Abstract
La manifestación de Jesús tiene su punto culminante en el último día de la fiesta de las Tiendas, en el templo de Jerusalén (Jn 7,38-39). Jesús se proclama poseedor y dador del Espíritu. De la comunión con Cristo emerge la potencia del amor divino, el Espíritu, en el creyente. Cristo resucitado, el Espíritu, la libertad, están en relación de mutua implicación, y constituyen un contexto existencial unitario en la persona que los acoge, según san Pablo. Es preciso tomar conciencia del Espíritu presente en nuestra interioridad. Religiosas/os han encarnado la fertilidad del Espíritu y la ilustran para nuestro tiempo. Para entender la vitalidad, la acción del Espíritu que reciben los creyentes debemos mirar a María.