La belleza de Cristo. Una comprensión filosófica del Evangelio

Madrid: San Pablo (2002)
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Abstract

En el Nuevo Testamento griego, el término "kalós" (hermoso, bello) aparece 99 veces y el término "agathós" (bueno), 104. Casi con la misma frecuencia. Se ha traducido y se traduce "kalós" por bueno, lo cual no es exacto. Parece importante retener que Cristo hubiera utilizado tantas veces el concepto de belleza o hermosura, y que invitara al hombre a hacer obras hermosas, a realizar la belleza en su vida. Por eso, según el título de este libro (de 285 págs.), se trata de la belleza no solo que corresponde a la persona de Cristo, sino también la que él comunica a las demás personas, la que se refiere a nosotros por ser obras suyas. Jesús habla de obras "kalá" (hermosas), de frutos "kaloùs" (hermosos) o de corazón "kalê kaì agathê" (hermoso y bueno). La Antigüedad griega también hablaba del hombre "kalòkagathós". Es verdad que todo lo bello es bueno, y viceversa, pero hay que matizar. El propio Jesús se autodenomina "kalós", hermoso, al hablar de sí mismo en el Evangelio diciendo que es el pastor bello. Una palabra clave del presente libro es “razonar”. Los Evangelios son muy escuetos, dicen solo lo imprescindible, fueron vertidos además en otro idioma distinto del que habló Jesús. Hay aspectos que no son comprendidos si no se tiene en cuenta lo razonable. Para comprender el Evangelio no basta con atender al estricto dato teológico contenido en sus textos, tan condensados, sino que es preciso hacer al mismo tiempo una sutil labor filosófica que permita descubrir lo que implícitamente se contiene en ellos. Esta necesaria tarea —liberada de todo fundamentalismo— muestra lo que es más razonable para saber quién y cómo es Cristo. Por ello el libro lleva como subtítulo "Una comprensión filosófica del Evangelio". Y lo hace sirviéndose principalmente de la filosofía de Marías y Ortega, lo cual —a pesar de ser el instrumento intelectual que mejor permite comprender el Cristianismo— no se había realizado todavía. Gracias a ese método, lo primero que se comprende es precisamente la extraordinaria belleza de Cristo y la que comunica a sus discípulos y a quien se hace su servidor, llamado por San Pablo "kalòs", hermoso. Circula la idea, incluso en algunos ambientes católicos, de que la razón y, por supuesto, la filosofía no son aptas para comprender el Evangelio. Este libro, más filosófico que teológico, reivindica el insoslayable papel de la razón, de la filosofía, de lo razonable, para comprender los Evangelios, y debe leerse como un "ensayo de Cristología según la razón vital". Sus consideraciones están hechas a la luz de la razón. No de la razón abstracta, propia del racionalismo, que poco o nada tiene que ver con ella, sino de la razón vital; de la razón sin más. De la razón que conduce a la fe; de la fe que conduce a la razón. El dato histórico, irrefragable, de los cuatro Evangelios postulaba que se estudiara iluminándolo con la razón, sin la cual la fe queda mutilada y coja, abstracta, sin luz propia. Pero la razón había sido frecuentemente vista en ámbitos clericales con malos ojos, con cierta sospecha, sin darse cuenta de que, si es auténtica —y no algo reduccionista—, ilumina, clarifica, disipa las tinieblas. Especialmente porque, en última instancia, la razón procede del Logos, Cristo, la Luz, la Razón por antonomasia, fuente y origen de ella. En el Prólogo de San Juan se unen la razón y la vida; se trata no de una razón abstracta, sino vital. El "Lógos" es entonces la Razón vital. Lejos de ser enemiga de la vida, como sostenían los irracionalistas, la razón es una función vital. Quien recibe al "Lógos" con fe fundada en el amor debe esforzarse por intentar entenderlo con la razón, por buscar su inteligencia. El "Lógos", Cristo, ilumina a quien lo recibe para que se produzca esa comprensión. Los griegos definían al hombre como "zôon lógon échon", el viviente que tiene logos, que tiene razón. Cristo se presenta como el Logos, la Vida ("Zoé") que ha creado a su imagen y semejanza a ese viviente que tiene logos. Luego la razón no se debe subestimar o despreciar, es algo divino; Dios, fuente y origen de toda razón, la Razón misma, desea ser comprendido mediante ella, depositada en cada hombre. «Si la Sabiduría es Dios, el verdadero filósofo es el que ama a Dios», escribe San Agustín. Porque el filósofo es el que ama la Sabiduría, Dios. Jesús dice que «la Sabiduría se ha justificado por sus obras», que «la Sabiduría se ha justificado por todos sus hijos». Los hijos de la Sabiduría, de Cristo, la aman, la justifican, la acreditan, la razonan porque son filósofos. Y la filosofía, el amor a la Sabiduría, es absolutamente necesaria e imprescindible para comprender a Cristo y su Evangelio, que siempre enseña lo razonable.

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