Abstract
El artículo propone una lectura del sentido y el alcance de la filosofía como un aprender a morir, un ejercitarse en el amor. Acentúa este carácter de que es un ejercicio y un saber, un cuidarse de la propia conducta, una epiméleia. Para ello, parte del carácter ejemplar de la muerte de Sócrates y se ocupa de la relación entre la vida filosófica y el temor de la muerte. Lo hace desde una propuesta de libertad que estima menos aceptable la servidumbre que la muerte. Reclama la atención a los textos de Platón y estudia lo que en ellos se dice de la muerte y en los que se subraya la inmortalidad de los discursos y de su incidencia en lo que se entiende por «aprender ». Se trata de un cambio radical que afecta, no sólo a la visión de algo, sino al cultivo de lo justo y lo piadoso, como lo que hay en nosotros de inmortal. El tema del cuerpo requiere entonces otra valoración. Muestra al respecto, con la lectura de Heidegger, que esta modificación y transformación incide más allá de la mirada mortal del filósofo que se hace cargo de que no hay una trascendencia total. Esto permite hablar de subjetivación como proceso, el de los modos mediante los cuales constituirse en sujeto mortal. Tal será la clave de una concreción. La singularidad de cada vida depende de su particular aprender a morir.