Abstract
Es un hecho natural que la vida no puede ser suspendida, al contrario de los juicios. Admitimos que tenemos que decidir en la vida, y que nos movemos o tenemos impulsos hacia las cosas. Por ello, actuamos de una manera o de otra, sirviéndonos y prestando cierta validez a impresiones de nuestros sentidos, frente a otras que no nos merecen confianza. Esto es lo que quiere decir Sexto, cuando advierte que el escéptico tiene un criterio no para distinguir lo verdadero de lo falso, sino para conducirse en la vida. En este artículo queremos defender que las diferencias entre los diversos tipos de filosofías, y hasta de escepticismos, se producen más en el plano gnoseológico que en el práctico. Es más, defendemos que, en la mayoría de las ocasiones, no actuamos con principios establecidos, actuamos con cierto escepticismo “socializado” que todos activamos, dejándonos convencer con los datos que tenemos, de manera relativa, asimilando que lo probable o lo plausible o lo razonable en cada situación decide que actuemos en una dirección u otra, y todo presidido por lo que se nos aparece, por el fenómeno.