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Revista de filosofía

On-line version ISSN 0718-4360

Rev. filos. vol.80  Santiago  2023

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-43602023000100341 

Reseñas

Juan Pablo Arancibia Carrizo. Pólemos y stásis: vestigios y bordes trágicos de lo bélico y lo político. Prefacio de Julián Gallego

Raúl Villarroel1 

1Universidad de Chile, Santiago, Chile

Arancibia Carrizo, Juan Pablo. Pólemos y stásis: vestigios y bordes trágicos de lo bélico y lo político. Prefacio de Julián Gallego. Argentina-Santiago: Ediciones La Cebra y Editorial Palinodia, 2023. 394p.

Resumen:

La afamada helenista francesa Nicole Loraux, en sus textos La Cité divisée y La guerre dans la famille, ambos de 1997, ya nos había introducido a una redefinición topológica de la guerra civil, es decir de la stásis, asignándole una posición de centralidad en el contexto de las relaciones entre ciudad y familia, reexaminando el modo en que el dominio del oîkos conurba a la realidad de la ciudad. Centrada en el texto platónico del Menéxeno, Loraux había advertido que la stásis era un conflicto propio del parentesco de sangre (phylon) entre los miembros de la pólis, de manera tal que la guerra, no sería sino oikeîos pólemos, esto es, un asunto consustancial a la familia y a las relaciones entre ellas, en la misma medida que sería inherente a la ciudad y constitutiva de la vida política. Pues bien, un acabado estudio de semejante problema –pero que excederá con un sello muy personal los límites de la indagación de Loraux– es el que ahora nos viene a ofrecer Juan Pablo Arancibia.

La afamada helenista francesa Nicole Loraux, en sus textos La Cité divisée y La guerre dans la famille, ambos de 1997, ya nos había introducido a una redefinición topológica de la guerra civil, es decir de la stásis, asignándole una posición de centralidad en el contexto de las relaciones entre ciudad y familia, reexaminando el modo en que el dominio del oîkos conurba a la realidad de la ciudad. Centrada en el texto platónico del Menéxeno, Loraux había advertido que la stásis era un conflicto propio del parentesco de sangre (phylon) entre los miembros de la pólis, de manera tal que la guerra, no sería sino oikeîos pólemos, esto es, un asunto consustancial a la familia y a las relaciones entre ellas, en la misma medida que sería inherente a la ciudad y constitutiva de la vida política. Pues bien, un acabado estudio de semejante problema –pero que excederá con un sello muy personal los límites de la indagación de Loraux– es el que ahora nos viene a ofrecer Juan Pablo Arancibia.

Mediante un acertado y esclarecedor prólogo de Julián Gallego, reconocido académico e historiador argentino, especialista en el tema, se instalan los presupuestos fundamentales sobre los que se extenderá ampliamente luego la obra de Arancibia, en sus cerca de cuatrocientas páginas y los cinco capítulos que le dan forma. La reflexión del profesor Gallego prepara de la mejor manera, a mi juicio, la escena de contexto requerida para familiarizar al lector con el asunto de la stásis, caracterizándola metafóricamente como aquella fluidez que siempre se ha querido entender como ajena a la solidez, aunque en verdad podría entenderse como la arena que muestra que en definitiva no hay piedra alguna de sustento para el edificio de la política. Con tal figurada semblanza ya resulta posible adentrarse con seguridad en los intrincados meandros del texto siguiente. Serán entonces las vicisitudes de la guerra, su dimensión trágica, las que anuncien el desfondamiento sin reversión en el que la política finalmente va a extraviar su camino, tal como luego Arancibia se esforzará por dejarlo pormenorizadamente en claro mediante un exhaustivo trabajo de investigación bibliográfica y un rigor analítico de nivel superior, lo que me hace muy difícil poder reseñarlo o comentarlo con toda la justicia que merece en estas líneas. De hecho, según se señala en el texto, ya desde una raigambre incluso etimológica resulta posible avizorar las relaciones de proximidad que en el contexto de la cultura griega se establecen entre la guerra y la política; sobre todo, en tanto pólemos y stásis –los dos artefactos conceptuales que dan su título a la obra– llegan a resonar en tal cercanía y parentesco que luego de entenderlo no parece quedar manera de disentir de que sea la pura beligerancia la condición trascendental del “devenir y la dramaturgia” de la política, para decirlo con palabras del propio Arancibia, a quien le va a inquietar desde un comienzo el inexplicable gesto elusivo que ha invisibilizado esta relación constitutiva y que a lo largo de la historia se ha llegado a pensar de manera escandida a ambos términos, disolviéndose aparentemente su intrínseco vínculo en el relato histórico y filosófico de la metafísica tradicional. O, lo que es más o incluso peor, es que, oscilando entre el entusiasmo y la hipocresía, se haya banalizado de tan grave manera la temática de la guerra como para que finalmente, en nuestro tiempo, se haga apología o espectáculo de ella, como a menudo hoy lo debemos tolerar.

Ahora, semejante prurito no es arbitrario ni voluntarioso, por cierto. Obedece, principalmente, al hecho de que el esfuerzo teórico del libro avanzará con decisión a demostrar que, desde el amanecer de la comunidad griega, guerra y política se advertirían fundidas ante la mirada del genealogista y solo por efecto de una deformación moderna del análisis histórico se habrían llegado a percibir en su absoluta disyunción. En la comprensión griega, el orden universal –la naturaleza misma digamos– habría estado transido por tal estatuto litigioso, el del pólemos, a partir del cual devendría, pero solo en segundo término, su expresión histórica, o su materialización en cuanto horizonte de despliegue de la actividad contingente de la pólis, es decir, la política. El examen del discurso historiográfico de Tucídides bien opera en este libro como una contundente ejemplificación de lo señalado. Entre fuerza y discurso, entre la acción en la batalla y la participación en la asamblea no habría necesariamente una separación –se dice, en consonancia con el historiador griego–, sino un vínculo orgánico y consustancial. El discurso de Tucídides, luego, no sería simplemente una escenificación narrativa historiográfica, sino que expresaría la configuración de un tipo de racionalidad política epocal plenamente consciente y cualificada a partir de la comprensión del lenguaje en tanto potencia logística. El despliegue del discurso como acción beligerante y agonista, elocuentemente estructurado y abastecido de recursos orientados a derrotar argumentalmente al oponente, adquirirá una condición isomórfica respecto del carácter bélico más identitario de los griegos.

De particular interés político para nuestro tiempo resultan ser estas últimas consideraciones debido a que por lo visto conducen a concebir el hecho mismo de la guerra al modo de una “calamidad eficiente”. La que cierta y claramente sería también constitutiva –además de representativa– del orden tecnocapitalista avanzado. Se va trazando de tal manera un arco histórico monumental que ordena, al modo de una potente hipótesis de trabajo, la idea de que el proceso de emergencia y consolidación de la democracia ateniense, en tanto dispositivo bélico-político –donde stásis y pólemos se ven reunidas–, constituiría solo el punto de partida de una racionalidad histórico- filosófico cuyas trazas de continuidad, efectos y consecuencias, recorrerían de manera interminable los caminos de la historia, llegando incluso hasta nuestros días. Con ello, Arancibia nos induce sagazmente a tener que admitir que guerra y política no se localizan en las antípodas, como a veces queremos entender, sino que parece preciso considerar su indiscernible articulación según el registro de una verdadera ontología de la contrariedad. Una prueba indesmentible de aquello sería el hecho de que a partir del surgimiento de la pólis griega, luego con el advenimiento del imperio democrático ateniense y hasta el momento mismo de su deflación y desmoronamiento, los griegos nunca habrían cejado en su empeño por tramar relaciones de hostilidad bélica. Y replicando dichos del eminente historiador y profesor de Cambridge, Moses Israel Finley –una de las principales autoridades de nuestro tiempo respecto del mundo antiguo–, Arancibia sostiene que la guerra sería un instrumento ordinario de la política al que los griegos a menudo recurrían y del que habrían hecho una costumbre. “Para los griegos de la época clásica la guerra es natural” refuerza Arancibia, citando textualmente a Jean Pierre Vernant, un inspirador clave de su investigación.

De tal manera, la irrupción y la amalgama de las figuras del ciudadano y el soldado resultarían ser el suelo nutricio del que se alimentaba la experiencia democrática griega en la antigüedad. Trataríase, en tal caso, de un acontecimiento histórico en el que se imbricaban de manera indiscernible el discurso (λόγος) y la fuerza (κράτος), la palabra (λόγος) y la violencia (βία); vale decir, la guerra (πόλεμος) y la política (πολιτεία-τὰ πολιτικά). La pólis democrática nunca estuvo eximida del recurso a la fuerza; más bien configuró toda una economía política de la violencia, en cuyo centro yacía incólume el lenguaje. No es otra la razón, entonces, por la que se atribuía a la valentía y el coraje demostrados en la guerra por el guerrero el carácter de patrimonio simbólico ciudadano. Por ello –según se arriesga a sostener el autor– la creación e instalación de una ciudad implicaba siempre una fusión de factores económicos, religiosos, culturales, políticos y militares, todos los que estaban esencialmente definidos por una racionalidad bélico- política ancestral cuya proyección era siempre la de la guerra total, en tanto nada referido a la vida aparecía como excluido de ella, porque incluso hasta los dioses participaban de la batalla. Así sería, por tanto, como compartirían un destino trágico común el héroe, cual figura mítica; el ciudadano de la democracia, por su voluntad política de sujeto histórico; y la propia ciudad, en tanto expresión orgánica de la comunidad política.

Habida cuenta de todo ello, queda inferir que la idea de guerra no se recluye nunca en su comprensión más convencional, aquella que refiere al aparato táctico y estratégico de la estructura militar formal o la expresión institucional de un ejército; sino que más bien, concierne a un tramado complejo y dinámico de relaciones de fuerzas, agentes, mecanismos, medios, tecnologías, prácticas, acciones, organismos y procedimientos, sistemáticamente organizados bajo una lógica de enfrentamiento, cuyas posibilidades, variables, dinámicas, registros e intensidades son de inmensa amplitud.

En los parágrafos finales de este magnífico libro, Arancibia nos advierte con sabia pero inmisericorde crudeza que la guerra nos acompaña desde hace siglos y que ha sido declarada y desatada por los poderes y codicias voraces de los grandes imperios y que no hay salida alguna porque las guerras por venir ya se encuentran en curso. Baste pensar para entenderlo que los afanes insaciables de dominación de los poderosos no tienen límite y los impondrán, como lo han hecho siempre, a sangre y fuego. Será entonces este devenir histórico, irredimible y fatal de la democracia –la clásica y la moderno/ contemporánea– el que deje en evidencia, de manera cada vez palmaria y creciente, su propio nudo trágico. Quizás sea por ello que Juan Pablo Arancibia termine instándonos a buscar incesantemente “la posibilidad de pensar otra política”.

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