciones entre ciertas categorizaciones de agencia y diversas especificaciones acerca de la fuerza determinante de las circunstancias. Los recursos disponibles para hacer conceptualizables dichos elementos "brutos" nos son proporcionados por el uso lingüístico mismo, pues el acto de prefiguración será entendido a partir de los cuatro tropos básicos para el análisis del lenguaje figurativo: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía.11 Concretamente, la metáfora sancionará las prefiguraciones del mundo de la experiencia en términos de objetoobjeto, 12 la metonimia en términos de parte-parte,13 la sinécdoque en términos de parte-totalidad,14 mientras que la ironía, considerada un metatropo, afirmará en forma tácita la negación de lo afirmado positivamente en el nivel literal.15 Esta prefiguración constituye, podríamos decir, la infraestructura del texto histórico, es decir, el campo histórico se constituye como un dominio sobre el cual el historiador puede aplicar —del modo más coherente posible— sus creencias ideológicas, sus concepciones epistemológicas o sus preferencias narrativas. ¿Cuál es entonces el objeto de la enumeración o producción de una grilla de posibilidades combinatorias?

En primer lugar, evidenciar los recursos que habilitaron la prefiguración del campo histórico, esto es, los recursos que prefiguran los tipos de conexión permitidos entre elementos heterogéneos como acto, acción, actor, evento, agencia, circunstancia, condición, plan, propósito, éxito, error, fracaso.

En segundo lugar, discriminar, entre todos los recursos culturales disponibles, aquellos efectivamente utilizados por historiadores y filósofos de la historia. Como dice White, debido a que ellos no están primariamente interesados en la belleza o la innovación literaria, apelan a los modos menos sofisticados de trama (aquellos que Frye nos permite reconocer como los efectivamente estandarizados).

En tercer lugar, constatar que de todas las ideologías posibles sólo ingresan al ámbito de la obra histórica o el discurso histórico las cognitivamente responsables, esto es, las que se obligan a legitimarse a través de, o mediante, el conocimiento del pasado. Más que verlas en relación con su uso o abuso del pasado, hay que evaluarlas por cómo evalúan el presente y el futuro en términos de lo que aconteció.

El lector, en consonancia con muchos de sus críticos, se interrogará acerca de esta estructuración cuádruple de las posibilidades de prefiguración histórica, que se desliza desde una promoción metafórica para representar objetos a través de otro objeto, pasando por estructuraciones metonímicas que conectan una parte con otras partes, o sinecdóquicas que reducen o integran las partes al todo, para culminar en la sanción irónica, metatropológica y autocrítca que despliega en la conciencia autoconsciente el posible mal uso del lenguaje figurativo. "La ironía [...] representa un estado de conciencia en el que se ha llegado a reconocer la naturaleza problemática del lenguaje mismo" (White 1992 45s).

Para apreciar, por un lado, el status de estas consideraciones y, por el otro, su relevancia a la hora de entender el carácter controversial irreductible de la historia, es fundamental revisitar "Tropología, discurso y los modos de la conciencia humana", donde White constata que es a esta misma estructura cuádruple adonde se vieron obligados a apelar aquellos estudiosos de la conciencia (y del inconsciente) de la talla de Marx, Hegel, Piaget, Freud y E. P. Thompson, por citar algunos. Así, Piaget identificó ciertos cambios gestálticos o reestructruaciones del campo perceptual:

[...] [E]n el desarrollo de los poderes cognitivos del niño como un movimiento desde sus fases sensoriomotora&lrquo; a través de sus fases "representacional" y "operacional", hasta el logro de una comprensión "racional" de la naturaleza de la clasificación en general. (cf. White 2003 74)16

En "La elaboración onírica", Freud, a través de su "descubrimiento" de los procesos de "condensación", "desplazamiento", "representabilidad" y "elaboración secundaria", nos suministra, según White, las bases para la creencia en la operación del esquema tropológico de la figuración en el nivel de lo Inconsciente (cf. White 2003 86).17 Finalmente, en La formación de la clase obrera en Inglaterra, el paralelismo entre cuatro etapas de la conciencia y los cuatro tropos resulta llamativo para White en la misma estructuración del libro en cuatro capítulos. El primero, metafórico, describe la existencia de una clase vagamente aprehendida, con un sentido de similaridad entre sí, pero incapaz de organizarse a sí misma excepto en términos de un deseo elusivo de libertad. El segundo, metonímico, discrimina tipos de trabajo que determinan la existencia de diferentes formas de clase trabajadora. El tercero, sinecdóquico, los trabajadores logran un nuevo sentido de unidad o identidad como partes de un todo, al enfrentarse a la opresión y a la fuerza usada para destruirlos especialmente en Peterloo en 1819 (White 2003 93s). La última fase:

[...] [E]s disparada a través de la melancolía, producto de la percepción de una situación irónica, ya que marca no sólo el ascenso de la conciencia de clase a autoconciencia, sino también y al mismo tiempo la fractura fundamental del movimiento mismo de la clase obrera en las derrotas de 1834 y 1835. (White 2003 95)

El enigma para White no reside en la cuestión de si estos cuatro grandes teóricos aplicaron conscientemente o no la teoría de los tropos a sus temas, es más, tampoco importa decir si encontraron un modelo y lo aplicaron o lo reinventaron en el propio trabajo de análisis. Lo relevante reside en apreciar la "[...] tropología como un modelo valioso de discurso, si no de conciencia en general" (White 2003 98). Pero más importante aún, ello no significa que White reintroduzca aquí el dualismo conciencia-lenguaje y la teoría del reflejo del segundo respecto de la primera, sino que, si hay algo así como la conciencia y sus modos, sólo estaríamos familiarizados con ella en tanto se manifiesta en el discurso, pero dado que sólo interactuamos con discursos, "nos ocupamos, después de todo, con artefactos verbales [...]" (ibíd.).

Estas consideraciones merecen algunas observaciones. En primer lugar, apuntan a señalar que todo aquel que quiera elucidar comparativamente diversos modos de configuración de la realidad se topará con los tropos. Para decirlo de una manera directa, no hay cuatro maneras en que las cosas se relacionan entre sí, ni hay cuatro modos mentales de relacionarlos. Sino que hay cuatro formas discursivas a las que recurrimos para configurar la realidad, y por ello todo aquel teórico de la conciencia que trate de discriminar modalidades de configuración apelará deliberadamente o no a la cuádruple tropología. La tropología es el recurso lingüístico disponible a todos nosotros, ya sea para configurar la realidad, ya sea para elaborar un discurso acerca de los modos de configuración de la realidad. En este específico punto quiero advertir la necesidad de evitar lecturas mentalistas de los tropos, recomendando posicionarnos con White en la vereda del teórico Northrop Frye, al señalar la no distinción entre la literatura y la crítica literaria, como para evitar pensar que una es la propia práctica y la otra la pura teorización de la práctica, una el saber cómo y la otra el saber qué. Estas distinciones no tienen lugar, los recursos existen en la propia actividad discursiva, literaria o crítica literaria. La advertencia es absolutamente afín a la que el etnometodólogo Harold Garfinkel otorga a la comprensión de la actividad social. Específicamente a lo propuesto en sus indagaciones sobre las propiedades elementales del razonamiento práctico y de las acciones prácticas, con el objeto de desplegar las maneras en que los actores, conscientemente o no, utilizan sus conocimientos para reconocer, producir y reproducir las acciones sociales y las estructuras sociales. Según ello, Garfinkel sugiere que es dable reconocer que las actividades mediante las cuales las personas producen y manejan las situaciones de las actividades cotidianas organizadas, son las mismas que los métodos que utilizan esas mismas personas y los investigadores para hacer explicables esos contextos. En espíritu wittgensteiniano, White, Frye y Garfinkel se abstendrían de adherir a la distinción entre la regla y el seguimiento de la regla (cf. Frye 1996; Garfinkel 1984). En este tipo de consideraciones las reflexiones whiteanas ganan en persuasión y eficacia cuando son atravesadas por miradas pragmatistas.

Por otra parte, cada tropo no opera aislado, ni se expresa en forma pura, es decir, en el análisis de una obra histórica podemos visualizar que si bien ella puede estar sancionada en un modo metonímico, eso no involucra que la obra sólo recurra al mecanicismo y la tragedia por ser respectivamente la explicación y la trama afines. En tanto y en cuanto toda obra histórica, como reiteradamente he dicho, debe verse como un gran esfuerzo de conciliación casi nunca logrado, más que como un producto cerrado, completo y autoconsistente refractario a la crítica.18 Finalmente, la aplicación de la tropología al estudio de la conciencia histórica (Metahistoria) o la conciencia en general, no se limita a identificar cuatro modos de la misma, sino que además sugiere un movimiento o despliegue entre ellos. Este movimiento, ejemplificado en la evolución de la filosofía de la historia —desde Hegel, pasando por Marx, Nietzsche, hasta Croce— representa el mismo proceso que puede verse en la evolución de la historiografía desde Michelet, pasando por Ranke y Tocqueville hasta Burckhardt, concluyendo ambas en la condición irónica.19 También las cuatro fases de la clase trabajadora resultan ejemplificar la evolución de la conciencia colectiva, o, como en el caso de Piaget y Freud, en el despliegue de la conciencia individual. Ahora bien, ¿cómo podrían entenderse estos ciclos sin caer en un indigerible inmanentismo lingüístico?

No es que cada tropo conduce al siguiente como si se tratara de un desarrollo teleológico siendo la ironía su objetivo último. Más bien, se trata de entender que la operación del tropo se ejerce como desactivando la operación de otro tropo. La metonimia opera desactivando la metáfora, mostrando que las supuestas esencias develadas por ella se reducen a algún otro mecanismo; la sinécdoque, desactivando la metonimia por integrar en un todo lo relacionado reductivamente entre partes, y la ironía, por desactivar a cualquiera de los tres adoptando a cualquiera de los otros. Por último, la metáfora retornará como el producto del abandono de la ironía vuelta sobre sí misma y consciente de ser un tropo más. En esta interacción desactivadora y posibilitadora entre los tropos podemos ver expresada la relación detentada entre las diversas versiones del pasado entre sí, no como una sucesión de propuestas confrontadas con una evidencia neutral, sino como un juego de desactivaciones tropológicas.20 Esta interacción, en última instancia, permitiría evitar una cierta imagen monadológica de la práctica historiográfica que una lectura descuidada de White podría permitir, esto es, pensar a cada historiador aisladamente prefigurando el campo histórico a través de un acto introspectivo de su imaginación. Por el contrario, la prefiguración opera en conversación con otras prefiguraciones del mismo campo efectivas o posibles.

En fin, el revelar la naturaleza tropológica del esfuerzo de cada uno de estos autores por conciliar entre sí los compromisos epistemológicos, narrativos e ideológicos, es una respuesta a la interrogación (intriga) por las dificultades a las que se enfrentaron estos grandes pensadores para coordinar las diferentes dimensiones que conforman un discurso histórico, coordinación que no viene dictada por el registro, sino que es un trabajo a realizar. Metahistoria es una invitación a apreciar positivamente las dificultades enfrentadas por estos autores para lograr un cierre definitivo y coherente sobre el tema del que se ocupan, ocasionando que sus modos o estilos de representar "realistamente" el pasado sigan vigentes. Es en este aspecto donde surge el desafío de indagar en qué podría consistir un "realismo histórico". Esta última es la sugerencia desarrollada más profundamente en Figural Realism. Pero antes de sumergirnos en ella, será importante rescatar algunas observaciones aclaratorias en torno a la concepción de White de lo fáctico y su relación con lo figurativo.

3. "Dualidad" hecho y figuración en el escrito histórico

Una de las más frecuentes críticas de las que ha sido objeto Metahistoria es la de ser una negación de la existencia pasada de aquellos acontecimientos, personas, procesos, grupos e instituciones de la que hablan los historiadores, ya sea como otorgándoles sólo una existencia lingüística. Lo que ha soslayado esta lectura es la intención, por parte de White, de reconstruir el punto acerca de [...] cómo hemos de llamar a estos fenómenos, cómo hemos de clasificarlos y qué tipos de explicación hemos de ofrecer de ellos" (White 1992 51), no es algo que viene dictado por la evidencia, sino que debe ser prefigurado y figurado. El trabajo historiográfico consiste en la construcción de —en el sentido de imaginar y conceptualizar— sus objetos de interés, antes de poder proceder a aplicarles los tipos de procedimientos que desea usar para explicarlos o comprenderlos como posibles temas de una representación específicamente historiológica (cf. íd. 44s).

Yo sé que "el Imperio Romano", "el papado", "el Renacimiento", el "feudalismo", "el Tercer Estado", "los puritanos", "Oliver Cromwell", "Napoleón", "Ben Franklin", "la Revolución francesa", etc. —o al menos entidades a las que estos términos refieren— preexistieron a cualquier interés por ellos de algún historiador dado. Pero una cosa es creer que una entidad alguna vez existió, y otra completamente distinta constituirla como un posible objeto de un tipo específico de conocimiento. Esta actividad constitutiva es, creo, una cuestión de imaginación tanto como de conocimiento. (White 1992 52)

Cuando White afirma que los hechos históricos son inventados, sólo quiere advertirnos de que asumamos seriamente (y no retóricamente) que los hechos no nos vienen "dados", ni están ya almacenados como "hechos" en el registro documental. Debemos evitar leer sus trabajos como oponiendo al realismo ingenuo un ficcionalismo o idealismo más ingenuo aún. Es por ello que la búsqueda en términos esenciales de una distinción entre los acontecimientos de los que hablan los historiadores y aquellos de los que hablan los escritores literarios es incoducente. El verdadero problema reside en explicar por qué diversos historiadores que no han violado las reglas de la evidencia, ni han cometido errores por ignorancia o falta de información, no obstante manifiestan serias e irreductibles discrepancias en la manera de relacionar, tramar y evaluar los mismos acontecimientos y, todavía más, pueden aparecer como igualmente plausibles a sus respectivas audiencias. El punto no es menor, pues la separación entre el componente ficcional-figurativo y el fácticoinformativo es uno de los puntos más importantes y más obscuros de White —al que no ha renunciado hasta ahora—, porque a lo largo de su obra se refiere indistintamente a este segundo componente como acontecimientos, hechos, datos o registro histórico e incluso experiencia del pasado.21

Si bien White continuamente reconoce la distinción entre fáctico y figurativo sin disolverla, su operación de análisis es doble. Por un lado, es un reconocimiento a una distinción tomada por los historiadores y que por ello mismo no la rechaza. Esto es, la mantiene pero descartando considerar la dimensión informativa o fáctica como lo específicamente histórico. Por otro lado, no debe tomarse esta distinción como una diferenciación lógica o esencial entre un nivel no procesado o dado y otro producto de la construcción imaginativa, se trata más bien de una distinción tomada como dada para la práctica histórica sobre la que White se abocará como uno de sus centros de interés para analizar. Esta distinción ha sido frecuentemente mal interpretada, incluso por mi misma, como un resabio positivista. No expondré las críticas a este punto, sino que remito a la bibliografía, pero básicamente se ha leído (hemos leído) a White como si sostuviera una especie de convencionalismo para relaciones y conceptos teóricos complejos, al tiempo que admitiría con cierta naiveté; lo dado a nivel de los acontecimientos o eventos (cf. Tozzi 1997; Lorenz 1998; Golob 1980). Por mi parte, no asumiría como absolutamente rechazable sostener tal antirrealismo para términos teóricos y/o históricos complejos, reconstruibles en términos figurativos y sobre la base de apelar a la teoría literaria, al tiempo que los distinguiría de la base informacional archivística de carácter consensuado, y cuyo consenso sería más amplio que la comunidad historiográfica, y que en tanto información estaría disponible a cualquiera para cualquier uso además del meramente historiográfico.22 Sin embargo, me parece que el objetivo de White es otro: dilucidar los componentes figurativos que subyacen a cada nivel y a la distinción en sí; la distinción se constituye en un punto de partida del análisis. Su aprendizaje de la teoría literaria le indica que debe aislar el discurso (histórico o ficcional) como emisor de un mensaje que debe ser comprendido de cierta manera, por tanto, ni el discurso utilizado para la transmisión de información, ni el utilizado para la transmisión de representaciones del pasado, son dados previamente sin codificación como sustento para la comunicación, sino que lo trasmitido y compartido son códigos. Justamente, a favor de mi lectura dice:

Un análisis retórico del discurso histórico reconocería que cada historia valiosa del nombre contiene no sólo una cierta cantidad de información y una explicación (o interpretación) de lo que esta información "significa", sino también un mensaje más o menos abierto acerca de la actitud que el lector debería asumir ante los datos reportados y su interpretación formal. (White 1978 105)

En lugar de ver un compromiso whiteano con dos tipos heterogéneos de discurso, uno que remite a lo dado y otro figurativamente construido, White se esfuerza, por un lado, por teorizar acerca de dos niveles que se presentan como diferentes pero que podrían ser tomados como dos formas de codificación que interjuegan en el discurso histórico o, en otras palabras, discrimina dos diferentes convenciones de codificación, la que contribuye a la información y la que contribuye a la interpretación.

La teoría de las figuras del habla nos permite rastrear al historiador en su codificación de un campo de ocurrencia en lo que puede aparentar ser sólo una descripción original y libre de valor, pero que en realidad es una prefiguración del campo que nos prepara para la explicación formal o interpretación de lo que él [el historiador] subsecuentemente ofrecerá. Así concebida, la clave del "significado" de un discurso histórico dado está contenida tanto en la retórica de la descripción del campo, como en la lógica de cualquier argumento que pueda ser ofrecido como su explicación. (White 1978 105s)

La consideración whiteana manifiestamente se mueve en un análisis que tiene como punto de partida una distinción convencionalmente aceptada por los historiadores con el objeto de rastrear sus orígenes figurativos. Ahora bien, es fundamental notar que al develar la retórica común de ambas dimensiones, no permite implicar, que ellas deban colapsarse.

El historiador —como cualquier escritor de un discurso en prosa— forja sus materiales. [...] [S]u consideración de los fenómenos bajo consideración desplegará al menos dos niveles de significado, que pueden igualarse a los niveles manifiesto y latente de un sueño, o a niveles figurativos y literales de la literatura imaginativa en general. (White 1978 106s)

Más bien, lo que sostiene White es la dificultad de trazar un límite preciso de ambas dimensiones al interior de un único discurso, pero ello no significa que el contenido informativo desaparezca o se desvanezca en la pura figuración. Seguimos siendo informados por el discurso histórico, sólo que al mismo tiempo somos receptores de un mensaje que nos lleva a procesar la información de determinados modos y no de otros, sin que sea posible separar la información de su modo de procesamiento.

[...] [A]quellos historiadores orgullosos de evitar el uso de toda jerga y terminología técnica en sus descripciones y análisis de sus temas [...] no están enterados del alcance al cual lo que dicen acerca de sus temas está inextricablemente ligado, si no idéntico, con cómo lo dicen. (White 1978 105)

Dicho de otra manera, no se trata de separar información de interpretación, ni de señalar que todo es interpretación en un discurso histórico, sino concebirlo como información codificada.

Lo que está involucrado aquí es una conformación (fashioning) de un esquema dentro del cual ubicar los eventos, de diferente magnitud y complejidad, para permitir su codificación como elementos de diferentes tipos de relato. Este proceso de conformación no necesita —debe subrayarse— implicar violaciones de las así llamadas reglas de la evidencia, o los criterios de "agudeza fáctica" que resultan de la simple ignorancia del registro o la mal-información que podría estar contenida en él. Pero esta conformación es una distorsión del campo fáctico total del cual el discurso se propone ser una representación [...]. (White 1978 111)

Pues cualquier conformación o configuración dirá menos de lo que puede ser dicho acerca del campo (no se ocupa de todos los hechos, ni siquiera de los relevantes), como más de lo que puede ser dicho (propondrá relaciones y miradas nuevas). En definitiva, todo análisis discursivo del escrito histórico debe permitirnos apreciar su naturaleza informativa e interpretativa de manera que, mirado desde el lado informativo, podrá rastrear su componente prefigurativo, y mirado desde su lado interpretativo, podamos apreciar la codificación o figuración misma de la información.

En la mayor parte de las discusiones sobre el discurso histórico, los dos niveles convencionalmente distinguidos son aquellos de los hechos (datos o información), por un lado, y la interpretación (explicación o relato contado acerca de los hechos), por el otro. Lo que esta distinción convencional oscurece es la dificultad de discriminar dentro del discurso entre estos dos niveles. No es el caso en que un hecho es una cosa y su interpretación otra. El hecho es presentado donde y como está en el discurso para sancionar la interpretación a la cual se trata de contribuir. (White 1978 107)

Es interesante recordar aquí una distinción que Giddens establece (con referencia a la relación entre agencia y estructura en un sistema social) entre dualidad y dualismo (cf. Giddens 1982). El dualismo supone la existencia de dos elementos incompatibles, y consecuentemente la necesidad de mostrar la reductibilidad de uno a otro o la prioridad de uno sobre otro, en lo que concierne al problema que ocupa a Giddens; una posición dualista remite a la necesidad de priorizar, o bien la estructura, o bien al individuo, como motores de producción o reproducción social. En cambio, la atención a la dualidad de la estructura, señala el autor, remite a un interjuego complejo de no reducción ni priorización, sino de constitución o estructuración entre ambas dimensiones. La noción de dualidad giddensiana, aplicada a la consideración de lo fáctico-ficcional, informativo-interpretativo, figurativo-literal en el caso del discurso histórico, muestra su fertilidad en el más reciente "Historical Discourse and Literary Writing" (cf. White 2006 25-33). En este texto White señala esta dualidad también en el propio abandono de la idea ingenua de literatura como aquello que trata de lo imaginario y/o es efectuada sólo para entretenimiento. Justamente, señala White, los grandes modernistas como Flaubert, Baudelaire, Dickens... y Proust, Joice, Woolf... estaban interesados en representar un mundo real en lugar de uno ficcional tanto como cualquier historiador moderno (cf. id. 25). Más aún:

La literatura —en su sentido moderno— tiene muchos otros significados, no menos que el de ficción. No quiere decir que el escrito ficcional no pueda ser escrito literario. Es sólo decir que no todo escrito ficcional es literario y, más aún, hay una gran cantidad de escrito literario que no es ficcional. (White 2006 32)

He tratado hasta aquí la cuestión de la consideración whiteana acerca de la dimensión fáctica y la dimensión figurativa del discurso en términos de dualidad, por oposición a verlas como dos niveles lógicamente distinguibles. Ello con el objeto de atender al reconocimiento de que "[...] lo que es inventado no puede ser distinguido fácilmente de lo que no es inventado. Es una cuestión de tropo y figuración" (White 2006 31). ¿En qué sentido? ¿en el sentido de que inventamos el pasado en el lenguaje? Obviamente no, sino en el sentido de que:

La [operación] de figuración es un artificio necesario para caracterizar a las personas según los roles que cumplirán en narrativas, y la adopción de un tropo [troping] es necesaria para hacer los tipos de conexiones entre eventos que los endosan con el significado propio de la trama [plot-meaning]. El arte puede ser semejante a la vida, pero la vida no se asemeja al arte, aun cuando lo intente. Los tipos de plots que endosan series de eventos con significado existen sólo en el arte y no en la vida. (White 2006 31)

Por ello mismo, decir que la historia es una construcción no significa otra cosa que subrayar el esfuerzo que involucra la composición de una representación realista relevante y significativa del pasado, al punto de justificar denominar a su consideración del realismo histórico como realismo figural.

4. Aprender de la historia de la literatura

Hemos ofrecido una reconstrucción de la apelación a la teoría literaria por parte de White como una respuesta a la pregunta por el irreductible carácter controversial de la historiografía, para develar la naturaleza tropológica última de todo discurso histórico. Es momento de evaluar esta revelación metahistórica en términos de si ello obliga a renunciar a dos objetivos básicos de la práctica historiográfica: (1) el deseo de representar "realistamente" el pasado; y (2) el deseo de contar con algún criterio para elegir una representación en lugar de otras.

Para cumplir el primer deseo, sospecho que la estrategia no reside en abandonar el realismo, sino en elaborar una versión "sofisticada" del mismo. Para cumplir el segundo, debemos abandonar el sueño de alcanzar la versión definitiva del pasado y asumir el pluralismo, sólo que en este último caso debemos evitar también que la práctica disciplinar se instale en la contemplación estática de la coexistencia de las diversas versiones del pasado. Por el contrario, deberíamos apuntar a un pluralismo que se nutra de la controversia para promover más investigación. Una vez más, los estudios literarios acudirán en auxilio, sólo que ahora White no apelará a la teoría literaria strictu sensu, sino a la historia de la literatura. Será su último, libro titulado justamente Figural Realism, una guía en el análisis de la relación entre diferentes representaciones "realistas" de los mismos fenómenos históricos: no como una sucesión de descripciones que se acercan cada vez más a la verdad o al pasado en sí, aunque siempre fracasan en su empeño, sino como sugerencias de mayor investigación y nuevas reescrituras históricas. Podremos decir que en cada nueva reescritura no presenciamos el cumplimiento de una mejor representación de la realidad. Más bien deberíamos decir que con cada reescritura de la historia se nos renueva una promesa de cómo alcanzar mejores representaciones de la realidad. Cada reescritura es más bien una respuesta a escrituras precedentes. La inspiración proviene de Mimesis (1950), en el que Erich Auerbach, a través del análisis de diferentes obras desde Homero hasta el modernismo literario de Woolf y Proust, describe, por un lado, cómo cada una de ellas ha propuesto conexiones entre los acontecimientos para representarlos adecuadamente y, por el otro, las conexiones que se establecen en estos sucesivos intentos de representación. Mimesis es tanto una historia del realismo literario occidental, como un intento de producir una concepción de lo que podría ser cualquier historia de sucesivas formas de representar.23 La noción de "figura" o "interpretación figural" expresa la "[...] relación entre dos acontecimientos o personas, por la cual uno de ellos no sólo tiene su significación propia, sino que apunta también al otro, y éste, por su parte, asume en sí a aquel o lo consuma" (White 1999 74).

Figuralmente es como se conecta el Renacimiento Italiano con la Cultura Grecolatina, considerando a ésta como apuntando hacia el Renacimiento y a éste como consumando aspectos de la primera. Para Marx, el 18 Brumario de Luis Bonaparte otorga significado a la Revolución de 1848 como una consumación de la de 1789, y a ésta como figurando lo que sucedió en 1848. Por otra parte, 1789 puede ser la consumación de la Reforma Protestante y del Iluminismo, más que la prefiguración de acontecimientos por venir. Sin embargo, como acontecimiento histórico, permanece abierto a la apropiación retrospectiva por cualquier grupo que pueda elegirlo como prototipo legitimador de su propio proyecto de autoconstitución (cf. White 1999 96). En términos específicos, el acontecimiento pasado es visto retrospectivamente por algún grupo posterior como una figura, y los sucesos posteriores con los que se lo relaciona desde el presente son vistos como la consumación o cumplimiento de lo figurado en el anterior.

Que el "realismo figural" es la justa consideración de lo que sería un "realismo histórico", reside en la posibilidad de derivar, a partir de una actitud pragmatista, tres prescripciones heurísticas. La primera, tomar a las representaciones de la realidad (literarias o históricas) como proponiéndonos mirar bajo otro aspecto los acontecimientos pasados. Se nos insta a asumir otra perspectiva, con la promesa de que bajo esta nueva mirada la realidad se verá mejor. El propósito no es registrar acontecimientos, sino relacionarlos significativamente; por lo cual esa relación es una construcción, dice de ellos algo más y no dice todo lo que se podría decir. Mediante la representación figural, los acontecimientos pasados se relacionan con acontecimientos presentes bajo la idea de "cumplimiento" o consumación,24 como esperando alcanzar en algún futuro, y en relación con otros acontecimientos, su plena significación, pero siendo este objetivo nunca definitivamente realizable, ni siquiera especificable. Esta versión figural realista whiteana tiene estrecha vinculación con, y puede decirse ser una ampliación de, las diversas consideraciones que el filósofo Arthur Danto ha proporcionado acerca del "lenguaje histórico". En el sentido de que una expresión típicamente histórica, ya sea una palabra o término como exmarido, ya sea una oración como "el creador de la bandera nació en 1770", manifiestan una peculiaridad, por cumplir al menos tres condiciones que las catapultan como históricas (cf. Danto 1985):

— Informan acerca de la ocurrencia de un evento en el pasado, son acerca de un evento en el pasado.

— Describen ese evento en términos de su apropiación en un momento posterior a su ocurrencia.

— Cada descripción queda abierta a nuevas apropiaciones posteriores, por lo que la descripción definitiva resultaría absurda.

Esto nos lleva directamente a la segunda apropiación heurística, a la que se ocupa de la relación entre la representación y su contexto, pues estas propuestas o promesas de nueva significación son hechas desde alguna perspectiva, y no hay ninguna necesidad objetiva o trascendente de hacerlas. El lazo no es causal, tampoco es genético, ni teleológico. No se niega que la historia (ya no la literaria, sino la historia en general) no pueda establecer relaciones causales o genéticas, es decir, secuencias temporales objetivas, más bien se afirma que la selección de una secuencia o el trazado de alguna línea genética en lugar de cualquier otra secuencia o trayectoria temporal, es un acto de decisión, figuración desde algún contexto o perspectiva.25

La consideración whiteana acerca de los usos públicos de la historia ha sido por un lado confundida con un determinismo lingüístico cultural simplista: ciertas figuraciones necesariamente legitiman ciertas políticas; y, por el otro, se presupone que su advertencia acerca de la falta de criterios fácticos para desestimarlos permite combinar tan extremo determinismo con una cierta "libertad" de manipulación, por parte de agentes históricos e historiadores, de los recursos lingüísticos disponibles (combinación claramente inconsistente). No se aprecia, en primer lugar, que la dilucidación de los recursos efectivamente utilizados por los autores concretos nos informa que ellos no agotan los recursos culturales disponibles para la composición de un discurso histórico. Ello se hace manifiesto tanto en la elección de los modos de tramar, generalmente aquellas técnicas menos sofisticadas, como también de las expresiones ideológicas, sólo las "cognitivamente responsables" (en términos de Mannheim y de los que White se hace eco). Esto es, aquellas ideologías que consideran que cualquier propuesta de cambio, reforma o conservación del presente para el futuro debe legitimarse en un conocimiento del pasado. Esto es, no se trata de una mera utilización del pasado, sino de propuestas de lecturas del pasado como base para propuestas de acción en el presente y en el futuro, de manera que dichas conexiones quedan abiertas a discusión. Esta estrategia argumentativa, consistente en proponer políticas sobre la base del conocimiento histórico, involucra el someterse al juego de la crítica y la argumentación, en lugar de la mera adhesión o fe o providencia.26 En segundo lugar, que la producción concreta de imágenes efectivamente eficaces puede ser evaluada sólo retrospectivamente. Saber para quién se escribe la historia, "leer" la demanda en la sociedad, es también una empresa de figuración, imaginación y crítica. En tercer lugar, la conexión entre la metahistoria compartida por historiadores y público remite al hecho de que cualquiera que se apropie de su pasado desde su presente no lo hace ex nihilo o por mera introspección en su experiencia preteórica; por ello se hace necesario un análisis formalista de los recursos culturales disponibles (lo que no significa determinantes) para la construcción de los trabajos históricos.27 En cuarto y último lugar, asumir la demanda pública de representación por parte de un grupo es necesariamente una tarea tanto autocrítica, dado que quien se arroga dicho rol debe tomar decisiones acerca de cómo utilizar los recursos, como crítica, porque atender demandas no implica satisfacerlas servilmente o asumir la postura del que reclama.

Finalmente, la propia relación entre representaciones sucesivas de los acontecimientos que se dirijan a destacar diferentes aspectos de los mismos, la tercera apropiación heurística, resulta también iluminada en términos del realismo figural. Es decir, los aspectos destacados por las representaciones posteriores tienen una función explicativa de los destacados por las representaciones anteriores, en el sentido de que las posteriores tratan de cumplir promesas incumplidas por los anteriores, renovando la promesa de alcanzar la representación. Las diferentes propuestas se relacionan entre sí figuralmente, y esto será síntoma de fertilidad metodológica. El "realismo figural", en fin, es la consideración adecuada de la operación historizante como promesa siempre renovada, pero nunca cumplida, de representar realistamente el pasado, pues da cuenta de por qué no se puede, ni importa, alcanzar versiones definitivas del mismo. El realismo figural involucra una actitud pragmatista para la práctica historiográfica, en tanto que se posiciona frente a las propuestas interpretativas en función de sus logros futuros. Esto es, en lugar de asentarnos en aquella propuesta que sólo ha escapado al error evidencial (aspecto que en última instancia no es decidible definitivamente), nos pronunciamos por aquella que nos abre nuevas vías de investigación. En otras palabras, las controversias historiográficas no discurren sólo en términos de evaluación epistémica (verificación-refutación), sino que las más de las veces se inspiran en ese tipo de evaluación, identificado en estudios concretos de los procesos de producción de teorías científicas como "evaluación heurística", por motivar más preguntas, nuevas aplicaciones y atender a las consideraciones que demandan los intereses del contexto en el que los historiadores trabajan.28 Mi propuesta de una mirada pragmatista del "realismo figural" permite apreciar no sólo que la verdad y la significación de los acontecimientos del pasado sólo puede conocerse después de su ocurrencia, sino que lo que hace verdaderamente significativa una representación es su valor heurístico, esto es, que nos legue cuestiones abiertas acerca de tales acontecimientos como para que merezca volver sobre ellos, o valga la pena reescribir su historia.29 Mi propuesta pragmatista y heurística de apropiación del realismo figural whiteano es la posibilidad de comprender en qué consistiría un pluralismo histórico fecundo. A dilucidar esta cuestión dedicaré el último apartado.

5. Pluralismo pragmático

He tratado de efectuar una reconstrucción del pensamiento de White como dando sustento a la valoración positiva de la inalcanzabilidad de una versión definitiva del pasado, una manera un tanto retorcida a favor del pluralismo histórico. El tortuoso camino hacia el pluralismo no es casual, sino que se debe a mi intención de evitar dos contratiempos. El primero tiene que ver con una objeción que el filósofo de la historia Louis Mink planteó a la práctica histórica contemporánea, en el sentido de que el vigente pluralismo que trasvasa a la comunidad historiográfica está sustentado en la creencia no justificada de una historia universal (cf. Mink 1987 190-194). Según Mink, el pluralismo historiográfico, arraigado en una epistemología pluralista de la historia, no ha tocado a su subyacente filosofía especulativa de la historia que presume la unicidad y la unidad del devenir histórico, así como la idea de progreso y sentido único. No me detendré mucho en esta cuestión, sólo señalaré el camino para que la posición whiteana esquive la objeción, y que consiste sólo en recordar que al comienzo de este escrito he propuesto leer la teoría literariamente informada de la obra histórica como una disolución de la distinción esencial entre filosofía especulativa de la historia e historiografía. Bajo este enfoque, toda composición del pasado (dispersiva o integradora) es una figuración motivada en prefiguraciones tropológicas del campo histórico. Como hemos venido explicando, la teoría histórica de White nos revela los recursos lingüísticos disponibles a los historiadores para la elaboración de discursos históricos que medien entre el registro sin pulir, otras consideraciones de los mismos fenómenos y su público. Por tanto, la presuposición de un devenir único que sustente la posibilidad de afirmar la verdad del relato (el problema al que se enfrentó Mink) queda a mi juicio devaluada. A la hora de negociar el relato, el historiador comercia con muchos más elementos que la sucesión o cronología de acontecimientos. En suma, las consideraciones whiteanas no tienen que enfrentar el problema de la no disponibilidad de descripciones estándares de acontecimientos, dado que aquello que sea la dimensión informativa no constituye lo propiamente histórico, sólo será histórica cuando sea codificada en alguna de las formas usuales de codificar el pasado.

[...] [L]a información acerca del pasado no es en sí misma un tipo específicamente histórico de información, y que cualquier conocimiento basado en este tipo de información no es en sí mismo un tipo de conocimiento específicamente histórico. Dicha información podría ser más adecuadamente llamada archivística, ya que ella puede servir como objeto a cualquier disciplina, simplemente por ser tomada como un asunto de las prácticas discursivas distintivas de esa disciplina. Así también, es sólo por ser convertida en el asunto del discurso histórico que se puede decir que nuestra información y nuestro conocimiento acerca del pasado son históricos. (White 2003 143)

Hay, no obstante, una objeción más contra la historiografía académica a la que mi lectura del pluralismo involucrado por el realismo figural whiteano debería enfrentar. El segundo contratiempo proviene de pensar al pluralismo como alternativa a ciertas consideraciones con las que se pretende "encorsetar" a la práctica historiográfica académica. Así, es posible constatar que los historiadores, en su esfuerzo por ser objetivos, imparciales y respetar la evidencia, adhieren a un tipo de historización totalizante, pretendidamente superadora de todas las parcialidades (incluso la propia), dando la impresión de clausura significativa. Este ocultamiento de cualquier fisura que pueda obturar la coherencia del relato deja entrever el no abandonado anhelo de alcanzar la versión definitiva del pasado. Ahora bien, la alternativa pluralista originada en la asunción precautoria de evitar clausuras significativas puede tomar dos caminos, la que adopta una actitud heurística promotora de aquellas reescrituras que estimulen mayor investigación, o la que adopta una actitud parasitaria de la historiografía académica y posiblemente abortiva de programas de investigación sustentables. La segunda se asienta en la ironía, la primera, en espíritu whiteano, reencarna la metáfora.

No se trata de sostener el pluralismo a la Jenkins, a base de estimular procedimientos de desobediencia crítica radical que no sólo no aspiran a resolver las disputas históricas, sino que festejan el fracaso de todas (Jenkins 2003).30 Es verdad, ninguna posición podrá ser legitimada sobre la base de cómo las cosas son realmente, ni sobre la base de algún consenso en torno a la utilización de la evidencia. Es también verdad que por ello debemos entonces figurar y refigurar el pasado, asumiendo que tales presentaciones nunca serán suficientemente buenas. Pero la refiguración no puede limitarse a la mera disrupción de las propuestas objetivistas. La práctica historiográfica actual no está encerrada en la dicotomía historizaciones con pretensiones clausurantes, e historizaciones disruptivas. Hay una tercera alternativa: las que estimulan nuevas preguntas y visiones alternativas de mirar el pasado, las que se apropian de los desarrollos teóricos alternativos, e incluso de otras disciplinas, como recursos a desplegar. En lugar de arengar a subvertir la práctica porque sí, dando por descontado que es opresiva, ¿no sería más adecuado proponer subvertir ciertos relatos y utilizar la propia práctica como un recurso para ello?

Nuestra aproximación heurística nos aconseja abordar las interpretaciones historiográficas en su contexto de producción y recepción, un contexto esencialmente polémico. Desde una perspectiva pragmática, entonces, podremos dar cuenta de cómo la retrospectiva (nunca el acceso directo), el disenso (nunca el acuerdo) y la reescritura (nunca la versión definitiva) son vistos, no como obstáculos para alcanzar el pasado tal cual fue, sino como contribuyendo a la promoción de más investigación. El sentimiento metafórico tras el realismo figural valora como heurísticamente mejores aquellas historias que, en su tal vez incumplida promesa de representar el pasado, al dejar cuestiones abiertas renuevan no obstante su promesa de que, tal vez, alguna reescritura pueda lograr lo que no alcanzó, por lo cual vale la pena seguir investigando. "Promesa de mejor representación, promesa nunca cumplida que promueve la investigación", ese sería mi slogan. Por el contrario, la pura ironía celebratoria y promotora de actitudes parasitarias para la práctica histórica nos conduce al resultado irónico de que las historias desobedientes, al no prometer nada, tampoco promueven la reescritura, en cambio, las supuestamente objetivistas, sí.

6. Conclusión

He ofrecido una reconstrucción del significado del giro lingüístico dado por White, así como de su recurso a la teoría literaria en términos de una manera de hacerse cargo del carácter controversial irreductible de nuestros intentos de ofrecer consideraciones realistas del pasado. La teoría literaria nos informó acerca de que las diferencias últimas entre historias en competencia deben buscarse en las diversas maneras en que historiadores y filósofos de la historia prefiguran (poética o tropológicamente) el campo histórico. A su vez, he aventurado la lectura de la relación entre los tropos de una manera también controversial, contraria a posibles lecturas cíclico-inmanentistas que piensan que cada tropo lleva interiormente al siguiente, así como las reducciones mentalistas de los mismos. Por el contrario, cada tropo puede verse como una reconsideración o negación de otro tropo. Sólo de esta manera podremos apreciar las controversias historiográficas como una práctica dinámica, por oposición a un desfile de alternativas realizadas aislada e individualmente. Finalmente, la historia de la literatura realista en Occidente nos informó de las posibles relaciones críticas y estimulantes que diversas representaciones históricas promueven entre sí.


1 Para acceder a la exposición y evaluación crítica de este movimiento, véanse Ankersmit (1986), Ankersmit & Kellner (1995) y Tozzi (2005c).

2 Todos estos términos hacen referencia a la profesión de la investigación histórica practicada en instituciones académicas reconocidas y que se constituye como disciplina en el siglo XIX y se canoniza en la primera mitad del XX.

3 La radicalidad manifiesta en la negativa a incluir a la historia entre las disciplinas científicas se debe no tanto a las limitaciones, numerosas veces destacadas, para la posibilidad de que el historiador aplique los métodos de las ciencias naturales a su investigación, sino a que ni siquiera parece posible que pueda aplicar los de las ciencias sociales.

4 Elementos o recursos literarios que utilizan historia y filosofía especulativa de la historia aun en aquellos discursos abiertamente anti-narrativos. Más aún, sus recientes recomendaciones de expresar el discurso histórico en formas no clásicamente narrativas, es una muestra de la necesidad de seguir apelando a la teoría literaria.

5 Véanse al respecto los capítulos dedicados a Tocqueville y Michelet (cf. White 1992).

6 Destacadas ampliaciones y profundizaciones se encuentran en varios capítulos de White (1978).

7 Debe advertirse que la introducción fue escrita al finalizar el libro.

8 Las posibilidades son cuatro: formismo o idiografía, mecanicismo, organicismo y contextualismo. La clasificación se la debemos a Stephen Pepper en World Hypothesis (1942).

9 Nuevamente son cuatro posibilidades, conservadurismo, radicalismo, anarquismo y liberalismo. En este caso la clasificación proviene de Mannheim, Ideología y utopía (1959).

10 En este caso las cuatro posibilidades las proporcionó Northrop Frye en La anatomía de la crítica (1957).

11 La aproximación cuádruple a los tropos está motivada por Vico y Keneth Burke en A Grammar of Motives (1969).

12 Promueve el formismo y el romance.

13 Promociona la tragedia y el mecanicismo propio de las ideologías radicales, pues suponen la revelación de las leyes que permiten el cambio.

14 Afín al organicismo y la comedia.

15 Sátira, contextualismo y liberalismo, siendo lo afín, aunque pudiendo cambiar deideología sólo con el objeto de desacreditar alguna otra.

16 Metáfora (similitud), metonimia (contigüidad), sinécdoque (clasificación), racionalidad ironía: disociación del pensamiento de sus posibles objetos, capacidad de reflexionar sobre la reflexión misma. (cf. White 2003 76ss).

17 Su trabajo se muestra como complementario del de Piaget, cuya preocupación primaria era analizar el proceso por el cual se alcanza la tropologización consciente y autoconsciente. "Estos parecen corresponder, como Jakobson sugirió, a los tropos sistematizados como clases de la figuración en la teoría retórica moderna (una teoría a la que, incidentalmente, en tanto que clasifica las figuras en los cuatro tropos de la metáfora, la metonimia, la sinécdoque y la ironía, Freud habría tenido acceso, como un miembro del curso educacional de los gimnasios y de las universidades de su tiempo)" (White 2003 87).

18 El capítulo de Metahistoria dedicado a Tocqueville es la mejor ilustración del fracaso de combinar las estrategias configuradoras según el tropo dominante dándole a la obra su aura de vigencia.

19 "[Ambas concluyen en la condición irónica y difieren] de su contrapartida de la Ilustración tardía sólo en el refinamiento con que se exponía en la filosofía de la historia y en la amplitud de los estudios que acompañaban su elaboración en la historiografía de la época" (White 1992 50).

20 Debo la elucidación de la relación de los cuatro tropos entre sí a Nicolás Lavagnino.

21 Para esta cuestión, véanse "Teoría literaria y escrito histórico", "La trama histórica y el problema de la verdad" y "El acontecimiento modernista", compilados por White en Figural Realism (1999) e incluidos en versión castellana en White (2003). En Tozzi 2005a he tratado de mostrar por qué las llamadas estrategias de la continuidad que pretenden ligar la estructura de la narración a la estructura narrativa de la experiencia humana del tiempo, tampoco resultan suficientes a la hora de mostrar la posibilidad de fundamentar la objetividad histórica. Que la experiencia humana individual o colectiva sea narrativa y su identidad narrativamente construida, no ayuda a fundar la objetividad y cientificidad histórica, pues la historia se interesa por ir más allá de aquello no conocido o inesperado por los propios sujetos históricos.

22 "[...] conocimiento histórico llega al presente en una forma procesada, no como material bruto o información almacenada en un archivo o en un banco de datos. Esto no es decir que en tanto información archivada, el dato histórico no esté ya procesado —nombrado, identificado, clasificado y asignado una relevancia provisional a los intereses de la comunidad—. Pero como archivados, los datos son sólo mínimamente identificados como siendo historizables, de potencial uso como conocimiento histórico y realmente pertenecen en este estado preliminar a la historia del archivo más que a la historia comunal para la que el archivo puede servir" (White 2003 29s, Prefacio).

23 En esta misma línea, Ankersmit destaca que la investigación de Auerbach implica que el realismo sólo puede ser definido por medio de una historia del realismo, sólo existe en las muchas variantes en las que se ha mostrado a sí mismo en el curso de su larga historia (cf. 2001 197s). En este sentido diremos que sólo podremos apreciar cómo la historia representa a la realidad pasada, a través de su propia historia. Es decir, sólo podremos concebir el realismo histórico desde una aproximación historicista a la propia historiografía.

24 La noción de fulfillment le permite endosar la historia con el significado de un progreso hacia un objetivo que nunca es finalmente realizable, ni aun completamente especificable. Le da un concepto de un modo peculiarmente histórico de causación, diferente de las nociones teológicas antiguas, por un lado, y nociones mecanicistas de la ciencia moderna, por el otro. Este modo distintivamente histórico de causalidad que yo propongo llamar causalidad figural (cf. White 1999 88).

25 El origen de este realismo figural está en San Agustín, defensor del carácter histórico de la realidad de las figuras, frente a aquellas corrientes alegórico-espiritualistas, las cuales socavan el carácter realista del acontecer, viendo en éste tan sólo signos y significaciones extrahistóricas (cf. White 1999 186s).

26 Recordemos que White excluye el fascismo por no ser "cognitivamente responsable" (cf. White 1992 32-38). La profunda elucidación de la noción de "cognitivamente responsable" (de Stephen Pepper) es reiteradamente soslayada por los críticos de White.

Un ejemplo reciente lo encontramos en Moses (2005) y al cual critica extensamente a propósito de la discusión sobre la memoria de la guerra de Malvinas (cf. Tozzi 2009).

27 En esto White pareciera hacerse eco de Barthes en su afirmación acerca de que "[...] la elección, y luego la responsabilidad de una escritura, designan una Libertad, pero esta libertad no tiene los mismos límites en los diferentes momentos de la historia. Al escritor no le está dado elegir su escritura en una especie de arsenal intemporal de formas literarias. Bajo la presión de la Historia y de la Tradición se establecen las posibles escrituras de un escritor dado [...]. Sin duda puedo hoy elegirme tal o cual escritura, y con ese gesto afirmar mi libertad, pretender un frescor o una tradición; pero no puedo ya desarrollarla en una duración sin volverme poco a poco prisionero de las palabras del otro, e incluso de mis propias palabras" (Barthes 2003 24s).

28 La noción de "heuristic appraisal" se distingue de la de "epistemic appraisal" —reiterado foco de interés de los filósofos—, porque no juzga los méritos de una teoría por su registro pasado de éxito o fracaso predictivo, sino que la valora positiva o negativamente por abrir nuevas áreas de investigación para aquellos miembros de la comunidad científica que se involucran en ella (cf. Nickles 1989).

29 He hecho una aplicación de esta apropiación pragmatista del "realismo figural" en Tozzi 2006; 2008 y 2009. Específicamente he hecho uso de la noción de "heuristic appraisal" en Tozzi 2005b.

30 He ofrecido una extensa crítica de la propuesta de Jenkins en Tozzi 2006.


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