Abstract

La Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948 de la ONU, ha puesto en términos políticos, y no solamente filosóficos o religiosos, al centro mismo de la lógica de la ciudadanía la afirmación de la dignidad humana y de la libertad, como cualidades innatas y no adquiridas. Afirmar que todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad, significa afirmar de hecho que la dignidad es un atributo anta lógico, una cualidad intrínseca del ser humano, más allá de diferencias de sexo, de salud, de estado social. El uso de la noción de persona como sinónimo de las cualidades del adulto corre el riesgo de destruir esta conquista de la política. La biopolítica liberal peligra ser fitente de discriminación entre los hombres cuando acepta un concepto de persona distinto de aquel de ser humano. En ella revive el dualismo antropológico propio del platonismo. Las tesis de Hannah Arendt, de Eva Kittay y de Martha Nussbaum nos permiten evidenciar los caracteres de la persona humana ya sea como sujeto, ya sea como ser corpóreo en desarrollo en el tiempo, según aquella intuición que fue propia de Santo Tomás de Aquino. Si se retorna a pensar en la persona humana como ser humano que se desarrolla en el tiempo, es posible salvaguardar los derechos de todos y en particular defender aquellas fases de la vida humana en las cuales la persona humana está expuesta, por las fases del desarrollo o de la enfermedad, a la dependencia. Sólo asi se puede pensar a una justicia que incluya a todos y en todas las fases de la existencia, incluso en aquellas señaladas por la discapacidad