Abstract
Merleau-Ponty decía que nuestra relación con el mundo se sitúa en el orden del «misterio insoluble». Es la invisibilidad de los dioses lo que garantiza la visibilidad del mundo. Este verso invisible –«le Dieu caché», «Dieu insondable», «Être muet», «arrière-silence», «membrure cachée», en términos merleau-pontianos– es la textura misma del recto visible. En el cine extremo o visionario este lenguaje aparentemente antitético no está menos presente para expresar eso que excede a toda visibilidad. Voyance (Merleau-Ponty) que emerge de los légamos de lo invisible pero que no es lo contrario de la vista: «vision [est] ek-stase...», una visión en la que el mudo Ser revela su propio sentido. Así pues, lo invisible no es lo opuesto absoluto de lo visible sino más bien, como dice Merleau-Ponty, su «contrapartida secreta» sin la cual no podría existir la visibilidad. Asimismo, según Derrida, la imagen cinematográfica tiene una estructura fantasmática, está suspendida entre la presencia y la ausencia, pues la invisibilidad determina la lógica de las imágenes. El cine es un ojo, pero sólo ve bien cuando también se relaciona con ese ojo interior que es el de la «visión» de los visionarios. Igualmente, para Jean-Luc Godard, uno de los cineastas más relevantes del cine contemporáneo, la imagen real es la que no vemos. Lo que se ve en el filme tiene menos importancia que lo invisible. Violencia del mirar, desvelamiento de otra luz, que restituye la imagen de lo sagrado