Arbor 734:1147-1148 (
2008)
Copy
BIBTEX
Abstract
En "Die Aktualität des Schönen. Kunst als Spiel, Symbol und Fest", H.-G. Gadamer recordaba que en la modernidad la progresiva ruptura con el consolidado repertorio humanista y cristiano con contenidos susceptibles de recreación artística, da lugar a una nueva situación: «El artista ya no pronuncia el lenguaje de la comunidad, sino que se construye su propia comunidad al proferirse en lo más íntimo de sí mismo» (Gesammelte Werke 8, pág. 94 y ss.). Este proceso dará lugar a la inevitable conformación de una nueva comunidad potencial que habrá de extenderse a todo el mundo habitado, es decir, a toda oikumene. Es interesante notar que Gadamer sostenga que esto sea así, necesariamente, y en virtud de dos razones, a saber: o bien porque toda obra de arte trasluce una visión del mundo (ora presente, ora futurible), o bien porque, para quien la contempla, y si la tal visión es ajena a uno o incomprensible o incluso inconmensurable, se presenta ésta, al cabo, como una confrontación que puede conducir al aprendizaje de la desconocida lengua de aquel y aquello que nos está hablando. Dos procesos estos complejos, enfrentados y de honda raigambre política (no sólo estética) sobre los que podría, en efecto, decirse mucho, y que aquí se resaltan para hacer ver que el arte —o bien porque trasluce una visión del mundo compartida, o bien porque nos confronta, por mediación del lenguaje, con una comprensión del mundo enteramente desconocida— es una experiencia comunitaria. Sobre esto versa la obra gadameriana antedicha, a saber: acerca de las experiencias comunitarias como instantes de actualización de lo bello.
De alguna manera, es a la luz de esta problemática profusamente aquilatada en las obras del arte no figurativo del siglo XX como cabe entender la tradición estética y política en la que —según se lee en el prólogo que Gianni Vattimo ha dedicado a esta obra— se orienta cada vez más la finalidad estética de crear «acontecimientos en lugar de “objetos”» (pág. 20).